los pobres no solo sufren las injusticias sino que luchan contra ellas. Se organizan, trabajan y practican esa solidaridad especialísima que se crea entre quienes sufren

Tierra, casa, trabajo (Discurso en el encuentro Mundial de Movimientos Populares)

La ideología capitalista amenaza en especial a tres elementos que son centrales en la vida del hombre en sociedad: la tierra, la casa y el trabajo. Los gobernantes no deberían escatimar esfuerzos con tal de que todos puedan gozar de las condiciones materiales y espirituales mínimas para ejercer su dignidad. Un mínimo absoluto que, en el plano material, tiene estos tres nombres: tierra, casa y trabajo.

Se trata de tres factores «concretos» que afectan en especial a la existencia precaria de los pobres, como testimonia el hecho de que aparecen repetidamente en las propuestas y en la acción de los llamados «movimientos populares», gente que vive en su piel la desigualdad y la exclusión, gente que presenta ante Dios, la Iglesia y los pueblos una realidad silenciada con demasiada frecuencia: los pobres no solo sufren las injusticias y la exclusión, sino que ellos mismos luchan contra aquellas. No se contentan con promesas ilusorias, excusas o coartadas. Los pobres ya no esperan, sino que quieren también ellos ser protagonistas; por eso se organizan, estudian en las universidades populares, trabajan duramente y sobre todo practican esa solidaridad especialísima que se crea entre quienes sufren. Una solidaridad que nuestra civilización opulenta parece haber olvidado o tiene muchas ganas de olvidar.

Por eso es justo hablar de estos tres elementos irrenunciables cuando se trata de economía y de finanzas: ante todo, la casa (la etimología de la palabra «economía» remite precisamente a la casa, oikos), lugar de dignidad, custodia del hogar doméstico, deseo sumo de quien no tiene un techo; la tierra donde se construyen las casas, una tierra demasiado a menudo agraviada y considerada una variable que solo depende de la ecuación de la economía mundial, y que permite a los pueblos obtener el sustento para vivir; y por último, el trabajo, que sostiene la vida digna del hombre pero que con demasiada frecuencia se deja de lado, olvidando que sin trabajo no hay dignidad humana.

Se trata de tres elementos que indican cuán importante es que la economía y las finanzas recobren una relación con la realidad. La economía ha perdido su concreción, la productividad de la tierra es una economía líquida que quita trabajo a los jóvenes, es lo virtual contra lo real. Pero lo virtual separado de la realidad tiene como único método de acción un factor de destrucción y no de construcción. «La realidad es la verdad».

Progreso y desarrollo (Laudato sí , 46-47)

Si no se tienen en cuenta estos tres elementos -casa, tierra y trabajo-, no se puede decir que existe verdadero progreso civil y social, como tampoco económico. A este respecto, al hablar del progreso hay que hacerlo con cautela, porque el cambio global conlleva no solo crecimiento económico sino también graves males: el paro provocado por ciertas innovaciones tecnológicas, la exclusión social, la desigualdad en la disponibilidad y el consumo de agua, energía y materias primas, el aumento de la violencia y la aparición de nuevas formas de agresividad, el narcotráfico y el consiguiente consumo de drogas, la pérdida de identidad, y muchos otros. Son todas señales que muestran que el crecimiento de los últimos siglos no ha traído consigo un verdadero progreso integral y una mejora de la calidad de vida para los seres humanos. Al contrario, algunas de estas señales indican una degradación social creciente, una ruptura silenciosa de los vínculos de integración y de comunión en la sociedad. En efecto, se comprende la salud de una sociedad por su capacidad proyectual, es decir, las perspectivas de trabajo que sabe ofrecer (cf. CDSI289).

Así pues, para hablar de progreso hay que considerar la dignidad y el desarrollo integral de la persona humana, como ya sugirió Pablo VI en la Populorum progressio (cf. nn. 257-299) con una expresión especialmente lograda: «humanismo planetario» (PP 278). Tomemos un aspecto de la vida social para comprender cuánta cautela hace falta para hablar de progreso: los medios de comunicación social. En esta época estamos sufrendo una especie de tsunami comunicativo que pretende hacer creer que estamos avanzando porque tenemos muchos conocimientos y muchos amigos, pero que en realidad altera las relaciones correctas entre las personas. Este presunto progreso no se traduce en un nuevo desarrollo cultural de la humanidad, sino en un deterioro de su riqueza más profunda. La verdadera sabiduría, fruto de la reflexión, del diálogo y del encuentro real entre las personas, no se adquiere con una serie infinita de conexiones y de acumulación de datos, en una especie de contaminación mental. De este modo, las relaciones reales, no virtuales -con todos los retos que implican-, tienden a disminuir para ser sustituidas por un tipo de relación mediata, o mejor, mediatizada. Eso permite seleccionar o eliminar las relaciones a nuestro libre albedrío y no según la razón o la justicia, pero de este modo se genera un flujo de emociones artificiales que tienen poco de real.

Los medios de comunicación social actuales permiten comunicar de un modo más rápido y rico, compartir conocimientos y afectos, sentimientos y razonamientos. Sin embargo, a veces nos impiden tomar contacto directo con la angustia, con la alegría del otro y con la complejidad de su experiencia personal. No hay que extrañarse, pues, de que, junto a la impresionante y a veces obsesionante oferta de instrumentos para comunicar -que se presentan como el paraíso en la tierra de la compartición-, vaya creciendo una profunda insatisfacción en las relaciones interpersonales. Paradójicamente, hoy se crean innumerables soledades en la multitud.

Siguiendo a Juan Pablo II, hay que establecer, pues, la distinción entre progreso y desarrollo. El verdadero desarrollo no puede limitarse al crecimiento económico, a la multiplicación de bienes y servicios, sino que ha de contribuir a la plenitud de la persona humana (cf. CDSI102), «del hombre íntegramente considerado» (GC 64).

 

*extracto del libro “Poder y Dinero .la justicia social según Bergoglio. (Michele Zanzucchi)