“Se impone un nuevo derecho invertido: ya no el derecho a la vida, sino a la muerte estatal, para los enfermos, los ancianos, los deprimidos, los pobres. El ejército de los inútiles debe avanzar serenamente hacia su aniquilación, tranquilo, sereno: es por su “interés superior”.”

Roberto Pecchioli

La más tonta de las mentiras difundidas por el sistema es que sus oponentes son conspiradores, paranoicos que inventan intrigas y conspiraciones, convencidos por debilidad mental de que la mano invisible de un espectro planetario está detrás de cada acontecimiento. No es que escaseen esos sujetos, pero lo cierto es que no hay conspiración ni maquinación. Las acciones, los objetivos, los instrumentos, los agentes del poder están a la vista de todos. Parecen un juego de la Settimana Enigmistica, la página en blanco con puntos que corresponde al lector unir para componer el cuadro. Nuestros “superiores” nos lo cuentan todo: a nosotros nos corresponde unir los hechos y las palabras.

Ya en la década de 1950, en los albores de la revolución tecnológica, Gunther Anders escribió que el hombre estaba anticuado. Su inteligencia ya no estaba a la altura de las innovaciones tecnológicas, de los descubrimientos frente a los que se revelaba la insuficiencia del homo ya no tan sapiens. Anders denominó al creciente abismo entre el hombre y la máquina la “brecha prometeica”. Décadas más tarde, el designio de trascender al hombre hasta sustituirlo por el aparato artificial es evidente. Los robots, la nanotecnología, el auge de la Inteligencia Artificial, el hombre cibernético hibridizado con la máquina, son realidades. Difícil, para muchos, comprender el significado de una reconfiguración tan gigantesca, el mayor y definitivo reseteo.

La ideología de las élites no es sólo el liberalismo globalista tendente a la privatización del mundo y a la unificación planetaria bajo el dominio de una oligarquía dueña de todos los medios. El verdadero objetivo es el transhumanismo, es decir, la voluntad de superar al hombre criatura cambiando irrevocablemente su naturaleza biológica. El escritor ha analizado todo esto en un libro, L’uomo transumano -publicado recientemente por Arianna Editrice- cuyo subtítulo, La fine dell’uomo (El fin del hombre), fue objeto de un desacuerdo con el editor. Habríamos preferido que el signo de interrogación diera esperanza, que indicara una posibilidad, que dejara la puerta abierta a la refutación. Tenemos que estar de acuerdo con la comercialización: efectivamente, el fin del hombre -el homo sapiens sapiens, la especie a la que pertenecemos- está cerca. Los portavoces de los amos universales nos lo dicen claramente. El anticuado hombre de Anders es ahora “inútil”, en palabras de Yuval Harari, destacado intelectual y portavoz del Foro de Davos, transhumanista, autor del best seller Homo Deus, cuyo título es un programa ideológico preciso.

Harari es él mismo un producto transhumano: hombre de confianza de los señores del mundo, israelí-estadounidense, ateo, homosexual (humanidad invertida, estéril…). Es uno de aquellos a los que la cúpula nombra para elaborar ideas y difundir la palabra de los superiores al hombre chapado a la antigua en pequeñas dosis selectivas. Tenemos que acostumbrarnos. Peor para nosotros si no lo entendemos: nos han puesto al día. El homo deus, que rehace la creación imperfecta y se pone en el lugar de Dios, de la naturaleza o de la evolución -vieja utopía gnóstica resurgente- no somos nosotros. Son “ellos”, los illuminati, que se arrogan no sólo la dirección de la humanidad, sino incluso la propiedad de los humanos.

En una entrevista reciente con el medio suizo Uncut-news.ch, Harari soltó la bomba definitiva, si es que aún tenemos las herramientas cognitivas para reconocerla: el hombre común -una gran parte de la humanidad- es “inútil”. Por lo tanto, es necesario deshacerse de él. La imagen que utiliza es bíblica: “cuando llegue el diluvio, la élite construirá el Arca de Noé y la clase inútil (yo, usted, amigos, hijos y nietos) nos ahogaremos”. ¿Paranoia, indicio de problemas psiquiátricos? No, si la voz es la de uno de los grillos parlantes de Davos, traducida a todos los idiomas para educar a la futura transhumanidad.

Así habla Harari, el tecno-Zarathustra. “El mundo está experimentando un cambio profundo: la inteligencia artificial desempeña un papel cada vez más importante. ¿Qué impacto tiene esto? Se acabó la idea de que los seres humanos tienen alma o espíritu y libre albedrío”. No conocemos un materialismo más absoluto, gélido e inhumano que el que destilan los ventrílocuos de lorsignori. Predicen (o saben…) que la humanidad se dividirá en castas biológicas. En lugar de una humanidad, habrá varias. El resultado es que la mayoría de la gente se volverá ‘económicamente inútil’ y ‘políticamente impotente’.

Nuestros amos nos llaman ‘inútiles’, es decir, no útiles; no servimos a sus fines, los únicos fines que merece la pena perseguir. La utilidad disminuyó en un sentido puramente económico: brazos para explotar, cerebros para exprimir.

Fin: tienen robots, Chatboxes de Inteligencia Artificial. ¿Para qué sirve el ser humano obsoleto, enfermizo, quejumbroso, titular de “derechos” proclamados por ellos? Sólo para contaminar Gaia, un planeta que les pertenece. “Ya estamos viendo los primeros signos de una nueva clase de personas, la clase inútil, los que no tienen habilidades que utilizar en la nueva economía”. Sólo queda deshacerse de ellos suprimiéndolos. “Ahora comienza la revolución de la inteligencia artificial, que creará una clase sin utilidad militar ni económica y, por tanto, sin poder político”.

Puesto que nuestros brazos y cerebros -los míos, los suyos- no son necesarios, según Harari debemos mantenernos felices con drogas y juegos de ordenador. No, gracias, a la incultura del despilfarro.

La profecía es precisa. Cuando llegue el diluvio, los científicos construirán un arca de Noé para la élite y el resto se ahogará”. El diluvio podría ser una guerra nuclear -las premisas están ahí- o una nueva pandemia. Las pruebas han funcionado muy bien y la Organización Mundial de la Salud pronto tendrá poderes directos sobre los anticuados Estados nacionales. O una hambruna, que el Occidente suicida prepara prohibiendo los cultivos y la cría de ganado con la coartada del cambio climático. La región de Emilia Romagna está pagando a los agricultores para que no trabajen sus tierras. El diluvio tiene forma de llovizna constante: la apelación a la sexualidad compulsiva pero estéril (homosexualidad, ideología de género), la difusión de modelos de vida de los que se excluye a los niños, es decir, la transmisión de la vida. En estos días, la “fluida” secretaria del PD, portavoz de los magníficos destinos y de los progresistas, se ha pronunciado contra el deseo de maternidad.

Con gran énfasis, se celebra un futuro en el que los seres humanos (supervivientes) ya no serán concebidos ni darán a luz de forma natural. El tránsito más allá de lo humano se presenta como una liberación para la mujer. Para el hombre, más inútil que anticuada, llega la píldora que esteriliza. Más progreso: he aquí una forma de vivir las relaciones sexuales y sentimentales de un modo nuevo. La lluvia se convierte en diluvio en las partes más avanzadas del mundo. Avanzadas hacia el final…

Se impone un nuevo derecho invertido: ya no el derecho a la vida, sino a la muerte estatal, para los enfermos, los ancianos, los deprimidos, los pobres. El ejército de los inútiles debe avanzar serenamente hacia su aniquilación, tranquilo, sereno: es por su “interés superior”, como prohibir el tratamiento de la pequeña Indy. Si nuestro interés superior está determinado por otra persona, no somos libres y hemos perdido la propiedad de nosotros mismos, en cuerpo y alma.

Eso es lo que quieren los bailarines de Harari. Reflexionemos sobre ello. Sobre todo, deshagámonos de los dispositivos mentales que hacen hegemónica la aceptación prejuiciosa de todo cambio, el determinismo positivista-idealista según el cual la historia giraría inevitablemente hacia el progreso y toda transformación sería una evolución positiva. Cómo puede conciliarse todo esto con la inutilidad de la mayoría de la humanidad, llamada a la extinción por ser inútil en el sistema trans e inhumano deseado desde arriba, escapa a nuestra comprensión. Pensamiento mágico creído por repetición y abolición del juicio crítico.

Para Harari y el Dominio, la humanidad es un “algoritmo obsoleto”. Después de todo, ¿cuál es la superioridad de los humanos sobre las gallinas, dice el teórico de los humanos inútiles, si no que la información fluye en patrones más complejos en nosotros? Las gallinas procesan más información visual que nosotros los humanos, pero nunca pintarán la Capilla Sixtina. La deriva antihumana de las tendencias y creencias, cuyas consecuencias son el nihilismo y el mecanicismo, es inquietante. Todo orden, verdad, belleza, es una construcción social, la persona humana no es más que una serie de algoritmos contenidos en una masa bioquímica.

Así, la vida se vuelve disponible, modificable. De manipulación en manipulación, de alteración en alteración, el hombre se convierte en otro que él mismo en un viaje en constante progreso: lo transhumano desemboca en lo posthumano y lo antihumano. Según la vulgata transhumanista dentro de cincuenta años, los humanos “formarán todos parte de una red con un sistema inmunitario central”. A esto le sigue la amenaza: “No podrás sobrevivir si no estás conectado”. La oligarquía será una especie de Dios y el homo sapiens perderá el control de su vida.

Continúa la repetición del mantra elitista de “hay que luchar contra la superpoblación”. ‘Ellos’ preparan el diluvio y nos advierten. Mientras tanto, tienen que convencernos de que es por nuestro bien. Harari afirma en De animales a dioses que “no parece haber ninguna barrera técnica insuperable para producir superhumanos. Los principales obstáculos son las objeciones éticas y políticas que han ralentizado el ritmo de la investigación con humanos. Y por muy convincentes que sean los argumentos éticos, es difícil que puedan resistir mucho tiempo, sobre todo cuando lo que está en juego es la posibilidad de prolongar indefinidamente la vida humana, vencer enfermedades incurables y mejorar nuestras capacidades cognitivas y mentales”. El cebo es la salud, pero el objetivo es la muerte.

En Davos, la montaña encantada de la Agenda transhumana 2030, Harari lo expresó así: “la ciencia está sustituyendo la evolución por selección natural por la evolución por diseño inteligente. No se trata del diseño inteligente de algún Dios más allá de las nubes, sino de NUESTRO diseño inteligente, de nuestras nubes (las nubes informáticas, Ed.), las nubes de IBM y Microsoft. Éstas son las nubes que impulsarán nuestra evolución”. El estruendoso aplauso de los presentes -todos miembros destacados de las oligarquías económicas, financieras, tecnológicas y políticas- muestra cuál es el pensamiento dominante, el crudo materialismo que lo anima, el delirio de omnipotencia convencido de que ha destronado y sustituido a Dios.

Para la cúpula del poder, ebria de hybris, la futura humanidad transhumana, antropológica y ontológicamente diferente de la antigua, necesita un drástico adelgazamiento. Harari, tiene la virtud del candor. La mayoría de la gente es “inútil”, ya no es “necesaria”. Somos obsoletos, sobrantes, un estorbo que hay que resolver. Un escalofrío me recorre la espalda. “Sencillamente, ya no necesitaremos a la inmensa mayoría de la población, porque el futuro prevé el desarrollo de tecnologías cada vez más sofisticadas, como la inteligencia artificial [y] la bioingeniería”.

Los que ya no pueden encontrar trabajo debido al avance de la automatización no aportan ningún beneficio a la sociedad, ya no son necesarios, no forman parte del futuro. Raggelante. El valor de la persona humana, para la élite transhumanista, consiste únicamente en su utilidad económica. El hombre es un animal de inteligencia más refinada, un ser puramente biológico-corporal que puede ser manipulado, seleccionado, modificado genéticamente, hibridizado y finalmente sacrificado por exceso de “cabezas de humanidad”.

Incluso el orgullo de los “derechos humanos” del hombre occidental queda derrotado. Son, para los transhumanistas, mitos sin sentido a nivel biológico, una historia inventada, una narrativa, como Dios, el derecho a la vida, la libertad, etcétera. Aunque importantes en determinados contextos históricos, carecerán totalmente de sentido. La agenda del Gran Reset (gran borrado…) no es ni más ni menos que la implantación progresiva de un gobierno mundial tecnocrático basado en la superación de lo humano (solve) y la creación de un mundo totalmente nuevo (coagula), en el que es la máquina la que domina sobre la humanidad.

Las palabras de Yuval Harari en Homo Deus son ejemplares. “Hoy, la humanidad está preparada para sustituir la selección natural por el diseño inteligente y extender la vida más allá de lo orgánico, al reino de lo inorgánico. En lugar de que el hombre cree una nueva tecnología, la tecnología crea una nueva humanidad”. Y la destruye por inútil para los designios de unos pocos locos amos de todo. Si nos gusta, nos callamos o pensamos que no nos afecta. Si nos asusta, como es normal, no seamos avestruces enterrando la cabeza bajo tierra. Construyamos el arca de los hombres, echemos a los que nos quieren muertos y nos lo dicen sin vergüenza. De lo contrario, tendrán razón: el homo sapiens no merecerá sobrevivir.