Rafael Luciani (teólogo venezolano y profesor de la escuela de Teología y Ministerio en Boston College) nos da las claves de discernimiento que ha ofrecido Francisco para analizar la realidad sociopolítica hoy, y de manera especial, ante los conflictos.
Vivimos una época cambiante. Hoy día resurgen intentos por centralizar el poder en unos pocos, llevando así a neo-totalitarismos políticos. En este contexto, en su primer discurso ante el cuerpo diplomático acreditado en la Santa Sede, Francisco comienza por definir su propio rol en estos términos: «uno de los títulos del Obispo de Roma es “Pontífice”, es decir, el que construye puentes, con Dios y entre los hombres. Quisiera precisamente que el diálogo entre nosotros ayude a construir puentes entre todos los hombres, de modo que cada uno pueda encontrar en el otro no un enemigo, no un contendiente, sino un hermano para acogerlo y abrazarlo» (FRANCISCO, Discurso al cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede, 22 de marzo de 2013).
De este modo se plantea la vía del diálogo y la mediación como camino para lograr «acuerdos donde todos se pongan de acuerdo en algo» (FRANCISCO, Discurso a los representantes de la sociedad civil, Paraguay 11 de julio). Si no, solo quedará la resignación ante quien impone y no sabe construir puentes sino barreras.
El énfasis sociopolítico no ha de estar en la negociación de espacios y posiciones de poder temporal, sino en la generación de procesos históricos —de carácter sociocultural—; procesos de diálogo que salvaguarden la vida humana de los más pobres y desfavorecidos. Pero estos procesos han de generarse al interior de una cultura, dentro de ella y con sus integrantes, y nunca por la vía de la imposición o el adoctrinamiento ideológico. Francisco lo explicó en su visita a Paraguay, donde afirmó que para construir este modelo alternativo la comunidad cristiana debe «insertarse y encarnarse en la experiencia nacional del pueblo y discernir acerca de la acción liberadora o salvífica de la Iglesia desde la perspectiva del pueblo y sus intereses» (FRANCISCO, Discurso a los representantes de la sociedad civil, Paraguay 11 de julio).
Si la política está al servicio de los pueblos y busca construir el bien común, debemos partir del hecho de que los pueblos no son simples recipientes y destinatarios de proyectos externos, pensados por otros fuera de ellos. De otro modo, estaríamos usando al pueblo para proyectos ideológicos totalitarios como ha sucedido tantas veces en la historia de la humanidad. Para Francisco: «los pueblos del mundo quieren ser artífices de su propio destino. Quieren transitar en paz su marcha hacia la justicia. No quieren tutelajes ni injerencias donde el más fuerte subordina al más débil. Quieren que su cultura, su idioma, sus procesos sociales y tradiciones religiosas sean respetados. Ningún poder fáctico o constituido tiene derecho a privar a los países pobres del pleno ejercicio de su soberanía y, cuando lo hacen, vemos nuevas formas de colonialismo que afectan seriamente las posibilidades de paz y de justicia» (FRANCISCO, II Encuentro Mundial de los Movimientos Populares, Bolivia 9 de julio de 2015).
Este enfoque orienta al discernimiento sociopolítico y a las acciones y gestos pastorales, entendiendo que el poder debe estar al servicio de los excluidos y olvidados, de aquellos a quienes nadie mira y que países desarrollados tratan con indiferencia, como si no existieran, en fin, de todos los que las grandes corporaciones usan para aumentar su producción y tienen que sacrificar sus propias vidas, aun corriendo el riesgo de morir al migrar ilegalmente a otros países, solo para que sus hijos puedan tener un futuro. Esto implica un cambio en la noción clásica de lo que es la política y sus prioridades.
Para Francisco, todo discernimiento sociopolítico debe basarse en la búsqueda del bien común a partir de cuatro criterios de discernimiento o polaridades en tensión que inspiran la propia selección de sus viajes, palabras y gestos: a) «el todo sobre la parte» (EG 234-236), b) «la realidad sobre la idea» (EG 231-233), c) «la unidad sobre el conflicto» (EG 217-237, LF 55.57), y d) «el tiempo sobre el espacio» (EG 217-237, LF 55.57). La interrelación de estos cuatro principios lleva a concebir la «unidad» entre lo diverso, donde cada uno —los pueblos y sus culturas— aporta su propia «realidad» como «parte» de un «todo» en el que se van generando «procesos» que, con el «tiempo», darán vida a nuevas realidades.
La invitación del Papa en la Evangelii Gaudium es a realizar «un discernimiento evangélico —de la realidad sociopolítica—. Es tener la mirada del discípulo misionero» (EG 50), porque el mismo Kerygma es «ineludiblemente social» (EG 177); lo que propone Jesús al predicar el Reino de Dios es un proyecto nuevo de sociedad, de vida fraterna (EG 180-181).