La dictadura del relativismo

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“Siempre permanece en lo más profundo del corazón humano la nostalgia de la verdad absoluta y la sed de alcanzar la plenitud del conocimiento”. Veritatis splendor 1

“Jamás ha habido en las sociedades ricas de este mundo tanta desorientación, resignación y cinismo, tanto autoaborrecimiento”. J. Moltman

Punto de partida

Homilía del cardenal Joseph Ratzinger, en la misa pro-eligiendo pontífice del 18 de abril de 2005 (comentario a Efesios 4,11-16) donde sintetiza algunos aspectos en torno al problema del relativismo que son abordados tanto en la Veritatis splendor (VS) como en la Fides et Ratio (FR):

” (…) Detengámonos sólo en dos puntos. El primero es el camino hacia «la madurez de Cristo»; así dice, simplificando un poco, el texto italiano. Según el texto griego, deberíamos hablar más precisamente de la «medida de la plenitud de Cristo», a la que estamos llamados a llegar para ser realmente adultos en la fe. No deberíamos seguir siendo niños en la fe, menores de edad. ¿En qué consiste ser niños en la fe? San Pablo responde: significa ser «llevados a la deriva y zarandeados por cualquier viento de doctrina…» (Ef 4, 14). ¡Una descripción muy actual!

¡Cuántos vientos de doctrina hemos conocido durante estos últimos decenios!, ¡cuántas corrientes ideológicas!, ¡cuántas modas de pensamiento!… La pequeña barca de! pensamiento de muchos cristianos ha sido zarandeada a menudo por estas olas, llevada de un extremo al otro: del marxismo al liberalismo, hasta el libertinaje; del colectivismo al individualismo radical; del ateísmo a un vago misticismo religioso; del agnosticismo al sincretismo, etc. Cada día nacen nuevas sectas y se realiza lo que dice san Pablo sobre el engaño de los hombres, sobre la astucia que tiende a inducir a error (cf. Ef 4, 14). A quien tiene una fe clara, según el Credo de la Iglesia, a menudo se le aplica la etiqueta de fundamentalismo. Mientras que el relativismo, es decir, dejarse «llevar a la deriva por cualquier viento de doctrina», parece ser la única actitud adecuada en los tiempos actuales. Se va constituyendo una dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo y que deja como última medida sólo el propio yo y sus antojos. ”

Nosotros, en cambio, tenemos otra medida: el Hijo de Dios, el hombre verdadero. Él es la medida del verdadero humanismo. No es «adulta» una fe que sigue las olas de la moda y la última novedad; adulta y madura es una fe profundamente arraigada en la amistad con Cristo. Esta amistad nos abre a todo lo que es bueno y nos da el criterio para discernir entre lo verdadero y lo falso, entre el engaño y la verdad. Debemos madurar esta fe adulta; debemos guiar la grey de Cristo a esta fe. Esta fe —sólo la fecrea unidad y se realiza en la caridad. (…)La dictadura del relativismo es una manifestación cultural y política basada en la negación de una verdad firme y universal sobre el hombre, el mundo y Dios.

Las consecuencias morales y políticas de esta dictadura son devastadoras. Sin duda la primera víctima es la dignidad humana que solo se puede defender si tiene unos cimientos firmes e incondicionales. 

Las tendencias totalitarias e insolidarias de la sociedad actual se sostienen sobre una concepción relativista que cuestiona los asideros fundamentales de la vida del hombre.

Por otro lado, nuestra misión evangelizadora, en una sociedad plural, exige de nosotros un diálogo permanente con el corazón del hombre contemporáneo que está siendo agredido sistemáticamente. 

Las angustias y esperanzas de los hombres, especialmente de los más débiles y sufrientes exigen de nosotros un actitud fuerte con los fuertes y humilde con los débiles en un marco de autentico diálogo hacia la verdad que haga posible un convivencia en justicia.

¿Qué entendemos por relativismo?

En física una magnitud es relativa si depende de un sistema de referencia. Si se cambia de sistema de referencia, esa magnitud cambia. Por el contrario una magnitud es absoluta cuando no depende del sistema de referencia, es permanente y universal. La mayoría de las magnitudes físicas son relativas. El relativismo como tal es una concepción antigua, por ejemplo hay que recordar a los sofistas griegos como Protágoras que vinculó el relativismo moral con un relativismo cultural y epistemológico general. Pero el relativismo adquiere especialmente fuerza con la revolución científica que nace en el siglo XVI. Los principios de relatividad de Galileo y luego la teoría de la relatividad de Einstein han ido trasvasándose del ámbito de las ciencias naturales a otros campos de conocimiento especialmente cuestionando el conocimiento metafísico. Sin embargo la contingencia de los conocimientos científicos no tiene porque ser extensible a otros campos. Esto no impide aceptar que la búsqueda de la verdad sea un proceso convergente y complementario desde diferentes sectores del saber.

En este trabajo nos vamos basar en dos tipos de relativismo: el epistemológico y el moral. Ambos están relacionados ya que todo relativismo se basa en el cuestionamiento de la verdad, especialmente de su accesibilidad, su universalidad y permanencia. Por ello se puede hablar de relativismo desde el punto de vista cultural, histórico, subjetivo, etc.

El relativismo epistemológico se basa en la afirmación de que no hay una verdad absoluta o si la hay no la podemos conocer. Todas las llamadas verdades son relativas de modo que la verdad o validez de una proposición o de un juicio dependen de las circunstancias, intereses o condiciones desde donde son formuladas. El relativismo epistemológico brota de una actitud escéptica. El escepticismo teóricamente es una doctrina de conocimiento según la cual no hay ningún saber firme, ni puede encontrarse nunca ninguna opinión absolutamente segura. Desde el punto de vista práctico, el escepticismo es una actitud que encuentra en la negativa a adherirse a ninguna opinión determinada, en la suspensión del juicio, la salvación del individuo, la paz interior. Como doctrina filosófica, el sujeto nunca puede aprehender el objeto o sólo lo hace de manera relativa o cambiante. No hay un conocimiento seguro. Si hubiera conocimiento seguro no habría cambios en el conocimiento. Según algunos, el escepticismo es paradójico. Si admitimos que ‘ninguna proposición es verdadera’, por lo menos debemos admitir la excepción de que la propia proposición ‘ninguna proposición es verdadera’ sea verdadera. Lo cual se contradice a sí misma. El escepticismo no afirma, propiamente dicho, ninguna proposición sino que se abstiene de formular cualquier proposición por estimar que no vale la pena formular proposiciones que inmediatamente van a convertirse en dudosas. De igual forma podríamos decir que el relativismo es paradójico puesto que la propia proposición “todo es relativo” es cuestionada por su mismo contenido.

Por otro lado el relativismo moral o ético se basa en el anterior ya que si no se puede afirmar con universalidad una verdad, entonces no se puede afirmar que algo es verdaderamente e intrínsecamente bueno. El relativismo ético brota de una actitud según la cual no se puede decir nada que sea bueno o malo absolutamente. La bondad o maldad de algo dependen a si mismo de circunstancias, condiciones o momentos. Los valores morales carecen de un suelo firme donde apoyarse y dependerán de los sujetos, los intereses, la cultura, el momento histórico, la clase social o simplemente se desembocará en una ausencia de valores morales, nihilismo. La libertad humana de esta manera, se queda sin referencia y sin orientación para distinguir lo bueno y lo malo. La única guía final para la libertad es la voluntad del propio individuo.

En la Encíclica Veritatis splendor he puesto de relieve que muchos de los problemas que tiene el mundo actual derivan de una « crisis en torno a la verdad. Abandonada la idea de una verdad universal sobre el bien, que la razón humana pueda conocer, ha cambiado también inevitablemente la concepción misma de la conciencia: a ésta ya no se la considera en su realidad originaria, o sea, como acto de la inteligencia de la persona, que debe aplicar el conocimiento universal del bien en una determinada situación y expresar así un juicio sobre la conducta recta que hay que elegir aquí y ahora; sino que más bien se está orientando a conceder a la conciencia del individuo el privilegio de fijar, de modo autónomo, los criterios del bien y del mal, y actuar en consecuencia. Esta visión coincide con una ética individualista, para la cual cada uno se encuentra ante su verdad, diversa de la verdad de los demás ». (FR 98)

Como nos decía Adela Cortina:

“El escepticismo o relativismo, tan aristócratas e ingeniosos aparentemente, resultan en verdad insostenibles en la vida cotidiana, porque nadie puede actuar creyendo realmente que no existen unas opciones preferibles a otras, o que la maldad del asesinato y la tortura dependen de diferentes culturas. El escepticismo y el relativismo llevados al extremo, son las típicas posiciones de ‘salón’, abstractas, construidas a espaldas a la acción real, en su versión moderada intentan un mayor acoplamiento a la realidad moral, pero no alcanzan la altura mínima requerida -la del reconocimiento de los derechos humanos- constituye un rotundo mentís a toda pretensión escéptica y relativista seria. “Ética Mínima” .Tecnos. 5a ed. 1996.

Modernidad y postmodernidad. Pensamiento débil, nihilismo y razón instrumental

La Modernidad se fue configurando en todos los campos entorno a la diosa Razón y se establecieron sistemas filosóficos “fuertes” que pretendían establecer una cosmovisión racional y total de la realidad. La ciencia positivista, física y biológica, se convirtió en el nuevo paradigma del conocimiento y dos reduccionismos altamente poderosos dominaban el panorama científico y filosófico. Un reduccionismo ontológico en el que la realidad es solo la materia y como consecuencia del anterior, un reduccionismo epistemológico en el que la racionalidad se identificada con la razón científica. Las dimensiones metafísicas, religiosas, morales y espirituales de la realidad fueron apartadas de un manotazo por inexistentes o irrelevantes. La filosofía y la religión perdieron su estatus tradicional. Además se impuso una voluntad prometéica de transformación de la realidad basada en la potencia de los nuevos avances científicos y tecnológicos. Lo humano se sometió a una razón instrumental desvinculada de condicionamientos morales objetivos. Sin embargo después de unos trescientos años por este camino la racionalidad moderna desembarcó en los grandes totalitarismos del siglo XX, en dos guerras mundiales y en una cultura contemporánea que es una auténtica anticultura humana.

Ante el evidente fracaso del racionalismo y del positivismo nos preguntamos si ¿eso significa que la razón, como facultad humana debe ser desechada y sólo lo irracional tendría consistencia propia?

En definitiva, se nota una difundida desconfianza hacia las afirmaciones globales y absolutas, sobre todo por parte de quienes consideran que la verdad es el resultado del consenso y no de la adecuación del intelecto a la realidad objetiva. Ciertamente es comprensible que, en un mundo dividido en muchos campos de especialización, resulte difícil reconocer el sentido total y último de la vida que la filosofía ha buscado tradicionalmente. No obstante, a la luz de la fe que reconoce en Jesucristo este sentido último, debo animar a los filósofos, cristianos o no, a confiar en la capacidad de la razón humana y a no fijarse metas demasiado modestas en su filosofar. La lección de la historia del milenio que estamos concluyendo testimonia que éste es el camino a seguir: es preciso no perder la pasión por la verdad última y el anhelo por su búsqueda, junto con la audacia de descubrir nuevos rumbos. La fe mueve a la razón a salir de todo aislamiento y a apostar de buen grado por lo que es bello, bueno y verdadero. Así, la fe se hace abogada convencida y convincente de la razón. (FR 56)

Esta patente insuficiencia del pensamiento fuerte del cientifismo racionalista y positivista de la modernidad derivó en un rechazo de cualquier pretensión de interpretar la realidad de una manera total, global. No se admite una capacidad humana para tener una visión completa del ser y la verdad. El fin de la modernidad llevó ¡lógicamente a concluir que todo pensamiento es débil lo que fue precedido por la necesaria debilidad del ser La debilidad del ser, más la debilidad del pensamiento se acompañan del oscurecimiento de la verdad. La verdad es una verdad débil. Se abdica de toda verdad asegurada; se desprende de todas las ofertas globales de valor y de sentido, de las promesas de liberación universal, salvación integral, utopía escatológica. Se renuncia a cualquier proyecto total de transformación de la realidad social. El humanismo está en crisis. Se reconoce a Nietzsche como el primer pensador radical no humanista de nuestra época.

Las tesis examinadas hasta aquí llevan, a su vez, a una concepción más general, que actualmente parece constituir el horizonte común para muchas filosofías que se han alejado del sentido del ser. Me estoy refiriendo a la postura nihilista, que rechaza todo fundamento a la vez que niega toda verdad objetiva. El nihilismo, aun antes de estar en contraste con las exigencias y los contenidos de la palabra de Dios, niega la humanidad del hombre y su misma identidad. En efecto, se ha de tener en cuenta que la negación del ser comporta inevitablemente la pérdida de contacto con la verdad objetiva y, por consiguiente, con el fundamento de la dignidad humana. (FR 90)

Este nihilismo encuentra una cierta confirmación en la terrible experiencia del mal que ha marcado nuestra época. Ante esta experiencia dramática, el optimismo racionalista que veía en la historia el avance victorioso de la razón, fuente de felicidad y de libertad, no ha podido mantenerse en pie, hasta el punto de que una de las mayores amenazas en este fin de siglo es la tentación de la desesperación. (FR 91)

Superados el existencialismo, el marxismo humanista, el silencio de Wittgenstein sobre el misterio, hoy se puede hablar ya de nihilismo cabal. Se tiene alergia a los conceptos de verdad y certeza. La razón se hace vacilante, hay una entronización del pensamiento errante, hay un rechazo de toda afirmación con voluntad de validez permanente. Y se impone una desacreditación de ¡os imperativos éticos de justicia y libertad para todos. Si no hay verdades absolutas no hay valores absolutos.

Sin embargo, no hay duda de que las corrientes de pensamiento relacionadas con la postmodernidad merecen una adecuada atención. En efecto, según algunas de ellas el tiempo de las certezas ha pasado irremediablemente; el hombre debería ya aprender a vivir en una perspectiva de carencia total de sentido, caracterizada por lo provisional y fugaz. Muchos autores, en su crítica demoledora de toda certeza e ignorando las distinciones necesarias, contestan incluso la certeza de la fe. (FR 91)

Sin embargo no es aceptable desechar la razón humana ni la exigencia de la verdad porque los dos reduccionismos, materialismo y cientifismo, que se impusieron en la modernidad hayan fracasado. Lo lógico es que lo hayan hecho pero lo dramático es que el experimento ha costado y está costando millones de víctimas inocentes.

Ésta es, pues, una segunda exigencia: verificar la capacidad del hombre de llegar al conocimiento de la verdad; un conocimiento, además, que alcance la verdad objetiva, mediante aquella adaequatio rei et intellectus a la que se refieren los Doctores de la Escolástica. Esta exigencia, propia de la fe, ha sido reafirmada por el Concilio Vaticano II: «La inteligencia no se limita sólo a los fenómenos, sino que es capaz de alcanzar con verdadera certeza la realidad inteligible, aunque a consecuencia del pecado se encuentre parcialmente oscurecida y debilitada ». (FR 82)

La razón es una capacidad humana específica y fundamental y el hombre no puede ni hipertrofiaría, ni reducirla, ni apartarla. Lo adecuado es integrarla en lo esencialmente humano junto con otras capacidades y potencialidades.

La fe y la razón (Fides et ratio) son como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad. Dios ha puesto en el corazón del hombre el deseo de conocer la verdad (FR,0)

La verdad debe ocupar el lugar que le corresponde. El hombre nunca es indiferente a la verdad es algo que le constituye como persona. El hombre conoce y se conoce. Solamente una libertad anclada en la verdad esta capacitada para buscar honradamente el bien.

« Todos los hombres desean saber » y la verdad es el objeto propio de este deseo. Incluso la vida diaria muestra cuán interesado está cada uno en descubrir, más allá de lo conocido de oídas, cómo están verdaderamente las cosas. El hombre es el único ser en toda la creación visible que no sólo es capaz de saber, sino que sabe también que sabe, y por eso se interesa por la verdad real de lo que se le presenta. Nadie puede permanecer sinceramente indiferente a la verdad de su saber. Si descubre que es falso, lo rechaza; en cambio, si puede confirmar su verdad, se siente satisfecho. (…)

No menos importante que la investigación en el ámbito teórico es la que se lleva a cabo en el ámbito práctico: quiero aludir a la búsqueda de la verdad en relación con el bien que hay que realizar. En efecto, con el propio obrar ético la persona actuando según su libre y recto querer, toma el camino de la felicidad y tiende a la perfección. También en este caso se trata de la verdad. He reafirmado esta convicción en la Encíclica Veritatis splendor:

« No existe moral sin libertad […]. Si existe el derecho de ser respetados en el propio camino de búsqueda de la verdad, existe aún antes la obligación moral, grave para cada uno, de buscar la verdad y seguirla una vez conocida » (FR 25)

La Verdad, el Bien, el Ser.

En la línea de estas transformaciones culturales, algunos filósofos, abandonando la búsqueda de la verdad por sí misma, han adoptado como único objetivo el lograr la certeza subjetiva o la utilidad práctica De aquí se desprende como consecuencia el ofuscamiento de la auténtica dignidad de la razón, que ya no es capaz de conocer lo verdadero y de buscar lo absoluto.(FR 47)

Frente a la dictadura del relativismo la encíclica Veritatis Splendor presentó un núcleo fundamental: la necesidad de recuperar el nexo de unión entre el orden epistemológico, el axiológico y el ontológico. La actual situación sólo podrá ser remontada si se procede a la comunión de los tres órdenes. Si no se rehabilitan las ideas de Verdad, Bien y Ser se produce una progresiva necrosis de lo humano. Actualmente se desarrollan con virulencia corrientes de pensamiento que terminan por erradicar la libertad humana de su relación esencial y constitutiva con la verdad.

La primera es el eclecticismo, término que designa la actitud de quien, en la investigación, en la enseñanza y en la argumentación, incluso teológica, suele adoptar ideas derivadas de diferentes filosofías, sin fijarse en su coherencia o conexión sistemática ni en su contexto histórico (FR 86)

El eclecticismo es un error de método, pero podría ocultar también las tesis propias del historicismo Para comprender de manera correcta una doctrina del pasado, es necesario considerarla en su contexto histórico y cultural. En cambio, la tesis fundamental del historicismo consiste en establecer la verdad de una filosofía sobre la base de su adecuación a un determinado período y a un determinado objetivo histórico. De este modo, al menos implícitamente, se niega la validez perenne de la verdad. (FR 87)

No menores peligros conlleva el pragmatismo, actitud mental propia de quien, al hacer sus opciones, excluye el recurso a reflexiones teoréticas o a valoraciones basadas en principios éticos. Las consecuencias derivadas de esta corriente de pensamiento son notables. En particular, se ha ido afirmando un concepto de democracia que no contempla la referencia a fundamentos de orden axiológico y por tanto inmutables. (FR 89)

El oscurecimiento de la verdad tiene su origen en el cientifismo; las verdades científicas son todas contingentes, y este pensamiento pronto se instaló con fuerza en otros órdenes. Además el cientifismo veta todos los juicios morales. El pensamiento posmoderno débil ha venido a acentuar el oscurecimiento del concepto de verdad. No es posible conocer las cosas en sí mismas, el ser es débil, la realidad es infundada.

Otro peligro considerable es el cientificismo. Esta corriente filosófica no admite como válidas otras formas de conocimiento que no sean las propias de las ciencias positivas, relegando al ámbito de la mera imaginación tanto el conocimiento religioso y teológico, como el saber ético y estético. En el pasado, esta misma idea se expresaba en el positivismo y en el neopositivismo, que consideraban sin sentido las afirmaciones de carácter metafísico. (FR 88)

Si no hay verdades absolutas, no puede haber valores definitivamente valiosos. Lo bueno, lo malo, lo justo, lo injusto serán fruto de la imposición, la convención, el consenso. El consenso parece que el es ‘paradigma ético’. Algo es bueno porque se ha consensuado, cuando lo que debería decirse es que si algo es bueno hay que consensuarlo. Ahora bien lo que se ha calificado como bueno por la vía del consenso puede ser viable y canjeable por la misma vía.

Toda teoría ética es teoría segunda, opera (consciente o inconscientemente, tácita o expresamente) con una teoría primera que no es ética sino epistemológica. Es decir la categoría del bien, depende de la categoría de verdad. Si aceptamos la indeterminación-determinación epistemológica debemos aceptar la indeterminación-determinación ética.

Pero el orden epistemológico depende a su vez de otro anterior, el orden ontológico. El conocimiento, la verdad hacen referencia a la realidad. Si la realidad es contingente e infundada, tu concepción de la realidad es contingente e infundada y también lo contrario. La verdad absoluta sólo puede afirmarse sobre la base de un ser absoluto.

La premisa mayor de la Veritatis Splendor es que constatamos que hay valores éticos no interinos, no conmutables o revisables, sino universal y permanentemente válidos porque hay verdades definitivamente verdaderas, y hay verdades verdaderas porque hay una realidad que los creyentes llamamos Dios en quien confluyen la plenitud de los tres órdenes: el Ser, la Verdad y el Bien.

El pensador agnóstico Leszek Kolakowski afirma que sólo es legítimo el uso del concepto verdad…. si suponemos que existe una mente absoluta. O existe Dios o un nihilismo cognoscitivo, no hay término medio. La verdad es un concepto trascendental, obedece a una verdad objetiva. La verdad científica es operativa, empírica, requiere normas de aceptabilidad no de verdad. La única alternativa al concepto de verdad sería el escepticismo ya que no podemos crear un absoluto epistemológico, nuestra inteligencia es finita. “Tiene que existir un sujeto que no puedaerrar” habilitado además para conocer “la totalidad de la verdad” pues las verdades parciales no pueden generar certezas absolutas.

La dictadura del relativismo

Actualmente se esta configurando, como hemos dicho, una cultura cuya principal característica es la negación de la verdad sobre el ser del mundo, del hombre y de Dios. La desconexión entre los órdenes del ser, del conocimiento y de la moral hace que no haya una referencia objetiva que sirva de asidero para la libertad humana.

(…) en nuestro tiempo, la búsqueda de la verdad última parece a menudo oscurecida. Sin duda la filosofía moderna tiene el gran mérito de haber concentrado su atención en el hombre. (…) Sin embargo, los resultados positivos alcanzados no deben llevar a descuidar el hecho de que la razón misma, movida a indagar de forma unilateral sobre el hombre como sujeto, parece haber olvidado que éste está también llamado a orientarse hacia una verdad que lo transciende. (…)

Ello ha derivado en varias formas de agnosticismo y de relativismo, que han llevado la investigación filosófica a perderse en las arenas movedizas de un escepticismo general. Recientemente han adquirido cierto relieve diversas doctrinas que tienden a infravalorar incluso las verdades que el hombre estaba seguro de haber alcanzado. La legítima pluralidad de posiciones ha dado paso a un pluralismo indiferenciado, basado en el convencimiento de que todas las posiciones son igualmente válidas. Este es uno de los síntomas más difundidos de la desconfianza en la verdad que es posible encontrar en el contexto actual.(…) En esta perspectiva, todo se reduce a opinión. (FR 5)

En primer lugar no se admite la objetividad del ser, de la realidad. Por ejemplo cuando se habla de género se está intentando negar la realidad de una sexualidad humana perfectamente definida. O cuando se habla de persona y no se incluye al embrión, al feto, al enfermo terminal o al pobre. En segundo lugar no se admite la posibilidad de que haya una verdad que se adecue a la realidad. La verdad de las cosas depende de las circunstancias, de la cultura particular, del momento histórico, de los intereses de clase o individuales, etc. En tercer lugar se dice que es imposible determinar un bien universal para el hombre. Lo bueno es distinto para cada uno y depende básicamente de su elección o construcción.

Se impone un pluralismo indiferenciado donde todo vale por igual. La libertad humana se encuentra a la deriva ya que ha perdido su anclaje con la verdad del ser de las cosas. La desvinculación de la libertad respecto de la verdad moral y ontológica es una de las características culturales más dramáticas del momento actual. Por lo tanto si no existe o no encuentro un bien adecuado a mi perspectiva particular este bien debo construirlo. El constructivismo es la base de lo moral. El hombre se convierte en constructor de lo bueno, de la verdad, de la realidad.

Sin embargo como el ser humano es un ser social debemos ponernos de acuerdo en cual es el bien mínimo para la convivencia. Así la tolerancia es otra pieza del nuevo paradigma cultural relativista. Debemos tolerarnos sobre la base de un pluralismo de bienes, puntos de vista, intereses, y establecer, unos procedimientos sociales de diálogo y comunicación que generen consensuadamente, democráticamente, las normas de convivencia. Constructivismo, pluralismo, tolerancia, consenso, procedimiento y dialogo forman una amalgama formalista repetida por todos los lados pero que realmente no afirma nada, sin ningún contenido, Algo es verdadero o bueno simplemente porque se ha consensuado, porque se ha dialogado,porque responde a un procedimiento aceptado. Contrariamente, afirmar que algo es verdadero o bueno intrínsecamente, se ve inmediatamente acusado de fundamentalísimo, de intolerancia, de dictadura, de absolutismo, etc. Sin embargo la realidad es muy distinta.

Creer en la posibilidad de conocer una verdad universalmente válida no es en modo alguno fuente de intolerancia; al contrario, es una condición necesaria para un diálogo sincero y auténtico entre las personas. Sólo bajo esta condición es posible superar las divisiones y recorrer juntos el camino hacia la verdad completa, siguiendo los senderos que sólo conoce el Espíritu del Señor resucitado. (FR 92)

El constructivismo, el consensualismo, el dialogismo y los procedimentalismos son caretas que encubren la ley del más poderoso sobre el débil. Es falsa esa imagen de tolerancia y pluralismo total. Cualquier disidencia militante de este relativismo es aplastada con toda contundencia porque cuestiona los cimientos del actual orden sociopolítico.

Estas formas de racionalidad, en vez de tender a la contemplación de la verdad y a la búsqueda del fin último y del sentido de la vida, están orientadaso, al menos, pueden orientarsecomo « razón instrumental » al servicio de fines utilitaristas, de placerde poder (…).(FR 47)

A la hora de construir valores, de aceptar normas de convivencia, si no hay una referencia absoluta que sirva para determinar lo verdadero y lo bueno, se va a imponer lógicamente la ley del más fuerte. Por eso al final el relativismo es el camino directo a la dictadura y al totalitarismo. La referencia teórica y práctica a un sistema absoluto de Verdad y Bien asentado sobre la realidad esencial del hombre y del mundo es el mayor obstáculo al orden totalitario que padecemos en nuestros días.

En defensa de la verdad, frente a la dictadura del relativismo.

La encíclica Fides et ratio comienza planteando la adecuada relación entre la fe y la razón intentado recuperar una visión realista del hombre, del mundo y de Dios para que se puedan sentar las bases de una sincera búsqueda de la verdad que sirva en un auténtico dialogo humano. Como dice Benedicto XVI la verdad no se impone, se propone y se vive.

Consideramos finalmente seis puntos clave que no podemos olvidar.

– El hombre busca la verdad.

De modos y formas diversas, muestra que el deseo de verdad pertenece a la naturaleza misma del hombre (FR 3)

Es necesario reconocer que no siempre la búsqueda de la verdad se presenta con esa trasparencia ni de manera consecuente. El límite originario de la razón y la inconstancia del corazón oscurecen a menudo y desvían la búsqueda personal. Otros intereses de diverso orden pueden condicionar la verdad. Más aún, el hombre también la evita a veces en cuanto comienza a divisarla, porque teme sus exigencias. Pero, a pesar de esto, incluso cuando la evita, siempre es la verdad la que influencia su existencia; en efecto, él nunca podría fundar la propia vida sobre la duda, la incertidumbre o la mentira; tal existencia estaría continuamente amenazada por el miedo y la angustia. Se puede definir, pues, al hombre como aquél que busca la verdad. (FR28)

– La verdad es universal y es lo único que ofrece sentido y fundamento a la vida del hombre.

(…) De por si, toda verdad, incluso parcial, si es realmente verdad, se presenta como universal. Lo que es verdad, debe ser verdad para todos y siempre. Además de esta universalidad, sin embargo, el hombre busca un absoluto que sea capaz de dar respuesta y sentido a toda su búsqueda. Algo que sea último y fundamento de todo lo demás. En otras palabras, busca una explicación definitiva, un valor supremo, más allá del cual no haya ni pueda haber interrogantes o instancias posteriores. Las hipótesis pueden ser fascinantes, pero no satisfacen. Para todos llega el momento en el que, se quiera o no, es necesario enraizar la propia existencia en una verdad reconocida como definitiva, que dé una certeza no sometida ya a la duda. (FR 27)

– El hombre es un ser que busca, cree y confía en la verdad. Debemos cultivar una actitud critica pero no desconfiada.

El hombre no ha sido creado para vivir solo. Nace y crece en una familia para insertarse más tarde con su trabajo en la sociedad. Desde el nacimiento, pues, está inmerso en varias tradiciones, de las cuales recibe no sólo el lenguaje y la formación cultural, sino también muchas verdades en las que, casi instintivamente, cree. De todos modos el crecimiento y la maduración personal implican que estas mismas verdades puedan ser puestas en duda y discutidas por medio de la peculiar actividad crítica del pensamiento. Esto no quita que, tras este paso, las mismas verdades sean « recuperadas » sobre la base de la experiencia llevada que se ha tenido o en virtud de un razonamiento sucesivo. A pesar de ello, en la vida de un hombre las verdades simplemente creídas son mucho más numerosas que las adquiridas mediante la constatación personal. (…)El hombre, ser que busca la verdad, es pues también aquél que vive de creencias.(FR 31)

– La cultura debe estar profundamente enraizada en lo esencialmente humano.

En una expresión tan simple está descrita una gran verdad: el encuentro de la fe con las diversas culturas de hecho ha dado vida a una realidad nueva. Las culturas, cuando están profundamente enraizadas en lo humano, llevan consigo el testimonio de la apertura típica del hombre a lo universal y a la trascendencia. Por ello, ofrecen modos diversos de acercamiento a la verdad, que son de indudable utilidad para el hombre al que sugieren valores capaces de hacer cada vez más humana su existencia. (FR 70)

De esto deriva que una cultura nunca puede ser criterio de juicio y menos aún criterio último de verdad en relación con la revelación de Dios. El Evangelio no es contrario a una u otra cultura como si, entrando en contacto con ella, quisiera privarla de lo que le pertenece obligándola a asumir formas extrínsecas no conformes a la misma. Al contrario, el anuncio que el creyente lleva al mundo y a las culturas es una forma real de liberación de los desórdenes introducidos por el pecado y, al mismo tiempo, una llamada a la verdad plena. En este encuentro, las culturas no sólo no se ven privadas de nada, sino que por el contrario son animadas a abrirse a la novedad de la verdad evangélica recibiendo incentivos para ulteriores desarrollos. (FR 71)

– Integrar frente a la provocada fragmentación que busca el caos y el sinsentido

Se ha de tener presente que uno de los elementos más importantes de nuestra condición actual es la « crisis del sentido ». Los puntos de vista, a menudo de carácter científico, sobre la vida y sobre el mundo se han multiplicado de tal forma que podemos constatar como se produce el fenómeno de la fragmentariedad del saber. (…) La pluralidad de las teorías que se disputan la respuesta, o los diversos modos de ver y de interpretar el mundo y la vida del hombre, no hacen más que agudizar esta duda radical, que fácilmente desemboca en un estado de escepticismo y de indiferencia o en las diversas manifestaciones del nihilismo.

La consecuencia de esto es que a menudo el espíritu humano está sujeto a una forma de pensamiento ambiguo (…) Una filosofía carente de la cuestión sobre el sentido de la existencia incurriría en el grave peligro de degradar la razón a funciones meramente instrumentales, sin ninguna auténtica pasión por la búsqueda de la verdad. (FR 81)

  La unidad de la verdad es sacramento y la realidad es inteligible.

(…) La unidad de la verdad es ya un postulado fundamental de la razón humana, expresado en el principio de no contradicción. La Revelación da la certeza de esta unidad, mostrando que el Dios creador es también el Dios de la historia de la salvación. El mismo e idéntico Dios, que fundamenta y garantiza que sea inteligible y racional el orden natural de las cosas sobre las que se apoyan los científicos confiados, es el mismo que se revela como Padre de nuestro Señor Jesucristo. Esta unidad de la verdad, natural y revelada, tiene su identificación viva y personal en Cristo (…) (FR 34)

 

A este propósito, San Pablo, en contraste con las continuas peripecias de quienes son como niños zarandeados por las olas, nos ofrece estas hermosas palabras: «hacer la verdad en la caridad», como fórmula fundamental de la existencia cristiana. En Cristo coinciden la verdad y la caridad. En la medida en que nos acercamos a Cristo, también en nuestra vida, la verdad y la caridad se funden. La caridad sin la verdad sería ciega; la verdad sin la caridad sería como «címbalo que retiñe» (1 Co 13, 1). (Parte final de la homilía del Cardenal Ratzinger justo antes de ser elegido como Papa).