Mensaje de Guillermo Rovirosa a la VI Semana Diocesana de la HOAC de Tarragona (1957)

Queridos amigos: El asistir a esta última reunión de vuestras Semanas Diocesanas ya era para mí una costumbre que me infundía optimismo y ánimos para continuar en la tarea que la Jerarquía nos ha encomendado y a la que estamos entregados.

La necesidad ineludible de empezar esta misma tarde un Cursillo apostólico en el Santuario de Nuestra Señora de Queralt me obliga a ausentarme de la querida ciudad de Tarragona pocas horas antes de empezar esta reunión. Pero…, ¿y el compromiso?, quizá alguno diga. Efectivamente, yo tenía el compromiso de estar ahora con vosotros, representando a la Comisión Nacional, compromiso que no era una carga para mí, sino un gran gozo.

Pero éste, con ser un compromiso, no era un compromiso supremo al que todo tenga que sujetarse. Para mí, para todos nosotros, el compromiso supremo estriba en servir a Dios donde y cuando El reclame nuestro servicio. Claro está que yo no he tenido ninguna revelación de Dios, indicándome su voluntad de que ahora estuviera viajando hacia el Pirineo, en vez de estar en Tarragona. Ni hacía ninguna falta tal revelación para discernir en este caso la voluntad de Dios.

En primer lugar, mi presencia aquí puede representar, en todo caso, una efusión de corazones que se aman y un nuevo aliento para mí y, posiblemente, para vosotros, para reanudar la marcha que desembocará en vuestra VII Semana Diocesana. Pero todos vosotros ya sois de Cristo, ya lo habéis encontrado en su Iglesia, no se trata para vosotros de vida o muerte, sino de continuar la marcha emprendida. En cambio, el Cursillo de Queralt tiene otro signo. Allí casi todos los asistentes se han olvidado (en el mejor de los casos) de su Bautismo y de su Confirmación, para ellos sí que es cuestión de vida o muerte, al menos en estos momentos. Y se planteó la cuestión en tal forma que si yo no iba a dirigirlo, en la parte seglar, el Cursillo había de suspenderse. ¿Cuál creéis, en este caso, que es la voluntad de Dios?

Pero, para mí, personalmente, hay otro aspecto que me hace ver con más fuerza todavía cuál es la voluntad de Dios en este caso, y es el sacrificio. Las dos cosas son servicio de Dios y de su Iglesia, estoy seguro. ¿Cuál es la que prefiere Él que yo haga? La respuesta es segurísima: la que más me cueste. Para mí era mucho más agradable estar hoy con vosotros y mañana o pasado, marcharme unos días a Montserrat a prepararme para el Cursillo, que empezará en Vich el 5 de mayo, que el dar dos cursillos sin interrupción. Por eso no dudé. Por eso voy confiado, porque llevo a este Cursillo un poco de sacrificio y, si, para vosotros, mi ausencia pudiera representar algún sacrificio, os pido que os alegréis y lo juntéis al mío y ambos juntarlos a la Cruz de Cristo, pidiendo que toda la fuerza de su sangre redentora caiga como ascuas sobre las frentes de los cursillistas y haga nacer para la Iglesia nuevos militantes obreros que amen, a su vez, el sacrificio.

Pero mi presencia entre vosotros no debía consistir en una simple presencia, sin más, sino que, en vuestro programa, figura una intervención mía, precisamente en estos instantes. Tenía que deciros algo, y ya que no puedo hacerlo con mi voz escribo lo que tenía que deciros para que oigáis mis palabras a través de una boca amiga de todos: vuestra y mía.1

Vivir la Gracia

Quisiera hablaros de la tercera dimensión del hombre, que es la Gracia. No de una manera doctrinal, que esto no me compete, pero sí bajo el punto de vista de la lucha por la promoción obrera, en la que todos estamos comprometidos.

Afortunadamente, la Gracia está hoy a la orden del día. No es que la Iglesia haya descuidado nunca este elemento esencial del cristianismo, como lo prueba el puesto de honor que han mantenido siempre los sacramentos; lo que pasa es que los que lo que habíamos descuidado éramos los fieles y los resultados eran muy poco brillantes. Afortunadamente, en la HOAC este don divino ha sido siempre valorizado, así como en el resto de la Acción Católica y otras instituciones de seglares, en la Iglesia, destacando, de una manera particular, en estos últimos tiempos, los Cursillos de Cristiandad. Sí, hoy los temas de la Gracia están en el ambiente, gracias a Dios.

Este hablar, este pensar, este tratar de vivir la Gracia hace que hoy sean corrientes ciertas nociones e ideas que hace sólo veinte años eran únicamente familiares para un reducido número de personas y hará que lo que voy a deciros no tenga ningún carácter de novedad, sino que se os presente como una consecuencia exigida por todo lo que a este respecto ya sabéis.

Vamos a entrar en materia.

Se dice y se repite, desde hace muchísimos años, que el hombre, como caso único, en toda la creación, es el ser dotado de cuerpo y alma. Y esto es verdad, ¡evidentemente!; lo que pasa es que… no es toda verdad. En este universo en que vivimos, el hombre, para ser completo, además de cuerpo y alma ha de poseer la Gracia.

Los teólogos, que son los que entienden de estas cosas, discuten entre ellos sobre si Dios pudo crear un universo puramente natural, en el que los hombres no tuvieran más que un cuerpo y un alma puramente naturales. Pero todos, todos están de acuerdo para afirmar que este universo (y, de momento, no podemos trasladarnos a otro) no es puramente natural, sino que su característica es el ser sobrenatural y teológico, ya que Dios anda y se mueve constantemente en él, primero por la Creación y después, por la Encarnación y la Redención.

Así nos consta que creó Dios al hombre: con un cuerpo, un alma y su Gracia.

La tragedia fue que, después del pecado original, ya la cosa cambió radicalmente en la tercera dimensión y el hombre ya no fue la resultante de cuerpo, alma y Gracia, sino de cuerpo, alma y pecado.

Este ser divino, que nuestros primeros padres pudieron expulsar de su constitución personal dando entrada al pecado (y nosotros renovamos lastimosamente aquel triste privilegio), ningún hombre era capaz de volverlo a traer; únicamente podía hacerlo Dios y lo hizo, de la manera milagrosa y admirable que nos pasma en la Encarnación y la Redención, con lo que empezó a restaurarse lo que había perecido.

¿En qué situación se encuentra (en este mundo en que vivimos; no tenemos otro) el hombre completo, formado por cuerpo, alma y Gracia, y el hombre incompleto, sólo con cuerpo y alma? En primer lugar, hay que afirmar que el hombre con sólo cuerpo y alma no existe, ya que todo ser humano, al nacer, lleva consigo cuerpo, alma y el pecado de origen.

Vemos el santo (y cualquiera de ellos es prototipo completo) viviendo en armonía con todo el universo y con todos los hombres, aun con aquellos que le persiguen y maltratan. El universo le viene exactamente a su medida y todos los seres de la creación le son motivo de gozo para alabar y dar gloria a Dios. Si la salud le es un don magnífico de Dios, también le es una caricia de Dios la enfermedad; así la prosperidad como la adversidad, el crédito como la difamación, todo son notas que se conjugan en su cántico fervoroso a la gloria de Dios, creador de tanta belleza y de tanta bondad. El dolor y el sacrificio le aparecen como los instrumentos maravillosos de la restauración del mundo en Cristo; restauración a la que Dios le llama, ¡oh, prodigio!, no como simple espectador de tanta grandeza, sino como colaborador. ¿Pudo soñarse jamás en tal exaltación?

La lucha por la existencia

El hombre sin la Gracia, en cambio, no solamente está en este mundo como un extranjero al mismo, sino como un enemigo, todo le es hostil. Y su actitud no puede ser otra que la lucha; lucha con los elementos, lucha con la naturaleza, lucha con los otros hombres. Lo que se suele llamar la lucha por la existencia. En esta lucha, a veces, el hombre vence a los elementos y vence a la naturaleza y vence a otros hombres (ahí está el progreso técnico y ahí está el materialismo, en todas sus formas), pero son siempre tristes victorias de un día, pues los vencidos se revuelven siempre con mayor enemistad contra el vencedor. Cada nueva victoria está preñada con una nueva derrota.

El hombre sin la Gracia lucha contra todo y contra todos…, menos contra su propio pecado y lo que favorece su pecado. El santo, en cambio, colabora con todo y con todos…, menos con sus propias concupiscencias, contra las que lucha sin descanso veinticuatro horas cada día, mediante el arma divina de la Gracia y contra el pecado del mundo.

Un autor español, en un libro titulado Las siete columnas,3 demuestra que quien hace marchar el mundo, en los negocios, en la paz y en la guerra, en las relaciones, en el progreso… son los siete pecados capitales. No le falta razón; lo que no dice es si el mundo marcha hacia adelante o hacia atrás. No creo que haya lugar a demasiadas dudas sobre esto.

Y aquí viene el punto que quiero acentuar, haciéndome eco de aquella voz y de aquella boca que, durante años, fue el guía de la HOAC. Aunque ciego, no fue un guía ciego: fue nuestro guía de la luz divina. Me refiero, ya lo habéis adivinado, al querido e inolvidable don Eugenio Merino. ¿Quién no lo recuerda todavía con pasmo cuando nos hablaba de la Gracia y de los Dones del Espíritu Santo?

Las Gracias, nos decía, todas son combativas. No se nos dan simplemente para que las tengamos y poderlas presentar a la hora de rendir cuentas. Hay que hacerlas fructificar. ¿Cómo? Luchando para que sobreabunde la Gracia donde sobreabunda el pecado. Y al que lucha se le da Gracia por Gracia. Pero sólo al que lucha.

Pero Dios no creó al hombre para que anduviera cada uno por su lado y se las arreglara como pudiera, como pretende el liberalismo en que vivimos, ni lo creó tampoco como pieza de un rebaño, como pretenden los marxistas.

El hombre que creó Dios (y son los únicos que existen) tiene dos facetas, tan esencial la una como la otra: la faceta personal y la faceta social, cada una de ellas ayudando al perfeccionamiento de la otra.

Se comprende que el ambiente individualista que ha señoreado en el mundo hasta ahora, haya influenciado incluso el sentido religioso y se haya llegado a la conclusión de que lo único que importa es salvar el alma, cuando la verdad es que el salvar el alma no es lo único importante, pero ni siquiera lo más importante. San Ignacio (y con él, toda la teología) no nos dice, como principio y fundamento, que Dios creó al hombre para que salvara su alma, sino que dice, textualmente: El hombre es criado para alabar, servir y hacer referencia a Dios Nuestro Señor y mediante esto, salvar su ánima. Toda la Creación alaba, sirve y hace reverencia a Dios Nuestro Señor, cada ser, según su propia naturaleza; únicamente el hombre tiene el privilegio de hacer libremente lo que todos los demás seres de la

Creación hacen por necesidad. Y aunque no hubiera cielo ni infierno, ni alma que salvar, el hombre debería alabar, servir y hacer reverencia a Dios Nuestro Señor como ley de su existencia, en este universo.

Semilla de vida eterna

Todavía son muchos los que ponen la meta del cristianismo en el ideal de que Cristo reine en todos los corazones; pero este ideal es solamente la mitad del ideal, puesto que solamente se fija en el aspecto individual de la persona humana y hace caso omiso de su aspecto social. Esto desemboca necesariamente en el escándalo de desconectar la religión de la vida, afirmándose que una cosa es Dios y otra el negocio, o la política, o la diversión, o la justicia, etc.

La Gracia no la inventó Dios para la muerte, sino para la vida; para que la vida temporal fuera semilla de vida eterna, para aquellos que luchan el buen combate del bien contra el mal, en los dos frentes en que esta lucha está entablada, desde el pecado de origen hasta el fin del mundo: en el frente interior del propio corazón y en el frente exterior de las instituciones humanas, que tanto pesan sobre el destino de cada persona.

Durante siglos ha podido creerse que lo único importante era el aspecto individual de la religión, pensando que, si todos eran buenos, las instituciones también lo serían. Pudo caerse en esta limitación mientras las agrupaciones eran pequeñas y cerradas. Y así puede verse que casi toda la ascética cristiana mira solamente al individuo y se desentiende de las colectividades, si se exceptúa la familia y la escuela, y no cabe duda de que el Reino de Dios tiene que ver también en la industria y en el comercio, en la política y en la cultura, en las diversiones y en el arte, en una palabra: en todo lo colectivo, además de lo individual.

Ahora nos damos cuenta de que los criterios que presiden lo colectivo, en la vida seglar, no son criterios cristianos, sino criterios paganos que hallaron su expresión en el llamado derecho romano que era (y es) la expresión legal del paganismo. Puede decirse que la ideología pagana se derrumbó frente a la ideología cristiana y, en el terreno de las ideas (lo cual, sin duda alguna, tiene grandísima importancia), la victoria del cristianismo fue indudable, pero quedan en pie la naturaleza pagana de cada hombre pecador y la legalidad pagana de las instituciones. Vemos aquí, de nuevo, el doble frente de combate a que me refería hace un momento y para los que la Gracia nos es indispensable como instrumento único para la victoria: el interno (para transformar la naturaleza pagana de cada recién nacido) y el externo para transformar la legalidad de raíz pagana en una legalidad de raíz cristiana.

¡Qué bien se comprende ahora la repetida frase de Su Santidad Pío XII cuando dice que hay que renovar este mundo desde sus cimientos! Porque son precisamente los cimientos sobre los que descansan todas las instituciones los que son falsos, por ser de origen pagano. Esta es la gran tarea de nuestros tiempos. Antes pudo creerse que con ir modificando ciertos detalles se podía neutralizar la influencia de las instituciones sobre los individuos, pero hoy la historia contemporánea nos hace ver, con demasiada claridad, que no es cuestión de detalles, sino que hay que ir a la raíz de los cimientos.

Algo de esto es lo que intentan hacer los comunistas, aunque en sentido opuesto al que propugna la Iglesia. Los comunistas quieren renovar la sociedad desde los cimientos paganos, fundamentándola en cimientos ateos, y las catástrofes que están provocando en el mundo ponen más en evidencia la necesidad, mejor dicho, la urgencia de que los cristianos nos decidamos, por fin, a salir de la solución de comodidad de los emplastos calientes y nos decidamos, de una vez, a querer renovar esta sociedad desde sus cimientos, para transformar este mundo, primero, de salvaje en humano y después de humano en divino. Digo después, no porque una cosa vaya después de otra, ya que han de ir simultáneas, todo a base de la Gracia, que para esto precisamente se nos da. Lo de salvar el alma es la consecuencia de esto, según San Ignacio.

La dimensión social de la Comunión

Aquí entramos de lleno en la Comunión; en este sentido de comunión que es esencial al cristiano que quiere ser (y es) la base y la fuerza de los Equipos de la HOAC. Comunión del hombre con Cristo y para lograrla ahí está toda la ascética cristiana y la unión de unos hombres con otros, en Cristo, la cual exige una nueva ascética del Cuerpo Místico, que se inició con la publicación de la famosa Encíclica,(Mystici Corporis Christi, de Pío XII, de 29 de junio de 1943) durante la última guerra mundial, y a la que hay que referirse constantemente en esta dimensión social de la Comunión cristiana y que circunstancias históricas, fácilmente comprensibles, han mantenido en la penumbra durante siglos.

En la Comunión (tanto en la sacramental como en la Comunión de los Santos o Cuerpo Místico) hay dos fases en las que no suele pensarse y, a veces, se las confunde. La primera fase puede expresarse con la imagen de los granos de trigo que, molidos y mezclada su harina, dan materia para la hostia, sin la cual no hay Eucaristía. La otra fase puede expresarse con palabras de San Pablo a los Corintios: Puesto que no hay más que un solo pan, todos nosotros formamos un solo cuerpo, ya que todos participamos de este único pan.

Se ve en seguida que se trata de la misma unidad, pero mirada en dos aspectos diferentes. En el primer aspecto, la unidad es la condición previa. Antes los granos de trigo existían separados, cada uno por su cuenta, pero al triturarse para convertirse en harina han sido aptos entonces (y solamente entonces) para proporcionar una hostia al sacrificio. Esta unidad, por consiguiente, debe preceder al sacrificio.

En el segundo caso, San Pablo ya no se refiere a lo previo, sino a las consecuencias. El parte del hecho de que puesto que no hay más que un pan…, para decirnos, como consecuencia, que todos formamos un solo cuerpo, ya que todos participamos de este único pan.

La Comunión como meta de la unidad y como punto de partida para la unidad. El círculo se cierra y ahí está nuestra fuerza para realizar aquella unidad que emule la de las Divinas Personas y que el Señor, en la última cena, pedía al Padre para los suyos. Comunión sacramental, para ir a la Comunión vital y Comunión vital para ir a la Comunión sacramental.

Esta Comunión de vida ha estado demasiado olvidada en estos siglos individualistas y solamente los santos la han tenido siempre en honor pero, para el común de los fieles, casi carecía de significado. Esto puede explicar, en parte, la decadencia de la liturgia, ya que ésta expresa la Comunión de vida de los fieles en su relación colectiva con Dios, que carece de sentido cuando se piensa que la religión afecta solamente las relaciones del hombre con Dios, pero que tiene poca cosa que ver en las relaciones del hombre con el hombre.

Ahora bien, si utilizamos una vez más el símil guerrero, podremos decir que para los luchadores de Cristo la Comunión sacramental es comparable al alimento y al armamento de los soldados, mientras que la liturgia sagrada es como la instrucción que hace de los soldados, no una masa informe, un montón, sino algo orgánico, cuyas partes se mueven, en cada momento, en función de un todo.

Pero, en esta comparación, en la que he expuesto una semejanza, hay también una diferencia radical, que me parece que se olvida con demasiada frecuencia. Esta diferencia consiste en que los soldados de los ejércitos están alimentados, armados e instruidos para la guerra, pero habitualmente no hacen la guerra (¡gracias a Dios!); en cambio, la guerra incruenta (aunque no siempre incruenta) de los soldados de Cristo dura veinticuatro horas cada día, sin tregua ni descanso. El gran error de muchos cristianos me parece que consiste en creerse en paz con el mundo, con el demonio y con la carne y dedicarse sólo a los desfiles y maniobras inofensivas, como los soldados en tiempo de paz.

La Gracia no se nos da para tenerla bien conservadita para cuando haga falta: la hora de la muerte, sino para usarla en la lucha de cada momento. En esta lucha, sin embargo, el hombre solo padece una debilidad extrema, aun con la Gracia, puesto que el mismo Espíritu Santo repite: ¡Ay del solo! y esta maldición Jesucristo no la levantó, antes bien, la confirmó con sus hechos y su doctrina. Ciertamente que el hecho de morir es el más individual de todos, mucho más que el nacer, y si la Gracia sirviera sólo para bien morir, el individualismo religioso podría estar justificado. Pero la Gracia se nos da para vivir como Dios quiere que vivamos, venciendo las tres concupiscencias y, siendo ello así, la Comunión vital de todos con otros cristianos nos es indispensable.

La doble Comunión

Seguramente que algunos de los presentes terminaréis este año las tareas formativas del Plan cíclico, a las que habéis dado más o menos importancia. Lo verdaderamente importante no es que hayáis hecho estupendamente los ejercicios del Plan cíclico (que hace diez años no existía y, posiblemente, dentro de un tiempo sea superado por otros métodos). Lo verdaderamente importante es que los equipos que salgan del Plan cíclico vivan intensamente la vida de la Gracia, bajo el signo de la doble Comunión: la Comunión sacramental y la Comunión de vida; la primera para la lucha en el frente interior de las propias concupiscencias y la segunda para la lucha por un mundo mejor, cada equipo según su situación y según las circunstancias en que le haya colocado la providencia divina.

Para los criterios materialistas, el valor fundamental es el número y se espera en el éxito cuando se dispone de número de socios, de pesetas, de esto, de lo otro y de lo de más allá. Pero, para el criterio sobrenatural, el valor decisivo no es el número, sino la fidelidad. No es que el número no tenga importancia; lo que digo es que no es lo más importante y nunca hay que sacrificar un valor inferior a otro superior.

Un equipo fiel a la Gracia tiene ante sí unas posibilidades indefinidas; la omnipotencia de Dios busca manifestarse en los que le aman, y si por vosotros no queda, por Él no quedará.

La prenda de la fidelidad la tendréis en la Comunión sacramental y en la liturgia, valorizando ambas cosas cada vez más. ¿Creéis que comulgar cada día tiene poca importancia? Si encontráis tiempo, lugar y medios para hacer cada día tres comidas naturales (que suelen durar más de media hora), ¿es excesivo pensar en buscar media hora diaria para el Gran Banquete de Bodas? Saboreando las excelencias de la sagrada liturgia, a través de la cual el corazón de piedra se reblandece y se hace un solo corazón con el Corazón de carne de Cristo; viendo en el equipo la célula de la Iglesia que os hace Cuerpo Místico de Cristo.

Fidelidad a Cristo; ésta es la pieza fundamental de los que viven en Gracia. Pensar que, desde toda la eternidad. Dios tiene un plan maravilloso y espléndido que nos lo ha revelado con las Escrituras, que nos lo precisa con el Magisterio de la Iglesia y que nos lo manifiesta con los acontecimientos pequeños y grandes de la vida. Fidelidad a este plan grandioso de Dios. El método de encuesta, la revisión de vida obrera, la acción en equipo, todo cuanto hay en el Plan cíclico no quiere ser otra cosa que un entrenamiento para que los hoacistas puedan ser fieles, en todo momento, al Plan de Dios. Que nuestra oración permanente pueda ser ésta: que se haga la voluntad de Dios y no la mía; que se haga la voluntad de Dios en la tierra como en el cielo.

Para ello es menester que nuestros planes no sean nuestros planes, sino que sean nuestra versión del plan de Dios; entonces el éxito es seguro. Tanto si los hombres nos comprenden y nos felicitan, como si nos calumnian y maltratan. La fidelidad es nuestra garantía.

La abertura mutua que habéis aprendido a practicar os ayudará enormemente a esta fidelidad, ya que es el paso decisivo para la Comunión de vida, ayudándoos mutuamente en la escalada del Monte Santo.

¡Esto marcha!

Con mi adiós, voy a daros mi impresión de la Obra, a través de mi peregrinar por todas las tierras de España. ¡Esto marcha! Me parece que cada vez veo más clara una bendición y una Providencia especial de Dios para nuestra Obra, que se pone de manifiesto, no en cómo crece sino en cómo Dios dificulta su crecimiento. Esto parece un contrasentido y voy a tratar de explicarme.

Desde que la HOAC empezó, todos hemos querido que crezca y se desarrolle. Esto es natural, pero lo que no es tan natural es que casi siempre busquemos el crecimiento dando preferencia a lo natural frente a lo sobrenatural. Y ahí es donde observo esta Providencia especial, al ver cómo solamente se consolida la HOAC en los lugares y en los momentos en que su base es la fidelidad a la Gracia. Viendo cómo Dios nos prueba la fidelidad, en cada momento y en cada lugar y no permitiendo nunca, nunca, nunca, que el éxito aparezca en lo que sea obra de hombres. Hoy hay muchos desengañados de la HOAC; eso es lo que dicen ellos. Pero, en realidad, de lo que deberían estar desengañados es de su propio engaño; se engañaron al buscar en la HOAC otra cosa que vivir la Gracia con todas sus consecuencias. Gracias a Dios, la unión de los hoacistas con Cristo y de los hoacistas entre sí aumenta a ojos vistas. Esta es mi gran esperanza.

¿Que esto va muy despacio? ¿Y qué? ¡También las personas crecen despacio, pero crecen si tienen vitalidad!

No es tarea cómoda la nuestra, no. Los que nos miran desde la barrera nos critican en todos los sentidos. Los unos nos dicen que exageramos hacia levante y los otros hacia poniente. Desconfían de nosotros los de arriba, los de abajo, los de la derecha y los de la izquierda. Pero nosotros confiamos en Cristo y en su Iglesia, que nos ha mandado donde estamos.

Confianza y fidelidad. A base de esto, cuantas más dificultades e incomprensiones (no imputables a intenciones torcidas) se presenten… ¡mejor! Cristo venció al mundo y nosotros con Él si somos fieles.

Excusadme, queridos hoacistas. Todo esto que habéis oído lo escribí más con el corazón que con la cabeza. Está desordenado. Ya lo sé. Pero también sé que os quiero y también sé que me queréis. Y estoy seguro de que no criticaréis mi estilo y mis dotes de escritor (que me gustaría mucho tenerlos) sino que veréis en estas palabras que os están leyendo la expresión de un afecto hacia vosotros, un abrazo efusivo de todos los hoacistas españoles a sus hermanos de Tarragona y un grito de alegría y de confianza: La HOAC va mal, pero… ¡va! Su porvenir está en nuestras manos y depende de nuestra fidelidad a la Gracia. ¡ADELANTE!