El dinamismo de la Doctrina Social de la Iglesia

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Algunos ven una debilidad en la Doctrina Social de la Iglesia, porque sus propuestas pueden cambiar a lo largo del tiempo.

Tanto en su labor de denuncia como en la de anuncio no tiene un argumento inmutable que no se modifique según pasa el tiempo. Esto puede parecer una incoherencia o un fallo de esta doctrina, pero no tiene por qué serlo, sino todo lo contrario, puede verse como una fortaleza de una Doctrina Social de la Iglesia que tiene que responder a una realidad cambiante, que presenta nuevos desafíos en momentos distintos del tiempo.

La Doctrina Social de la Iglesia tiene unos principios y una orientación que no varía, que se mantiene inmutable a lo largo del tiempo. Su función, su objetivo, sus fuentes, sus dimensiones, sus niveles, sus principios son siempre los mismos.

La Doctrina Social de la Iglesia tiene un tronco sólido e inmutable que se mantiene, del que salen todas sus ramas y aplicaciones a cada situación concreta. Ahora bien, estos sólidos principios no pueden aplicarse igual a las distintas situaciones históricas.

Como afirma Octogésima adveniensen su n. 42:

“Frente a tantos nuevos interrogantes, la Iglesia hace un esfuerzo de reflexión para responder, dentro de su propio campo, a las esperanzas de hombres y mujeres. El que hoy los problemas parezcan originales debido a su amplitud y urgencia, ¿quiere decir que la persona se halla preparada para resolverlos? La enseñanza social de la Iglesia acompaña con todo su dinamismo a hombres y mujeres en esta búsqueda. Si bien no interviene para confirmar con su autoridad una determinada estructura establecida o prefabricada, no se limita, sin embargo, simplemente a recordar unos principios generales. Se desarrolla por medio de la reflexión madurada al contacto con situaciones cambiantes de este mundo, bajo el impulso del Evangelio como fuente de renovación, desde el momento en que su mensaje es aceptado en la plenitud de sus exigencias. Se desarrolla con la sensibilidad propia de la Iglesia, marcada por la voluntad desinteresada de servicio y la atención a los más pobres; finalmente, se alimenta en una rica experiencia multisecular que le permite asumir, en la continuidad de sus preocupaciones permanentes, las innovaciones atrevidas y creadoras que requiere la situación presente del mundo”.

Este texto contiene las ideas principales que hay que tener en cuenta para comprender por qué la Doctrina Social de la Iglesia es dinámica y sus propuestas a la hora de orientar la acción social difieren a lo largo del tiempo.

La Doctrina Social de la Iglesia tiene unos principios generales y un Evangelio que es una fuente de renovación, pero que no cambian.

Sin embargo, la Doctrina Social de la Iglesia no se puede ceñir a repetir e insistir en estas ideas que no varían, para que inspiren a las personas que quieren aplicarlas a una situación social cambiante por naturaleza. En la medida en que la realidad se modifica, según va pasando el tiempo, la Doctrina Social de la Iglesia aplica lo inmutable a las nuevas situaciones y unida a la experiencia acumulada que tiene la Iglesia en los intentos de mejorar la sociedad, le permite aportar orientaciones e indicaciones que no siempre son las mismas (aunque se basen en los mismos principios y en el Evangelio), para no volver a caer en errores anteriores.

Elementos de la Doctrina Social de la Iglesia como la relación entre la legitimidad de la propiedad privada y el destino universal de los bienes, el concepto de desarrollo integral que lleva hacia el desarrollo humano, la preocupación por el medio ambiente y el cuidado de la creación, el salario familiar y el trabajo humano, han ido evolucionando a través del tiempo para conformar una rica enseñanza, que afronta de una manera dinámica las nuevas realidades y que no se encuentra varada en el pasado, sino que aprende de sus errores y afronta las nuevas situaciones que surgen a lo largo del tiempo.

Hasta el Vaticano II (aunque el cambio comienza a vislumbrarse en las dos encíclicas inmediatamente anteriores a este, Mater et magistra y Pacem in terris) la Doctrina Social de la Iglesia intentaba ofrecer un modelo moral válido para la sociedad y diferente a todo lo que se daba alrededor. La concepción y la manera de acercarse a la cuestión social era la de rechazo ante lo que hacían los distintos modelos existentes (socialismo y capitalismo), considerando que los problemas que tenían era que se habían apartado de Dios y que no se ajustaban al orden divino proveniente de la ley natural que Dios ha fijado para la humanidad.

Para solucionarlo, la Doctrina Social de la Iglesia proponía promocionar entes como cooperativas cristianas, sindicatos cristianos, empresas cristianas o partidos políticos cristianos, en los que los principios cristianos se hiciesen realidad y así demostrar a los demás lo equivocados que estaban y cómo esta era la manera correcta de organizar la sociedad. Además, se pensaba que este método de funcionar debía ser el que adoptaran todos, por lo que se buscaba la consecución del poder para lograr que las maneras cristianas de organizaciónse extendiesen al resto de la población.

Sin embargo, esta visión cambió totalmente después de la Segunda Guerra Mundial y comenzó a reflejarse en las dos encíclicas de Juan XXIII: se considera que se sigue mejor el mensaje cristiano sin separarse del mundo, no creando estructuras paralelas que se alejan de lo mundano, sino integrándose en él y colaborando con las estructuras existentes. Dios se hace hombre en Jesús y esto nos muestra que para seguirlo no hay que separarse de la realidad, sino que se puede hacer siendo más persona. Este y no otro es el camino adecuado para acercarse más a un Dios que no dudó en hacerse hombre y comportarse como tal. Por ello, no es cuestión de realizar una política, una economía o una cultura cristiana, sino que se precisan cristianos que actúen en política, en economía o en la cultura.

Son los laicos quienes tienen la responsabilidad de actuar en los distintos movimientos políticos y económicos y desde ahí trabajar para descubrir cuál es el camino adecuado para construir una sociedad más justa y más fraterna. La Doctrina Social de la Iglesia ya no es un modelo a seguir, sino un fermento que sacude las conciencias para poder actuar en la realidad, transformándola hacia una sociedad mejor para todos. La imagen evangélica de Mt 5,13: “Vosotros sois la sal de la tierra, si la sal pierde gusto, ¿con que se sazonará? Solo vale para tirarla y que la pise la gente”, es la que mejor representa esta visión de la Doctrina Social de la Iglesia. La sal no tiene sentido por sí misma, no realiza su función si no se mezcla en el cocido, si no da su sabor, diluyéndose en la sociedad.

Pero al mismo tiempo, la sal tiene que conservar sus propiedades, solamente sala si pone en la sociedad los valores cristianos, si introduce la conciencia crítica y el estilo moral propio de los cristianos. Por ello, la Doctrina Social de la Iglesia es parte de una evangelización que, a través de una oferta de sentido y de estilo diferente de hacer las cosas, no pretende proponer un programa o un sistema diferenciado y perfecto, sino impregnar la acción y la sociedad para que el amor como fuerza motor de la acción, la igualdad en dignidad de todas las personas, la opción preferencial por los más desfavorecidos, la fraternidad y la gratuidad, la colaboración entre desiguales… sean quienes marquen la acción política, social y económica de nuestras sociedades con la convicción de que solo así, estas podrán tender a la justicia y estar al servicio de todas las personas.

 Extracto del libro de Enrique Lluch Frechina, “Doctrina Social de la Iglesia y economía”