D. Tomás Malagón (1917-1984) 

Los cristianos tienen que descubrir la autonomía del mundo y también la de la Iglesia. Lo primero significa que no se debe instrumentalizar el mundo al servicio de la Iglesia. Esta se convierte de este modo en una institución en competencia con las demás instituciones. Esto se ha concretado en nuestra historia reciente en un profundo complejo de inferioridad frente al mundo moderno. La manifestación más evidente sería el Syllabus. La más cargada de consecuencias: la ineficacia de los católicos en el planteamiento social.

Tampoco se debe instrumentalizar la Iglesia al servicio de un grupo social, sea dominante o sea alternativa al grupo dominante: las vanguardias populares…

La Iglesia se sitúa así en una posición difícil que ha de discernir no en la abstención, sino en el compromiso, en cuyo interior debe buscar la coherencia con el evangelio, a cuyo servicio ha sido constituida. Esto hubiera supuesto optar por el liberalismo y el socialismo en determinados momentos en virtud de que en aquel momento era más coherente con el evangelio que la situación anterior.

Esto supone una afirmación de la transcendencia como apertura y como posibilidad de que el hombre se sitúe en el cambio.

El olvido de esta doble autonomía ha dado lugar a intervenciones abusivas del Papa y de los obispos en asuntos temporales, así como que los cristianos hayan justificado y hasta pedido esta intervención cometiendo así un abuso de la función de obispos y Papa e inhibiéndose muchas veces y condicionando otras dicha intervención.

Todo esto ha actuado reforzando un doble tipo de intolerancia:

– Hacia fuera: el uniformismo católico generado por estas intervenciones no podía ceder en nada a las incitaciones y preguntas que le venían de los otros. Integrismo.

– Hacia dentro: cuando han aparecido los otros también dentro rompiendo el monolitismo del bloque católico. Entonces se ha desencadenado un proceso de creación de ortodoxia. Polémica entre católicos liberales, sociales… Y toda la crisis de la unidad de los católicos.

Esta situación ha fortalecido más el complejo de inferioridad ante el mundo. Ha dividido a los cristianos, los ha insensibilizado a los verdaderos problemas que pasaban en el mundo y ha malogrado intentos de cambio en el país y en la Iglesia.

Históricamente la unidad de los católicos se ha forjado en torno a la defensa de los derechos de la Iglesia. Ha necesitado de la situación emocional de la persecución. Ha sido momentánea, provisional y en alianza con otros intereses. Crear la unidad bajo estas presiones no se ha logrado nunca y en cambio ha provocado escisiones entre la gente más lúcida que pensaba que la Iglesia debería ser otra cosa respecto al mundo.

La creatividad ha quedado bloqueada a favor de un enclaustramiento eclesiástico que, en el plano de la acción social, ha sido muy paternalista.

Históricamente constatamos dos cosas como carencias:

– La fe se encarna siempre en una racionalidad. Esta connota un tipo de práctica. Por tanto hay una mediación social en la fe y una referencia a un grupo social.

– La fe pasa por esta mediación. Esto significa que es autónoma. Ni encubre los límites de la racionalidad ni de la práctica. Ni los legitima. Puede criticar la coherencia mayor o menor que un determinado tipo de encarnación mantiene.

Conviene que los cristianos no confundan estos tres niveles: racionalidad, práctica y fe. Los tres deben buscar una síntesis que hay que rehacer cada día debido a su carácter abierto y conflictivo. El separarlos ha provocado los dualismos. El confundirlos ha enrarecido el clima eclesial moderno con excomuniones mutuas y exclusiones y automarginaciones.

En la constatación de estas dos carencias anteriores podemos descubrir que la autonomía de la Iglesia y del mundo supone dos cosas concretas:

– La Iglesia mantiene una capacidad crítica y creativa respecto al mundo. Porque ella opta por los pobres, a quienes Dios reserva un futuro, negado hoy por la configuración que las relaciones de fuerza existentes dan a este mundo. La Iglesia anticipa este futuro en la medida en que acepta o provoca los movimientos históricos en los que se afirma esta profecía.

– Todo lo de este mundo nos pide una adhesión condicionada. Incluimos en este mundo la Iglesia que en sus instituciones y sacramentos lleva la imagen del mismo. Sólo la palabra y la acción proféticas de la Iglesia nos exigen un sí absoluto y abierto. Ello sitúa la unión de los cristianos en el. corazón mismo del mundo y de la acción histórica. Y coloca en primer plano el descubrimiento de los otros, la necesidad de evangelizar y el tránsito constante de la Iglesia hacia aquellas realidades que más coherencia tienen con el futuro de la promesa de Dios.

Históricamente constatamos que los cristianos se han sentido incómodos en la aceptación del otro:

–  Lo han rechazado: el otro – hereje…

–  Lo han integrado: siempre hemos afirmado nosotros esto.

En consecuencia, a partir de la acción histórica como núcleo y de la función profética como tarea, el creyente debe sentirse libre frente a todos los valores de este mundo. Libre no significa sólo estar a la expectativa. Libre es una condición del amor.

El creyente debe aceptar la mediación social que hay siempre entre él y el evangelio. Esto significa que el hoy que vivimos pone limitaciones a la posibilidad de realizar el evangelio.

Habría que ver si la defensa de este mundo bajo el paraguas de la concepción cristiana de la vida, no supone una aceptación de la imposibilidad de realizar el evangelio. También tendríamos que preguntarnos en qué medida la repulsa sistemática de los valores de este mundo nos sitúan al margen de la historia y nos dejan sin garantías de cara a los riesgos que corremos Hoy. Dos hechos: la defensa de la propiedad privada y el fundamentalismo protestante que toleró la llegada del III Reich y su actuación.

El punto anterior nos lleva a afirmar la libertad de los creyentes frente a la institucionalización de estos valores en la Iglesia.

 

* D. Tomás Malagón fue sacerdote promotor de militantes cristianos en la HOAC, ZYX y el Movimiento Cultural Cristiano.