DEPORTISTAS

1102

HOMILÍA EN EL JUBILEO DE LOS DEPORTISTAS

Domingo 29 de octubre de 2000

  1. “Ya sabéis que en el estadio todos los atletas corren, aunque uno solo se lleva el premio. Corred así:  para ganar” (1 Co 9, 24).

En Corinto, a donde san Pablo había llevado el anuncio del Evangelio, había un estadio muy importante, en el que se disputaban los “juegos ístmicos”. Por eso, muy oportunamente el Apóstol, para estimular a los cristianos de aquella ciudad a comprometerse a fondo en la “carrera” de la vida, alude a las competiciones atléticas. En el estadio -dice- todos corren, aunque sólo uno gana:  corred así también vosotros… Mediante la metáfora de una sana competición deportiva, pone de relieve el valor de la vida, comparándola con una carrera hacia una meta no sólo terrena y pasajera, sino también eterna. Una carrera en la que todos, y no sólo uno, pueden ganar.

Escuchamos hoy estas palabras del Apóstol, reunidos en este estadio Olímpico de Roma, que una vez más se transforma en un gran templo al aire libre, como sucedió con ocasión del Jubileo internacional de los deportistas, en 1984, Año santo de la Redención. Entonces, como hoy, es Cristo, único Redentor del hombre, quien nos acoge y con su palabra de salvación ilumina nuestro camino.

A todos vosotros, amadísimos atletas y deportistas de todo el mundo, que celebráis vuestro jubileo, dirijo mi afectuoso saludo. Expreso mi gratitud más cordial a los responsables de los organismos deportivos internacionales e italianos, y a todos los que han colaborado en la organización de esta cita singular con el mundo del deporte y con sus diversas secciones.

Agradezco las palabras que me ha dirigido el presidente del Comité olímpico internacional, señor Juan Antonio Samaranch, y el presidente del Comité olímpico nacional italiano, señor Giovanni Petrucci, así como el señor Antonio Rossi, medalla de oro en Sydney y en Atlanta, que ha interpretado los sentimientos de todos vosotros, amadísimos atletas. Al veros reunidos con gran orden en este estadio, me vienen a la memoria muchos recuerdos de mi vida relacionados con experiencias deportivas. Queridos amigos, gracias por vuestra presencia y, sobre todo, gracias por el entusiasmo con que estáis viviendo esta cita jubilar.

  1. Con esta celebración el mundo del deporte se une, como un grandioso coro, para expresar con la oración, el canto, el juego y el movimiento un himno de alabanza y acción de gracias al Señor. Es la ocasión propicia para dar gracias a Dios por el don del deporte, con el que el hombre ejercita su cuerpo, su inteligencia y su voluntad, reconociendo que estas capacidades son dones de su Creador.

Gran importancia cobra hoy la práctica del deporte, porque puede favorecer en los jóvenes la afirmación de valores importantes como la lealtad, la perseverancia, la amistad, la comunión y la solidaridad. Precisamente por eso, durante estos últimos años ha ido desarrollándose cada vez más como uno de los fenómenos típicos de la modernidad, casi como un “signo de los tiempos” capaz de interpretar nuevas exigencias y nuevas expectativas de la humanidad. El deporte se ha difundido en todos los rincones del mundo, superando la diversidad de culturas y naciones.

A causa de la dimensión planetaria que ha adquirido esta actividad, es grande la responsabilidad de los deportistas en el mundo. Están llamados a convertir el deporte en ocasión de encuentro y de diálogo, superando cualquier barrera de lengua, raza y cultura. En efecto, el deporte puede dar una valiosa aportación al entendimiento pacífico entre los pueblos y contribuir a que se consolide en el mundo la nueva civilización del amor. 3. El gran jubileo del año 2000 invita a todos y a cada uno a emprender un serio camino de reflexión y conversión. ¿Puede el mundo del deporte eximirse de este providencial dinamismo espiritual? No. Al contrario, precisamente la importancia que el deporte tiene hoy invita a cuantos participan en él a aprovechar esta oportunidad para hacer un examen de conciencia. Es importante constatar y promover los numerosos aspectos positivos del deporte, pero también es necesario captar las diferentes situaciones negativas en las que puede caer.

Las potencialidades educativas y espirituales del deporte deben llevar a que los creyentes y los hombres de buena voluntad se unan y contribuyan a superar cualquier desviación que pudiera producirse en él, considerándola un fenómeno contrario al desarrollo pleno de la persona y a su alegría de vivir. Hay que proteger con esmero el cuerpo humano de cualquier atentado contra su integridad y de toda forma de explotación e idolatría.

Es preciso estar dispuestos a pedir perdón por lo que en el mundo del deporte se ha hecho o se ha omitido, en contraste con los grandes compromisos asumidos en el jubileo anterior. Estos compromisos serán reafirmados en el “Manifiesto del deporte”, que se presentará dentro de poco. Quiera Dios que esta verificación ofrezca a todos -directivos, técnicos y atletas- la ocasión de encontrar un nuevo impulso creativo y estimulante, para que el deporte responda, sin desnaturalizarse, a las exigencias de nuestro tiempo:  un deporte que tutele a los débiles y no excluya a nadie, libere a los jóvenes del riesgo de la apatía y de la indiferencia, y suscite en ellos un sano espíritu de competición; un deporte que sea factor de emancipación de los países más pobres y ayude a eliminar la intolerancia y a construir un mundo más fraterno y solidario; un deporte que contribuya a hacer que se ame la vida y que eduque para el sacrificio, el respeto y la responsabilidad, llevando a una plena valorización de toda persona humana.

  1. “Los que sembraban con lágrimas cosechan entre cantares” (Sal 125, 5). El Salmo responsorial nos ha recordado que para tener éxito en la vida es preciso perseverar en el esfuerzo. Quien practica el deporte lo sabe muy bien:  sólo a costa de duros entrenamientos se obtienen resultados significativos. Por eso el deportista está de acuerdo con el salmista cuando afirma que el esfuerzo realizado en la siembra halla su recompensa en la alegría de la cosecha:  “Al ir, iban llorando, llevando la semilla; al volver, vuelven cantando, trayendo sus gavillas” (Sal 125, 6).

En las recientes Olimpíadas de Sydney hemos admirado las hazañas de grandes atletas, que, para alcanzar esos resultados, se sacrificaron durante años, día a día. Esta es la lógica del deporte, especialmente del deporte olímpico; y es también la lógica de la vida:  sin sacrificio no se obtienen resultados importantes, y tampoco auténticas satisfacciones.

Nos lo ha recordado una vez más el apóstol san Pablo:  “Los atletas se privan de todo; ellos para ganar una corona que se marchita; nosotros, en cambio, una que no se marchita” (1 Co 9, 25). Todo cristiano está llamado a convertirse en un buen atleta de Cristo, es decir, en un testigo fiel y valiente de su Evangelio. Pero para lograrlo, es necesario que persevere en la oración, se entrene en la virtud y siga en todo al divino Maestro.

En efecto, él es el verdadero atleta de Dios; Cristo es el hombre “más fuerte” (cf. Mc 1, 7), que por nosotros afrontó y venció al “adversario”, Satanás, con la fuerza del Espíritu Santo, inaugurando el reino de Dios. Él nos enseña que para entrar en la gloria es necesario pasar a través de la pasión (cf. Lc 24, 26 y 46), y nos precedió por este camino, para que sigamos sus pasos.

Que el gran jubileo nos ayude a afianzarnos y fortalecernos para afrontar los desafíos que nos esperan en esta alba del tercer milenio.

  1. “¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!” (Mc 10, 47).

Estas son las palabras del ciego de Jericó en el episodio narrado en la página evangélica que acabamos de proclamar. Ojalá que las hagamos nuestras:  “¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!”.

Fijamos, oh Cristo, nuestra mirada en ti, que ofreces a todo hombre la plenitud de la vida. Señor, tú curas y fortaleces a quien, confiando en ti, cumple tu voluntad.

Hoy, en el ámbito del gran jubileo del año 2000, están reunidos aquí espiritualmente los deportistas de todo el mundo, ante todo para renovar su fe en ti, único Salvador del hombre. También los que, como los atletas, están en la plenitud de sus fuerzas, reconocen que sin ti, oh Cristo, son interiormente como ciegos, o sea, incapaces de conocer la verdad plena y de comprender el sentido profundo de la vida, especialmente frente a las tinieblas del mal y de la muerte. Incluso el campeón más grande, ante los interrogantes fundamentales de la existencia, se siente indefenso y necesitado de tu luz para vencer los arduos desafíos que un ser humano está llamado a afrontar.

Señor Jesucristo, ayuda a estos atletas a ser tus amigos y testigos de tu amor. Ayúdales a poner en la ascesis personal el mismo  empeño  que  ponen  en  el deporte; ayúdales a realizar una armoniosa y coherente unidad de cuerpo y alma.

Que sean, para cuantos los admiran, modelos a los que puedan imitar. Ayúdales a ser siempre atletas del espíritu, para alcanzar tu inestimable premio:  una corona que no se marchita y que dura para siempre. Amén.

ÁNGELUS JUBILEO DE LOS DEPORTISTAS

 Domingo 29 de octubre de 2000

  1. En este momento de alegría no podemos ni debemos olvidar que en algunas regiones del mundo se sigue sufriendo y, a menudo, muriendo. Pienso, de modo particular, en la región de Oriente Medio.

Deseo una vez más invitar a todas las partes implicadas en el proceso de paz a no escatimar esfuerzos para el restablecimiento del clima de diálogo que existía hasta hace unas semanas. La confianza mutua, el rechazo de las armas y el respeto de la ley internacional son los únicos medios capaces de reactivar el proceso de paz. Por eso, oremos para que se vuelva a la mesa de las negociaciones y, a través del diálogo, se llegue a la anhelada meta de una paz justa y duradera, que garantice a todos el derecho inalienable a la libertad y a la seguridad.

  1. Nos disponemos ahora a concluir la celebración eucarística, corazón de este acontecimiento jubilar. Hemos ofrecido a Dios el deporte como actividad del hombre orientada a su desarrollo pleno y a establecer relaciones sociales fraternas. Este altar, puesto en el gran estadio Olímpico de Roma, nos ha recordado que también el deporte es, ante todo, don de Dios.

Ahora bien, este don debe convertirse en misión y en testimonio. En el ámbito del Año jubilar, se leerá dentro de poco el “Manifiesto del deporte”, para subrayar el compromiso concreto que brota de este jubileo.

Dirijo un saludo cordial a todos los deportistas de lengua francesa que participan en este jubileo, invitándolos a ser, mediante el deporte, mensajeros de paz y fraternidad, así como ejemplos de vida recta y armoniosa. Con mi bendición apostólica.

Queridos fieles de lengua inglesa que participáis en esta celebración jubilar, el deporte os ha traído desde diferentes países para buscar un interés común y las mismas metas. Vuestra pasión por el deporte contribuye a la solidaridad humana, la amistad y la buena voluntad entre los pueblos. Que vuestros esfuerzos físicos sean una parte de vuestra búsqueda de los valores más elevados, que forjan vuestro carácter y os dan dignidad y un sentido de realización, tanto a vuestros propios ojos como a los ojos de los demás. Desde la perspectiva cristiana, la vida misma es una competición y un esfuerzo en busca de la bondad y la santidad. Dios bendiga vuestros empeños y os colme a vosotros y a vuestras familias de su amor y de su paz.

Saludo cordialmente a los deportistas, a los entrenadores y a los directivos de los países de lengua alemana. La “cuestión más insignificante del mundo” se desluce a menudo por la fuerte presión de la competición. Ojalá que la meditación os infunda serenidad:  la competición es sólo un juego. El deporte debe divertir y alegrar. Que os acompañe la bendición de Dios.

Saludo a los deportistas de lengua española. Os invito a dedicar vuestros esfuerzos al desarrollo de toda la persona, al fomento de la paz entre los pueblos y al logro del trofeo más preciado:  recibir de Dios la misericordia y ser coronados en la gloria de Cristo.

Dirijo un saludo cordial y mi aliento a los deportistas profesionales y aficionados de los diversos países de lengua portuguesa, recordando a todos que la meta y el galardón más alto de la vida es Jesucristo. No os contentéis con menos; y subiréis, victoriosos, al podio de la eternidad.

Saludo cordialmente a los deportistas de Polonia y de los demás países del mundo. En el día de vuestro jubileo doy gracias, con vosotros, a Dios por la fuerza del espíritu, mediante la cual diariamente no escatimáis esfuerzos y superáis vuestra debilidad personal, para conquistar en noble competición el laurel de la victoria en las diversas disciplinas del deporte. Vuestro esfuerzo perseverante y la alegría de la victoria adquieren el significado de un símbolo, al que puede referirse todo el que quiera crecer espiritualmente y, de modo particular, un cristiano que, como escribe san Pablo, “compite en la noble competición” para obtener de las manos de Cristo, terminada la carrera de la vida, “la corona de la justicia” (cf. 2 Tm 4, 6-7). Que Dios os bendiga cuando deis este particular testimonio.

  1. Nos dirigimos ahora a María santísima, invocando su protección materna sobre todo el mundo del deporte, para que esté siempre animado por valores auténticos y contribuya al desarrollo integral del hombre y de la sociedad.

A LOS PARTICIPANTES EN EL “GIRO” DE ITALIA

 12 de mayo

 Ilustres señores y gentiles señoras; queridos organizadores, promotores y participantes en el Giro de Italia: 

  1. Me alegra acogeros en vísperas del comienzo de la popular vuelta ciclista, en la que desde mañana muchos de vosotros seréis protagonistas por las carreteras de la península. A la vez que os doy a todos mi más cordial bienvenida, agradezco de modo especial al doctor Cesare Romiti y al doctor Cándido Cannavò las amables palabras que han querido dirigirme en nombre de los presentes y con las que han evocado ideales y valores que animan esta gran manifestación deportiva.

Saludo en particular a los participantes en la carrera ciclista de la Virgen de Ghisallo, que han venido a Roma con ocasión del inicio del Giro de Italia, para recordar el quincuagésimo aniversario de la proclamación, por parte de mi venerado predecesor Pío XII, de la santísima Virgen de Ghisallo como patrona principal de los ciclistas italianos.

La estima, el interés y la admiración que vuestra histórica carrera ciclista despierta desde siempre, no sólo entre los aficionados del deporte, sino también entre los informadores de prensa, radio y televisión, así como entre la gente común, han convertido al Giro de Italia en una manifestación de gran relieve deportivo y gran impacto social en la historia y en las costumbres italianas.

  1. La edición de este año, al coincidir con el gran jubileo del año 2000, adquiere un significado especial. Como nos acaban de recordar oportunamente, el Giro de Italia saldrá de Roma, y su primera etapa terminará en la plaza de San Pedro. Por tanto, se podría decir que la fracción de mañana no sólo es el “prólogo” del Giro de Italia, sino que también constituye una “primera etapa” del jubileo de los deportistas que, Dios mediante, tendremos la alegría de celebrar juntos el último domingo de octubre en el estadio Olímpico.

Este enlace entre manifestaciones deportivas y celebraciones jubilares contribuye a poner de relieve la relación que debe unir siempre la actividad deportiva y los valores espirituales. Más aún, debe constituir una importante oportunidad de reflexión y renovación, para que el deporte resplandezca con las características de limpieza, coherencia, honradez y comunión que hacen de él uno de los vehículos significativos de altos valores de humanidad.

En efecto, toda actividad deportiva, tanto en el ámbito aficionado como en el profesional, requiere dotes humanas de fondo, como el rigor en la preparación, la constancia en el entrenamiento, la conciencia de los límites de la capacidad de la persona, la lealtad en la competición, la aceptación de reglas precisas, el respeto al adversario, y el sentido de solidaridad y de altruismo. Sin estas cualidades el deporte se reduciría a un simple esfuerzo y a una discutible manifestación de fuerza física sin alma.

  1. También la legítima búsqueda de medios técnicos cada vez más eficaces y adecuados a las condiciones de la carrera debe ponerse siempre al servicio de la persona del atleta y no viceversa, evitando riesgos inútiles o dañosos para los deportistas o los espectadores.

La actividad deportiva, cuando se vive y se interpreta de modo correcto, constituye una singular expresión de las mejores energías interiores del hombre y de su capacidad de superar las dificultades y proponerse metas por conquistar mediante el sacrificio, la generosidad y la constancia al afrontar los esfuerzos de la competición.

En todo esto sirven de ejemplo las nobles figuras de atletas que han engrandecido el deporte del ciclismo en Italia y en el mundo. En este momento el pensamiento se dirige espontáneamente a Gino Bartali, que falleció recientemente, gran figura de deportista, ciudadano ejemplar y creyente convencido. Su ejemplo sigue siendo para todos un punto  de referencia de cómo se puede practicar el deporte con gran vigor humano y espiritual, convirtiéndolo en una luminosa expresión de los más altos valores de la existencia y de la convivencia social.

  1. Queridos amigos, a todos vosotros, que os disponéis a comenzar el Giro de Italia, os deseo que viváis este importante acontecimiento deportivo animados por una auténtica “deportividad”, es decir, por un gran espíritu de lucha, pero también por un fuerte espíritu de solidaridad y comunión.

Que os guíe y asista la protección celestial de María, a la que está dedicado de modo particular el mes de mayo y a la que invocáis como vuestra especial patrona con el hermoso título de Virgen de Ghisallo. Os acompañe también mi bendición, que os imparto con afecto a todos vosotros, aquí presentes, a los organizadores y a cuantos participen en la manifestación ciclista, así como a toda la gran familia deportiva del Giro de Italia.

DISCURSO A LOS DIRIGENTES DE LA UNIÓN DE FEDERACIONES EUROPEAS DE FÚTBOL

Lunes 8 de mayo de 2000

 Ilustres señores: 

  1. Os doy una cordial bienvenida a cada uno de vosotros, procedentes de los cincuenta y un países miembros de la Unión de Federaciones europeas de fútbol, que habéis venido a Roma con ocasión del gran jubileo del año 2000. En este encuentro están representadas casi todas las naciones europeas. En particular, la presencia de las Federaciones del Este, que después de la caída del muro de Berlín se han adherido a vuestra Unión, testimonia aún más la voluntad de paz y fraternidad que anima a vuestras federaciones, así como su compromiso de ensanchar los horizontes, superar toda barrera y crear una comunicación sistemática entre los diversos pueblos, para dar una contribución eficaz a la construcción de la unidad europea.

Por tanto, os agradezco esta visita, que me permite apreciar las nobles finalidades que inspiran vuestro servicio, encaminado a sostener un deporte capaz de promover todos los valores de la persona humana. Saludo al abogado Luciano Nizzola, presidente de la Federación italiana de fútbol, y le agradezco las cordiales palabras que ha querido dirigirme en nombre de los presentes.

  1. En la sociedad contemporánea el fútbol es una actividad deportiva muy difundida, que implica a un gran número de personas y, en particular, a los jóvenes. En este deporte, además de la posibilidad de una sana recreación, tienen oportunidad de desarrollarse físicamente y de obtener logros atléticos, que exigen sacrificio, entrega constante, respeto a los demás, lealtad y solidaridad.

El fútbol es también el mayor fenómeno de masa, que implica a muchas personas y familias, desde los aficionados que van al estadio y los espectadores de la televisión hasta todos los que trabajan en los diferentes niveles de la organización de los acontecimientos deportivos, en la preparación de los deportistas y en el vasto sector de los medios de comunicación social.

Esto acentúa la responsabilidad de quienes se ocupan de la organización y promueven la difusión de esta actividad deportiva tanto a nivel profesional como aficionado. Están llamados a no perder jamás de vista las importantes posibilidades educativas que el fútbol, como otras disciplinas deportivas, puede desarrollar.

De modo especial, los deportistas, sobre todo los más famosos, no deberían olvidar nunca que de hecho constituyen modelos para el mundo de los jóvenes. Por eso, es importante que, además de las habilidades típicamente deportivas, desarrollen cuidadosamente las cualidades humanas y espirituales que harán de ellos ejemplos verdaderamente positivos para la gente. Por otra parte, dada la difusión de este deporte, sería conveniente que los promotores, los organizadores en los diversos niveles y el personal de los medios de comunicación aunaran sus esfuerzos para asegurar que el fútbol no pierda jamás su auténtico carácter de actividad deportiva, y no se vea ahogado por otras preocupaciones, especialmente de tipo económico.

  1. Queridos amigos, habéis venido a Roma para celebrar el gran jubileo. Durante el Año santo, la Iglesia invita a todos los creyentes y a los hombres de buena voluntad a considerar sus pensamientos y acciones, sus expectativas y esperanzas, a la luz de Cristo, “el hombre perfecto que restituyó a los hijos de Adán la semejanza divina, deformada desde el primer pecado” (Gaudium et spes, 22).

Esto supone un camino de auténtica conversión, es decir, la renuncia a la mentalidad mundana que hiere y envilece la dignidad del hombre; supone, asimismo, la adhesión, con una confianza total y un compromiso valiente, al estilo liberador de obrar y pensar propuesto por el Evangelio. ¿Cómo no ver en el acontecimiento jubilar una invitación a hacer que el deporte sea también una ocasión de auténtica promoción de la grandeza y la dignidad del hombre? Desde esta perspectiva, las estructuras del fútbol están llamadas a ser un terreno de auténtica humanidad, en el que se aliente a los jóvenes a cultivar los grandes valores de la vida y a difundir por doquier las grandes virtudes que constituyen el fundamento de una digna convivencia humana, como son la tolerancia, el respeto a la dignidad humana, la paz y la fraternidad.

Queridos amigos que representáis a las Federaciones europeas, estoy seguro de que compartís mis deseos de que el fútbol constituya cada vez más un ámbito sereno, y que cada competición encarne lo que debe ser el deporte:  una valoración plena del cuerpo, un sano espíritu de competición, una educación en los valores de la vida, la alegría de vivir, el juego y la fiesta.

  1. Ojalá que el fútbol, como todo deporte, se convierta cada más en la expresión del primado del ser sobre el tener, liberándose, como acaba de observar oportunamente vuestro representante, de todo lo que le impide ser una propuesta positiva de solidaridad y fraternidad, de respeto mutuo y confrontación leal entre los hombres y las mujeres de nuestro mundo.

Conozco, asimismo, el reciente compromiso de vuestra Federación, que con sus propios recursos ha emprendido una laudable obra de asistencia a los países pobres y de cooperación especial con los países del Este europeo, para difundir el fútbol entre los jóvenes e iniciarlos en una vida sana, inspirada en sólidos principios morales. Que este sea el estilo constante de todas vuestras iniciativas.

Por último, os ruego que transmitáis mis cordiales sentimientos a las sociedades deportivas que representáis, a los atletas, a todo el personal y a sus respectivas familias. Invoco sobre todos la bendición de Dios.

DISCURSO AL CONGRESOINTERNACIONAL SOBRE EL DEPORTE

Roma, 28 de octubre 2000

Amables señoras y señores: 

  1. Con mucho gusto intervengo en vuestro Congreso internacional sobre el significativo tema:  “En el tiempo del jubileo:  el rostro y el alma del deporte”. En espera de encontrarme mañana, en el estadio Olímpico, con todo el mundo del deporte que celebra su jubileo, hoy tengo la grata ocasión de saludaros a vosotros que, por diversos motivos, sois representantes cualificados del deporte.

Saludo a los promotores de este encuentro, en especial al presidente del Comité olímpico internacional, señor Juan Antonio Samaranch, y al presidente del Comité olímpico italiano, señor Giovanni Petrucci, y extiendo mi saludo a los diferentes relatores y representantes de múltiples entidades deportivas del mundo. Doy las gracias, en particular, a monseñor Crescenzio Sepe, que se ha hecho intérprete de vuestros sentimientos comunes, ilustrando el significado de este encuentro.

El tema que habéis elegido para vuestra reflexión centra la atención en la naturaleza y en los fines de la práctica deportiva en nuestro tiempo, que se caracteriza por múltiples e importantes cambios sociales. El deporte es seguramente uno de los fenómenos importantes que, con un lenguaje comprensible a todos, puede comunicar valores muy profundos. Puede ser vehículo de elevados ideales humanos y espirituales cuando se practica con pleno respeto de las reglas; pero no alcanza su auténtico objetivo cuando da cabida a otros intereses que ignoran la centralidad de la persona humana.

  1. El tema habla de “rostro” y de “alma” del deporte. En efecto, la actividad deportiva, además de destacar las ricas posibilidades físicas del hombre, también pone de relieve sus capacidades intelectuales y espirituales. No es mera potencia física y eficiencia muscular; también tiene un alma y debe mostrar su rostro integral. Por eso el verdadero atleta no debe dejarse arrastrar por la obsesión de la perfección física, ni ha de dejarse subyugar por las duras leyes de la producción y del consumo, o por consideraciones puramente utilitaristas y hedonistas.

Las potencialidades del fenómeno deportivo lo convierten en instrumento significativo para el desarrollo global de la persona y en factor utilísimo para la construcción de una sociedad más a la medida del hombre. El sentido de fraternidad, la magnanimidad, la honradez y el respeto del cuerpo -virtudes indudablemente indispensables para todo buen atleta-, contribuyen a la construcción de una sociedad civil donde el antagonismo cede su lugar al agonismo, el enfrentamiento al encuentro, y la contraposición rencorosa a la confrontación leal. Entendido de este modo, el deporte no es un fin, sino un medio; puede transformarse en vehículo de civilización y de genuina diversión, estimulando a la persona a dar lo mejor de sí y a evitar lo que puede ser peligroso o gravemente perjudicial para sí misma o para los demás.

  1. Por desgracia, son muchos, y cada vez se van haciendo más evidentes, los signos de malestar que a veces ponen en tela de juicio los mismos valores éticos en los que se funda la práctica deportiva. En efecto, junto a un deporte que ayuda a la persona, hay otro que la perjudica; junto a un deporte que exalta el cuerpo, hay otro que lo mortifica y lo traiciona; junto a un deporte que persigue ideales nobles, hay otro que busca sólo el lucro; junto a un deporte que une, hay otro que separa.

Queridos responsables, directivos, aficionados al deporte y atletas, ojalá que este jubileo del deporte os infunda un nuevo impulso de creatividad y de superación, mediante una práctica deportiva que sepa conciliar, con espíritu constructivo, las complejas exigencias planteadas por los actuales cambios culturales y sociales con las exigencias inmutables del ser humano.

  1. Permitidme una reflexión más. El deporte, a la vez que favorece el vigor físico y templa el carácter, no debe apartar jamás de los deberes espirituales a cuantos lo practican y aprecian. Según palabras de san Pablo, sería como si uno corriera sólo “por una corona que se marchita”, olvidando que los cristianos nunca pueden perder de vista “la que no se marchita” (cf. 1 Co 9, 25). La dimensión espiritual debe cultivarse y armonizarse con las diversas actividades de distracción, entre las cuales se incluye también el deporte.

A causa del ritmo de la sociedad moderna y de algunas actividades deportivas, el cristiano podría olvidar a veces la necesidad de participar en la asamblea litúrgica del día del Señor. Pero las exigencias de un descanso justo y merecido no pueden hacer que el fiel incumpla su obligación de santificar las fiestas. Por el contrario, en el día del Señor la actividad deportiva ha de insertarse en un ambiente de serena distensión, que favorezca el encuentro y el crecimiento en la comunión, especialmente familiar.

Expreso de corazón mis mejores deseos de éxito para vuestro encuentro y, al mismo tiempo que invoco sobre vosotros la protección de María, os aseguro mi recuerdo en la oración a todos, y de buen grado os bendigo.

DISCURSO A LA SOCIEDAD DEPORTIVA ITALIANA LACIO

Viernes 27 de octubre de 2000

  1. ¡Bienvenidos, amigos blanco-celestes del Lacio, al cumplirse cien años del nacimiento de vuestra Sociedad! No es la primera vez que tengo la ocasión de acoger en el Vaticano a atletas y socios de varios equipos. Pero no sucede con frecuencia que me encuentre con un grupo tan nutrido de miembros de una misma familia deportiva. Gracias por vuestra amable visita, que me hace revivir la atmósfera y el clima típicos de los grandes acontecimientos deportivos, impregnados de serena distensión y de alegre fraternidad.

Os saludo a todos cordialmente. Saludo a los representantes de las diversas secciones y a los asistentes espirituales. De modo especial, agradezco al ingeniero Renzo Nostini, presidente general de la Sociedad deportiva Lacio, las amables palabras que me ha dirigido en nombre de los directivos, los atletas, los deportistas, los simpatizantes y vuestras familias. En sus palabras he percibido el sentido de vuestra visita y el entusiasmo de vuestra Sociedad, la cual ha escrito en estos cien años una página muy interesante en el libro del deporte italiano.

  1. En el Año santo 1900, el 9 de enero, nació una prometedora sociedad con un significativo patrimonio moral y deportivo, expresado simbólicamente con el lema latino “concordia parva crescunt”, es decir, gracias a la concordia se desarrollan las realidades pequeñas. Los acontecimientos han confirmado ese antiguo axioma:  a lo largo de los años, la Lacio se ha convertido en una sociedad polideportiva, en la que hay veintiocho secciones, unidas por el mismo espíritu olímpico y por el deseo de solidaridad recíproca. Estoy seguro de que este centenario, al impulsaros a redescubrir los ideales de aquel tiempo, constituirá una ocasión propicia para dar relieve también a la dimensión ético-religiosa, indispensable para una plena maduración de la persona humana. Precisamente por esto, habéis querido incluir entre las diversas manifestaciones celebrativas un encuentro espiritual en el marco del jubileo.

Me alegra citar aquí una conocida expresión del apóstol san Pablo, que se aplica muy bien a vuestra múltiple actividad, en los ámbitos aficionado y profesional:   “Los atletas se privan de todo” (1 Co 9, 25). En efecto, sin equilibrio, autodisciplina, sobriedad y capacidad de relacionarse honradamente con los demás, el deportista no puede comprender plenamente el sentido de una actividad física destinada no sólo a robustecer el cuerpo, sino  también la mente y el corazón.

  1. Por desgracia, algunas veces en el ámbito deportivo suceden episodios que humillan el verdadero significado de la competición y no sólo afectan a los atletas, sino también a la comunidad. En particular, el apoyo apasionado al propio equipo no puede llegar nunca a ofender a las personas o a dañar los bienes de la colectividad. Toda competición deportiva debe conservar siempre el carácter de una diversión sana y relajante. De estos valores hablan los colores olímpicos -el blanco y el celeste- que distinguen vuestra bandera y que debéis contemplar siempre con una mirada aguda y penetrante como la del águila, que campea en vuestro escudo.

Queridos amigos, durante sus cien años de vida, la Sociedad deportiva Lacio ha ofrecido a innumerables jóvenes y adultos la posibilidad de forjar su personalidad con los exigentes desafíos del deporte. Lo atestiguan los muchos premios, italianos e internacionales, que han recibido atletas formados en vuestras instalaciones. Pero es justo recordar también el empeño concreto que vuestra asociación ha puesto en los vastos campos de la solidaridad y del voluntariado. A este respecto, merece una mención especial la labor realizada por vuestros socios con ocasión de la reciente e inolvidable Jornada mundial de la juventud, y la ayuda concreta prestada al jubileo de las familias.

A la vez que os expreso mi aprecio por el bien realizado, os exhorto a proseguir por este camino al servicio de la juventud, de la familia y de la sociedad entera.

Con estos deseos, invoco sobre vosotros la maternal protección de María y a todos os bendigo con afecto.

DISCURSO A LA ASOCIACIÓN DEPORTIVA DE FÚTBOL ROMA

Jueves 30 de noviembre

  1. Me alegra acogeros, queridos amigos romanistas -directivos, atletas y aficionados-, que formáis la Asociación deportiva de fútbol Roma. Os saludo con afecto y os felicito por vuestra decisión de celebrar el jubileo juntos, como una gran familia.

Dirijo un saludo especial al doctor Francesco Sensi, presidente de vuestra asociación, que se ha hecho promotor de esta iniciativa espiritual, y le agradezco las amables palabras con las que ha interpretado vuestros sentimientos comunes.

Vuestra asociación ha querido tomar el nombre de “Roma” para identificarse, de algún modo, con la historia de nuestra ciudad, rica en acontecimientos gloriosos. Sabéis que es historia, en particular, de santidad:  al martirio de san Pedro y san Pablo siguió el de muchísimos otros testigos; además, a lo largo de los siglos, numerosos santos y santas han nacido o vivido en Roma. Asimismo, Roma, como sede del Sucesor de Pedro, “preside la comunión de la caridad” (san Ignacio de Antioquía, Carta a los Romanos, 1, 1).

El hecho de que vuestra asociación lleve el nombre de Roma es para vosotros, queridos amigos romanistas, un singular compromiso de vivir coherentemente la fe cristiana; una invitación a testimoniar diariamente, en vuestro ambiente, el amor evangélico. Podríamos decir que el Señor os repite a vosotros, como a todo creyente que vive en Roma, lo que dijo a san Pablo:  “Es preciso que des testimonio de mí en Roma” (Hch 23, 11).

  1. A vosotros se os pide que deis este testimonio fiel especialmente en el deporte, que se ha convertido en uno de los fenómenos típicos de nuestro tiempo. El deporte interesa e implica a grandes multitudes, entre otras causas, gracias a los medios de comunicación social, y se ha transformado en un acontecimiento planetario en el que naciones y culturas diversas viven la misma experiencia de fiesta. Precisamente por eso el deporte puede favorecer la construcción de un mundo más fraterno y solidario, contribuyendo a la superación de situaciones de incomprensión recíproca entre personas y pueblos.

El deporte, si se vive de modo adecuado, se convierte en una especie de ascesis, el ambiente ideal para el ejercicio de  muchas virtudes. Algunas de estas virtudes fueron subrayadas muy bien por mi venerado predecesor el Papa Pío XII:  “La lealtad, que impide recurrir a subterfugios, la docilidad y la obediencia a las sabias órdenes de quien dirige un ejercicio de equipo, el espíritu de renuncia cuando es preciso sacrificarse en bien de los propios “colores”, la fidelidad a los compromisos, la modestia en los triunfos, la generosidad con los vencidos, la serenidad cuando la suerte es adversa, la paciencia con el público no siempre moderado, la justicia, si el deporte de competición está vinculado a intereses financieros acordados libremente y, en general, la castidad y la templanza ya recomendada por los antiguos” (Discurso al Centro deportivo italiano, 5 de octubre de 1955).

Sin embargo, el deporte se convierte en fenómeno alienante cuando las demostraciones de habilidad y de fuerza física desembocan en la idolatría del cuerpo; cuando la competitividad exasperada lleva a considerar al adversario como un enemigo al que hay que humillar; cuando la afición impide una valoración objetiva de la persona y de los acontecimientos y, sobre todo, cuando degenera en violencia. Además, cuando prevalece el interés comercial, se puede transformar la práctica deportiva en mera búsqueda de lucro.

Otro aspecto que no hay que descuidar es que, a causa de la actual organización de las competiciones deportivas, resulta a veces menos fácil para los creyentes la debida santificación del día festivo, mientras que para las familias resulta más difícil vivir juntos momentos de útil distensión.

. En cuanto al fútbol, se trata de una actividad que pueden practicar todos, desde los niños hasta los adultos, y que, por su capacidad de asociación, crea un espectáculo apreciado en el marco de un clima generalizado de fiesta. Por su índole popular, el fútbol responde a múltiples expectativas y ofrece un entretenimiento sereno tanto a aficionados como a familias enteras.

Sin embargo, a veces se convierte en ocasión de enfrentamientos, con preocupantes episodios de intolerancia y agresividad, y desemboca en graves manifestaciones de violencia. ¡Qué importante es entonces recordar el necesario respeto de la ética deportiva! ¡Cuán urgente es la responsabilidad de los directivos, de los atletas, de los cronistas y de los aficionados! Pienso, sobre todo, en los atletas que tienen ante sí un público, especialmente formado por jóvenes, que los ve como modelos para imitar. Con su ejemplo pueden transmitir mensajes de alto valor humano y espiritual. Al contrario, los comportamientos incorrectos causan efectos nocivos que, por desgracia, se amplifican con una resonancia negativa imprevisible. Siempre hay que ser conscientes de esto.

  1. Amigos de la Asociación deportiva de fútbol Roma, que vuestro jubileo os ayude a comprender, a través de la metáfora del deporte, las exigencias de la vida del espíritu. San Pablo recuerda que la existencia es como una carrera en el estadio, en la que todos participan. Pero, mientras que en las carreras sólo uno triunfa, en la competición de la vida todos pueden y deben conquistar la victoria. Y, para poder hacerlo, es preciso ser moderados en todo, tener la mirada fija en la meta, valorar el sacrificio y entrenarse continuamente para evitar el mal y hacer el bien. Así, con la ayuda de Dios, se conquista la meta celestial.

María, a quien en la capilla de vuestro centro deportivo invocáis como Salus populi romani, os ayude en este partido que dura toda la vida; os proteja a vosotros, a vuestras familias y a todo el pueblo de los romanistas. Por mi parte, os bendigo a cada uno de vosotros y a cuantos se han unido a vosotros para esta celebración jubilar.

DISCURSO A LOS MIEMBROS DE LA FEDERACIÓN INTERNACIONAL DE FÚTBOL ASOCIACIÓN (FIFA)

Lunes 11 de diciembre de 2000

 Señor presidente; señoras y señores: 

Con gran placer os doy la bienvenida esta mañana con ocasión de la reunión del comité ejecutivo de la FIFA. Saludo al presidente, señor Joseph Sepp Blater, y a sus vicepresidentes, al secretario general señor Michel Zen-Ruffinen, a los presidentes de las Confederaciones internacionales y a todos vosotros, que tenéis la responsabilidad del mundo del fútbol, una tarea verdaderamente universal.

En efecto, el fútbol es un deporte de alcance mundial, y esto es mucho más evidente aún en la actualidad debido al gran interés popular y a la cobertura de los medios de comunicación social con que se sigue el deporte. Vuestra responsabilidad tiene una dimensión mundial, ya que más de doscientos países y ciento veinte millones de jugadores forman parte de vuestra asociación. Tenéis un inmenso poder y debéis usarlo para el bien de toda la familia humana.

Ciertamente, sois administradores; pero también sois educadores, dado que el deporte puede transmitir efectivamente muchos valores elevados, como la lealtad, la amistad y el espíritu de equipo. Es muy importante tener presente esto en un tiempo en que el fútbol se ha convertido, por decirlo así, en una industria mundial. Es verdad que el éxito financiero del fútbol puede ayudar a sostener nuevas y valiosas iniciativas, como el “Proyecto caridad” de la FIFA. Pero también puede contribuir a una cultura del egoísmo y de la avidez. Por este motivo hay que poner de relieve los valores más nobles del deporte y darlos a conocer mediante los organismos representados en vuestra federación.

Como deporte practicado por personas de diferentes ámbitos étnicos, raciales, económicos y sociales, el fútbol es un excelente medio para promover la solidaridad, tan necesaria en un mundo profundamente afectado por tensiones étnicas y raciales. La “Campaña de juego limpio” de la FIFA es un signo positivo de que queréis hacer lo que está de vuestra parte para que con el deporte se pueda crear un clima de respeto y comprensión entre los pueblos.

El deporte es educativo, porque transforma los impulsos humanos, incluso los potencialmente negativos, en buenos propósitos. Los jóvenes aprenden a desarrollar un sano espíritu de lucha, sin conflictos. Aprenden a competir en un campo, donde su adversario no es su enemigo. Por esta razón, expreso mi más viva esperanza de que la FIFA siga afrontando en todos los niveles el problema de la violencia, que tanto perjudica al deporte.

De hecho, el fútbol, tan importante para enseñar a afrontar los grandes desafíos de la vida, sigue siendo un deporte. Es una forma de juego, simple y complejo a la vez, en el que la gente siente alegría por las extraordinarias posibilidades físicas, sociales y espirituales de la vida humana. Sería muy triste si un día se perdiera el espíritu del juego y el sentido de la alegría de la competición noble. Vosotros sois los guardianes del espíritu auténtico del juego. Habéis elegido como vuestro lema las palabras:  “Por el bien del juego”. Sin duda, el bien del juego también puede ser una parte importante del bien del mundo. Como prenda de que el Todopoderoso os acompaña en esta tarea, invoco sobre vosotros y sobre quienes representáis los dones divinos de paz y alegría. Dios os bendiga a todos.