“Todo proviene del amor de Dios, pero no se puede decir que Dios ama a todos los seres por igual, porque es precisamente su amor el que establece su diversidad. Dios crea las cosas por amor poniéndolas en su orden. La jerarquía del ser tiene un sentido finalista. Todo ser está llamado por la providencia a ser él mismo, pero como el fin consiste en la realización de su propia esencia, quien es más también tiene un fin superior, de lo contrario o no habría fines o todas las cosas tendrían el mismo fin, que es absurdo.”
Un artículo de Elizabeth A. Johnson
La teóloga americano, que hoy tiene ochenta y un años, se queja de que incluso los católicos de hoy son incapaces de comprender que el amor de Dios creador no está destinado exclusivamente al hombre sino a todas las criaturas, incluidas las más insignificantes: “todas las criaturas forman una, amadas comunidad de creación”. Para Johnson “sólo existe una comunidad de vida en la Tierra. En términos científicos, sólo existe una biosfera. En términos teológicos, sólo hay una comunidad de creación”.
Para comprender estas innovaciones, según la teóloga estadounidense, es necesario superar la concepción de la “jerarquía del ser”. Nuestro autora sigue aquí la línea de la deshelenización: la teología cristiana habría absorbido de la filosofía griega la jerarquización del mundo en materia y espíritu, cuerpo y alma, con la consiguiente clasificación de las criaturas: “En el fondo está la materia inerte, como las rocas; más arriba las plantas, que están vivas y generan semillas; luego los animales, caracterizados por su capacidad de movimiento; en la cima están los seres humanos, dotados de alma y cuerpo racionales; aún más elevados son los ángeles, espíritus puros sin cuerpo.” La idea de Johnson es que es erróneo pensar que hay un más y un menos en el ser.
El hombre, colocado en lo más alto, se sentiría el amo desdeñoso de los animales y las plantas y esto daría lugar a una explotación culpable de los ecosistemas. Esta mentalidad, según Johnson, también se extendería a la vida social, atribuyendo por ejemplo a los hombres un mayor espíritu que las mujeres y, por tanto, un cierto derecho violento y explotador. El mismo patrón mental habría motivado la explotación de los recursos de otras tierras después de la era de la exploración, la idea de la supremacía de los blancos sobre los negros, la esclavitud de millones de seres humanos. Necesitamos recuperar otra visión en la que se establezca un igualitarismo ontológico, base de cualquier otro tipo de igualitarismo.
El fin de la excepción humana y el antiespecismo
Esta posición de Johnson y los jesuitas se acerca mucho a la teoría del “fin de la excepción humana”. El nombre de esta doctrina proviene del famoso libro de Jean-Marie Shaffer de 2002, “La fin de l’exception humaine” (Gallimard). El camino sería dejar de ver ninguna superioridad en el hombre respecto a otras especies vivientes.
También está cerca de la teoría del antiespecismo, defendida en Italia sobre todo por Roberto Marchesini, pero también muy extendida en la versión más o menos radical del animalismo. Tanto la del fin de la excepción humana como la del antiespecismo son teorías específicas del poshumanismo. De hecho, ambos llevan adelante la discusión sobre los “derechos de los animales” y la de los “derechos de la naturaleza”.
Del igualitarismo ontológico al igualitarismo social y político
La “jerarquía del ser” es un concepto ontológico. Si abrazas el igualitarismo en este nivel fundamental, terminas siendo igualitario en otros niveles. La ideología de género, por ejemplo, es igualitaria porque, pretendiendo valorar las diferencias, considera iguales todas las llamadas “orientaciones sexuales”. En el concepto de democracia burguesa todos los ciudadanos son iguales. En la concepción del Estado de bienestar moderno, el Estado debe abolir las diferencias de estatus entre los ciudadanos. El comunismo, incluso en todas sus formas actuales, es igualitario porque le gustaría eliminar las diferencias económicas y sociales. Incluso en la Iglesia el igualitarismo es evidente con la tendencia a abolir la diversidad sacramental entre sacerdotes y laicos. El igualitarismo siempre expresa formas de totalitarismo. Rerum novarum y Pío X afirman que la diversidad dentro de la sociedad es útil para el bien común.
La jerarquía del ser.
La filosofía clásica y cristiana y la teología católica siempre han fundado y apoyado la doctrina de la jerarquía del ser. La creación de entes confiere el ser actual en proporción a la esencia, de modo que existe una jerarquía de entes porque su esencia no es la misma, pero puede albergar más o menos ser. Hay seres que son más y seres que son menos, aunque todos existen. Esta jerarquía va desde la ameba hasta los Ángeles, pasando por el hombre que es el único que es alma encarnada. El hombre es más que todos los seres infrahumanos y menos que los Ángeles. Todo proviene del amor de Dios, pero no se puede decir que Dios ama a todos los seres por igual, porque es precisamente su amor el que establece su diversidad. Dios crea las cosas por amor poniéndolas en su orden. La jerarquía del ser tiene un sentido finalista. Todo ser está llamado por la providencia a ser él mismo, pero como el fin consiste en la realización de su propia esencia, quien es más también tiene un fin superior, de lo contrario o no habría fines o todas las cosas tendrían el mismo fin, que es absurdo. El propósito del hombre es trascendente, a diferencia de todas las demás entidades creadas. Las desigualdades en el ser sirven para resaltar mejor la grandeza y la riqueza de la creación, mientras que el igualitarismo en el ser la convertiría en algo plano y de menor significado para expresar la Sabiduría de Dios. Si nadie fuera más y nadie fuera menos, el principio “más” “no viene de menos” ya no sería válido, ya no sería cierto que debe ser un ente ya en acto que mueve al ser potencial hacia el acto, y esto impediría volver de las cosas a Dios.