Transhumanismo: la extinción de los cementerios

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El progreso técnico no nos puede hacer olvidar la dignidad humana.

Mataremos a la muerte. Ya no seremos viejos ni sabremos qué es el dolor. Nadie sufrirá tendencia a la depresión, y todos disfrutaremos de una inteligencia insuperable. Respiraremos bajo el agua. Veremos a oscuras. Aprenderemos a tocar el piano en cinco minutos, y hablaremos en japonés en diez. Estas consignas del transhumanismo ya no arrancan sonrisas condescendientes, sino que nos dejan pensativos, por no decir atónitos y desconcertados. Si todo eso se consiguiera, ¿qué pasa? Y no en referencia sólo a nosotros, sino con los más vulnerables, con personas con otras capacidades, con gente sin posibilidad de decidir. El transhumanismo, como movimiento filosófico y cultural, hijo del capitalismo individualista más disruptivo, tiene cada vez más adeptos. Acariciar la idea de deshacernos de nuestros cuerpos finitos, enfermos y destinados a la muerte, tiene su atractivo. Y su peligro.

El transhumanismo preconiza el uso de la tecnología para mejorarnos. No hay que decir que ante cualquier deficiencia severa, bienvenida es toda mejora que trascienda los límites. No obstante, mejorar en capacidades emotivas, intelectuales, físicas, incluso morales, ¿es deseable a cualquier precio? Los transhumanistas convencidos ven que la tecnología puede acabar con el padecimiento e incluso con el envejecimiento y la muerte. Pero, por desgracia, no todo aquello que la técnica hace posible es éticamente aceptable de manera automática. El progreso técnico no nos puede hacer olvidar la dignidad humana.

Los posthumanistas ya van más allá de la idea de transhumanos, y ven a estos individuos mejorados como “otra cosa”. Ya no son humanos, sino posthumanos, otra especie. Durante un tiempo, preconizan, conviviremos humanos, transhumanos y posthumanos. Los dos primeros nos extinguiremos. Y vendrá otra cosa. Y no pasa nada. Cada vez que oigo hablar a los expertos en transhumanismo salgo con la ambivalente sensación de inquietud y esperanza. Esta semana ha sido con el abogado y urbanista Albert Cortina, que ha participado en un afterwork en Blanquerna sobre estas cuestiones. Cortina se pregunta si ya estamos ante la singularidad tecnológica que dará lugar a un salto evolutivo irreversible del género humano hacia el posthumano, y se cuestiona el papel que la ética, la democracia y también la espiritualidad tendrían en este escenario que a algunos les parece todavía de ciencia-ficción pero que en Oxford o en Silicon Valley, en California, ya está ocupando a los científicos desde hace años. Cortina, que asesora a gobiernos sobre gestión de las ciudades y del paisaje, es coautor con Miquel-Ángel Sierra, doctor en biología y experto en neurociencia, del libro Humans o posthumans? Singularitat tecnològica i millorament humà, en Fragmenta. Los autores dedican el libro a sus hijos y les dicen “no tengan miedo”. Son moderadamente optimistas y quieren transmitir confianza en el ser humano, respeto por su dignidad, y apelan a la responsabilidad y a la esperanza ante los nuevos retos. No los asusta llegar a una nueva dimensión de la conciencia en que podríamos incluso ser inmortales. Pero advierten del peligro de perder la centralidad de la persona, un concepto que queda expuesto de manera total en la nueva singularidad tecnológica.

Antonio Diéguez, en “Transhumanismo. La búsqueda tecnológica del mejoramiento humano”, nos hace una advertencia, y es que en este panorama hay que situar muy bien el debate para fundamentar las ideas, algunas de ellas francamente poco factibles o poco deseables. Como buen filósofo de la tecnología, es crítico pero reconoce los usos positivos de la biotecnología para la mejora humana.

La maquinaria posthumanista no se detiene. Ray Kurzweil, el ingeniero de Google para quien la “singularidad” está muy cerca, nuestra especie está a punto de una evolución artificial sin precedentes. Los implantes cibernéticos mejorarán a los seres humanos, que interactuarán con las máquinas. Nick Bostrom, filósofo, ve en el transhumanismo un movimiento intelectual, cultural y científico que afirma el “deber moral” de mejorar las capacidades físicas y cognitivas de la especie humana, y que puede llevar a eliminar el padecimiento, la enfermedad, el envejecimiento e, incluso, la condición mortal. La gran batalla de los transhumanistas y posthumanistas es vencer a la muerte. La muerte no se ve como un destino sino como un problema “técnico”. La cuestión también plantea muchas preguntas a las religiones: si no hay más allá, algunas de las narrativas espirituales se tienen que reformular. Habría que debatir más y mejor sobre estos temas fascinantes y amenazadores que configuran las utopías de moda. Nos va mucho en ello. Nos va todo.

Miriam Díez. El Nacional. Junio 2017