El autor nos presenta un libro de teología del trabajo dirigido a la comunidad de creyentes, a la sociedad y al ámbito académico. Un texto sobre Dios en el mundo del trabajo que posibilita interpretar más claramente la experiencia de fe que sucede en la historia. La teología del trabajo forma parte de este esfuerzo por comprender la historia a la luz de la economía de la salvación.
Este libro refleja una inquietud. El teólogo debe estar atento a dos elementos: el Mensaje de la Revelación y su fuente, y el aquí y el ahora. Aun cuando la fe cristiana sea su motivación fundamental, la reflexión debe pisar el suelo de la experiencia humana. El mundo del trabajo es uno de estos acontecimientos en el hoy de la historia. En él están concentradas las grandes cuestiones estructurales, éticas y sociales que interpelan la conciencia humana. Urge repensar, teológicamente, el tema del trabajo en su contexto.
El texto está organizado en tres partes y una conclusión. La primera parte –teología del trabajo en el capitalismo– aborda el estado actual de la reflexión sobre el trabajo en el ámbito de la teología. La tradición judeocristiana puede servir de inspiración en la búsqueda de otro «espíritu del trabajo». Es el contenido de la segunda parte –tradición bíblico teológica–. ¿Puede tener algo relevante que decir en esta cuestión un documento tan distante en el tiempo como la Biblia? Interpretar la condición humana a la luz de Dios es la gran característica del pensamiento bíblico. Esta perspectiva la distingue de cualquier otra reflexión. Por lo tanto, la contribución más original que la teología puede dar al trabajo es ponerlo a la luz de la Palabra de Dios. Intentando superar el acento desproporcional dado al trabajo y mostrar la relevancia del séptimo día, la tercera parte –Descanso y Trabajo– es un esfuerzo por elaborar una reflexión ético-teológica del trabajo. ¿Será el capitalismo el único modelo posible de organización económica? ¿Por qué no pensar un sentido del trabajo fuera del sistema económico occidental? La teología cristiana brota de una experiencia de fe que se hace memorial y lleva a una práctica. Éste puede ser un punto de partida inspirador. En la fe cristiana, memoria y utopía están vinculadas. El contenido del memorial contiene una utopía, una buena noticia, un evangelio. La teología del trabajo tiene la misión de actualizar y transmitir la utopía subversiva de Jesús. Esta publicación pretende ser una modesta contribución a este noble y generoso compromiso.
Crítica a la civilización del trabajo
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APROXIMARSE A LA REALIDAD
En la búsqueda de un diálogo sereno con la modernidad, existe el riesgo de extasiarse en sus conquistas. El optimismo en torno a la dimensión prometeica del homo faber y su genio cada vez más tecnológico pueden llevar a la adopción de la civilización capitalista como un modelo acabado de sociedad. Chenu aparece así como ejemplo de una teología que, partiendo de una postura valiente y crítica, no trasciende el horizonte de la comprensión del trabajo típico de la cultura occidental.
El contexto en el que fundó su reflexión ha variado de modo considerable. El propio Chenu, treinta años después de su Hacia una teología del trabajo, evalúa la situación y reconoce que «la perspectiva, frágil y seductora, era un lastre para elaborar una teología bien determinada, incluso más de lo que se podía imaginar, debido a la coyuntura de la década de 1950 y los contextos de bienestar y mistificación de la dominación del hombre sobre la naturaleza».
El ambiente de crisis de la década de 1970 lleva a Chenu a reconocer la ingenuidad de su anterior optimismo. «He aquí que veinte años después, la dura crisis actual (…) puso en entredicho el optimismo que, con tantos otros, inclusive el papa Juan XXIII y el propio Concilio, confió a mi diagnóstico prometeico, aún contagiado por la invención del fuego». A pesar del mea culpa, el autor no consiguió situar otra vez su teología ante los desafíos siempre nuevos que irrumpen en el mundo del trabajo.
Esa reformulación se mantuvo pendiente durante cierto tiempo, pues la teología del trabajo se ha mostrado incapaz de superar las indicaciones programáticas de Chenu. No consigue desprenderse de principios generales y lugares comunes, deduciendo algunas referencias bíblicas, ignorando o mal interpretando otras. Por esta razón, algunas categorías específicamente teológicas están insuficientemente articuladas.
El discurso teológico debe estar vinculado a la forma objetiva del trabajo, esto es, su concreción. Así, la primera tarea consiste en identificar la lógica que reproduce tal objetivación que sirva para encontrar una palabra adecuada. Este momento, que podríamos llamar pre-teológico, es imprescindible.
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BAJO EL DOMINIO DE LA RACIONALIDAD ECONÓMICA
Las transformaciones del trabajo deben ser entendidas a partir de un sistema más amplio, en el que está inserto. Tal como se entiende en la actualidad, el trabajo debe su naturaleza, funciones y organización al capitalismo. La sociedad del trabajo, y su homónimo, la sociedad salarial, surgen de un modo específico de sociedad. Ese es el punto de partida de André Gorz.
La denominada civilización del trabajo es reciente, pues históricamente tiene poco más de doscientos años de existencia. Tal civilización está constituida por una sociedad del trabajo y una sociedad salarial. La primera es aquella en que el trabajo, entendido como empleo, se impone como fundamento de la ciudadanía y de los derechos. En ella, el trabajo-empleo ocupa el centro del orden personal y social. En torno a él están las otras dimensiones de la vida, como la política, la economía, la familia, la educación y la cultura. La sociedad salarial, a su vez, es aquella en que las personas están definidas por el empleo que poseen y el salario que reciben.
El capitalismo redujo el sentido del trabajo a una actividad remunerada, realizada para un tercero (el empleador), con vistas a una finalidad no escogida por el trabajador, y ejecutada según modalidades y horarios fijados por quien le contrata. Pero no siempre fue así. Basta pensar en la historia de la humanidad para comprobar que el trabajo realizado con fines primordialmente económicos no siempre ha sido predominante como hoy en día. Solo alcanzará plena hegemonía, dentro del conjunto de la sociedad, con la llegada del capitalismo. Es más, en las sociedades premodernas, en la Edad Media y en la Antigüedad (incluso en las sociedades precapitalistas) se trabajaba menos que en el capitalismo.
El concepto moderno de trabajo coincide con la Revolución Industrial. Su forma actual, tal como la conocemos, practicada y situada en la vida individual y social, fue inventada primero y generalizada después, en el proceso de industrialización que se impone como modelo de producción a partir del siglo XVIII. Hasta entonces, el término trabajo designaba el esfuerzo de los siervos y trabajadores que producían los bienes de consumo o los servicios necesarios para la vida y que tenían que ser renovados día a día. En aquellos tiempos, pues, la producción material en su conjunto no estaba regida por la racionalidad económica.
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TRIUNFO DEL CÁLCULO CONTABLE
La racionalidad económica del cálculo contable como criterio supremo de evaluación. Determinadas actividades tienen menor o mayor valoración de acuerdo con los cálculos y las ventajas que presentan en el mercado. Solo son consideradas trabajo las actividades susceptibles de cálculo contable, que son ejecutadas en la esfera pública y tienen como objetivo el intercambio mercantil.
Con la irrupción de la economía de mercado, no solo la producción es para vender en el mercado, sino también el trabajo, la tierra y el propio dinero. La creciente mercantilización de todas y cada una de las cosas transforma la sociedad en una sociedad de mercado. Al hacer del trabajo humano una mercancía, la racionalidad económica le dará un contenido muy restringido. La actividad productiva fue desgajada de su sentido, de sus motivaciones y de su objeto para convertirse en simple medio para ganar un salario. Esto es, está separado de la vida para garantizar la supervivencia. La satisfacción del trabajo colectivo y el placer de la creatividad son eliminados en beneficio de las únicas satisfacciones que solo el dinero puede comprar.
Trabajo reducido a empleo. En este contexto, el empleo se entiende como el mero valor monetario de un tipo de trabajo, o mejor, como la aplicación de la racionalidad económica al trabajo. A través del empleo, el trabajo asume las características de la mercancía: es algo que se tiene o no se tiene, algo que se puede comprar y vender en el mercado.
La sociedad moderna identifica esa forma particular de trabajo con el término genérico trabajo. Este concepto excluye las actividades no mercantiles, por muy laboriosas que sean. Excluye también la noción convencional de trabajo, el trabajo autónomo: actividades que son fin en sí mismas y no están destinadas al mercado (pintura, cuidar el propio jardín, la casa, la finca, etc.).
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UN FUNDAMENTO DE INTEGRACIÓN SOCIAL
La sociedad del trabajo y la sociedad salarial están en un impasse. El capitalismo contemporáneo ya no necesita el trabajo de todos y todas. Siendo así, esta actividad no puede seguir valiendo como fundamento para la integración social. Esta situación presenta aspectos muy interesantes para avanzar y construir una sociedad mejor. ¿Pero cómo aprovecharla? Mientras el trabajo sea sinónimo de horarios rígidos y tareas prefijadas por la empresa que limitan la creatividad y autonomía de los trabajadores, la mayoría de la gente buscará su autorrealización y generar relaciones sociales fuera del ambiente de trabajo.
Ese panorama debería llevar a la clase trabajadora a asumir como objetivo la superación de esa etapa de la historia, que insiste en mantener el trabajo como elemento central de la condición humana, y buscar el centro de su vida en esferas vitales al margen de él. Es función de los intelectuales y organizaciones sindicales ayudar a las fuerzas sociales para poner fin a la sociedad salarial.
Concluyendo, no se trata de conquistar el poder como trabajador, sino de conquistar el poder de no funcionar como trabajador. Eso implica romper con la sociedad del trabajo, concluir esa etapa de la historia y articular una nueva sociedad en que las actividades autónomas, no necesarias, sean las que marquen la identidad individual y los procesos sociales.
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UNA CONSTRUCCIÓN HISTÓRICO-CULTURAL
En el libro El trabajo: Un valor en peligro de extinción, Dominique Méda parte del hecho de que el trabajo es un fenómeno humano que ha experimentado profundos cambios a lo largo de la historia, tanto en su contenido material como en su significación social. Por tanto, se seguirá transformado continuamente.
En el periodo anterior a la instauración del capitalismo como sistema socioeconómico dominante, el trabajo no era un hecho social total. Esto es, como lo vivimos actualmente, es una invención de los economistas del siglo XVII, fruto de un complejo proceso de reducción de su sentido original, hasta convertirse en un fenómeno de dimensión esencialmente material, reducible a números y mercantil. Se convirtió en una actividad vinculada a las mercancías, a los objetos intercambiables. El trabajo se convirtió en una mercancía en sí mismo.
En primer lugar, el intercambio está en el centro del modelo smithiano de sociedad. Es el corazón de esta sociedad basada en el mercado tanto como esfuerzo de dominación y de transformación de la naturaleza cuanto como instrumento de medida para contabilizar el valor del esfuerzo humano. Como Marx explicó, el tiempo de trabajo se impone como medida de valor de las cosas. Por tanto, la relación social nuclear de esta sociedad son las relaciones de trabajo. Así, la economía convirtió el trabajo en la principal forma de adhesión e inclusión social y un deber natural de cada individuo.
En segundo lugar, en la economía capitalista el trabajo fue convertido en empleo: una actividad remunerada, tasada y reglada por los poderes públicos y sobre el cual se fundamentan buena parte de los derechos sociales y económicos. Para mantener el orden social es obligado que todos tengan un empleo, pues de ello depende la estabilidad política. También el socialismo es prisionero de esa lógica. Cuando los socialistas y socialdemócratas conquistan el poder político no modifican las relaciones de trabajo. Lo que hacen es atenuar sus aspectos más injustos mediante la legislación laboral.
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ENCANTAMIENTOS Y LEGITIMACIONES
El pensamiento moderno considera el trabajo una actividad fundamental, una auténtica categoría antropológica invariable de la naturaleza humana cuyo rastro existe en todo tiempo y lugar. Según el discurso vigente, el trabajo propicia la realización personal y, sobre todo, es el cimiento de los vínculos sociales. Como actividad esencial, pone al individuo en relación con su medio —la naturaleza, que enfrenta y derrota para crear algo humano— y con los demás miembros de la sociedad, con y para los que desempeña esa tarea. Por tanto, el trabajo expresaría nuestra humanidad en grado sumo, nuestra condición de seres finitos y creadores de valores. En síntesis, el trabajo es nuestra esencia y condición.
Todo ese encantamiento del trabajo no pasa de ser una legitimación de la civilización industrial. Esas elucubraciones aparecen justo en un momento específico de la historia y son propagadas por las tres corrientes de pensamiento que constituyen la modernidad: el cristianismo, el marxismo y el humanismo. Aunque sus posturas sean divergentes en cuanto a los medios para devolver al trabajo su verdadera faz, comparten las mismas ideas, como mostraremos a continuación.
El trabajo como categoría antropológica. El cristianismo, basado en interpretaciones de textos bíblicos, enseña que el trabajo es la actividad fundamental de toda criatura humana. En su conjunto, añade valor al mundo y a su propia existencia, que espiritualiza la naturaleza y favorece la relación con el prójimo. El trabajo es continuación terrena de la creación divina, pero también un deber social que cada uno debe cumplir lo mejor posible. Las corrientes humanistas defienden una concepción de trabajo semejante. El marxismo, con su materialismo histórico, sustenta la teoría de la centralidad del trabajo como actividad constitutiva de la esencia humana y constructor de la historia.
El trabajo como vínculo social. Las tres corrientes de pensamiento coinciden en la valoración del trabajo humano como propiciador de integración social y espacio privilegiado para el vínculo social. Hay consenso en que el trabajo tiene una dimensión relacional. Por medio de él, el hombre contribuye con la sociedad en la medida en que la orienta hacia su fin último, la convierte en educadora de sus miembros y es portadora de valores. El trabajo sienta las bases materiales de la vida social: construye pueblos, genera riqueza, crea medios de comunicación, organiza servicios públicos. Como una manera de estar juntos, a través del trabajo se construye una sociedad más próspera.
La liberación del trabajo. Esta característica común a las tres corrientes se traduce en la esperanza de que se produzca una transformación a partir de la cual el trabajo abandonará el ámbito de la alienación y recobrará su verdadero sentido. Esta esperanza se funda en la convicción de que es posible superar la actual desfiguración del trabajo y conformarlo con su esencia.
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RETORNO DE LA POLÍTICA
Las dimensiones dadas al trabajo lo ponen en el centro de la visión del mundo desde el siglo XVIII. Su eventual desaparición pondría en apuros el orden que estructura nuestras sociedades. De ahí el pánico generalizado ante el crecimiento del desempleo.
Sin embargo, es importante distinguir el trabajo en sí de las funciones basadas en él. Establecerlas permite afirmar que, por sí mismo, el trabajo no es portador de esas funciones otorgadas por la historia occidental. Tales funciones pueden apoyarse en otro sistema, pues no siempre fue el trabajo su principal soporte.
En otros tiempos, tales funciones eran desempeñadas por otros sistemas. Las sociedades primitivas son el primer ejemplo de sociedades no estructuradas por el trabajo. Es imposible encontrar un significado común para el término. En una tribu del Amazonas el término trabajo se aplica al acto de reflexión del chamán.
Sin duda, la referencia obligatoria y más conocida en ese sentido es el modelo clásico griego. Los filósofos consideraban el trabajo una tarea menor, incluso degradante. Se sirven, también, de diferentes conceptos: ponos, poiésis, praxis. Fonos define el trabajo como actividad cotidiana para garantizar la supervivencia y el bienestar de la especie. Poiésis se refiere al trabajo de invención, creación y realización de uno mismo. Praxis, a su vez, comprende la reflexión filosófica y la participación política, y también la formación personal.
En ese modelo, las actividades humanas son valoradas en función de su mayor o menor semejanza con la eternidad. Eso explica el gran aprecio por el pensamiento, la contemplación, la ciencia, la filosofía, las matemáticas, etc. Todas las actividades ejercidas por la razón, por el alma. Aristóteles menciona otras actividades importantes, como la ética y la política, pues permiten al hombre ejercer su humanidad para mejorar la pólis. Frente a ellas están las vinculadas a la necesidad, que requieren esfuerzo físico, denominadas ponos, y propias de esclavos. Esas no sirven en modo alguno como soporte para las relaciones sociales o como camino de autorrealización personal. Actividades humanas por excelencia son la theoria y la praxis. Según Platón, en el libro III de la República, la virtud solo puede ser practicada si el hombre está libre del ponos. Esta concepción fue asumida por el epicureismo, que buscaba alcanzar la aponía. Los estoicos consideraban el trabajo como éticamente indiferente (adiaphoron). Los sabios no debían ser molestados por el trabajo.
Por el contrario, el hombre moderno dedica todas sus fuerzas al ponos, al trabajo que tiene finalidad material, ignorando que puede aspirar a otras ocupaciones más allá de ésta. Hoy en día, el trabajo está cargado de todas las energías utópicas que le fueron siendo atribuidas a lo largo de los últimos siglos. Está «encantado», en el sentido de que ejerce una fascinación que nos subyuga. Estamos hechizados.
Mientras el trabajo esté subordinado a la lógica de la rentabilidad y de la acumulación ilimitada de riqueza material, no podrá ser el pilar de la autonomía personal y tampoco de la cohesión social. Es necesario liberar al trabajo del «encantamiento y del hechizo» del discurso del capitalismo industrial. Para ello es necesario recuperar la política como espacio privilegiado de actuación de las libertades y de cohesión social. Solo a través de la política será posible reducir el lugar que el trabajo ocupa. La única actividad capaz de fomentar la cohesión social es la política.
¿Por qué es necesario cuestionar esa absolutización del trabajo? ¿Cuáles serían las consecuencias antropológicas, sociales y ambientales de esa autocomprensión de la modernidad como una sociedad del trabajo?
Fuente: Libro CRISTIANISMO Y ECONOMÍA (parte I capitulo 2 )
Autor: Estanislau Gasda, profesor de la Facultad Jesuita de Belo Horizonte, doctor en Teología por la Universidad Pontificia Comillas, pertenece al grupo de Doctrina Social de la Iglesia organizado por las universidades católicas de América Latina y España, junto con la Conferencia Episcopal Latinoamericana.