ASOCIACIONISMO CATOLICO. Como debe ser la colaboración con otras organizaciones.

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El caso de las asociaciones con “una disciplina no conforme con el nombre cristiano ni con la salud pública” (RN 37). Observaciones sobre un elemento “menor” de Rerum novarum.

09-06-2016 – de S. E. Mons. Giampaolo Crepaldi

No siempre es fácil distinguir entre los elementos menores y mayores de un texto. Con el tiempo cambia la perspectiva y lo que antes era considerado mayor puede ser visto posteriormente como menor, y viceversa. En ocasión de este 125 aniversario (1891-1916) de la importante encíclica de León XIII, me gustaría detenerme sobre un aspecto que, en mi opinión, ha sido considerado menor y precisamente por esto se ha descuidado u olvidado. Hay muchos aspectos olvidados de la encíclica leonina. No son tan claros como muchos otros, son más humildes o sumisos y por lo tanto corren el riesgo de ser arrinconados. Es más: a veces son arrinconados porque son poco “correctos” respecto al pensamiento de muchos intérpretes que hoy están de moda. Aspectos considerados menores porque son incómodos en otros aspectos. Como sucede tal vez con el que voy a tratar, intentando atraer la atención sobre él.

El asociacionismo obrero y católico en particular

Uno de estos aspectos menores es la propuesta de León XIII a los obreros, y a los obreros católico en concreto, de organizarse para defenderse de las “cosas nuevas” (Res novae) que la sociedad industrial y las ideologías que la animan han traído consigo. Rerum novarum dedica a esto los párrafos finales.

Ante todo, se dice que el derecho de asociación es natural y que las asociaciones entre ciudadanos preceden al estado. Tienen carácter privado si sus fines son privados y público si su fin es el bien común. También las asociaciones de la Iglesia tienen que gozar de este derecho, pero a veces el estado de la época confiscaba sus bienes y las privaba de personalidad jurídica, actitudes que Rerum novarum crítica con firmeza. El derecho de la Iglesia se funda, por lo tanto, también en el derecho natural y no en un privilegio eclesiástico.

Quisiera hacer observar, de pasada, dos aspectos interesantes respecto a este punto. La distinción entre asociaciones privadas, cuyo fin es el bien de los socios, y sociales, dirigidas al bien común y, por consiguiente, con valor público, tiene actualmente gran importancia. En la confusión actual entre derecho privado y derecho público[1], el confín ya no está tan claro. La familia, por ejemplo, debería ser considerada una sociedad natural (y, por lo tanto, originaria y estructuralmente ordenada al bien común y necesitada de protección política en cuanto tal), pero a menudo es considerada una agregación social privada y, por consiguiente, desvinculada de cualquier referencia al bien común por lo que no es merecedora de reconocimiento jurídico y de protección pública. Aquí tiene su origen, también, la legislación que prevé el reconocimiento jurídico de las parejas homosexuales en cuanto “agregación social” (artículo 2 de la actual Constitución italiana), y no en cuanto “sociedad natural”(artículo 29). León XIII hacía esta distinción sobre la base del concepto “fin”: un fin público o un fin privado, pero la concepción de fin a la que está vinculada la noción de derecho hoy ha sido abandonada y sustituida con la de derecho individual y subjetivo, independientemente del fin que, valiéndose de estos derechos, se quiere alcanzar[2]. Al centrarse en los derechos y no en el fin es imposible distinguir entre público y privado y, por lo tanto, entre asociaciones cuyo fin es el bien común y asociaciones cuyo fin es el bien individual de sus socios.

El segundo aspecto notable de este pasaje de Rerum novarum es que los derechos de las asociaciones católicas y, por lo tanto, de la propia Iglesia ante el estado dependen del derecho natural de asociación. La Iglesia pertenece a la sociedad civil que, dice la encíclica, precede al estado. Sin duda el estado puede prohibir el ejercicio de estos derechos que lo preceden cuando éstos ponen en peligro otros bienes públicos como la justicia o la paz, pero no puede intervenir arbitrariamente conculcando el derecho natural de asociación de las personas, de las familias y de los grupos sociales intermedios. También hoy la Iglesia reivindica en muchas partes del mundo esta libertad, fundada sobre el derecho natural y se opone a la violencia, a la discriminación y a las tropelías de los poderes políticos respecto a sus asociaciones. Sin embargo, esta justa perspectiva no debe confundirnos e inducirnos a equiparar los derechos de la Iglesia católica hacia el estado con los de cualquier otra asociación o confesión religiosa. Sería una reducción de la justa pretensión de la Iglesia católica que, de hecho, no sólo tiene el derecho de ser respetada por el estado en el ámbito de la sociedad civil, sino que tiene también el derecho de orientar el estado hacia el verdadero bien de la sociedad, al ser ella la depositaria y la conservadora del propio derecho natural, al que apela para defender las propias asociaciones de la injerencia del estado.

Las asociaciones “dirigidas por jefes ocultos, los cuales imponen una disciplina no conforme con el nombre cristiano ni con la salud pública”

Sin embargo, con todo esto no hemos llegado aún al aspecto “menor” que nos interesa. El asociacionismo, sigue Rerum novarum, se ha difundido mucho también entre los obreros, algo legítimo y deseable. Pero León XIII advierte de un peligro: a veces estas asociaciones están “dirigidas por jefes ocultos, los cuales imponen una disciplina no conforme con el nombre cristiano ni con la salud pública”. He aquí la propuesta del Papa: “En este estado de cosas, los obreros cristianos se ven ante la alternativa o de inscribirse en asociaciones de las que cabe temer peligros para la religión, o constituir entre sí sus propias sociedades, aunando de este modo sus energías para liberarse valientemente de esa injusta e insoportable opresión. ¿Qué duda cabe de que cuantos no quieran exponer a un peligro cierto el supremo bien del hombre habrán de optar sin vacilaciones por esta segunda postura?” (37).

Tras haber examinado las características que las asociaciones obreras deben tener para poder funcionar y alcanzar sus objetivos, León XIII vuelve al tema de las asociaciones “católicas” en el párrafo 40 y sostiene que, entre sus fines, además de resolver los problemas concretos de los obreros está también la evangelización: “De lo que se seguirá, además, otra ventaja: que se dará una esperanza y una oportunidad de enmienda no pequeña a aquellos obreros que viven en el más completo abandono de la fe cristiana o siguiendo unas costumbres ajenas a la profesión de la misma”.

He aquí dos aspectos llamados menores que nos interesan de manera particular.

El primero dice que los católicos, cuando se asocian y se comprometen en la sociedad, no pueden colaborar con todos, contrariamente a lo que en general se sostiene hoy en día. De hecho, actualmente prevalece la idea de que el católico debe abrirse a la colaboración general, mientras que según León XIII, en cambio, así corre el riesgo de colaborar en la realización de objetivos equivocados, negativos tanto para el hombre como para la religión católica (y normalmente sabemos que las dos cosas van juntas). No basta que una asociación tenga unas finalidades buenas junto a otras malas para merecer la colaboración de los católicos. No se puede perseguir el bien haciendo el mal: por eso el católico, al no poder separar los fines buenos de los malos, no puede adherirse.

Me gustaría poner algunos ejemplos prácticos. En el campo de la asistencia internacional las ONG católicas acaban, a veces, colaborando con otras ONG o con organismos y agencias internacionales que no comparten la misma antropología. El compromiso con los derechos humanos tal como lo entienden estas ONG, extensible también a la denominada salud reproductiva, prevé la esterilización forzada y el aborto. La ONU ha asociado el Consenso del Cairo, que incluye precisamente la salud reproductiva así entendida y la extiende a la ideología de género, a la renovación de los objetivos del Milenio para el periodo 2016-2030[3]. Esto significa que el compromiso por los derechos humanos (el acceso al agua potable o el acceso de las mujeres a la educación…) estará institucionalmente vinculado a la promoción del aborto, también químico. Es evidente que en estos casos se plantea el problema indicado más arriba: las ONG católicas, ¿pueden colaborar?

El problema se plantea aquí, en nuestras sociedades. El católico está convencido de que es necesario promover la igualdad entre hombre y mujer, pero no puede colaborar con asociaciones que deforman este discurso mediante un feminismo ideológico o la ideología de género. El católico sabe que tiene que comprometerse en la lucha contra el SIDA, pero no ayudando a asociaciones que lo hacen distribuyendo anticonceptivos –incluidos los llamados de emergencia que pueden ser abortivos– apoyando así a los grandes grupos farmacéuticos. La antropología cristiana no se lo permite. Sin duda, para una asociación católica es posible gestionar un proyecto de intervención social en colaboración con un Ayuntamiento, pero si esto implica apoyar una junta municipal que con sus políticas destruye a la familia la cosa pasa a ser ilícita.

Como puede verse, la advertencia de León XIII, si bien hoy es ampliamente ignorada, sigue siendo de gran importancia. Sólo aparentemente se trata de un aspecto menor. Creo que el cambio de perspectiva es debido sobre todo al cambio de la relación Iglesia-Mundo propugnado por algunas corrientes teológicas. Este no es el lugar adecuado para profundizar este aspecto, por lo que bastará dar alguna noción. Para algunos teólogos que no hacen referencia a los presupuestos filosóficos y teológicos de León XIII, el mundo es el  lugar en el que Dios se revela en el camino de la historia de la humanidad al que también pertenece la Iglesia. Ésta, por consiguiente, debe estar plenamente en el mundo, aprender del mundo, caminar con todos sabiendo que en esta historia no nos es concedido nunca ver plenamente la verdad. Por este motivo desaparece la necesidad misma expresada por León XIII de tener asociaciones católicas que defiendan la perspectiva católica considerada en su conjunto. A esto se añade otro elemento, la atención a la persona. Visto que cada persona es una realidad muy compleja y que ninguna es completamente santa o pecadora, blanca o negra, buena o mala, nos debemos acompañar con todos, discerniendo mediante el diálogo los caminos que hay que seguir y las cosas que hay que hacer. Creo que es debido a estos dos motivos, aquí muy resumidos, por lo que hay católicos comprometidos en colaborar con asociaciones de tipo radical, que por un lado luchan por la justicia en las cárceles y por la otra por el derecho al aborto, sin entender la ilicitud de esta colaboración, es más, presentándola incluso como algo que el Evangelio requiere.

A todo cuanto dicho hasta ahora se puede añadir otro aspecto, hoy especialmente evidente. Los cristianos colaboran con muchas iniciativas de solidaridad y de humanismo horizontal sin contribuir a que éstas se eleven al nivel vertical y transcendente. Es el caso de la militancia católica en favor del ambiente o de la paz, que llevan a cabo también en colaboración con otras organizaciones que dan una versión naturalista del ambiente y una versión sociologica, pero no espiritual, de la paz. ¿Los católicos no deben colaborar? Es necesario decir que en ciertos casos el compromiso en favor del ambiente y de la paz está talmente lleno de significados partidistas de tipo panteísta, naturalista, político e ideológico que una colaboración resulta muy difícil. Es posible en algunos casos, a condición de que los católicos no se olviden de aportar su especificidad. Para la ecología esta especificidad consiste en hablar no de la naturaleza, sino de la creación; para la paz, esta especificidad consiste en decir que el mundo no puede conseguir la paz por sí mismo.

La evangelización como fin último

El segundo elemento del pasaje de Rerum novarum mencionado antes es su finalidad evangelizadora. En este pasaje León XIII presenta la Doctrina Social de la Iglesia y la acción social y política por ella inspirada como “instrumento de evangelización”, como dirá posteriormente Juan Pablo II[4]. Ciertamente, no se trata de hacer proselitismo, es decir, intercambiar la solidaridad social, que hay que dar a todos, con la adhesión a la religión católica, sino de dar testimonio y de anunciar, también dentro de la acción social y económica, la fe católica en todas sus exigencias. Es interesante el hecho de que aquí el Papa habla tanto del arrepentimiento moral como del arrepentimiento religioso que los obreros católicos podrían inducir en sus compañeros de trabajo, manteniendo por lo tanto unidas ambas cosas. Hoy, después del llamado “cambio antropológico”, ya no se dice esto porque daría la impresión de que la fe religiosa es algo que emplea para su propio uso las dimensiones humanas de la existencia, a partir de las cuales se debe pensar después la fe cristiana, y no lo contrario. Sin embargo, ésta no era la idea de León XIII.

Es necesario entonces que profundicemos brevemente la alusión hecha acerca del proselitismo. Trabajar en la sociedad sólo para los católicos, dar asistencia sólo a los católicos e inducir a hacerse católico para usufruir de ayudas y beneficios sería una forma inaceptable de proselitismo. Si una asociación católica que distribuye comidas a las personas sin hogar lo hiciera sólo para quien se declarara católico sería proselitismo. La caridad cristiana no se hace sólo a los “asociados” o a los “inscritos”. Esto es verdad, pero con dos aclaraciones.

Abrirse a la caridad para todos no quiere decir autocensurar la propia identidad católica. La asociación que distribuye comida a los necesitados no debe esconder que es católica y tampoco el hecho de que lo hace porque es católica; no debe quitar de las paredes los símbolos católicos y, una vez haya establecido una relación humana con los beneficiarios, no debe evitar hacerles la propuesta católica, no como condición para beneficiarse de los servicios, sino como fruto y desarrollo de un encuentro.

La segunda aclaración desarrolla lo que he dicho hasta ahora. Pensar en influir sobre las costumbres y las leyes de una sociedad, sobre los procedimiento y las elecciones políticas es interpretado, a menudo, como bajo proselitismo, como intento de coger partes del poder “católico”, como voluntad de poner la propia bandera en un ámbito de la sociedad, como conquista más que como servicio. El proselitismo, en estos casos –así se dice a menudo–, transforma la fe en ideología.

De manera más general, y volviendo a cuanto dicho más arriba sobre la relación entre la Iglesia y el Mundo, se piensa que cualquier pretensión de la Iglesia de llevar una luz al mundo que no nazca del propio mundo es un macro-proselitismo hacia el mundo, no es un anuncio sino una conquista.

Sabemos, sin embargo, que no es así porque se trata, en cambio, de una liberación. En el mundo hay muchas cosas buenas, fruto de la creación, de la ley natural que orienta todas las conciencias que se dejan conducir por ella, de las “semillas” que el Verbo, en su sabiduría, ha sembrado en todo el género humano, también fuera de los límites del registro de la Iglesia. Pero el mundo está también en manos del “Príncipe de este mundo” y como tal necesita la salvación, pues no es capaz de dársela a sí mismo y de darla. Difundir el anuncio de la liberación de Cristo en el mundo no es, entonces, índice de proselitismo, sino de evangelización, de la que la Doctrina Social de la Iglesia es instrumento y expresión[5].

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[1] Francesco Gentile, Intelligenza politica e ragion di Stato, Giuffré, Milano 1083, pp. 7-14.

[2] Sigue siendo fundamental la obra de Carl Schmitt sobre la disolución del Jus publicum europaeum, resultado del proceso de secularización: Carl Schmitt. Il nomos della terra, Adelphi, Milano 1991; Id., Ex captivitate salus, Traducción de Carlo Mainoldi. Con un ensayo de Francesco Mercadante, Adelphi, Milano 1987.

[3] Marguerite Peeters, La piattaforma e la strategia post 2015 degli attori del  Diritto alla salute sessuale e riproduttiva, “Bollettino di Dottrina sociale della Chiesa”, X (2014) 3, pp. 68-73; Id., Vent’anni di diritto alla salute sessuale e riproduttiva in Africa. Risultati ottenuti dagli attori transnazionali nelle istituzioni politiche dopo il Cairo. Sfide per la Chiesa, “Bollettino di Dottrina sociale della Chiesa”, X (2014) 3, pp. 68-73; Id., Il gender. Una questione politica e culturale, San Paolo, Cinisello Balsamo 2014.

[4] Juan Pablo II, Carta encíclica Centesimus annus (1991), nn. 5, 55; Id., Carta encíclica Sollicitudo rei socialis (1987) n. 41.

[5] Consejo Pontificio “Justicia y Paz”, Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, Ciudad del Vaticano 2004, pp. 32.36 (nn. 60-71).