Diogneto (año 86 después de Cristo)
«Los cristianos, en efecto, no se distinguen de los demás hombres no por su tierra, ni por su habla ni por sus costumbres. Porque ni habitan ciudades exclusivas suyas, ni hablan una lengua extraña, ni llevan un género de vida aparte de los demás.
A la verdad esta doctrina no ha sido por ellos inventada gracias al talento y especulación de hombres sabios, ni profesan, como otros hacen, una enseñanza humana, sino que, habitando ciudades griegas o bárbaras, según la suerte que a cada uno le cupo, y adaptándose en comida, vestido y demás géneros de «ida a los usos y costumbres de cada país, dan muestras de un tenor de vida superior y admirable y por confesión de todos, sorprendente.
Habitan sus propias patrias, pero como forasteros; toman parte en todo como ciudadanos y todo lo soportan como extranjeros; toda tierra extraña es para ellos patria y toda patria tierra extraña.
Se casan como todos; como todos engendran hijos, pero no exponen los que nacen. Ponen mesa común, pero no lecho. Están en carne, pero no viven según la carne.
Obedecen a las leyes, pero sobrepasan a las leyes con su vida. A todos aman y de todos son perseguidos.
Se les desconoce y se les condena.
Se les mata y en ello se les da la vida.
Son pobres y enriquecen a todos. Carecen de todo y abundan en todo.
Son deshonrados y en las mismas deshonras son glorificados.
Se les maldice y se les declara justos. Los vituperan y ellos bendicen. Se les injuria y ellos dan honra.
Hacen bien y se les castiga como malhechores. Condenados a muerte, se alegran como si les dieran la vida».