ELECCIÓN

Una cosa son las elecciones y otra cosa es la elección.

Las elecciones podrán suprimirse o multiplicarse, según la dirección del viento que sople, pero la elección fue, es y seguirá siendo el acto humano fundamental del ejercicio de su libertad.

Hay que escoger en cada momento, aun en aquellos que parecen prestarse menos a la opción. Aun cargado de cadenas puede uno escoger entre el conformismo fatalista o la rebeldía interna.

Un existencialista destacado dice que la primera elección que hay que hacer es la de decidir si uno ha de suicidarse, o si no ha de suicidarse. Esto es de una lógica aplastante en un materialista.

Esta idea nosotros la traduciríamos en lenguaje cristiano afirmando que la elección fundamental del hombre es la de decidirse por Cristo (que es la Vida), o por separarse de Cristo (que es permanecer en la muerte).

Esta elección grande, sin embargo, no basta con hacerla una vez, con toda la solemnidad que se quiera, para que todo quede resuelto y no sea preciso volver a ello. Esto, en todo caso, puede ser verdad para los que han escogido la muerte. La muerte se alimenta de ella misma.

Pero quien ha escogido la Vida necesita renovar constantemente la elección. Igual que la vida física, que hay que sostenerla con aportaciones susceptibles de conservarla.

En cada momento hay que alimentar la Vida, eligiendo lo que alimenta la Vida.

Aquí, como en la vida física, corremos el peligro de elegir con preferencia, con vistas al placer del paladar, en vez de pensar en la salud.

Aquí es posible que los católicos nos hayamos confundido, y en vez de escoger ser sal de la tierra (como está mandado), hayamos preferido ser azúcar.

Y que nos haya pasado como a la mujer de Lot, pero al revés.

(Boletín, n.° 101)

SÍ y NO

Para toda persona consciente de su dignidad y de su responsabilidad, las palabras más difíciles de pronunciar son estos sencillísimos monosílabos; sí y no.

Hay una ocasión en que todos tenemos conciencia de esto, y es cuando los novios dicen sí ante el sacerdote que sirve de testigo. Toda la boda se concentra en estos síes sacramentales, ya que, en realidad, el sacramento no consiste en las exhortaciones y preguntas del sacerdote (indispensables, pero sin eficacia sacramental), sino en la palabra sí, que pronuncia cada contrayente.

Mediante este sí todo queda cambiado. La vida toma un sentido inédito y maravilloso. El mismo Dios queda atado a los que honradamente se ataron a sí mismos con un sí.

* * *

Cierto es que no todas las decisiones tienen la misma trascendencia que el matrimonio consentido libremente. Pero cada decisión tiene su propio ámbito al que tiene que ajustarse.

Cada sí y cada no que se pronuncian después de madurada reflexión (después de una buena Encuesta, diríamos nosotros) atan inexorablemente al que los pronuncia. La fidelidad a esta atadura es precisamente lo que hace merecer al hombre el calificativo de honrado.

Y sobre estos cimientos (con exclusión de otros cualesquiera) la Gracia santificante construye la santidad.

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Pero una mala tendencia, que se nos inocula por el ambiente que respiramos desde la primera infancia, nos desvía de esta limpieza de corazón (la única que permite ver a Dios) y nos conduce constantemente a buscar compromisos ambiguos, de esos que vulgarmente se expresan con la frase «encender una vela a Dios y otra al diablo», y que llevan a lo que en términos evangélicos se llama fariseísmo.

Queremos decirle sí a Dios, pero sin comprometemos a ningún sacrificio; queremos decirle no al diablo, pero sin luchar contra él más que con palabras.

Y así andamos tantos que nos llamamos cristianos, y somos escarnio y escándalo de los hombres y de los ángeles. Pero el demonio se frota las manos…

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Va a empezar una etapa nueva en la HOAC. Etapa en la que es indispensable darle el sí a Dios y el no a diablo, con todas las consecuencias.

Las fórmulas juraméntales ya se han desacreditado tanto, que nadie hace hoy caso de ellas. Son pura fachada.

Por eso a los militantes no se les exige juramento pues sigue válido el de su Bautismo y el de su Confirmación.

Lo que se les pide es que mediten todo esto en el corazón, que hagan una buena Encuesta, y de todo corazón digan sí o digan no a quien corresponda. Y contraigan matrimonio místico…, con lo que amen.

Que vuestro hablar sea: Sí, sí y no, no. Las demás palabras de mal fondo proceden.

(Boletín, n.° 107)

 

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