Liberar la libertad. Fe y política en el tercer milenio

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“Sin la referencia al Creador, el orden natural se debilita y, poco a poco, se pierde de vista”

Presentación del libro de J. Ratzinger-Benedicto XVI – “Liberar la libertad. Fe y política en el tercer milenio”. (Roma 11 de mayo de 2018) por Mons. Crepaldi

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En el libro que tenemos el honor de presentar hoy convergen tres Pontífices, y esto hace de él un volumen verdaderamente singular y de gran interés. Hay algunos textos escogidos del teólogo Joseph Ratzinger, junto a algunas de sus enseñanzas, expresadas durante su Pontificado. Hay el prefacio del Papa Francisco. Y hay una referencia implícita a San Juan Pablo II. De hecho, el título del libro: “Liberar la libertad”, está tomado del párrafo 86 de la Veritatis splendor y expresa el significado y los propósitos de toda la encíclica sobre la moral. Esta “convergencia” es, como decía, de gran interés porque marca la continuidad y, al mismo tiempo, la novedad -la novedad en la continuidad, se podría decir- de las enseñanzas de la Iglesia sobre el tema de las relaciones entre la fe  y la política.

La política, la moral, la fe: estos son los tres términos que enmarcan los contenidos del libro y que, hay que reconocerlo, constituyen el cuadro de toda la Doctrina social de la Iglesia. La política necesita la moral. Aquella no es directamente moral, porque tiene una legítima autonomía de criterios y métodos. Sin embargo, no puede prescindir de la moral, como testimonian los ciudadanos comunes que, a menudo, son muy rigurosos en su juicio sobre la política, precisamente desde el punto de vista ético, y como testimonian también los hombres políticos, que sienten la necesidad de justificar las decisiones que toman según el bien y la justicia. No hay hombre político que no presente como “buena” y “justa” la acción que está a punto de emprender. También el logro de objetivos de orden material -por ejemplo, de carácter económico o productivo- adopta siempre, en política, una justificación vinculada al bien común. Respecto a éste, las visiones son, a menudo, muy distintas; ello no impide que los políticos sean los primeros en apelar a él para justificar sus decisiones. Y precisamente esto demuestra que la política, aun siendo autónoma, no se construye por sí sola. Busca su legitimidad, no en los resultados alcanzados ni, bien mirado, en el mandato electoral, sino en el bien común, de todos y de cada uno, que está llamada a realizar.

Hoy vivimos en un contexto de pluralismo ético. No obstante, todos nos reconocemos en algunos principios morales de fondo, que están presentes también en nuestra Constitución republicana. Esto significa que se trata de un pluralismo “inquieto” que, por un lado, siente el reclamo de la libertad, pero, al mismo tiempo, nota el atractivo que ejerce la verdad. No es casualidad que la propia discusión política aborde, a menudo, temáticas de gran significado ético, no sólo de moral individual, sino también de moral pública. ¿No es esto indicio de un pluralismo “inquieto”? Pluralismo que testimonia, incluso en el conflicto de las interpretaciones y las valoraciones, que la política no se basta a sí misma y que los políticos están ahí por algo más que la política. Y que precisamente esto, el hecho de estar al servicio de otro distinto de uno mismo, es lo que da a la política su dignidad última.

Es aquí cuando entra en juego la fe, que abre tanto a la política como a la moral ventanas que ellas no podrían abrir por sí solas. En la vida humana, todo necesita ser salvado de los peligros de la involución que lleva dentro de sí. Si la política se radicaliza a sí misma, se transforma en técnica o en ideología. Si la moral se radicaliza a sí misma, se transforma en una serie de prohibiciones legalistas. El alcance de la fe cristiana puede ayudar a la una y a la otra -sin transformarlas en fe, pero dejándolas en su autonomía legítima- ofreciéndoles, sin embargo, un fin ulterior, un impulso de la conciencia hacia lo alto y hacia lo ancho, eco de una llamada que viene de un más allá y se dirige a un más allá. Esto no puede acarrear ningún daño a la política o a la moral, que no son negadas, sino confirmadas y, podríamos decir, “pueden respirar mejor”.

Me he detenido en estos tres pasajes -la política, la moral, la fe cristiana- porque esta relación que tienen de recíproca “purificación” representa uno de los puntos más interesantes de las enseñanzas de Benedicto XVI en este libro, aquí confirmadas por el Papa Francisco. De hecho, no es sólo la fe la que purifica la política y la moral, sino también lo contrario. Se trata de una circularidad virtuosa. En el famoso debate de 2004 con Habermas, el cardenal Ratzinger observaba que el nihilismo político tiene necesidad de la purificación de la fe, así como el fundamentalismo terrorista tiene necesidad de la purificación de la razón. Entre razón y fe hay circularidad.

La vida política de los representantes del pueblo, las decisiones de los legisladores destinados a ello por voluntad popular, representan un alto papel institucional, pero esto no significa que estén exentos de los problemas de conciencia; más bien al contrario, estos problemas, si podemos decirlo así, son más importantes aún. En la obra que presentamos hoy, también están presentes San Agustín y el Cardenal Newman, autores muy amados por los tres Pontífices partícipes en esta publicación. Los dos grandes pensadores, como bien sabemos, investigaron a fondo la conciencia humana, ofreciendo ideas incomparables también para la conciencia del político. La conciencia es el último tribunal de nuestra acción, pero no es el único. Benedicto XVI nos ha enseñado que la conciencia necesita una autoridad que ponga en marcha su anamnesis, la recuperación más profunda de su historia y de las propias motivaciones. El motivo último por el que se necesita la autoridad es que ésta nos induce a este proceso de verificación continua de la conciencia consigo misma. Ésta es la razón por la que en la Iglesia existe la autoridad eclesiástica; y es también el motivo por el cual, en la sociedad y en la política, existe otra autoridad que consiste en la verdad. El tribunal de la verdad al que Sócrates deseaba someter a sus propios jueces. Cuando la conciencia, también la del hombre político, se recoge en sí misma y se concede al proceso de la anamnesis -explica Benedicto XVI-, encuentra la verdad que habita in interiore homine; la verdad que unifica, mientras las opiniones dividen. La política es actividad y, a veces, activismo, pero al mismo tiempo siente la necesidad de esta mirada interior, porque el intelecto como el corazón conocen la verdad. El Papa Francisco, en el Prefacio del libro, indica muchas de estas verdades que, también para la política, deben permanecer tales: el respeto por la vida, la tutela de la familia, la búsqueda de la justicia para todos. La conciencia personal es también capaz de verlas cuando, en el ámbito político, sufre sacudidas y tirones; y cuando lo hace, se da cuenta que no lo hace sólo con el intelecto, sino también con el corazón. En su Prefacio, el Papa Francisco insiste mucho en señalar la importancia de una mirada de amor. A fin de cuentas, también reconocer la dignidad de la persona, el valor de la familia, de la vida humana, de la educación de los jóvenes según el bien y la virtud… son actos de amor, de amor por la verdad de las cosas que precede a los Parlamentos y las Constituciones. Hay algo que precede a la política -como he dicho anteriormente-, y el hecho que la política lo tenga en cuenta no implica su disminución, sino el reconocimiento de su honor y de su dignidad. En el famoso discurso al Bundestag de Alemania de Benedicto XVI en 2011, se decía, efectivamente, que la mayor virtud del político es la que Salomón le pidió a Dios: la sabiduría de saber guiar a los hombres en el bien, porque la política no es administración de las cosas, sino gobierno de los hombres.

El libro también incluye un texto inédito de Benedicto XVI sobre el tema de los derechos humanos y su fundamento, e indica el peligro de que la multiplicación de los derechos conlleve la destrucción de la idea de derecho, proceso que creo que es evidente en nuestros días. Los derechos humanos pertenecen al hombre como sujeto de derecho, pero para su legitimación presuponen los deberes que derivan del orden natural entendido como fin. En muchos casos, los derechos son, en cambio, radicalizados y, por lo tanto, multiplicados al infinito. Cabe preguntarse el porqué de esto. La respuesta principal que nos da Benedicto XVI en su texto inédito es que el plan natural ya no consigue mantenerse como tal y, por tanto, no consigue alcanzar sus fines naturales sin el plan sobrenatural. Sin la referencia al Creador, el orden natural se debilita y, poco a poco, se pierde de vista. Tesis que el Papa Francisco confirma en su Prefacio. Se crea aquí el papel público de la fe católica, que pretende honrar hasta el fondo las exigencias naturales de la persona y de la sociedad en cuanto “religión con rostro humano”, y pide que este papel le sea reconocido también por la política. Se trata de una petición -exigente- de libertad religiosa.

El libro que estamos presentando está lleno de contenidos y así hay que leerlo, pero es también heraldo de esperanza y como tal hay que valorizarlo. En las dificultades hodiernas, probablemente no distintas de las de otros periodos, pero más evidentes y vivas para nosotros, la política puede aún ser fuente de esperanza. Puede parecer temerario e imprudente afirmarlo, pero la fe es también capaz de trasladar a la vida política un “realismo cristiano” que consiste en no cerrar los ojos ante la realidad, incluso en sus formas más crudas, en no dejar de seguir todos los caminos que tenemos concretamente en nuestras manos para resolver los problemas y encontrar las soluciones justas y en no dejar de confiar en la ayuda de Dios, que es el Señor de la historia. El cristianismo es una religión de esperanza, como Benedicto XVI ha ilustrado bien en la encíclica Spe salvi. Ésa es una virtud teologal, pero no por eso deja de extenderse también en ámbitos que podríamos considerar profanos o laicos. Como he recordado en varias ocasiones, la política necesita presuposiciones que ella misma no sabe darse. Una de estas presuposiciones es, precisamente, la esperanza, que ha ayudado a tantos hombres políticos valientes a tomar decisiones contra su propio interés, empujándolos a grandes renuncias con tal de mantenerse fieles al bien del propio país y del propio pueblo. Esto les ha sucedido, no lo olvidemos, no sólo a hombres políticos creyentes, sino también a hombres políticos que, al menos de manera explícita (aunque sólo el Señor puede juzga lo que hay en la profundidad de los corazones), no expresaban una fe religiosa. La esperanza es un valor cristiano y es un valor humano. Es un valor humano que Cristo ha elevado a virtud divina. La fe religiosa da a la vida social muchas ayudas: una de éstas es precisamente la esperanza. Y el libro que estamos presentando contiene un mensaje de esperanza reconfortante y alentador para todos. También por esto estamos agradecidos al Papa Benedicto.

+ Giampaolo Crepaldi

Fuente: http://www.vanthuanobservatory.org/esp/mons-crepaldi-sin-la-referencia-al-creador-el-orden-natural-se-debilita-y-poco-a-poco-se-pierde-de-vista/