Derribemos los muros de la injusticia y la indiferencia que se levantan a los migrantes y refugiados

 

COMUNICADO DEL MOVIMIENTO CULTURAL CRISTIANO (MCC)

Queremos sumarnos a toda la Iglesia en la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado.

El 25 de septiembre se celebra la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado con el lema Construir el futuro con los migrantes y los refugiados. El Papa Francisco en su mensaje nos propone construir una gran familia humana, derribando los muros que impiden hablar de un Nosotros fraterno. Un Nosotros cimentado sobre una red de vínculos solidarios. Un Nosotros en un futuro donde la violencia no sea el eje de las vidas de millones de personas. Un Nosotros donde la economía sirva auténticamente a la persona y a la familia.

El Movimiento Cultural Cristiano se suma a esta Jornada haciendo patente una vez más que debemos poner el foco en las causas de estas migraciones forzosas:la injusticia que produce que la mayoría de la humanidad esté en un proceso de empobrecimiento frente a una minoría que continúa concentrando la mayor parte de la riqueza. En nuestra campaña, con el lema “Esta Economía mata”, hemos puesto de manifiesto como la renovación del capitalismo digital mantiene en su esencia  estructuras y mecanismos que oprimen y aplastan a los migrantes en origen, en sus países. No olvidemos que los migrantes provienen, en su gran mayoría, de países ricos en materias primas estratégicas y en fuentes de energía que son objeto de la codicia y de la especulación para seguir obteniendo con ellas grandes beneficios. La miseria y el hambre, las guerras geopolíticas como la de Ucrania, las otras decenas de guerras no mencionadas, la violencia cronificada de todo tipo que campa impune en muchas regiones del mundo, la deslegitimación y corrupción de la democracia, las autocracias instaladas con el consentimiento de las grandes potencias,… empujan a millones de familias a abandonar sus países.

Pero el dolor no termina ahí. Los viajes son, para los más empobrecidos, un auténtico infierno donde muchos encuentran su muerte o asesinato. Una muralla de ahogados se levanta entre África y Europa. Son los muertos sin nombre del Atlántico y el Mediterráneo. Un océano de fallecidos invisibles que no acaban de morir mientras dura la agonía de las familias que rastrean sus cuerpos desaparecidos.

Las murallas fabricadas con los cuerpos de los migrantes preceden a las murallas levantadas por las regiones enriquecidas que pretenden mantener lejos de su vista y de su conciencia las consecuencias de su estilo de vida. Las fronteras entre el Norte y el Sur global han multiplicado el levantamiento de muros donde se perpetran violaciones de los derechos humanos mil veces denunciadas y mil veces archivadas.

 

Para los que logran traspasar estas murallas, no sin inmensos sacrificios, les espera en los países de destino, en los países de sus “sueños”, incontables pesadillas. Los muros no han desaparecido aún para su plena acogida e integración. Están las leyes que impiden la solidaridad con los inmigrantes; está su miedo, encerrado en barrios que acaban siendo  guetos en nuestras ciudades; está nuestro miedo, convertido en propuestas nacionalistas y populistas que tienen a los migrantes en su punto de mira; y está también el asistencialismo y la beneficencia estatal y privada, que degrada su dignidad y no pocas veces los corrompe y los enfrenta con otros tan víctimas como ellos mismos.

En Europa y en España vivimos la gran hipocresía del rechazo al migrante empobrecido, en medio de un vertiginoso ocaso demográfico de los países del norte, y de una necesidad cada vez más apremiante de sus manos para sostener nuestra economía. Hoy en España los migrantes son  el 11,6% de la población. Entre ellos, hay más de 400.000 que se encuentran en situación “irregular”. Todos juntos constituyen un enorme colectivo de trabajadores, visibles e invisibles, sobre el que se sostienen sectores clave de la economía española como la agricultura, la hostelería, la construcción y buena parte de la sanidad y los cuidados de nuestros padres y abuelos.

Decimos también que no debería haber, con tanto descaro igualmente hipócrita, migrantes de primera y de segunda categoría. Con motivo de la guerra de Ucrania, y también durante la pandemia, se ha olvidado a todos aquellos migrantes abandonados en las fronteras, en los campos de refugiados, en medio de la nada y el horror, y aquellos que yacen en los desiertos o son arrastrados por las corrientes marinas a las concurridas playas del mediterráneo o el caribe, después de naufragar en los mares…Todos ellos han sido objeto del silencio de los medios y de los telediarios. ¡La solidaridad no es hacer campañas a la medida del imperialismo económico! Cualquier persona que huye de una guerra debe ser objeto de solidaridad y de acogida, sea de Siria, de Afganistán, de Sudán, de Malí o de Ucrania…

Nos comprometemos a seguir trabajando por la justicia y por el Bien Común, por la generación de vínculos solidarios culturales, políticos, económicos con los países empobrecidos, por la promoción personal y colectiva de las personas y los pueblos. Por eso siempre hemos exigido que se dejen de expoliar los recursos y de sostener la corrupción de los países empobrecidos. Nuestro modesto trabajo se ha centrado, a la par que en denunciar, en la promoción de los empobrecidos desde abajo. Ellos, lo mismo que nosotros, debemos asumir en libertad, la responsabilidad de protagonizar nuestras vidas y gestar y gestionar las instituciones que construyan el bien común y la fraternidad, con la familia solidaria a la cabeza. Autogestión y solidaridad deben ir de la mano y se encuentran en la dirección contraria a la que nos dirigimos. ¡Todos responsables de todos, o todos esclavos!

MOVIMIENTO CULTURAL CRISTIANO

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