Ante las situaciones de desempleo o trabajos precarios que nos encontramos actualmente, la Iglesia siempre ha querido atender esta realidad, no solo ocupándose de las personas, sino ha querido ir más allá: dando pistas para leer la realidad con ojos de Evangelio y luces largas para caminar con toda la sociedad desde donde Dios nos pide.
La Doctrina Social de la Iglesia (DSI) es un estímulo que nos pone en el disparadero de iluminar, desde el Evangelio, una práctica especial de la caridad.
La DSI expresa ese dolor de la Iglesia por las personas que están sufriendo y por la dignidad de cada una de ellas para encaminarnos hacia la consecución del bien común como plan de Dios.
Benedicto XVI nos define trabajo digno en Caritas in veritate, 63: “Un trabajo que, en cualquier sociedad, sea expresión de la dignidad esencial de todo hombre o mujer: un trabajo libremente elegido, que asocie efectivamente a los trabajadores, hombres y mujeres, al desarrollo de la comunidad; un trabajo que de este modo haga que los trabajadores sean respetados, evitando toda discriminación; que permita satisfacer las necesidades de las familias y escolarizar a los hijos sin que se vean obligados a trabajar; y que consienta a los trabajadores organizarse libremente y hacer oír su voz; que deje espacio para reencontrarse adecuadamente con las propias raíces en el ámbito personal, familiar y espiritual; un trabajo que asegure una condición digna a los trabajadores que llegan a la jubilación”
La encíclica Laborem Exercens de San Juan Pablo II se inspira en una postura cristiana frente al trabajo, el capital y la propiedad. Nos expone la importante distinción entre el aspecto objetivo y subjetivo del trabajo. Por su dimensión objetiva, el trabajo humano es valioso, muy valioso. “El trabajo en sentido objetivo es el conjunto de actividades, recursos, instrumentos y técnicas de las que el hombre se sirve para producir, para dominar la tierra, según las palabras del libro del Génesis” (LE 4).
“El trabajo en sentido objetivo constituye el aspecto contingente de la actividad humana que varía incesantemente en sus modalidades con la mutación de las condiciones técnicas, culturales, sociales y políticas”(LE, 5).
En el aspecto subjetivo, el hombre es sujeto del trabajo, como persona, para el desarrollo de su propia humanidad. “No hay duda de que el trabajo humano tiene un valor ético, el cual está vinculado completa y directamente al hecho de que quien lo lleva a cabo es una persona… Esta verdad… constituye en cierto sentido el meollo fundamental y perenne de la doctrina cristiana sobre el trabajo” (LE,6).
La dignidad de la persona humana reclama un trabajo digno, no solo útil, porque el trabajo es una vocación de Dios. Es el trabajo el que está en función de la persona y no la persona en función del trabajo.
Laborem Exercens destaca, asimismo, que el trabajo es un bien de la persona, un bien de su humanidad. “Aquel que, siendo Dios, se hizo semejante a nosotros en todo, dedicó la mayor parte de los años de su vida terrena al trabajo manual junto al banco del carpintero. Esta circunstancia constituye por sí sola el más elocuente “Evangelio del trabajo”, que manifiesta cómo el fundamento para determinar el valor del trabajo humano no es, en primer lugar, el tipo de trabajo que se realiza, sino el hecho de que quien lo ejecuta es una persona humana. Las fuentes de la dignidad del trabajo deben buscarse principalmente no en su dimensión objetiva, sino en su dimensión subjetiva” (LE, 6). San Juan Pablo II.
El trabajo es un valor familiar. “El trabajo es el fundamento sobre el que se forma la vida familiar, la cual es un derecho natural y una vocación del hombre. (…)En conjunto se debe recordar y afirmar que la familia constituye uno de los puntos de referencia más importantes, según los cuales debe formarse el orden socio-ético del trabajo humano.” (LE, 10).
Causas del trabajo precario
Cuando el trabajo se limita a una mera “actividad productiva remunerada”, el hacer humano se reduce a su dimensión economicista.
San Juan Pablo II nos decía en Laborem Exercens que el trabajo no es una mercancía: “A pesar de todo, el peligro de considerar el trabajo como una mercancía sui generis o como una anónima fuerza necesaria para la producción, existe siempre, especialmente cuando la concepción de la regulación de las cuestiones económicas procede señaladamente de las premisas del economismo materialista”(LE, 7).
Es necesaria la regulación de los mercados y los excesos, contener la flexibilidad laboral y buscar alternativas a la precariedad en el empleo. La DSI presenta a la economía la guía de los principios de la justicia y la caridad, evitando el acaparamiento de recursos, teniendo en cuenta la realidad del paro a la hora de plantear inversiones y cooperando en todo con el Estado y los sindicatos para que se busquen nuevas salidas
La DSI nos da pistas y valores para tomar postura, cambiar y elaborar propuestas concretas
1.- La participación de todas las personas, ya que tenemos nuestro grado de responsabilidad, como la persona que contrata una persona para el servicio doméstico, las grandes empresas, la administración, la comunidad cristiana… la sociedad en general. El fin no justifica los medios.
2.- La familia es un apéndice fundamental en el lugar de la consolidación del salario. Es decir, no es solo una persona a la que se le paga un sueldo y ya está, no es un robot, es una persona que desarrolla su trabajo, que dignifica lo que hace y que tiene una familia detrás.
3.- Contemplarlo en su dimensión mundial. La DSI reivindica, pide y alienta que haya una autoridad mundial que marque al menos las líneas de funcionamiento. Los obispos europeos en el 98 ya pedían que hubiera una autoridad mundial que regulara el tráfico de personas, los salarios… que hubiera comisiones estrictas a nivel.
4.- La técnica no puede estar por encima de la ética. La eficiencia y eficacia sí, pero dignidad humana, calidad por encima de todo. No podemos renunciar a esto, el día que renunciemos, renunciamos a la dignidad. Porque, sino, qué va a ocurrir con las personas más débiles: que no podrán trabajar.