Guerras, poder y dinero

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“Hoy nos encontramos implicados en una nueva guerra mundial nunca vista, una guerra que se combate «a trozos» mediante crímenes, masacres y destrucciones”

Papa Francisco, Meditación matutina, Capilla de la Domus Sanctae Marthae, 25-4-2017

Que poder y dinero, en sus acuerdos secretos, acaben a menudo haciendo la guerra juntos es algo más que sabido. Guerra y terror son dos instrumentos usados por la política y por la economía para ganar o mantener una posición de poder cuando no consiguen hacerlo de modo incruento. La guerra es fruto de la injusticia y genera más injusticia, mientras que la paz es fruto de la justicia.

El Concilio Vaticano II denunció que «mientras se invierten enormes cantidades de dinero en la preparación de armas nuevas, resulta imposible remediar suficientemente las miserias tan grandes del mundo presente» (GS 81). No es una novedad, pero en este momento parece más sencillo que en el pasado hacer la guerra gracias a las conexiones entre poderes políticos poco o nada democráticos y potentados cínicos e inaprensibles de las finanzas.

Hoy se habla de una tercera guerra mundial a pedazos, que nacería de esta conexión. La avidez, la intolerancia, la ambición de poder son los motivos que con más frecuencia impulsan a una decisión bélica, motivos vinculados en muchos casos a una ideología particular. Pero antes que eso es un impulso corrompido a guiar las decisiones. La ideología es una justificación, y, cuando una no basta, se encuentra otra. Un impulso corrompido puede sintetizarse en la respuesta de Caín a Dios: «¿A mí qué me importa? ¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano?» (Gn4, 9).

Encima de la entrada al Sacrario de Redipuglia consta este lema irónico de la guerra: «¿A mí que me importa?». La guerra no mira a nadie a la cara, sean viejos, niños, madres, padres, guapos o feos… Todas las personas que descansan en los cementerios de guerra tenían sus proyectos y sus sueños, pero sus vidas quedaron destrozadas. ¿Por qué? Porque una parte de la humanidad había dicho: «¿A mí que me importa?». Hoy nos encontramos implicados en una nueva guerra mundial nunca vista, una guerra que se combate «a trozos» mediante crímenes, masacres y destrucciones.

Esto es posible porque entre bambalinas hay intereses de parte, planes geopolíticos, avidez de dinero y de poder. Y está el potentísimo lobbyde las armas. Los planificado- res del terror, los organizadores de la confrontación y los empresarios de la industria armamentista tienen escrito en su corazón: «¿A mí que me importa?». Los mercaderes de la guerra ganarán dinero a paladas, pero su corazón corrupto ha perdido la capacidad de llorar. Caín no lloró. No pudo ni quiso llorar. Su felicidad no es sino un mísero sucedáneo de la verdadera felicidad. Pero hay más: la sombra de Caín nos cubre irónica, también en nuestros días, cuando trabajamos por la paz.

Tenemos que preguntárnoslo cada vez que estalla un nuevo conflicto: ¿estas guerras han nacido de verdad para resolver problemas políticos, o bien son guerras comerciales para vender armas ilegalmente, para que los mercaderes de la muerte se enriquezcan? Es una contradicción absurda hablar de paz, negociar la paz y, al mismo tiempo, promover o consentir la producción y el comercio de armas. Hay que tener esperanza y rezar por los responsables de las naciones, para que se comprometan con decisión a poner fin a este comercio, que causa tantas víctimas inocentes.