En este artículo recogemos, en primer lugar, las palabras del papa León XIV pronunciadas el 14 de septiembre de 2025 ―día de la Exaltación de la Santa Cruz―, en la misa de conmemoración de los mártires y testigos de la fe del siglo XXI. En ellas nos muestra cómo estos «hermanos mayores» (como gustaba Guillermo Rovirosa de llamar a los santos) son testimonio de una esperanza «colmada de inmortalidad», imprescindible ante los peligros que debe afrontar quien pretenda construir una paz auténtica. Tras ellas, algunos destellos del trabajo de la Comisión de los Mártires que las refrendan.

Las palabras del papa León

Estamos convencidos de que el martyria hasta la muerte es «la comunión más auténtica que existe con Cristo, que derrama su sangre y, en este sacrificio, acerca a quienes un tiempo estaban lejanos» (cf. Ef 2,13). Aún hoy podemos afirmar con Juan Pablo II que, allí donde el odio parecía impregnar cada aspecto de la vida, estos audaces servidores del Evangelio y mártires de la fe demostraron evidentemente que «el amor es más fuerte que la muerte».

Recordamos a estos hermanos y hermanas nuestros con la mirada dirigida al Crucificado. Con su cruz, Jesús nos ha manifestado el verdadero rostro de Dios, su infinita compasión por la humanidad; cargó sobre sí el odio y la violencia del mundo, para compartir la suerte de todos los que son humillados y oprimidos: «Él soportaba nuestros sufrimientos y cargaba con nuestras dolencias» (Is 53,4).

Muchos hermanos y hermanas, también hoy, a causa de su testimonio de fe en situaciones difíciles y contextos hostiles, cargan con la misma cruz del Señor. Al igual que Él, son perseguidos, condenados, asesinados. De ellos dice Jesús: «Felices ustedes, cuando sean insultados y perseguidos, y cuando se los calumnie en toda forma a causa de mí» (Mt 5,10-11). Son mujeres y hombres, religiosas y religiosos, laicos y sacerdotes, que pagan con la vida la fidelidad al Evangelio, el compromiso con la justicia, la lucha por la libertad religiosa allí donde todavía es transgredida, la solidaridad con los más pobres. Según los criterios del mundo, han sido «derrotados». En realidad, como nos dice el libro de la Sabiduría: «A los ojos de los hombres, ellos fueron castigados, pero su esperanza estaba colmada de inmortalidad» (Sb 3,4).

A lo largo del Año jubilar, celebramos la esperanza de estos valientes testigos de la fe. Es una esperanza llena de inmortalidad, porque su martirio sigue difundiendo el Evangelio en un mundo marcado por el odio, la violencia y la guerra; es una esperanza llena de inmortalidad, porque, aunque fueron asesinados en el cuerpo, nadie podrá apagar su voz ni borrar el amor que donaron; es una esperanza llena de inmortalidad, porque su testimonio permanece como profecía de la victoria del bien sobre el mal.

Sí, la suya es una esperanza desarmada. Han testimoniado la fe sin usar jamás las armas de la fuerza ni de la violencia, sino abrazando la débil y mansa fuerza del Evangelio, según las palabras del apóstol Pablo: «Más bien, me gloriaré de todo corazón en mi debilidad, para que resida en mí el poder de Cristo. […] Porque cuando soy débil, entonces soy fuerte» (2 Co 12,9-10).

Pienso en la fuerza evangélica de la Hermana Dorothy Stang, comprometida con los «Sin tierra» en la Amazonía. A quienes se disponían a matarla y le pedían un arma, ella les mostró la Biblia respondiendo: «He aquí mi única arma». Pienso en el Padre Ragheed Ganni, sacerdote caldeo de Mosul en Irak, que renunció a combatir para testimoniar cómo se comporta un verdadero cristiano. Pienso en el hermano Francis Tofi, anglicano y miembro de la Melanesian Brotherood, que dio la vida por la paz en las Islas Salomón. Los ejemplos serían muchos, porque, lamentablemente, a pesar del fin de las grandes dictaduras del siglo XX, todavía hoy no ha terminado la persecución de los cristianos; es más, en algunas partes del mundo ha aumentado.

Estos audaces servidores del Evangelio y mártires de la fe, «son como un gran cuadro de la humanidad cristiana […]. Un mural del Evangelio de las Bienaventuranzas, vivido hasta el derramamiento de la sangre» (S. Juan Pablo II, Conmemoración Ecuménica de los Testigos de la fe del siglo XX, 7 mayo 2000).

No podemos, no queremos olvidar. Queremos recordar. Lo hacemos seguros de que, como en los primeros siglos, también en el tercer milenio la sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos (Tertuliano, Apol. 50, 13). Queremos preservar la memoria junto a nuestros hermanos y hermanas de las demás Iglesias y Comuniones cristianas. Deseo, por tanto, reafirmar el compromiso de la Iglesia Católica de custodiar la memoria de los testigos de la fe de todas las tradiciones cristianas. La Comisión para los Nuevos Mártires, en el Dicasterio para las Causas de los Santos, cumple esta tarea, colaborando con el Dicasterio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos.

Como reconocíamos durante el reciente Sínodo, el ecumenismo de la sangre une a los «cristianos de distintas tradiciones que juntos dan su vida por la fe en Jesucristo. El testimonio de su martirio es más elocuente que cualquier palabra: la unidad viene de la Cruz del Señor» (Documento final, n.º 23). ¡Que la sangre de tantos testigos adelante el feliz día en el que beberemos del mismo cáliz de salvación!

Un niño pakistaní, Abish Masih, asesinado en un atentado contra la Iglesia católica, había escrito en su cuaderno: «Making the world a better place», «Hacer del mundo un lugar mejor». Que el sueño de este niño nos impulse a testimoniar con valentía nuestra fe, para ser juntos levadura de una humanidad pacífica y fraterna.

Los trabajos de la Comisión de los Mártires

La Comisión para los nuevos mártires, en su objetivo actualizar los nuevos mártires y celebrar su memoria en este Jubileo, ha recogido el testimonio de más de 1600 mártires asesinados en todo el mundo entre 2000 y 2025.

En las Américas se han identificado 304 mártires, muchos de ellos asesinados por organizaciones mafiosas y narcotraficantes o en contextos de deforestación y explotación de los recursos naturales.

En Europa son 43. Además, hay 110 cristianos europeos, casi siempre misioneros religiosos, fidei donum y voluntarios, que murieron en misión fuera de Europa.

Oriente Medio, incluido el Magreb, registra 277 testigos. Esto nos hace pensar en la historia de las últimas décadas de persecución de los cristianos en Oriente Medio, en Irak. El grupo incluye a muchos no católicos, debido a su estrecha comunión con los cristianos orientales.

Con respecto a Asia y Oceanía, son 357 los caídos. «Resulta impresionante constatar […] el número de cristianos que han muerto en oración, en particular en los atentados contra las tres iglesias de Colombo, Sri Lanka, el 21 de abril de 2019», atentados de Pascua que causaron más de 250 víctimas.

África es el continente con el mayor número de cristianos asesinados: la Comisión ha registrado 643. La mayoría murieron en ataques yihadistas, pero también por ataques de carácter étnico-político que involucraron a los misioneros que se encontraban presentes. Las principales causas de muerte son el terrorismo, los ataques yihadistas y las acciones de organizaciones criminales y mafiosas.

Sin embargo, estas cifras solo representan la punta del iceberg. Andrea Riccardi, vicepresidente de la Comisión, describió las dificultades que deben afrontar para llevar a cabo la investigación. Especialmente debido a la imposibilidad de recopilar estadísticas fiables en zonas remotas de África, aunque no solo allí. A pesar de los obstáculos, es tristemente evidente que los cristianos siguen muriendo. Hay muchos mártires no reconocidos, cuyas historias son conmovedoras y emblemáticas de regiones crucificadas en nuestro mundo contemporáneo.

Una de ellas es la del joven sacerdote caldeo Ragheed Ganni, asesinado en Mosul (Irak) en 2007 junto con tres diáconos. Ragheed había dicho en un congreso eucarístico en Bari: «Vivo con mucho miedo, pero cuando tengo la Eucaristía en mis manos […] siento Su fuerza en mí. Eso nos permite resistir y tener esperanza»

Hay niños como el del pequeño Abish Masih, una de las 15 víctimas de los terribles atentados del 15 de marzo de 2015, en los que los talibanes paquistaníes atacaron las dos iglesias —una católica y otra evangélica— de Youhanabad, el gran barrio cristiano de la ciudad de Lahore. Este niño, asistía a la Escuela de la Paz promovida en Lahore por la Comunidad de San Egidio. Su cuaderno se conserva hoy entre las reliquias de la basílica de san Bartolomé en la isla Tiberina, la iglesia romana que desde hace algunos años se ha convertido en el santuario de los mártires de los siglos XX y XXI.

El 15 de marzo de 2015, Abish se encontraba en el jardín frente a la iglesia. «Quizás estaba jugando o esperando para entrar a misa. Poco después murió en el hospital, asesinado solo por ser cristiano», contaron entonces sus padres a los amigos de la Comunidad de San Egidio. En ese mismo atentado en Youhanabad murió también Akash Bashir, joven de 21 años, antiguo alumno de los salesianos, que decidió valientemente detener con su cuerpo al terrorista suicida para impedirle entrar en la iglesia de San Juan y causar aún más víctimas. Con su sacrificio salvó la vida a muchas personas y por eso la Iglesia católica pakistaní ha promovido la causa de beatificación por su martirio.

Sor Leonella Sgorbati, misionera de la Consolata italiana, asesinada in odium fidei en Mogadiscio, Somalia, el 17 de septiembre de 2006, delante del hospital pediátrico donde trabajaba. Fue beatificada el 26 de mayo de 2018. Escribió a sus hermanas para que fueran «auténticos testigos de Cristo en nuestra vida cotidiana, aquí donde estamos», lo que ella, con su vida de servicio, siempre llevó a cabo.

También son muchos los cristianos evangélicos asesinados por terroristas, recordamos los que lo fueron en la Misión de Silgadji, en Burkina Faso, el 29 de abril de 2019, el primer atentado contra fieles reunidos en un lugar de culto en el país. Hay que recordar a los veintiún coptos ortodoxos asesinados en Libia el 15 de febrero de 2015, 20 egipcios y un ghanés, que fueron degollados por hombres del autodenominado Estado Islámico en la playa de Sirte donde trabajaban por no renegar de su fe. Sus cuerpos fueron encontrados más tarde, en 2017, en una fosa común. El Papa Francisco también los incluyó en el Martirologio Romano «como signo de la comunión espiritual» que une a las Iglesias católica y copta ortodoxa.

Dorothy Stang (Ohio-EE.UU., 1931‒ Pará-Brasil, 2005). A quienes se disponían a matarla y le pedían un arma, ella les mostró la Biblia respondiendo: «He aquí mi única arma».

Ragheed Ganni (Mosul-Irak, 1972‒Mosul, 2007). Asesinado frente a la Iglesia Caldea del Espíritu Santo de Mosul (Irak), donde era párroco. «Vivo con mucho miedo, pero cuando tengo la Eucaristía en mis manos […] siento Su fuerza en mí»

Siervo de Dios Akash Bashir (Risalpur-Pakistán, 1994‒Lahore-Pakistán, 2015). Decidió detener con su cuerpo a un terrorista suicida para impedirle entrar en la iglesia de San Juan de Lahore (Pakistán)

 

 

Beata Leonella Sgorbati (Gazzola-Italia 1940‒Mogadiscio-Somalia, 2006). Asesinada delante del hospital pediátrico de Mogadiscio, la capital de Somalia, donde trabajaba. Escribió a sus hermanas para que fueran «auténticos testigos de Cristo en nuestra vida cotidiana, aquí donde estamos».

 

Fuente: Revista id y evangelizad