POLICÍA MUNICIPAL

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DISCURSO EN EL JUBILEO DE LA POLICÍA MUNICIPAL DE ITALIA

20 de enero 2000

Amadísimos hermanos y hermanas:

  1. Con gran alegría os doy una cordial bienvenida a cada uno de vosotros, miembros de la Policía municipal de Italia, que celebráis el jubileo en el día de la fiesta de vuestro patrono celestial, san Sebastián.

Saludo, ante todo, al cardenal Camillo Ruini, presidente de la Conferencia episcopal italiana, que ha presidido vuestra eucaristía jubilar. Saludo, asimismo, al señor ministro del Interior, honorable Enzo Bianco, a los alcaldes y a las autoridades presentes, a quienes agradezco su participación en este significativo e intenso momento de fe. Saludo también a vuestras familias y a todos los presentes.

Prestáis a la comunidad un servicio no fácil, pero indispensable, trabajando para asegurar el desarrollo ordenado de la vida en las ciudades. Contribuís a que los habitantes de los centros urbanos y del territorio circunstante respeten las leyes que regulan una convivencia serena y armoniosa; ayudáis eficazmente a las personas menos favorecidas y a los menores en sus dificultades; protegéis el medio ambiente, los bienes públicos y privados; y con una constante labor de prevención defendéis de forma significativa la misma salud de los ciudadanos. Asimismo, facilitáis la relación de las personas con la autoridad municipal y con sus oficinas. Y, en momentos de particular dificultad, vuestra presencia se convierte en vehículo de la solidaridad concreta de toda la comunidad.

Como es fácil intuir, eso implica una gran cantidad de trabajo, que requiere firmeza y abnegación al servicio del bien común, así como atención a las personas, sentido de responsabilidad, continua paciencia y espíritu de acogida para con todos. Son cualidades difíciles; por eso, es importante poder contar con la ayuda de Dios. 2. Desde esta perspectiva de fe, habéis venido hoy de diversas partes de Italia para celebrar el jubileo, que es tiempo de misericordia, durante el cual el Señor ofrece la oportunidad de recorrer un intenso itinerario de purificación interior y confirmación de los buenos propósitos. El creyente, reconciliado íntimamente con Dios, puede transformarse en auténtico artífice de paz con los hermanos y hermanas que encuentra en su camino.

Esta dimensión profunda y espiritual del acontecimiento jubilar debe llevar a cada uno a interrogarse sobre su compromiso real de responder a las exigencias de fidelidad al Evangelio, al que el Señor lo llama en su estado de vida.

El Año jubilar se convierte de este modo en una extraordinaria ocasión de examen personal y comunitario, con vistas a un renovado compromiso para la edificación de la nueva civilización que nace del Evangelio, la civilización del amor.

La certeza que suscitan en el cristiano las palabras del Señor:  “Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis” (Mt 25, 40) no puede por menos de inducirlo al correcto ejercicio de su profesión, como acto de amor a Cristo y al prójimo.

  1. Amadísimos hermanos y hermanas, el jubileo, invitando a cruzar la Puerta santa, símbolo de Cristo que nos acoge y nos introduce en la vida nueva, abre ante cada uno perspectivas de humanidad auténtica y de fe más firme en el ejercicio de las actividades profesionales diarias. De modo especial, os llama a respetar y hacer respetar la ley de los hombres cuando no está en contraste con la de Dios; os pide construir la armonía que brota del cumplimiento de los deberes diarios y de la eliminación de los conflictos entre las personas; os impulsa a haceros promotores de solidaridad en todas las circunstancias, especialmente con los más débiles e indefensos; y os exige ser custodios del derecho a la vida, mediante el compromiso en favor de la seguridad de la circulación vial y de la incolumidad de las personas.

Ojalá que en el cumplimiento de esta misión tengáis siempre presente que Dios ama a todas las personas, que son sus criaturas y merecen acogida y respeto. Todo ser humano encierra en sí un patrimonio de ternura y esperanza, que a menudo, por desgracia, la injusticia y los abusos menoscaban. Todos estamos llamados a tratar a los demás con benevolencia responsable, porque sólo el amor que nace de Dios es capaz de transformar y hacer crecer a la persona.

Que la gracia del jubileo renueve el espíritu de fe con que os dedicáis a vuestra profesión, impulsándoos a vivirla con mayor atención, entrega y generosidad. 4. Estoy seguro de que, si actuáis así, además de descubrir la importancia de vuestro valioso servicio a los ciudadanos, experimentaréis que se os ha confiado una misión educativa que, garantizando la calidad de la convivencia ciudadana, construye una comunidad más acogedora y serena para todos.

Con estos deseos, invoco sobre vuestras personas y sobre vuestro trabajo la asistencia divina, para que seáis auténticos artífices de concordia y justicia. Os acompañe en el trabajo diario vuestro patrono, san Sebastián, que supo conjugar admirablemente la fidelidad a Dios con la fidelidad a las legítimas leyes del Estado, y aceptó entregar su vida y sufrir el martirio para realizar los valores perennes, que había aprendido en el seguimiento de Cristo. Que su ejemplo os anime y sostenga siempre.

Os encomiendo a la protección materna de la Virgen santísima y de buen grado os imparto a cada uno de vosotros, a vuestros colegas y a vuestras familias una especial bendición apostólica.