“Concebimos la sociedad no como una institución republicana en la que cada uno ha de colaborar por el bien común, sino como un hotel en el que cada uno tiene derecho a ser bien atendido por el mero hecho de haber llegado y convertimos en derecho todo aquello que creemos que nos falta para ser felices. Atravesamos la época más infantil de la historia de la Humanidad”

Cómo la crisis de la autoridad amenaza nuestra democracia: “Atravesamos la época más infantil de la historia”

Las fuentes clásicas de liderazgo como jueces, padres o profesores pierden fuerza en la sociedad del ‘like’ y los ‘influencers’. Este desapego de la autoridad ya no empuja el cambio y sí amenaza la salud democrática

Un alumno de Primaria se lía a patadas, puñetazos, mordeduras y arañazos con cuatro profesores en un colegio de Gran Canaria. Dos hombres amenazan de muerte a un médico en un hospital de Málaga. Un niño de 13 años apuñala a un profesor en Murcia. Un joven de Teruel, a prisión por pegar una patada al juez que le había condenado. Un menor agrede a su padre en Lugo tras una fuerte discusión familiar. Un profesor recibe una brutal paliza por parte de tres familiares de una de sus alumnas en Villarrubia de los Ojos. Condenado un joven por maltratar, estafar y robar a sus padres en Valladolid. Un joven de Santander propina nueve puñetazos a su médico, que podría perder el ojo derecho. Un menor agrede a su padre hasta hacerle perder el conocimiento en Sevilla

La lista de titulares nos daría para unos cuantos párrafos más. Podríamos recorrer la geografía española de una punta a la otra con sucesos similares. Incluso viajar fuera de nuestro país. Apunten estos dos: un joven de la India denuncia a sus padres por haberle concebido sin su consentimiento. Y un adolescente chino denuncia a los suyos por “trabajo infantil ilegal” después de que le obligasen a hacer tareas del hogar.

La Fiscalía de Menores abrió el año pasado 4.470 causas por agresiones de hijos a sus padres en España. Los episodios de violencia contra nuestros sanitarios batieron un récord histórico en 2022, con 843 denuncias, y aumentaron también un 21,4% las agresiones a docentes. Detrás de casi todos los titulares y de cada cifra se esconde el mismo fenómeno, un virus que recorre nuestra sociedad en las últimas décadas y que se ha agravado en los últimos años con consecuencias imprevisibles. Hablamos de la crisis de la autoridad.

“La autoridad siempre ha estado en crisis, no es algo nuevo”, aclara la jueza de familia Natalia Velilla. “Siempre ha habido un rechazo a la autoridad como instrumento de cambio, siempre se ha cuestionado, lo cual es algo positivo. La gran diferencia es que la crisis de autoridad de nuestro tiempo nos ha traído un nuevo modelo de referentes y ha provocado un descrédito de las instituciones tradicionales que supone un grave peligro para la democracia“.

Bajo esa premisa, Velilla (Madrid, 1973), autora hace dos años del best seller Así funciona la Justicia, ha publicado ahora un ensayo llamado -valga la redundancia- La crisis de la autoridad (Ed. Arpa), un trabajo que analiza cómo la influencia tradicional ha sido desplazada por otras formas de poder y liderazgo basadas en la popularidad, el número de followers y el zurrón de likes. Y cómo el desprestigio de las instituciones ha dejado el control del mensaje en manos de los gigantes tecnológicos. Los Estados políticos se han convertido en Estados digitales. La voz de padres, jueces o incluso médicos ha sido sustituida por una ristra de reels, tuits y stories. Y el crédito de los maestros lo tienen hoy los influencers, las celebrities y los tiktokers.

La sociedad que retrata la magistrada en su libro cuestiona como nunca el poder tradicional dentro de la familia, zarandea la credibilidad de profesores y sanitarios, observa con recelo a los policías y ha dejado de confiar en los jueces. Para qué hablar de los periodistas… Los políticos, directamente, son unos apestados. “En su lugar, se busca resolver los problemas sociales mediante la exhibición pública de las masas, se recurre a la justicia del pueblo y se acude a las entidades privadas que sustituyen a las autoridades tradicionales de forma más rápida y eficaz, pero sin garantías legales”.

¿Cómo hemos llegado hasta aquí?

Todo forma parte de un mismo fenómeno. A los niños los hemos ido educando cada vez menos en el respeto a los límites. Ha habido un cambio en los modelos de familia. Afortunadamente hemos dejado atrás un modelo en el que la madre siempre estaba en casa, lo que decía el padre iba a misa y a los padres se les llamaba de usted. No era una relación de afecto, sino de total autoridad. Hoy existe el diálogo en casa y eso es positivo: puedes discutir con tu padre sin que te suelte un tortazo como hace 30 años. El problema es que nos hemos ido al otro extremo. Como dice Massimo Recalcati, hemos pasado de los hijos que querían agradar a sus padres a padres que hacen todo lo posible por agradar a sus hijos. Ahora son los padres los que quieren que sus hijos estén orgullosos de ellos. Y lo hacen consintiéndoselo todo, sin poner límites, haciendo regalos… Dándoles una vida muy fácil.

Recalcati, psicoanalista, ensayista y profesor italiano, analizó cómo esa primera grieta de autoridad en la familia dio el salto al ámbito educativo en su libro La hora de clase (Anagrama, 2016), una radiografía de la “crisis perpetua” de la escuela como institución. “El hecho novedoso es que se ha roto el pacto generacional y esto ha incidido en el discurso educativo”, explicaba entonces en una entrevista con EL MUNDO. “Los padres y los profesores ya no trabajan juntos en la educación de los jóvenes. Los padres más bien son los aliados de los hijos contra los profesores. Es un cambio inaudito: los padres, en vez de apoyar el trabajo de los profesores, se han convertido en sindicalistas de sus propios hijos”.

Ser maestro hoy es una heroicidad“, comparte Natalia Velilla.

Hace sólo unos meses, los profesores de un instituto en el barrio sevillano de Las Tres Mil Viviendas pidieron auxilio después de que el clima en sus aulas superara, según su propio testimonio, “unos límites de violencia extrema“. La gota que colmó el vaso fue la agresión a una profesora por uno de sus estudiantes.

“Desde el inicio de curso se producen casi a diario peleas entre alumnos con agresiones físicas y verbales, daños al mobiliario del centro, llegando a quemar con fuego armarios de madera, accionar extintores por los pasillos, partidas de juegos de cartas con dinero y consumo de tabaco y sustancias estupefacientes”, decía la carta firmada por unos docentes que recordaban que el propio equipo directivo del centro había sufrido amenazas, insultos y agresiones por parte no ya de los estudiantes, sino de las familias de los estudiantes.

Cualquier agresión a un médico o un profesor es la prueba del fracaso del sistema. Natalia Velilla, juez y autora de ‘La crisis de la autoridad’

Ante el aumento de la violencia en las aulas de toda España, el Congreso de los Diputados aprobó ya en 2015 una reforma del Código Penal para equiparar a maestros y sanitarios con policías y jueces en su condición de autoridad pública. Agredir a un médico o a un profesor en su puesto de trabajo se considera desde entonces un atentado contra la autoridad y conlleva hasta cuatro años de cárcel.

“Esa medida fue el reconocimiento de un fracaso”, lamenta la jueza española. “Cualquier agresión a un médico o un profesor es la prueba del fracaso del sistema”.

“Si en algún lugar se manifiesta claramente la crisis de autoridad que atravesamos es en el ámbito educativo”, coincide José Francisco Durán, profesor de Sociología en la Universidad de Vigo y autor de Las transformaciones de la educación (Ed. Dykinson). “En el aula confluyen la crisis de la familia, los cambios en el trabajo, los de consumo, el ámbito político, el Estado y el propio ámbito educativo”, asegura Durán, que lamenta cómo hemos pasado de una autoridad sustentada en el orden disciplinario que no estaba sujeto a discusión a un nuevo orden en el que emerge una “subjetividad sin trabas”, en el que todo es discutible y discutido.

La autoridad no está ligada al poder, sino que se basa siempre en un principio moral que la sostiene y del cual no cabe dudar. Si dudamos, se cae todo lo demás”, explica Durán. “Si se democratizan todos los ámbitos sociales, las esferas de autoridad van desapareciendo. De repente, todos estamos llamados a opinar sobre todo, no hay elementos comunes que sostengan el diálogo y todo el mundo se postula como alguien que dice cosas, tenga autoridad o no”.

Es la era de la celebritas de la que habla Natalia Velilla en su ensayo. El poder del influencer. La autoridad mercantilizada. El salto de la cultura del trabajo a la cultura del consumo que disecciona José Francisco Durán en su artículo La crisis de autoridad en el mundo educativo.

“La generación del baby boom es la primera que crece en una sociedad en la que el principio de socialización ya no es el trabajo”, asegura el profesor. “La generación anterior se educaba para trabajar, aprendía su posición en el mundo en una familia demasiado jerárquica y la reafirmaba en el trabajo. Entre medias, iba fijando sus posiciones en el mundo educativo. A partir de los años 60 y 70 del siglo pasado, surge una generación que socializa a través del consumo, una esfera mucho más igualitaria, que ya no invita a respetar jerarquías“.

Y nos adentramos así en lo que el filósofo Gregorio Luri llama “la cultura de la mermelada sentimental”, edificada en torno a una premisa tan sencilla como ésta: “Es mi opinión, respétala”.

La formación del carácter ha sido sustituida por una cultura de la emotividad

Gregorio Luri, filósofo y autor de ‘La escuela no es un parque de atracciones’

¿Les suena la frase? Vale lo mismo para una bronca en Twitter (perdón, en X) que para una discusión con tu padre en el salón de casa, una charla con el jefe en la oficina o una consulta en el médico.

-Tiene usted cáncer.

-Bueno, esa será su opinión. Yo tengo otra y tendrá que respetarla…

Decir que todas las opiniones son respetables es una enorme burrada. Es como decir que el canibalismo es una especialidad gastronómica”, sentencia Luri, autor, entre otros títulos, de La escuela no es un parque de atracciones (Ed. Ariel).

“La formación del carácter ha sido sustituida por una cultura de la emotividad, que no ponga en riesgo la autoestima del niño y que, al contrario, le ayude a sentirse bien consigo mismo”, explica el filósofo. “Intentamos ofrecer a los niños un mundo acolchado, de ludoteca, sin aristas, sin dificultades contra las que puedan tropezar. Concebimos la sociedad no como una institución republicana en la que cada uno ha de colaborar por el bien común, sino como un hotel en el que cada uno tiene derecho a ser bien atendido por el mero hecho de haber llegado y convertimos en derecho todo aquello que creemos que nos falta para ser felices. Atravesamos la época más infantil de la historia de la Humanidad“.

El psicoanalista francés Jacques Lacan hablaba de la “era del niño generalizado”, una etiqueta que Natalia Velilla utiliza en su ensayo para avanzar en ese progresivo abandono de la autoridad. Aquí nadie se hace cargo de nada, todos somos eternos adolescentes, apelamos constantemente a nuestra libertad pero huimos de nuestras responsabilidades y nuestros fracasos siempre son de otros. La culpa siempre es del profesor, que me tiene manía. O del médico, de tu jefe, de los medios, o de los políticos, que son unos inútiles. Sujetamos pancartas que gritan que ellos no nos representan al tiempo que abrazamos a los nuevos gurús de internet como si fueran la autoridad suprema.

“Se han democratizado la opinión, se han democratizado los contenidos y cualquiera desde su red social se erige en autoridad de lo que sea“, alerta Velilla. “Hay un desprestigio del conocimiento, de los referentes culturales. Ahora los referentes no tienen una especial cualificación, pero te dicen no sólo cómo vestir o qué música escuchar, sino también qué ideología debes seguir, a quién hay que votar o cosas tan peligrosas como qué tienes que comer para estar delgado. Y son más escuchados que un nutricionista o un endocrino”.

O que una jueza…

Eso también ocurre. Hay un desplazamiento de la autoridad legítima, legal y controlable por el Estado de Derecho hacia formas privadas de autoridad. Hemos asumido que se privatice la Justicia sin darnos cuenta. Hay determinados delitos que ya no se van a denunciar a la Policía para que un juzgado investigue, sino que directamente se ponen en las redes sociales para que se produzca el linchamiento civil de la persona que supuestamente lo ha cometido. La gente está empezando a asumir que hay otra manera de hacer justicia, que es a través de la opinión general de la sociedad, y estamos abandonando algo que ha costado siglos conseguir. Además estamos dejando en manos de empresas privadas decisiones que debería tomar un juez. Nos parece fenomenal que un empresario en Silicon Valley cierre la cuenta de una persona o de un partido político sin que pueda expresarse. Y la gente lo asume con naturalidad.

El resultado es un cóctel explosivo. Cojan esa sociedad inmadura sin referentes morales que dibujan los expertos, la mermelada sentimental de Luri, añadan el millonario negocio de la influencia digital y unas altas dosis de desprestigio institucional y tenemos la tormenta perfecta dirigiéndose a las entrañas de la democracia. Una tormenta más.

“La democracia es el único sistema político que permite su autodestrucción. Permite a través de las libertades atacarse a sí misma. Se autofagocita”, diagnostica Velilla. “Y ese desgaste no lo provoca sólo esta cultura contra la autoridad, también la mala gestión de nuestros representantes y la deslealtad institucional. Si los propios políticos nos hacen dudar de absolutamente todo, cómo van a confiar los ciudadanos”.

Volvemos a la hemeroteca. Podemos llama a los jueces “fachas con toga”. El PP llama “okupa” al presidente del Gobierno. Vox le llama directamente “dictador”. El Gobierno llama “golpista” a la oposición. Resultado: el 70% de los españoles valora negativamente el funcionamiento de la Justicia en España. Y cae a niveles mínimos la confianza de los españoles en el Gobierno, los partidos y los medios de comunicación.

No oímos mensajes positivos en defensa de la democracia como sistema legítimo ni siquiera desde sus propios representantes. Oímos cosas en el Congreso que eran impensables hace 10 años y esto es el caldo de cultivo perfecto para los conspiranoicos, para quienes viven de meter ruido en las redes y para los proyectos populistas que se nutren de la falta de sentido crítico“, denuncia Velilla. “Si trasladamos que la democracia es algo incómodo y engordamos la desconfianza en la autoridad de los políticos, de los parlamentos o del sistema electoral, la gente busca otros líderes que les dicen lo que quieren oír y pasamos muy fácilmente de la autoridad al autoritarismo“.

¿Es posible recuperar la autoridad perdida?

Sí es posible, pero hay que asumir que el concepto de autoridad ha cambiado y que es responsabilidad de todos someternos a una autoridad legítima de manera común.

Cuenta Natalia Velilla en el arranque de su libro que durante la pandemia del coronavirus se acordó que los abogados y procuradores dejaran de usar toga en los tribunales por motivos sanitarios. Durante el tiempo que duró la excepción -cuenta la jueza- se relajaron las formas en los juicios, se empezó a usar un lenguaje más coloquial y aumentaron las llamadas al orden. En cuanto se recuperó la normalidad judicial y volvieron las togas, se recuperó la autoridad. “Si la ausencia de una capa negra rebaja el tono del debate y convierte el juicio en algo menos solemne y en ocasiones obliga al juez a recordar la autoridad de la justicia y su propia autoridad, ¿cómo no van a cuestionarse otras manifestaciones de autoridad cuando se atacan de forma más directa y consciente?”, se pregunta la juez.

¿Los símbolos de poder siguen siendo importantes?

Sí. Los símbolos y las formas siguen siendo muy importantes porque nos ayudan a comprender por qué hay autoridad.

 

Fuente: Autor Rodrigo Terrasa. Periódico el mundo 23 de septiembre 2023