Escuchar el grito de los que sufren

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Pope Francis is greeted by a Catholic faithful during his visit to the Banado Norte neighborhood in Asuncion, on July 12, 2015. Pope Francis visted the poorest neighborhood of Paraguay before ending his Latin American tour. AFP PHOTO / POOL - GREGORIO BORGIA

Mensaje del Papa Francisco a la I Cumbre Humanitaria Mundial.

(Estambul, Turquía, 23/24-5-2016).

Deseo saludar a todos los participantes en esta primera Cumbre Humanitaria Mundial, al presidente de Turquía, junto con los organizadores de este encuentro, y a usted, señor secretario general, que han solicitado que esta ocasión sea un punto de inflexión en la vida de millones de personas que necesitan protección, atención y asistencia, y que buscan un futuro digno.

Espero que sus esfuerzos contribuyan realmente a aliviar los sufrimientos de estos millones de personas, de modo que la Cumbre muestre sus frutos a través de una sincera solidaridad y un respeto verdadero y profundo por los derechos y la dignidad de las personas que sufren debido a los conflictos, la violencia, la persecución y los desastres naturales. En este contexto, las víctimas son aquellos que son más vulnerables, aquellos que viven en condiciones de miseria y explotación.

No podemos negar que hoy muchos intereses impiden soluciones a los conflictos, y que las estrategias militares, económicas y geopolíticas desplazan a las personas y a los pueblos e imponen el dios del dinero, el dios del poder. Al mismo tiempo, los esfuerzos humanitarios son frecuentemente condicionados por limitaciones comerciales e ideológicas.

Por esta razón, lo que se necesita hoy es un compromiso renovado de proteger a cada persona en su vida diaria y de proteger su dignidad y sus derechos humanos, su seguridad y sus necesidades integrales.

Al mismo tiempo, es necesario preservar la libertad y la identidad social y cultural de los pueblos, sin que comporte casos de aislamiento, sino favoreciendo también la cooperación, el diálogo, y sobre todo la paz.

“No dejar a nadie atrás” y “dar lo mejor de uno mismo” lleva aparejado el no darse por vencidos y la asunción de la responsabilidad de nuestras decisiones y acciones que conciernen a las víctimas.

En primer lugar, hay que hacerlo de una manera personal, y luego juntos, coordinando nuestras fuerzas e iniciativas, con respeto mutuo de nuestras diferentes habilidades y áreas de especialización, no discriminando, sino acogiendo.

En otras palabras: no debe haber

-ninguna familia sin hogar,

-ningún refugiado sin acogida,

-ninguna persona sin dignidad,

-ningún herido sin atención,

-ningún niño sin infancia,

-ningún hombre o mujer joven sin futuro,

-persona de edad avanzada sin vejez digna.

Que esta sea también la ocasión para reconocer la labor de los que sirven a sus vecinos y contribuyen a consolar los sufrimientos de las víctimas de la guerra y las calamidades, de los desplazados y refugiados, de los que se preocupan por la sociedad, especialmente a través de opciones valientes en favor de la paz, el respeto, la curación y el perdón. Así es como se salvan las vidas humanas.

Nadie ama un concepto, nadie ama una idea; amamos a las personas. El sacrificio de sí mismo, la entrega, brotan del amor hacia los hombres y las mujeres, los niños y los ancianos, los pueblos y las comunidades, los rostros, esos rostros y nombres que llenan nuestros corazones.

Hoy propongo un reto a esta Cumbre:

-escuchemos el grito de las víctimas y de los que sufren.

-Dejemos que nos enseñan una lección de humanidad.

-Cambiemos nuestro modo de vida, la política, las opciones económicas, las conductas y actitudes de superioridad cultural.

Aprendiendo de las víctimas y de los que sufren, seremos capaces de construir un mundo más humano.

Les aseguro mis oraciones, e invoco sobre todos los presentes las bendiciones divinas de sabiduría, fortaleza y paz.