Radiografía de cómo la diáspora ha pulverizado la barrera de los ocho millones de emigrantes, pese a la ‘normalización’ de Maduro y el endurecimiento de las medidas migratorias

 

Migrantes venezolanos en Matamoros, México. Fernando Llano

 

María Fernanda dejó de cantar la semana pasada en las calles de Guayaquil aquello de “soy desierto, selva, nieve y volcán”, de Venezuela, himno musical de Luis Silva, que tanto eriza la piel de los criollos al recordar a su país. Con 27 años recién cumplidos, se ha lanzado de nuevo a la aventura del emigrante. Un reto más, porque sabe que el éxodo de sus paisanos, la mayor huida en la historia de América Latina, la huida desesperada, es un desafío sin fecha final.

La joven llanera lleva años en esta vida, aunque era apenas una adolescente cuando hace más de una década un grupo de universitarios escandalizó al país con un vídeoCaracas, ciudad de despedidas, en el que contaban sus razones para largarse de su país“Me iría demasiado”, fue la frase que se popularizó en una sociedad que ni imaginaba lo que estaba por venir.

Hasta Hugo Chávez se mofó y criticó a esos jovencitos sifrinos (pijos) en su Venezuela invencible del socialismo del siglo XXI, “ejemplo” para el mundo. “De lo que pase en Venezuela, del éxito de nuestra revolución, puede depender la salvación de este planeta”, acuñó entonces.

María Fernanda ha recorrido en una semana 4.700 kilómetros hasta la capital chilena. Siete días de travesía y mucho miedo en la frontera entre Perú y Chile

Como si tuvieran una bola de cristal, Paul Ruiz y sus panas (colegas) predijeron el gran drama del siglo, el mismo que les ha convertido a todos ellos en los parias de las Américas. Entre ellos la madre coraje María Fernanda, cuya primera huida le condujo desde su Barinas natal, la cuna del “comandante supremo”, hasta Colombia. Después llegó el segundo salto a Ecuador. Ahora va por el tercero, con destino final en Santiago de Chile, donde la abuela espera a sus nietas, de 6 y 3 años, con unas ricas arepas. Un paradigma de cómo se mueven hoy los venezolanos en busca de la tierra prometida porque la suya dejó de serlo.

Con sus dos chiquillas, María Fernanda ha recorrido durante una semana los 4.700 kilómetros que separan la ciudad costeña de la capital chilena. Siete días de travesía y mucho miedo en la frontera entre Perú y Chile, dos países que han extremado sus medidas hacia los emigrantes venezolanos.

“Fue horrible, horrible. El primer día nos agarraron (la policía chilena) en la frontera y nos devolvieron. Duramos toda la noche, siete horas, en el desierto, con miedo, con frío. Lo más increíble es que las niñas no tuvieron miedo, no dijeron ni una palabra porque no podíamos hacer nada de ruido. Los policías estaban cerca. Éramos un grupo de 15 personas. Al final pudimos pasar por la trocha (atajo semiclandestino), nos tocó correr, tirarnos al suelo, escondernos otra vez y caminar, caminar muy rápido durante varias horas. Como si fuera una película”, detalla a EL MUNDO, todavía impactada por la aventura vivida, la más arrecha (fuerte) en sus años de emigración.

La madre y las dos niñas son hijas de la descomunal diáspora venezolana, que ha pulverizado otro récord inimaginable para un país que nunca emigró hasta que la revolución bolivariana dinamitó todo lo que parecía sólido en la nación más rica de las Américas. Los criollos ya suman más de ocho millones de emigrantes, camino de 8,5 millones, según ha corroborado Tomás Páez, presidente del Observatorio de la Diáspora Venezolana.

Y lo que falta. “La emigración no va a parar hasta que el venezolano sienta que tiene un futuro en su país”, resume la líder opositora María Corina Machado.

Una cifra que supera con creces los 7,7 millones que publicó hace meses la Agencia de Refugiados de Naciones Unidas (ACNUR), demonizada por Nicolás Maduro: “Son estúpidas esas cifras”.

La ‘escala Páez’, como se la conoce en círculos académicos, es imbatible, no entiende ni de propaganda y va más allá de las instituciones. “La diferencia está en que esas cifras no consideran todos los países en los que se han instalado los venezolanos, más de 90”, confirma Páez a este periódico.

“Estamos ante una recomposición del proceso migratorio en América Latina. Mucha gente se mueve entre países por la situación cambiante y los distintos procesos económicos”, contrasta el sociólogo. María Fernanda y sus niñas son el ejemplo, emigrantes en busca de su sitio saltando de país en país.

EL 75% EN SUDAMÉRICA

Más de una cuarta parte de la población, la tercera parte en las zonas más pobladas del país petrolero, ha huido del descalabro inmenso provocado por la revolución chavista, pese a que su presidente lo niega una y otra vez. “Ya hoy podemos contabilizar que dos millones aproximadamente de venezolanos migraron estos años de guerra económica brutal. Ya han regresado a Venezuela casi un millón”, clamó Maduro en una de sus muchas mentiras de Estado, aunque está es de las muy evidentes. Más de ocho millones de personas así lo testifican todos los días.

Hay una situación de vulnerabilidad extrema para los migrantes venezolanos en tránsito. Un aumento en la trata de personas, la explotación laboral y la vulneración de DD.HH.

Sudamérica concentra el 75% de la gran oleada humana. A la cabeza Colombia, con 2,9 millones de emigrantes acogidos, pese a que su presidente, Gustavo Petro, evita repetir la cifra de sus propios servicios de migración cada vez que va a Caracas para no molestar a su aliado bolivariano. El 81% de los venezolanos establecidos en el país vecino quieren permanecer en Colombia, frente al 3,15% que piensa regresar y el 1,8% que prepara su traslado a otro país.

Perú ya cuenta con 1,5 millones de venezolanos, casi 1,2 concentrados en Lima, la gran capital venezolana fuera de Venezuela. Le sigue Brasil, que con su política de puertas abiertas de sus dos últimas administraciones se acerca al medio millón de emigrantesEcuador y Chile se mueven entre 400.000 y medio millón, mientras Argentina suma más de 200.000 emigrantes criollos que han encajado a la perfección en su sociedad.

Estados Unidos (550.000 oficiales que son más) y España (en torno a 600.000, según la ‘escala Páez’) siguen en el ranking. Sólo en el primer trimestre de este año desembarcaron en España más de 21.000 venezolanos, fundamentales para que la población total haya superado la cifra de 48 millones de habitantes.

La situación de inseguridad y los problemas económicos en Ecuador han decantado la balanza de María Fernanda para seguir camino a Chile, pese a que su presidente, el izquierdista Gabriel Boric, ha asegurado que expulsará a los irregulares. En proceso parecido se encuentra Perú, tras el decreto aprobado en octubre por el gobierno de Dina Boluarte. La Defensoría del Pueblo de Ecuador confirmó el viernes que al menos 4.000 venezolanos han entrado en su país en los últimos días tras las medidas peruanas.

“Hay una situación de vulnerabilidad extrema que viven los migrantes venezolanos, principalmente los que se encuentran en tránsito. Ha habido un aumento en el reporte de cifras asociadas a situaciones de trata de personas, principalmente, pero también explotación laboral y vulneración a derechos humanos. Los migrantes, sobre todo las mujeres, están expuestos a grandes riesgos. Hemos detectado muchos migrantes menores de edad que se movilizan solos en busca de subsistencia económica. Llegan a Perú sin compañía, no saben exactamente en qué país están y ni siquiera tienen contacto con familiares directos”, atestigua a EL MUNDO Alfredo Flores, director de la ONG Ciudadanía sin Fronteras.

Mientras, la “normalización” que predica Maduro no engaña a casi nadie, menos a quienes sufren la tragedia venezolana. “La propaganda puede decir lo que quiera, pero la vida te plantea las dificultades. En nuestro monitoreo, la credibilidad del sistema de comunicación pública es mínima, la gente se informa por whatsapp, Facebook, portales de noticias…. No hay credibilidad, no se cree en la palabra del sistema porque las condiciones de vida te dan señales distintas”, precisa para este periódico Mirla Pérez, coordinadora del Centro de Investigaciones Populares.

Mirla conoce al dedillo los barrios populares de Caracas, los últimos en sumarse ya hace años a la gran escapada. Los motivos no han cambiado, pese a esa burbuja económica de lujo, con ferraris, modelos y muchos dólares, creada por la revolución para sus enchufados.

Los factores de expulsión son los mismos: niveles salariales paupérrimos pese a los elevados costes de la vida, el deterioro crítico del sistema de salud y la exclusión en la educación, con niños que reciben clase un par de veces a la semana; los altos niveles de inseguridad, sobre todo en el interior del país… El 85% de los venezolanos ganan menos de 300 dólares en un país con salario mínimo mensual de 4 dólares y con una cesta básica de 491 dólares.

“LA FAMILIA ESTÁ ROTA”

“El núcleo más afectado por la emigración es la familia, que está rota. El centro de las relaciones comunitarias en Venezuela es la familia, centrada en la madre prácticamente como único soporte. La emigración ha dado un golpe muy fuerte a la estructura materna, la madre siempre podía resolver y mantener unido el núcleo familiar. Ahora hay un gran dolor dentro de la estructura, también rabia, porque la madre siente que no pudo desarrollar los mecanismos para impedir que los hijos se fueran. La diáspora es inmensa, es muy difícil conseguir una familia con miembros que no se hayan ido del país. En nuestros barrios estamos viendo procesos de despoblamiento, con emigración más tardía”, añade Pérez desde su observatorio en los barrios más populares.

“Han estado pasando por aquí hasta 70 personas todos los días, más del 80% con el sueño de llegar a Estados Unidos. Van a Medellín y desde allí se dirigen a Necoclí para comenzar la travesía de la selva del Darién. Están cada vez más delgados y con mucha desnutrición, con un desgaste muy notable. Más pobres y en condiciones deplorables”, revela Ronald Vergara, el ángel que cuida de los emigrantes en el albergue Hermanos Caminantes, a 50 kilómetros de la frontera entre Venezuela y Colombia.

La emigración ha dado un golpe muy fuerte a la estructura materna, la madre siempre podía resolver y mantener unido el núcleo familiar. Ahora hay un gran dolor dentro de la estructura, también rabia

EEUU, pese a todo, vuelve a ser la Tierra Prometida de los más desesperados. Por primera vez en la historia, los venezolanos superaron a mexicanos y centroamericanos al otro lado de la frontera de Río Bravo: 54.833 ilegales cayeron en manos de la Patrulla Fronteriza estadounidense en un solo mes, septiembre.

“El venezolano que está llegando en las últimas oleadas migratorias no tiene familia ni amigos cercanos. Entonces pasan meses en los hoteles y shelters que han dispuesto las ciudades (Nueva York, Chicago…), pero sin permiso de trabajo es prácticamente un golpe de suerte que puedan conseguir un empleo, para poder establecerse y seguir adelante”, explica Daelit González, activista en pro de los emigrantes.

Las imágenes de homeless venezolanos en calles estadounidenses han sorprendido a su sociedad hasta convertirse en objetivo de diatriba electoral a menos de un año de las presidenciales. Las autoridades han anunciado la concesión de miles de puestos de trabajo para paliar la crisis.

“La migración se ha convertido en un arma de la guerra híbrida”, acuñó el influyente politólogo Georg Eickhoff. Lo sabe el chavismo pese a su propaganda, ya que se ha beneficiado de la extrema presión migratoria que sufre EEUU en su frontera con México. Los acuerdos de Barbados entre Maduro y la oposición habrían estallado por los aires sin los avances entre Caracas y Washington en materia migratoria: ya son varios los vuelos llenos de deportados venezolanos desde Texas y Florida hasta el aeropuerto caraqueño de Maiquetía.

Vuelos de deportación que incluso han llegado a Caracas desde Islandia, para dar fe a las investigaciones del sabio Páez. Los venezolanos están repartidos por todo el mundo. Pese a los chistes y las mofas contra aquellos jóvenes que hace más de una década lo vieron venir, los venezolanos, como dicen ahora sus protagonistas, “nos fuimos demasiado”.

Darién, el infierno verde

“Cómo será la boca del tiburón que sienten detrás los venezolanos para lanzarse al Darién”, resume el experto Tomás Páez. También conocida como el Tapón que separa a Colombia de Centroamérica, esta selva tropical montañosa ha pasado de ser escasamente transitada en sus 100 kilómetros a convertirse en un corredor migratorio lleno de obstáculos, salvaje, cruel, que se cobra la vida de los más desventurados. El infierno verde, con ríos que se tragan a los más débiles y con la loma de la muerte, una cuesta de barro que ha dejado en las redes sociales testimonios de agonía tan extremos que amedrentarían a cualquiera.

No es así. Darién es el paso casi imprescindible para alcanzar a pie la tierra prometida (EEUU), no sólo para venezolanos, también para cubanos, haitianos, colombianos, ecuatorianos y hasta asiáticos y africanos llevados al sur del continente por las redes ilegales.

Según los datos aportados por Médicos Sin Fronteras (MSF), el número de migrantes que ha cruzado esta selva en 2023 está a punto de superar la cifra de 500.000la gran mayoría venezolanos, más de 300.000, en “una crisis sin precedentes a la que no se ha volcado la suficiente atención global ni regional”, denunció Luis Eguiluz, coordinador general de MSF para Colombia y Panamá.

“Una cifra sin precedentes”, remacha MSF. En 2020 atravesaron esta selva sólo 6.500 personas. En 2021 pasó a 133.000 y el año pasado lo hicieron 248.000. Sólo en octubre de este año, MSF atendió a más de un centenar de víctimas de violencia sexual.

El éxodo latinoamericano vuelve a subirse a ‘La Bestia’: “Es un riesgo muy alto, pero es un paso que tenemos que dar para cambiar de vida”

El refuerzo de los controles fronterizos y el asedio de los grupos criminales empujan a los migrantes a recurrir al peligroso tren de mercancías que recorre México

Migrantes venezolanos suben a ‘La Bestia’ en México.

Bajo la sombra de un árbol raquítico, un grupo de niños venezolanos mata el tiempo tirando piedras a las vías del tren. Están aburridos. Llevan varias horas esperando a que pase ‘La Bestia’, el peligroso ferrocarril de carga que los migrantes utilizan para viajar a EEUU, pero de momento no hay suerte. Algunos adultos aprovechan la espera para descansar, otros se impacientan y se preguntan si están en el lugar apropiado. De repente, un chirrido metálico pone a todos en alerta. “Ahí viene papá”, grita uno de los críos entusiasmado, mientras señala la locomotora roja y negra que emerge por el horizonte. Rápidamente, el grupo recoge su equipaje y se prepara para el abordaje. Nadie sabe si el tren parará o pasará de largo, tampoco si lograrán encontrar un hueco en el que viajar seguros o si se caerán a las vías, pero es la única manera que tienen de llegar gratis a la frontera norte y esquivar a las autoridades migratorias.

Alrededor de medio millón de migrantes utilizan cada año este sistema de redes ferroviarias, de unos 10.000 kilómetros de extensión, para recorrer la última etapa de su larga ruta. Lo hacen encaramados a los vagones de carga, donde viajan varios días expuestos a temperaturas extremas, a la falta de comida o agua, a una caída mortal o a las extorsiones, amenazas, robos, violaciones o asesinatos de los grupos criminales. Tanto las autoridades mexicanas como la empresa que opera los trenes, Ferromex, han tolerado esta práctica desde hace varias décadas, incapaces de evitar que los vagones sean abordados por miles de personas desesperadas que buscan un futuro mejor en EEUU.

El pasado 19 de septiembre, Ferromex anunció que suspendía la operación de 60 trenes ante el “aumento significativo” de personas que viajaban en sus vagones. Una decisión sin precedentes que la compañía, propiedad del segundo hombre más rico de México, el multimillonario Germán Larrea, justificó como un intento por “proteger la integridad física de los migrantes”. Ante el temor de que esta suspensión pusiera en riesgo la cadena de suministro entre México y EEUU, el presidente Andrés Manuel López Obrador intervino y logró revocar la decisión en menos de 24 horas, pero solo bajo el compromiso de que se iban a reforzar las redadas en las vías del tren. Lejos de disuadir a los migrantes, esta decisión les ha obligado a encontrar nuevos ‘puntos ciegos’ para abordar ‘La Bestia’ y continuar con su camino.

PRÓXIMA PARADA: EL ‘SUEÑO AMERICANO’

Un grupo de venezolanos ha encontrado una nueva parada junto a una cementera de Apaxco de Ocampo, un municipio ubicado a 75 kilómetros de la Ciudad de México, en el centro del país, donde los trenes reducen su velocidad para cambiar de vía. Hasta hace unas semanas, ‘La Bestia’ se abordaba varios kilómetros más atrás, en un basurero cercano, en la periferia de Huehuetoca, que ahora está constantemente vigilado. Mientras el tren se acerca lentamente hacia la cementera, los migrantes recogen sus bártulos y empiezan a escanear los vagones en busca del mejor lugar. Pronto comprueban que ninguno es demasiado bueno. Los inmensos tráileres -que transportan minerales, productos químicos y de la industria automotriz- apenas dejan espacio para una pequeña plataforma y unas escaleras.

Los niños observan la llegada del ferrocarril con cierta ilusión. Vienen de atravesar -en coche, en autobús, en taxi, en balsas y a pie- una selva y varias fronteras, así que el viaje sobre las vías suena emocionante. A su lado, más nerviosos, los adultos cargan mochilas y bolsas pesadas en las que llevan ropa, agua y comida para varios días. Los más impacientes son incapaces de esperar a que ‘La Bestia’ se detenga por completo y empiezan a correr en paralelo para saltar sobre su estructura metálica, con cuidado de que la inercia de las ruedas de acero no les succione. Finalmente, cuando la locomotora se frena por completo, empiezan las carreras y los nervios. La escena dura menos de un minuto y está a punto de dejar en tierra a varias personas, dividiendo a algunas familias.

Primero suben los niños, las mujeres embarazadas o las que cargan bebés y las personas mayores. Por último, los adultos. Pero no hay sitio para todos. En medio de los gritos, algunos deciden subir al techo para dejar espacio a los demás. De repente, sin previo aviso, el tren se vuelve a poner en marcha y los que siguen en tierra tratan de subirse, aunque no tengan sitio para sentarse. Algunos llevan cuerdas para atarse a la estructura y evitar caídas que puedan provocarles amputaciones e incluso la muerte. Desde lo alto de ‘La Bestia’, varios migrantes se despiden eufóricos conscientes de que su objetivo está más cerca. Tras dos días de ruta, a bordo de un transporte que llega a alcanzar los 80 kilómetros por hora, llegarán a Irapuato, donde se cambiarán a otro tren, que varía en función de a qué parte de la frontera norte quieran llegar.

GRATIS Y SIN REDADAS

Antes de marcharse, varios migrantes explican a EL MUNDO qué les ha llevado a viajar en este peligroso ferrocarril de mercancías. “Es súper costoso viajar en México, me ha costado el doble de lo que gasté en toda la ruta. Y por mucho que tengas el dinero necesario para llegar a la frontera, no te dejan viajar. Los de migración te bajan y te devuelven. El tren es un riesgo muy alto, pero es un paso que tenemos que dar para conseguir un cambio en nuestras vidas“, explica Fran García, venezolano que viaja junto a su mujer y su hija de 9 años. Es la segunda vez que esta familia trata de migrar a otro país. Hace seis años escaparon de su natal Venezuela a Colombia, pero tras la victoria de Gustavo Petro decidieron buscar un futuro mejor en EEUU, “se sintió como un ‘déjà vu’, así que ahorramos y nos fuimos”.

García confiesa que el viaje ha sido “bastante duro y complicado”, especialmente la travesía por la selva del Darién, en la frontera entre Colombia y Panamá, donde presenciaron “muertos, atracos y hasta violaciones. En el grupo en el que yo venía violaron a cuatro niñas”, pero relativiza la experiencia al recordar que “no es un peligro muy diferente al que se expone uno en los países latinoamericanos, ganando un sueldo mínimo y viviendo en barrios muy peligrosos”. Su compatriota María Castillo tiene 60 años, es epiléptica y viaja junto a su hija, de 35 años, y sus nietas, de 18 y 14: “Salimos en busca de una esperanza, pasando selvas, hambre, frío, lluvias, falta de aseo, necesidades, muchas horas de caminar y caminar que mírame, estoy demacrada, he perdido pelo y hasta las uñas de los pies, pero todo merecerá la pena si llegamos“.

Sus documentos se mojaron mientras trataba de cruzar los ríos del Darién y lleva varias semanas sin medicinas, de ahí la urgencia por llegar cuanto antes al destino. También denuncia haber sufrido varios robos por parte de los conductores de autobús y los funcionarios de migración, “si es un delito migrar, ¿por qué aceptan nuestro dinero? Nos cobran el pasaje y nos entregan después con la ‘migra’. Nos tratan peor que a un perro, no respetan la vida humana”. El venezolano Francisco Rojas vivió una experiencia similar. Según denuncia a EL MUNDO, pagó “1.600 pesos” (unos 80 euros al cambio) por un billete de bus desde la capital del país hasta Monterrey, “la vendedora me dijo que no había ningún problema y nada más salir de la terminal, hubo un operativo y nos detuvieron a todos. Nos llevaron al aeropuerto, llenaron el avión de migrantes y nos dejaron en la frontera con Guatemala”.

“Si nos van a deportar, ¿por qué no nos llevan de una vez a nuestro país?”, se pregunta Rojas, “o sea, estamos ilegales, pero nos llevan al inicio de su país sólo para que nosotros tengamos que hacer de nuevo la travesía y pagar todas las multas y ‘coyotes'”. Este joven venezolano realiza “un llamado urgente a Naciones Unidas” ya que, a su juicio: “En este país lo que están haciendo con nosotros es un negocio: robando, torturando, abusando física y psicológicamente, con especulación de precios, amenazas… hemos tenido que llegar a esta necesidad, subirnos a un tren, arriesgar nuestras vidas, cuando fácilmente podrían hacer como los otros países, dejar la entrada libre hasta el norte de México y que uno pueda pedir la cita con las autoridades de EEUU”.

La Organización Internacional para las Migraciones ha catalogado la frontera entre México y EEUU como “la ruta migratoria terrestre más peligrosa del mundo”. Solo el año pasado, se registraron 686 muertos o desaparecidos. Los continuos cambios de regulación y el refuerzo en la vigilancia han empujado a los protagonistas del flujo a asumir más riesgos para llegar a su destino. Según desveló recientemente la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza, durante el año fiscal 2023, que terminó el pasado mes de septiembre, detuvo en la frontera a cerca de 3,2 millones de indocumentados, la cifra más alta jamás registrada. A falta de pocos meses para que arranque la carrera por la Casa Blanca, la ola migratoria sigue creciendo y viajando en trenes de carga, alimentando la leyenda de ‘La Bestia’ y el debate electoral en EEUU.