Algo definitivo. Algo en que poder «descansar» seguramente, sin temor a sobresaltos ni a bruscos despertares. Algo que no lo mueva nadie.
Esto nos pide el corazón mientras andamos de paso por un mundo en el que, por su naturaleza misma, todo cambia incesantemente. Por ley de existencia vital.
Aquel infeliz «Führer» que prometía a Europa un régimen definitivo —aunque en su modestia entendía como definitivo una duración de quinientos años—, Napoleón, etc., ¿dónde están?
Esta ansia de «definitivo» conduce al hombre a una bifurcación: un camino que más bien es una senda humilde y pobrísima, conduce a Dios; el otro, ancho y lleno de discursos de oropel, de falsos previsores del porvenir, conduce a… donde estamos exactamente.
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Cuando el corazón descansa en Dios, todo lo provisional es definitivo. Los trabajos provisionales, que son los únicos que podemos ejecutar, cuando los tomamos con ambas manos —como cosa santa—, antes y después de ejecutarlos, para ofrecerlos a Dios y El los acepta porque llegan ante su acatamiento como ofrendas limpias y fragantes en olor a suavidad, los toma, y por eso mismo se harán definitivos. Pase lo que pase.
Y cuando queremos edificar la ciudad, como dice el Salmo, y nos «olvidamos» de pedir al Señor que la edifique Él en nosotros, vemos… lo que estamos viendo.
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La Iglesia, en el conjunto de sus elementos humano-divinos, es lo único definitivo sobre la Tierra, porque es Cristo, y sólo en la Iglesia puede el corazón del hombre descansar. Y la HOAC, siendo fiel, es definitiva… porque es Iglesia. Pase lo que pase, ¿qué importa?
Esta es nuestra gran verdad, hermanos de la HOAC.
Guillermo Rovirosa (1897- 1964)
(Boletín, n.° 27)
Para conocer más de Guillermo Rovirosa:
https://solidaridad.net/rovirosa-militante-cristiano-pobre8693/