Un montón de piezas, no podemos decir que es un automóvil, aun cuando en aquél no falte ninguna de las que éste necesita. Un automóvil es algo ordenado en el que cada pieza está cumpliendo una misión del conjunto. El juego del ajedrez no puede realizarse si no es con sujeción a unas leves en virtud de las cuales cada pieza ha de empezar colocada en un determinado lugar, avanzar en tal dirección y con unes movimientos concretos de cada una de ellas y todas cumplen una misión del conjunto, cuyas reglas admitimos como matemáticas.

De tal modo es indispensable este orden que, alterado, no podremos lograr el fin que con estas piezas se ha pretendido. No habrá automóvil si cada pieza no ocupa su puesto. No habrá juego si las piezas no se mueven sujetas a leyes. Esto fácilmente se comprende. A nadie se le ha ocurrido dudar de ello. Se tendría por loco a aquel que no admitiera este ordenamiento y pretendiera obtener resultados satisfactorios con un obrar caprichoso.

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Una fábrica necesita un orden en el trabajo, colocando también unos hombres al lado de la máquina. Y no cualquier hombre, sino el especialista de aquella actividad. El peón, el carpintero, el agricultor, harían mal papel ante un tomo, una fresadora o una prensa.

El ingeniero que pretendiera colocar fuera de sus puestos a los diversos obreros de una complicada industria, ya podemos calcular los resultados tan funestos que traería este desconcierto.

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Leyes matemáticas rigen el Universo, y su exactitud la comprueban a diario los observatorios con sus múltiples aparatos. La Tierra, como cuerpo físico, formando parte de ese Universo, también está sujeta a sus leyes. Los distintos seres y sus diversas especies, comprobamos que también la tienen. Y las tiene el hombre no sólo en sí mismo y para su provecho individual, sino también tiene una misión del conjunto.

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Todo esto lo admitimos fácilmente: sin embargo, obramos como si para el hombre no hubiera un plan de Dios en la ordenación del mundo. No creemos en esta misión de cada hombre. Nos parece bien que un ingeniero tenga buen cuidado de escoger los especialistas adecuados para cada trabajo de su fábrica. Esto es lo sensato. Pero para la gran fábrica del mundo, tan complicada, tan diversa, pensamos que Dios pude ser menos previsor, y que en vez de escoger para su empresa los hombres idóneos, los manda al mundo caprichosamente, para que nosotros nos las apañemos como queramos, que para eso somos los amos.

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Y consecuentes con esta forma de pensar, decimos que para nosotros no hay talento, no hay inteligencia, más que entre los que tienen posibles económicos, aunque admitimos, claro está, la excepción de algún caso raro de gente pobre. De este modo nos tranquilizamos un poco.

¿No parece que esto pueda ser una ofensa a Dios? Su providencia no puede haber fallado en este caso. El sabe lo que necesita el mundo y crea los hombres con un fin, con una misión particular con unas cualidades específicas. En una palabra: Él surte al mundo de los especialistas que le son necesarios para que se cumpla y para que pueda ser realizable.

Pero su plan, amplio y generoso, se ve defraudado por el capricho de los hombres. Y la fábrica no marcha.

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En el mundo hay muchos que pudieron ser buenos médicos, preclaros gobernantes, excelentes ingenieros, admirables sabios de la ciencias y las letras; pero son seres que les ha tocado nacer en el arroyo y no en cuidados hogares. Son inteligencias escondidas, cuya claridad jamás será admirada. Su talento continuará desconocido entre los fuegos de un alto horno, entre los chirridos de un torno, los barrenos de una cantera o junto a las bestias del campo.

Y pudo ser un Arquímedes, un Edison, un Pasteur, un Leseps, porque así lo había querido el Creador, pero por el capricho de los hombres, por una sociedad que ha olvidado que el talento nos lo reparte El a la puerta de la universidades, no darán a la Humanidad el fruto de su talento y de su ciencia.

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Y la sociedad sufre las consecuencias de su pecado. ¡Quién sabe si el cáncer no fuera ya temible, ni la radioactividad una esperanza, ni la energía solar un sueño, ni el orden social una quimera!

Tal vez los que habrían de resolverlo están hoy picando piedra, batiendo cemento o cavando la tierra, y otros eran los que estaban destinados a estos fines, he aquí una faceta de los cimientos que habrán de ponerse al mundo mejor que se pregona.

(Boletín 188)

 

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