La profundidad de la vida
Papa Francisco, Laudato si ,112-114
No hay que ceder al pesimismo. Como está escrito en la Gaudium et spes, Jesús vino «a salvar, y no a condenar; a servir, y no a ser servido» (GS 3). De este modo se puede seguir ampliando la mirada y dar alas a la libertad humana, capaz de limitar la técnica y las finanzas, de orientarlas y ponerlas al servicio de un progreso más sano, humano, social e integral; una -aunque limitada- liberación del paradigma tecnocrático imperante puede suceder de hecho en múltiples ocasiones, muy diferentes entre sí. Por ejemplo, cuando comunidades de pequeños productores optan por sistemas de producción menos contaminantes, y así sostienen un modelo de vida, de felicidad y de convivencia no consumista; o cuando la misma técnica se orienta prioritariamente a resolver los problemas concretos de las personas, con el compromiso de ayudarlas a vivir con más dignidad y menos sufrimientos… Así la auténtica humanidad, la que invita a una nueva síntesis de pensamiento y de acción, parece habitar en medio de la civilización tecnológica, y sale a flote casi imperceptiblemente, como el vapor que se filtra por debajo de una puerta cerrada. Y se manifiesta con la obstinada resistencia de lo que es auténtico.
Ahora, asustada por la complejidad de la vida globalizada y por la mundialización de los problemas, mucha gente ya no cree en un futuro mejor que el presente, en un porvenir de felicidad. No confía ciegamente en un mañana menos duro a partir de las actuales condiciones de la política, de la economía y de sus capacidades técnicas. Ha tomado conciencia de que el progreso de la ciencia y de la técnica no equivale sin más al progreso de la humanidad y de la historia. Pero también es verdad que poca gente se pregunta si no serán otros los caminos que llevan hacia un futuro mejor, más humano.
Al mismo tiempo, nunca jamás esta misma gente renunciaría a las enormes posibilidades de trabajo, comunicación y ocio que los avances de la tecnología ofrecen, al menos potencialmente, a todos y a cada uno. Nos hemos acostumbrado a las continuas novedades que ofrece la tecnología, y seguimos la corriente que nos arrastra hacia una única dirección común, aunque poco satisfactoria. Se hace difícil, si no imposible, detenernos a recuperar el sentido de las cosas y la profundidad de la vida. Pero el Evangelio nos invita a no resignarnos. El error está en abandonar la batalla cuando las cosas van mal. Es difícil reaccionar y abrirse a lo nuevo. En los momentos de oscuridad resulta natural estar solos, darle vueltas a lo injusta que es la vida, a lo ingratos que son los demás y lo malo que es el mundo… Pero así, encerrados en nosotros mismos, lo vemos todo negro y llegamos incluso a familiarizarnos con la tristeza. En realidad Jesús quiere sacarnos de estas arenas movedizas, y por eso nos dice que el camino de salida está en ir hacia El, en la relación, en tender la mano y levantar la mirada hacia quien nos ama de verdad (Papa Francisco, Angelus, Vaticano, 9-7-2017).
No hay que renunciar, pues, a hacerse las preguntas adecuadas sobre los fines y el sentido de la vida y sus avatares. En caso contrario se legitimará el estado de hecho y necesitaremos sucedáneos cada vez más atrayentes y emocionales para soportar el vacío existencial que se ha creado. Hace falta una valiente revolución cultural, porque la ciencia y la tecnología que subyacen al actual sistema capitalista occidental no son neutrales, sino que tienen una capacidad extraordinaria de convencer a los usuarios, de realizar un auténtico lavado de cerebro, de inducir al consumo. Eso no significa volver a la época de las cavernas, pero es indispensable una pausa, una obligada ralentización de la marcha para mirar la realidad de un modo más objetivo, más espiritual y más real a la vez, recoger los desarrollos positivos y sostenibles y al mismo tiempo recuperar los valores y los grandes fines destruidos por un desenfreno megalómano.