Como planteaba S. Pablo VI en la Exhortación Evangelii nuntiandi y nos recuerda S. Juan Pablo II en Christi fideles laici (CFL), la vocación y misión de los laicos es la caridad política:

“El campo propio de su actividad evangelizadora es el dilatado y complejo mundo de la política, de la realidad social, de la economía; así como también de la cultura, de las ciencias y de las artes, de la vida internacional, de los órganos de comunicación social; y también de otras realidades particularmente abiertas a la evangelización, como el amor, la familia, la educación de los niños y de los adolescentes, el trabajo profesional, el sufrimiento.

Cuantos más laicos haya compenetrados con el espíritu evangélico, responsables de estas realidades y explícitamente comprometidos en ellas, competentes en su promoción y conscientes de tener que desarrollar toda su capacidad cristiana, a menudo ocultada y sofocada, tanto más se encontrarán estas realidades al servicio del Reino de Dios -v por tanto de la salvación en Jesucristo-, sin perder ni sacrificar nada de su coeficiente humano, sino manifestando una dimensión trascendente a menudo desconocida” (CFL, 24).

Sin embargo, en una mirada rápida a distintos grupos eclesiales, encontramos que muchos creen más en el poder de los fuertes que en el poder de los débiles. Y por eso promueven élites cristianas, minorías selectas y/o líderes que muestren su influencia en la sociedad.

Proponen acceder al poder para gestionar mejor el ordenamiento de la comunidad política: que el sistema educativo mejore, que mejore el sistema de sanidad, el de comunicaciones, el cultural, que la convivencia avance, que haya libertad religiosa, que la atención a enfermos y débiles esté organizada, o que incluso se multipliquen por 10 los fondos destinados al trabajo con los más pobres.

Algunos de los llamados nuevos movimientos eclesiales, que gozan de cierto vigor, están aportando vida nueva a la de las parroquias, pero sin tener un compromiso asociado acorde con las agresiones institucionales del imperialismo a la vida, a la familia, a los empobrecidos de la tierra.

En otros casos se trata de grupos de tipo integrista y populista, que juegan un papel minoritario, pero que pueden llegar a ser muy activos.

Otros grupos se mueven en el marco de acción de las ONGs.

Por otro lado, sigue siendo mayoritario entre los católicos el hacer una distinción clara entre la vida familiar, profesional o política y la vivencia de la fe.

En general, los católicos activos en la vida política se han caracterizado por el seguidismo de las posturas de sus partidos, disolviendo su identidad cristiana.

Este es el verdadero núcleo de la realidad política de la mayoría de los grupos en la Iglesia hoy, a pesar de que podamos hablar de la existencia de dos mentalidades, una más conservadora (que muestra su pertenencia a la Iglesia y la defensa de algunos de sus valores, queriendo darle visibilidad a la “cultura cristiana”) y otra más “progresista” (que llega a instrumentalizar la fe, como si fuera un proyecto ético, humanitario, al servicio de otras cosas). Las dos son versiones, sin ambigüedades, del cristianismo burgués, que en este caso se manifiesta por la defensa sin reservas del imperialismo transnacional.

Pero en la Iglesia también persiste la línea apostólica, enfrentada a los graves problemas de la sociedad y que afectan principalmente a la mayoría de la humanidad empobrecida, cuya causa principal radica en la imposición violenta de este imperialismo transnacional del que nos habla tan claramente la doctrina social de la Iglesia.

El apostolado laico debe enfrentarse a la raíz del actual sistema sin atajos falsos y, para ello, la principal tarea -en coherencia con lo analizado anteriormente- creemos que debe estar dirigida al espíritu y a la conciencia, a la formación de militantes cristianos.

Y esta labor será imposible sin comunidad, sin asociación solidaria, sin vida comunitaria eclesial.

Como decía don Tomás Malagón: “la mejor manera de hacer sociedad es hacer Iglesia”.

Se trata de empujar en la dirección de una “civilización del amor” que ponga a los débiles como centro y eje de la acción apostólica y política, y en la que el criterio de autenticidad sea el protagonismo y la promoción integral de los empobrecidos. Se trata de plantar semillas y realidades germinales en el campo socio político, económico y cultural, que hagan visible el proyecto integral de fraternidad, de vida solidaria personal y comunitaria.

La solidaridad es la fuerza de los pobres. Ahí radica además su esperanza.

El papa Francisco nos lo está recordando permanentemente:

“Nosotros, los católicos, los cristianos, todos, tenemos que formar una Iglesia pobre para los pobres, y que todo hombre o mujer de cualquier religión tiene que ver en cada pobre el mensaje de Dios que se acerca y se hace pobre para acompañarnos en la vida” (Discurso a los participantes en el Jubileo de las personas socialmente excluidas, 2016).

Y también: “Os exhorto a la solidaridad desinteresada y a una vuelta de la economía y las finanzas a una ética en favor del ser humano” (EG 58).

Fuente: Id y Evangelizad nº 117 «Militancia cristiana de por vida»