EL “MEJORAMIENTO HUMANO”. Una iniciativa absurda y materialista

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No todo lo técnicamente posible ha de ser éticamente aceptable”. 

Profesor Nicolás Jouve de la Barreda, catedrático emérito de Genética de la Universidad de Alcalá de Henares

Recientemente tuve el honor de participar en un curso de verano de la Universidad Internacional Menéndez y Pelayo sobre “Singularidad tecnológica, mejoramiento humano y neuroeducación”, junto a grandes especialistas científicos, filósofos y educadores. Con referencia al segundo de estos epígrafes, que es el que como biólogo y genetista constituyó el tema de mi participación, se trataba de hacer un análisis sobre los intentos de incidir en nuestra naturaleza, con el fin de proyectar y orientar nuestro futuro biológico, mediante la aplicación de determinados avances procedentes de la nanotecnología, neurociencia, biotecnología y tecnologías del conocimiento o informáticas.

El caso es que un grupo de “transhumanistas radicales”, cuyos focos de influencia más importantes están en el Reino Unido y EE.UU., propugnan el “mejoramiento humano”, es decir, la manipulación e intervención de la información genética del ser humano con el fin no solo de librarnos de aquello que se supone negativo, sino de optimizar nuestras potencialidades físicas e intelectuales, e incluso dar paso a una nueva especie “mejorada”. ¿Es esto posible?, ¿es ético?, ¿es para todos?

Antes de seguir me gustaría recordar el principio básico de la Bioética de que “no todo lo técnicamente posible ha de ser éticamente aceptable”, lema que surgió a propósito de los riesgos de la tecnología de la ingeniería genética aplicada a la modificación de las bacterias a mediados de los años setenta. Pues bien, muchas de las acciones que se proponen bajo el señuelo del mejoramiento humano parten de aquellos avances de hace unos cuarenta años en microorganismos, aplicados posteriormente con éxito al mejoramiento de plantas cultivadas y animales domésticos. Sin embargo, lo que hay que resaltar es que no existe una capacidad omnímoda de manipulación de las características genéticas sin riesgos, tanto por la propia complejidad de los sistemas biológicos, como en el caso del hombre por sus especiales cualidades, que significamos al subrayar su dignidad. Seres con cuerpo y alma, con derecho a su desarrollo pleno sin intervenciones de nadie. Seres que deben ser tratados como un fin en sí mismo, nunca como un medio. En realidad, quienes proponen el mejoramiento humano hablan de dar un salto hacia la consecución de un ser humano singular bajo la presunción de que el hombre se puede reinventar a sí mismo, basta para ello con remodelar o potenciar sus elementos materiales. Esto supone una instrumentalización de la vida humana al poner al hombre al servicio de la ciencia en lugar de la ciencia al servicio del hombre.

Quienes plantean el mejoramiento humano conciben al hombre como un ser más de la naturaleza, fijándose esencialmente en sus componentes materiales. Sin embargo, ¿es el hombre solo un ingenio más o menos complejo constituido por la yuxtaposición de piezas que se podrían sustituir o modificar? ¿O se trata de un ser singular en el que conviven dos dimensiones indisolublemente unidas, una material y otra espiritual?

Si gozamos de buenas variedades de plantas cultivadas y animales domésticos es porque se han podido ejercer acciones a veces muy drásticas de “cruzamiento” y “selección artificial”. ¿Es esto posible en el hombre? A las prácticas del llamado mejoramiento convencional, que se ha practicado durante siglos por la humanidad, se ha unido más recientemente la introducción de genes de unos organismos en otros, incluso de distinta especie, para obtener los denominados organismos “transgénicos”, de gran eficacia en sus aplicaciones a la agricultura, ganadería, ciencia e industria. Sin embargo, para que cualquiera de estas técnicas dé resultado hay que recurrir a la transmisión a la descendencia por la línea germinal y hacer una selección para que los caracteres mejorados permanezcan en la siguiente generación. Estas manipulaciones están obviamente vedadas en los seres humanos, por razones éticas y de seguridad.

Los intentos de erradicar los caracteres indeseados en los seres humanos mediante acciones de depuración sobre las poblaciones, no solo han sido históricamente nefastos para la humanidad sino también infructuosos. Es absurdo e irracional pretender mejorar a la sociedad mediante la extensión de certificados de calidad genética, o por la negación del permiso a la procreación, la esterilización o la eliminación directa de personas en estado embrionario, fetal o adulto. Por un lado, no es cierto que existan genes responsables de las conductas antisociales o de los comportamientos que alguien pudiera considerar no deseables. Estos caracteres no se heredan, se adquieren por influencia cultural, educacional, familiar, social, ambiental, etc. Tampoco se avanzaría nada en el mejoramiento humano a base de eliminar embriones o fetos portadores de genes alterados… las mutaciones son recurrentes, aunque su frecuencia constante sea relativamente baja. En segundo lugar y más importante aún, existen sobradas razones de carácter moral, como lo es la subjetividad, arbitrariedad y relatividad del patrón genético deseado: ¿qué debe entenderse por mejor o peor?, ¿qué se considera deterioro genético?, ¿quién tiene derecho a decidir sobre la vida de otra persona?, etc.

No es posible abordar en el espacio de un artículo como este las asombrosas ideas que se les ocurren a los “mejoradores humanos”. Entre ellas hablan de modificar la longevidad, crear seres inmortales, potenciar las características físicas e intelectuales, clonar humanos, crear humanos inmunes a todas las enfermedades, conectar nuestro cerebro a ordenadores, trasladar nuestra memoria, etc., etc. Por fantásticos e interesantes que sean algunos de estos deseos, su abordaje es técnica y éticamente inviable.

Tomemos por ejemplo el mejoramiento genético directo. Si pensamos en la corrección de una patología de causa genética, la única opción actualmente posible es la “terapia génica” somática. La terapia génica es una realidad a medias, que lleva años de ensayos clínicos sin grandes ni espectaculares avances más que para unas pocas enfermedades debidas a la alteración de un gen simple y de acción recesiva. Se trata para ello de corregir el gen alterado mediante su reemplazo por uno normal dominante o la modificación de su actividad. Los resultados han sido muy limitados siendo paradigmático el ejemplo de los “niños burbuja” (SCID). Pero no es esto lo que pretenden los “mejoradores humanos”. Lo que buscan es corregir, modificar, potenciar o elevar el nivel de expresión de caracteres en personas sanas y para caracteres en los que podrían estar implicados sistemas multigénicos, como los que con heredabilidad dispar tendrían algo que ver con la capacidad mental o las patologías del sistema nervioso. El problema es que si aún no se domina la modificación de un solo gen, es impensable abordar una terapia génica masiva, destinada a modificar la expresión de múltiples genes. Por otra parte, la terapia génica se ejerce en los tejidos somáticos de un paciente, mientras que el mejoramiento que se propone exigiría un cambio en la línea germinal con el fin de que trascendiese a la descendencia. Este tipo de manipulaciones no ofrecen ninguna seguridad, ya que cualquier fallo en la modificación de las secuencias de ADN en la línea germinal podría afectar de forma irreparable a otros genes de función vital, con consecuencias imprevisibles para las futuras generaciones.

Esto nos conduce a una serie de preguntas: ¿es lo mismo curar una enfermedad que modificar genéticamente a un ser humano?, ¿se trata de sanar a quien está enfermo o de transformar a individuos sanos?, quienes proponen la aplicación de la biotecnología para la modificación de nuestras características genéticas: ¿se conformarían con llevar a su máxima plenitud nuestras propias posibilidades o se trata de dar paso a un ser humano distinto y superior?, ¿no es todo esto una rebeldía contra nuestra naturaleza?, ¿se trata de solucionar problemas de personas actuales o se pretende trascender a las siguientes generaciones?, ¿serán las tecnologías de mejoramiento de aplicación universal o se trata de beneficiar a unos cuantos privilegiados?…

Entre las primeras ideas de mejoramiento que propusieron los transhumanistas está el de la prolongación de la vida. Lo cierto es que las investigaciones sobre la longevidad en las poblacionales humanas ha demostrado la complejidad de que depende este carácter. Se ha demostrado en primer lugar la existencia de una relación entre la longitud de unas secuencias repetitivas de ADN de los extremos de los cromosomas, llamadas “telómeros”, y el riesgo de padecer enfermedades limitantes de la edad, como el cáncer. Si esto es así, y parece demostrado el acortamiento de estos capuchones con el tiempo, ¿cómo se pretende abordar el mantenimiento de estas secuencias? Esto no es tan fácil ya que no se conocen todos los factores que intervienen en el desgaste de los telómeros con la edad, ni habría modo alguno de abordar una conservación o alargamiento de estas regiones en los 23 pares de cromosomas de los billones de células del organismo humano. De acuerdo con la Dra. María Blasco, directora del Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas (CNIO), el envejecimiento depende al menos de dos componentes, uno de ellos, que podría representar no más del 20%, es el genético (variantes en genes y en la longitud de los telómeros), y el otro son factores ambientales (hábitos de vida, alimentación, estrés…) que representaría el 80% restante. Esto significa que la mejor forma de aumentar la esperanza de vida sigue siendo una buena alimentación y buenos hábitos de vida.

El deseo de inmortalidad es probablemente tan antiguo como la humanidad misma, o lo que es lo mismo, que la conciencia de la muerte. Sin embargo, para quienes tenemos fe y la esperanza de que esta vida es solo una etapa de paso hacia una vida nueva y mejor, ¿qué aliciente ofrece su prolongación indefinida en un estado de deterioro progresivo de nuestro cuerpo, indefectiblemente mortal?

Finalmente, queda el problema de a quién se pretenden aplicar las técnicas de mejoramiento. Entre los principios básicos de la Bioética, aceptados en todos los códigos de deontología médica, está el principio de “justicia”, que trata de que cualquier solución clínica debe alcanzar de modo equitativo a toda la sociedad. Los promotores del mejoramiento humano no se lo plantean… ni se plantean las consecuencias para el futuro de la humanidad del potencial legado a las generaciones futuras de los errores potenciales de sus manipulaciones en la línea germinal. No vale solo el principio de “autonomía, o el “consentimiento informado”. Vivimos en una sociedad interdependiente, de modo que lo que hagamos con unos nos afecta a todos y a las futuras generaciones. Con toda razón decía C.S. Lewis que: “el poder del hombre para hacer de sí mismo lo que le plazca significa el poder de algunos hombres para hacer de otros lo que les plazca”. Sin embargo, existe la tendencia de inducir a la opinión pública a creer y desear como bueno, humanitario o necesario, lo que interesa a algunos o lo que no son más que posibilidades no suficientemente maduras, o incluso son manifiestamente contrarias a la dignidad de la vida humana. El mejoramiento humano se une así a la larga cadena de errores contra la humanidad: la esclavitud, el racismo, el antisemitismo, la eugenesia, el aborto, la utilización de los embriones, la eutanasia… ¿Qué vendrá después?

Decía Sydney Brenner –premio Nobel de Medicina en 2002– que “los intentos actuales de mejorar a la especie humana mediante la manipulación genética no son peligrosos, sino ridículos”, a lo que añadía: “supongamos que queremos un hombre más inteligente. El problema es que no sabemos con exactitud qué genes manipular”… “Solo hay un instrumento para transformar a la humanidad de modo duradero y es la cultura”.