Es nuestro punto de partida frontal, la afirmación radical de la dignidad de «todo hombre y de cada hombre».
Mons. Luis Argüello (Obispo Auxiliar de Valladolid)
El hombre, imagen de Dios
Creyentes y no creyentes están generalmente de acuerdo en este punto: todos los bienes de la tierra deben ordenarse en función del hombre, centro y cima de todos ellos. La Biblia nos enseña que el hombre ha sido creado «a imagen de Dios», con capacidad para conocer y amar a su Creador, y que por Dios ha sido constituido señor de la entera creación visible para gobernarla y usarla glorificando a Dios.
Pero Dios no creó al hombre en solitario. Desde el principio los hizo hombre y mujer (Gn 1, 27).
Esta es una afirmación central de nuestra antropología, como se diseña en el mismo plan de Dios que el hombre es cuerpo-espíritu; hombre-mujer; está creado comunión, por y para la comunión.
Esta sociedad de hombre y mujeres la expresión primera de la comunión de personas humanas. El hombre es, en efecto, por su íntima naturaleza, un ser social, y no puede vivir ni desplegar sus cualidades sin relacionarse con los demás. Dios, pues, nos dice también la Biblia, miró cuanto había hecho, y lo juzgó muy bueno (Gn 1, 31) Gaudium et Spes 12
En realidad, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado. Porque Adán, el primer hombre, era figura del que había de venir, es decir, Cristo nuestro Señor, Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación. GS 22
Otro rasgo fuerte de nuestra antropología es que el hombre es vocación: existo porque he sido llamado-amado. Es nueva propuesta para el grito ya agotado de la Modernidad «pienso luego existo» que quiso ser una afirmación fuerte del sujeto y que ha terminado, en parte, con la amenaza de destrucción del propio sujeto.
Nada extraño, pues, que todas las verdades hasta aquí expuestas encuentren en Cristo su fuente y su corona. Este es el gran misterio del hombre que la Revelación cristiana esclarece a los fieles. Por Cristo y en Cristo se ilumina el enigma del dolor y de la muerte, que fuera del Evangelio nos dio la vida, para que, hijos en el Hijo, clamemos en el Espíritu: Abba!, ¡Padre! GS 22
Indole comunitaria de la vocación humana según el plan de Dios
Dios, que cuida de todos con paterna solicitud, ha querido que los hombres constituyan una sola familia y se traten entre sí con espíritu de hermanos. Todos han sido creados a imagen y semejanza de Dios, quien hizo de uno todo el linaje humano y para poblar toda la haz de la tierra (Hch 17, 26), y todos son llamados a un solo e idéntico fin, esto es, Dios mismo.
Por lo cual, el amor de Dios y del prójimo es el primero y el mayor mandamiento. La Sagrada Escritura nos enseña que el amor de Dios no puede separarse del amor del prójimo: «… cualquier otro precepto en esta sentencia se resume : Amarás al prójimo como a ti mismo… El amor es el cumplimiento de la ley» (Rm 13, 9 -10; cf. Un 4, 20). Esta doctrina posee hoy extraordinaria importancia a causa de dos hechos: la creciente interdependencia mutua de los hombres y la unificación asimismo creciente del mundo.
Más aún, el Señor, cuando ruega al Padre que todos sean uno, como nosotros también somos uno (Jn 17,21 – 22), abriendo perspectivas cerradas a la razón humana, sugiere una cierta semejanza entre la unión de las personas divinas y la unión de los hijos de Dios en la verdad y en la caridad. Esta semejanza demuestra que el hombre, única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí mismo, no puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás. GS 24
Aquí hay una clave, un principio decisivo, somos comunión para la comunión, y este mismo ser lleva dentro de sí una misteriosa llamada a «salir de sí», a la adoración.
Este don de comunión y la llamada a salir de sí están perturbados por el pecado. Así somos gracia y pecado. La vida es un regalo que nos asemeja a Dios y el hombre «que se cree dios» amenaza y destruye la vida.
El Evangelio de la vida está en el centro del mensaje de Jesús.
Presentando el núcleo central de su misión redentora, Jesús dice: «Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia» (Jn 10, 10). Se refiere a aquella vida «nueva» y «eterna», que consiste en la comunión con el Padre, a la que todo hombre está llamado gratuitamente en el Hijo por obra del Espíritu Santificador. Pero es precisamente en esa «vida» donde encuentran pleno significado todos los aspectos y momentos de la vida del hombre. Evangelium Vitae 1.
Valor incomparable de la persona humana
El hombre está llamado a una plenitud de vida que va más allá de las dimensiones de su existencia terrena, ya que consiste en la participación de la vida misma de Dios. E. V. 2.
Pablo VI había percibido y señalado ya el alcance mundial de la cuestión social. Siguiendo esta línea, hoy es preciso afirmar que la cuestión social se ha convertido radicalmente en una cuestión antropológica. Caritas in Veritate 75.
Este es nuestro punto central de referencia: la dignidad central y radical de la persona humana. Nuestra razón y la Revelación convergen en esta afirmación. La fe nos ayuda a descubrir que forma parte de esta dignidad, más aún es su fuente y raíz el ser imagen del Dios comunión. Este principio es decisivo, es fuente y horizonte de todo aquello que queremos vivir y proponer a los demás. Pero, afirmando esta dignidad nos encontramos con una realidad: el sufrimiento y también con «una conjura contra la vida» que desprecia esa dignidad.
El cuerpo humano hace visible lo invisible
«El cuerpo, en efecto, y solamente él, es capaz de hacer visible lo que es invisible: lo espiritual y lo divino. Ha sido creado para transferir en la realidad visible del mundo el misterio escondido desde la eternidad en Dios, y ser así su signo».
La dignidad de la persona tiene su fundamento radical en ser «imagen y semejanza de Dios». Imagen que en su existencia corporal e histórica se hace presencia. Presencia es una categoría mística: por la creación somos presencia de Dios que no puede ser anulada por el enemigo que si puede desfigurar y manipular la imagen y semejanza. Por el Bautismo hay en nosotros una presencia de Gracia y nos llama a una plenitud de presencia en la unión mística. Somos «presencia» que da una luz nueva a todo lo que hagamos. Si somos presencia dinámica, creación, bautismo, unión mística, todo lo que hagamos quedará renovado por la gracia de Dios.
La dignidad de la persona sitúa toda nuestra reflexión no tanto en las estrategias a seguir para el hacer, sino en el ser y en cómo cultivar la semilla divina de la que somos portadores, germen de nueva libertad, nueva amistad y también una nueva política y nueva cultura. Sólo personas «nuevas», pueden renovar la vida social.
- Extracto del libro “Un combate espiritual: El dragón, la bestia , el cordero” (Luis Argüello)- Editorial Voz de los sin Voz nº 645 (2012)