Cuando el pasado no es “memoria” y el futuro no es “espera”, el presente no es “visión” sino ceguera mortal.
El esfuerzo por leer los signos de los tiempos, es decir, comprender lo que Dios nos pide en cada situación histórica es una responsabilidad de todo cristiano y está presente como un pilar de la estructura de la fe cristiana.
Sin ese permanente ejercicio, nuestra vocación cristiana se resiente hasta perder su verdadero valor transformador, y se convierte en un ir dando “palos de ciego”, tropezando una y otra vez en la misma piedra del camino
Y es que no es posible prestar oídos a la Palabra de salvación fuera del lugar donde ella nos sale al encuentro, es decir, en la concreta historia humana en la cual el Señor se encarnó y en la cual fundó a su Iglesia para que predicara el Evangelio “hasta el fin del mundo”.
En este proceso de crecimiento de una visión de fe de la realidad, el tiempo es imprescindible, pero no solamente en tanto magnitud “cronológica”, cuantitativa, sino como “experiencia”. Es decir: no se trata solo de que “pasen cosas”, sino de apropiarnos del sentido y el mensaje de las cosas que pasan, “hacer experiencia de la experiencia”. El tiempo tiene sentido dentro de una actividad del espíritu, en la cual juegan la memoria, la fantasía, la intuición, la capacidad de juzgar…
Nos dirá San Agustín en sus confesiones (libro XI), que existen en el alma tres modos de tiempo: el presente del pasado, es la memoria; el presente del presente, es la visión; el presente del futuro, es la espera.”
¿Que ocurre cuando al tiempo se le elimina su dimensión experiencial?. La existencia entonces se asoma a una vida sin relato que le permita construir su identidad. Y entonces las ideologías dominantes tienen el campo libre para imponer sus leyes (las leyes del fuerte) sobre toda la actividad humana, imponiendo así un dogmatismo que no conoce de memoria ni de realidad ni de visión. Ejemplo de ello son los actuales progresismos que bloquean todo “real progreso” humano en aras de un “pretendido progreso” llegando así a configurar totalitarismo de diverso estilo pero tan crueles como los del siglo XX.
El pasado es memoria
Para el desmemoriado, para el que no guarda registro de lo que ha sucedido y de sus propios sucesos internos, el tiempo es un mero fluir sin sentido. Sin memoria, vivimos un mero presente sin densidad, un presente que siempre está empezando, vacío. Es estar siempre “recién aterrizado” al no tener el respaldo de las experiencias recordadas y ponderadas que han dado respuestas a los desafíos de la realidad. Como no aprendemos, como no nos recortamos sobre el fondo de experiencias anteriores que mucho tendrían para enseñarnos, solo nos queda un presente hueco, el presente del “todo ya”, el presente del consumismo, el afán de enriquecimiento fácil, la irresponsabilidad, la desconfianza mutua y el escepticismo.
En cambio mantener despierta la memoria de los triunfos y los fracasos, de los momentos de felicidad y de los de sufrimiento, es la única forma de no ser como “niños” en el peor sentido de la palabra: inmaduros, sin experiencia, tremendamente vulnerables, víctimas de cualquier señuelo que se nos presente revestido de luces de colores. O como “viejos” en el sentido también más triste: descreídos, blindados de amargura.
Por otra parte conviene recordar que se puede manipular la memoria convirtiéndola en una “memoria selectiva” que desgaja los datos, los momentos del corazón, los episodios de la vida desfigurando la totalidad. Se crea entonces una suerte de ser mitológico: mitad realidad vivida, mitad fantasía (llámese ilusión, ideología, deseo).
El futuro es espera
Según San Agustín, la espera (el estar esperanzado) es presente del futuro en el alma. ¿Cómo puede haber experiencia y sensatez si no sabemos hacia dónde queremos dirigirnos, hacia dónde mirar para elegir entre las posibilidades que se presenten, en qué dirección sembrar y construir y apostar?. La dimensión temporal también implica contar con la “distensión” de la espera, es decir, convertir el deseo en esperanza.
El presente es visión
El presente, como momento de decisión, como única actualidad de la libertad que elige, se diluye sin esa capacidad de ver lo que deseamos en los mínimos movimientos y las pequeñitas semillas que hoy tenemos entre las manos. Semillas que descartaríamos, movimientos que dejaríamos perderse si no pudiéramos alimentar la expectativa de que a partir de ellos, y mediando tiempo y nuevas decisiones, puede crecer el bien que deseamos y hemos aprendido a esperar activamente.
Y así, el presente es “visión” de lo que fue, lo que es y, sobre todo, de lo que puede ser. Campo propio de la libertad, campo propio del espíritu.
Es tiempo de aprender a proyectar, esperar y sostener el esfuerzo y la espera con esa conjunción de pasado, presente y futuro. Sin esa conjunción que se da en la actividad del alma humana, no hay proyecto posible. Solo improvisación.
Cuando el pasado no es “memoria” y el futuro no es “espera”, el presente no es “visión” sino ceguera mortal.
Bibliografía:
- Cardenal Bergoglio. Mensajes a las Comunidades Educativas. Buenos Aires (1999-2008)