Me acaban de comunicar el fallecimiento de Graciela y de Santos en el hospital de Chimbote (Perú). Matrimonio empobrecido entregado al servicio de los demás de manera gratuita y desinteresada. Murieron con pocos días de diferencia. Allí estuvieron luchando por la vida varios días a causa del COVID. Lo tuvieron que pagar todo: análisis, medicamentos, radiografías, alquiler de la máquina de oxígeno, persona sanitaria de apoyo, ambulancia… Y cuando los recursos se acabaron sólo quedó afrontar la muerte y el entierro, otro drama para los empobrecidos que ni siquiera pueden morir con dignidad por la imposibilidad de pagar los costes fúnebres.

¿Dónde están los derechos humanos supuestamente universales? Es evidente que estos derechos no son iguales para todos. Su respeto es la condición para el desarrollo social y económico de un país.

Cuando se respeta la dignidad de la persona y sus derechos son reconocidos y tutelados, surgen multitud de iniciativas al servicio del bien común.

Observando lo que ocurre en nuestra sociedad descubrimos con el Papa Francisco “numerosas contradicciones que nos llevan a preguntarnos si verdaderamente la igual dignidad de todos los seres humanos, proclamada solemnemente hace 70 años, es reconocida, respetada, protegida y promovida en todas las circunstancias. En el mundo de hoy persisten numerosas formas de injusticia, nutridas por visiones antropológicas reductivas y por un modelo económico basado en las ganancias, que no duda en explotar, descartar e incluso matar al hombre. Mientras una parte de la humanidad vive en opulencia, otra parte ve su propia dignidad desconocida, despreciada o pisoteada y sus derechos fundamentales ignorados o violados” (FT 22).

¿Qué dice esto acerca de la igualdad de derechos fundada en la misma dignidad humana? El Papa Francisco, una vez más, denuncia esta indiferencia en Fratelli tutti: “En el mundo actual los sentimientos de pertenencia a una misma humanidad se debilitan, y el sueño de construir juntos la justicia y la paz parece una utopía de otras épocas. Vemos cómo impera una indiferencia cómoda, fría y globalizada, hija de una profunda desilusión que se esconde detrás del engaño de una ilusión: creer que podemos ser todopoderosos y olvidar que estamos todos en la misma barca… El aislamiento y la cerrazón en uno mismo o en los propios intereses jamás son el camino para devolver esperanza y obrar una renovación, sino que es la cercanía, la cultura del encuentro” (FT 30).

La agresión al derecho fundamental de la vida está cada día más globalizada, por ello la acción en defensa de toda vida humana requiere un esfuerzo conjunto y globalizado por parte de todos los que formamos la sociedad. El desarrollo no debe orientarse a la acumulación creciente de unos pocos, sino que tiene que salvaguardar la dignidad de los pobres y los derechos humanos, personales y sociales, económicos y políticos, incluidos los derechos de las Naciones y de los pueblos.

Jaime Gutierrez Villanueva

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