«Cuando se vive sin Dios, somos a imagen y semejanza de los poderes del mundo»
«Para vivir la caridad política, es necesario que haya caridad y la caridad tiene que ver con esa forma de amar que nuestro corazón no conoce»
3 de abril de 2024
Revista ECCLESIA
Luis Argüello nos abre él mismo la puerta de la sede del arzobispado de Valladolid, donde recibe a ECCLESIA apenas diez días después de convertirse en el presidente de la Conferencia Episcopal Española (CEE) para una larga charla. En su despacho, presidido por la Virgen de Guadalupe y acicalado con, entre otros objetos, las históricas huchas del DOMUND, comparte su visión sobre la Iglesia y la sociedad, sobre sus miedos y modo de rezar, sobre las heridas del hombre de hoy. Es profundo en las respuestas y cercano en el trato. De hecho, lamenta no tener tiempo para seguir charlando al calor de un café. El Consejo de Economía de la archidiócesis le espera.
—En estas mismas páginas, Daniel Capó preguntó a Erik Varden, obispo de Trondheim, a qué temía. Recordando la exhortación de san Pablo a vivir la misión con temor y temblor. ¿A qué tiene miedo Luis Argüello?
El temor de Dios es un don del Espíritu Santo. Esta dimensión del temor tiene que ver con el temblor, con el estremecimiento, con la inquietud de no ser fiel a lo que uno ha recibido. Pero hay otra, que no es un don, sino que está relacionada con el miedo. En mi caso, los miedos aparecen en tres escenarios. Miedo interno, a mi propia infidelidad, a pensar que cualquier cosa, incluida esta entrevista, pueda ser algo hecho para mirarme a mí más que para el servicio. Otro es el miedo a las tensiones, los conflictos y dificultades en el interior de la comunidad cristiana. Y, por último, un miedo que está relacionado con las reacciones sociales e institucionales a la propuesta del Evangelio, ante la que muchos de nuestros conciudadanos son indiferentes y que algunos consideran pasada de moda.
Se ha escrito mucho sobre usted. ¿Se ha visto reflejado?
Me han llegado ecos, pero me mantengo un poco al margen. Muchas veces, la mirada está influida por sesgos politiqueros —no políticos, porque la política es una cosa noble—. Y, claro, estamos en un momento de bandos, polarizaciones y en el afán por situarse en un lugar u otro.
Se ha hablado de la participación durante su juventud en política, manifestaciones, actividades clandestinas…
Son diversas situaciones. Estudié Derecho en los años 70 en la Universidad de Valladolid, donde luego fui profesor. Fue una época singular. Además, vivimos una circunstancia muy especial: el cierre de la facultad. Estaba en el cuarto curso de la carrera y era el delegado. Nos movimos por España buscando la solidaridad de otras universidades ante el acto desmedido de cerrar las aulas. Era febrero de 1975. Es cierto que durante esa década tuve una cierta implicación en política. Colaboré en unas elecciones generales con la democracia cristiana y luego, en las municipales, con una candidata del PSOE. Había sido delegada de la Facultad de Filosofía y Letras y vivimos unidos todas las peripecias de la universidad.
¿Cómo pasó de esa realidad al seminario?
La historia, la pequeña historia personal, se lee desde la perspectiva que has tenido, desde los estudios de Derecho y el compromiso sociopolítico, que tenía que ver con una inquietud del corazón. En ese tiempo, empecé a participar en grupos cristianos con los hermanos de La Salle, había puesto en marcha la Comisión Pontificia Justicia y Paz a nivel diocesano… Tenía inquietudes inspiradas por mi vida cristiana desde niño, cultivada en el colegio, aparcada en los primeros años de universidad, pero siempre presente. A finales de los años 70 y principios de los 80, reconocí que, para vivir la caridad política, es necesario que haya caridad, y la caridad tiene que ver con esa forma de amar que el corazón no conoce. Nuestro corazón conoce el eros, la filia, los amores de correspondencia. Pero este nuevo amor solo lo da la gracia. De alguna forma, vi una inquietud que tenía desde el colegio cuando me planteaba si sería hermano de La Salle, luego en las peripecias políticas, en el compromiso con los toxicómanos a través de Cáritas… En un momento dado, reconocí que el Señor me estaba llamando a ser cauce de su gracia, ministro de reconciliación y comunión. El Viernes Santo de 1983, todos estos puntos se unieron y, mientras adoraba la cruz en una Pascua de jóvenes, descubrí mi vocación sacerdotal. Tenía 30 años.
¿Le ha marcado algún sacerdote en especial?
No puedo menos que nombrar a uno: Marcelino Legido. Un cura de Salamanca que me da un poco de respeto nombrarlo, porque me encuentro muy distante de poder encarnar la vida evangélica como él lo hizo.
—¿Y algún obispo?
José Delicado, que me ordenó sacerdote, y ha sido un extraordinario modelo de creyente, de sacerdote y de obispo.
¿Cómo reza Luis Argüello?
Tengo un suelo básico de oración, que es la Liturgia de las Horas y el rosario. Y la Eucaristía, claro, que es la oración por antonomasia. Además, en función del día, podré dedicar algún tiempo a la contemplación, a estar sin más delante del Señor en el Sagrario. Dice René Voillaume en En el corazón de las masas que cuando se cultiva la oración pura, dedicas tiempo a solas a Dios, surge la oración difusa, la que aparece en medio de los asuntos cotidianos.
¿Y a qué Virgen eleva sus plegarias y su devoción?
Hay una pelea en mi corazón entre la Virgen de Lourdes, la de mi colegio, y la Virgen del Tovar, la de mi pueblo, una pequeña Virgen que está en mi escudo episcopal, una Virgen de campaña, que era llevada a las batallas. Estuvo en la de las Navas de Tolosa. Me recuerda al Apocalipsis, al momento en que el dragón y las bestias quieren llevarse al hijo de la mujer y esta se sostiene en medio del combate y hace todo lo posible para que el hijo no caiga.
¿Le preocupa que tantas ocupaciones puedan hacer que descuide la vida espiritual?
Es una trampa grande. El activismo, que reconozco en mi vida, te hace pensar que las cosas dependen de ti, de tus actividades, de los encuentros. Desde la ordenación sacerdotal, tenemos una encomienda concreta, que es orar por el pueblo santo de Dios. El oficio de los pastores de la Liturgia de las Horas nos recuerda que quien ama a su pueblo es el que ora mucho por él. Que las muchas actividades releguen el cultivo de la oración pura a los rincones del día es una tentación que reconozco y en la que caigo.
Imagino que ahora retomará sus viajes en tren y nuevos encuentros…
Como secretario general de la CEE, iba a Madrid tres días a las semana, a veces ida y vuelta en el día. Cada uno va a lo suyo la mayor parte del tiempo, o adormilados o mirando las pantallas. He tenido la ocasión de diversos encuentros, de diálogos e incluso de confesar en el propio tren. Ahora me pasa por la calle. Es habitual que la gente te salude, que alguno de los saludos se convierta en parón y que alguno de los parones lleve a una cita para encontrarnos en otro momento.
Confesó en una entrevista en COPE que estaba leyendo Blasfemar en el templo, según sus propias palabras, un libro contracultural. Pero, ¿se acerca a contenido, libros o series, por decirlo de algún modo, de la cultura o pensamiento dominante?
El mundo de las series me resulta muy atractivo, aunque tengo que seleccionar entre lo que oigo y me recomiendan. He visto capítulos de Black Mirror, también Years and years o Succession. Hay una serie muy larga, atractiva, que expresa un camino de cómo el amor a los hijos puede llevar a una senda destructiva, pero también de redención, que es Breaking Bad. A nivel de lectura, lo que puedo leer más son informes, de los que hacen en Davos. Me han llamado la atención los últimos dos congresos del Partido Comunista Chino. Perciben que necesitan una base filosófica espiritual, en una vuelta a difundir el confucionismo, que fue proscrito en la época de Mao. También han dado un giro a su manera de mirar el aborto. De promoverlo a plantear políticas antiabortistas.
¿Por qué?
Porque tienen una decadencia demográfica muy grande.
Al final, la vida se defiende, y no está mal, por una cuestión puramente instrumental. Pero no debiera ser solo así, ¿no?
La regeneración ética de las sociedades democráticas pasa por la afirmación fuerte de líneas rojas, siguiendo la pedagogía de Dios en el Sinaí, con las tablas de la ley. Las diez palabras que Yahvé ofrece a Moisés y al pueblo de Israel marcan un suelo desde el que se edifica una propuesta ética, que es el no matarás, no robarás, no mentirás…
¿Qué consecuencias tiene vivir como si Dios no existiera?
El corazón humano está hecho por Dios y para Dios, tiene una condición abismal, con una sed grande de absoluto. Y si esta sed no es colmada, aparecen las sustituciones de lo divino: los ídolos, las falsas imágenes de Dios. Empezamos por idolatrar el yo y los ropajes del yo, que, en nuestra tradición, tienen dos nombres: los bienes, los dineros, y los reconocimientos, vanaglorias o soberbias. Hay una ley de la gravedad universal: si el corazón humano no descansa en Dios, va a buscar su descanso, que no descansa, en el ídolo del propio yo y en los ídolos que dan al yo lo que por sí mismo no puede conseguir: los honores que te hacen permanecer en el tiempo y los bienes que permiten dominar los espacios.
¿Afecta esto a la familia?
La ausencia de Dios se ha traducido en un elogio desmedido del individuo, de su autonomía, independencia y autodeterminación. Así, hay muchas dificultades para vivir proyectos comunes, para apostar por el bien común y el significado de la comunión. Muchas veces, el matrimonio y la vida familiar terminan siendo un pacto entre autónomos y el pacto, tarde o temprano, se hace difícil de vivir, pues está regido por un principio liberal: mi libertad empieza donde acaba la tuya. Y si esto es así, tú me estorbas, así que primero tratamos de negociar espacios y luego te empujo para que abandones mi vida.
¿Se está enfrentando la libertad al amor?
Esta es la herida. Desde una visión creyente de la antropología humana, somos amor. Pero el amor no se puede imponer, lleva consigo la libertad para poder amar libremente, para que sea un ejercicio de entrega libre. Pero la herida del pecado produce una escisión del corazón, y la libertad decide caminar por su cuenta y se convierte en un absoluto respecto al amor, que ya es secundario.
Esto tiene que provocar, tarde o temprano, una profunda desazón y sufrimiento, ¿no?
Provoca el malestar de la cultura, que se muestra en la necesidad que hay en nuestro mundo de estar constantemente recibiendo sucedáneos de amor: experiencias, expectativas, adicciones, empleo del tiempo… Esto tiene incluso consecuencias sociopolíticas, pues en el momento en que desaparecen los proyectos de bien común, estos son sustituidos por proyectos de entidades parciales, de autonomías parciales, de independencias parciales.
¿Por qué lo que para la Iglesia es buena noticia para la sociedad de hoy es mala noticia?
Si se ha entronizado el derecho a tener derechos, la libertad como autonomía y voluntad de poder, cada vez desde categorías emocionales, una propuesta que resitúe todo esto como la que hace la Iglesia produce incomodidad y rechazo. Es cierto que cuando se descubre que responde a los latidos más profundos del corazón, se produce una resurrección. Ahí está la gran dificultad para la evangelización y la gran llamada: atravesar el prejuicio y tocar la profundidad del corazón. Para eso, los creyentes, las comunidades creyentes, tienen que caer en la cuenta de que están llamadas a hacer un ejercicio extraordinario de escucha y ofrecer gratis su testimonio y palabras.
Muchas de las propuestas de la Iglesia, pienso a nivel asistencial, son aceptadas y alabadas por la sociedad; sin embargo, la propuesta antropológica no solo no se acepta, sino que incluso puede ser motivo de cancelación.
Nuestra forma mental se ha ido adecuando al planteamiento de la dialéctica de los contrarios, de modo que si afirmo libertad, parece que amor queda en un segundo plano, y viceversa. Si afirmo igualdad, parece que la diferencia tiene que quedar escondida, y si afirmo diferencia, parece que es contrario a igualdad. Una de las grandes novedades de la perspectiva católica es superar la dialéctica de los contrarios, un pensamiento en el que se pone de manifiesto que no somos individuos aislados, sino personas relacionales y que necesitamos reconocernos en una polaridad recíproca. Es absurdo plantear, como se hace también en el interior de la comunidad cristiana, que estamos llamados a ser generosos, a vivir el amor, la entrega de la vida y la donación de lo que somos en la dimensión social, y afirmar, al mismo tiempo, el derecho al uso del propio cuerpo y la propiedad privada en los asuntos de la moral personal o sexual. Esa escisión es mentirosa, como si se pudiese ser fiel en los negocios e infiel en la cama, como si una cosa fuese la vida social y otra la privada.
Hay cuestiones que han generado tensiones en la Iglesia en los últimos tiempos, por ejemplo, con la acogida a personas homosexuales o parejas en situación irregular. ¿Cómo conjugar verdad y caridad, una Iglesia madre y maestra?
Creo que la llamada primera de la Iglesia es a la acogida de la persona, de cada rostro en su situación. Una acogida en la que la Iglesia, recibiendo y escuchando a las personas que se acercan, les ofrece la verdad sobre el bien como forma de esa misma caridad. Con toda la paciencia del mundo y cayendo en la cuenta de que, a veces, hay situaciones y experiencias en las que la plenitud de esta propuesta de verdad no va a poder realizarse de manera plena. Pero esto no significa esconder la verdad. La acogida a las personas, que es irrenunciable, no tiene por qué cambiar la propuesta de bien común.
¿Se puede dialogar con las teorías que absolutizan la autonomía personal como, por ejemplo, las ideologías de género?
La escucha está abierta a todos, porque detrás de cada propuesta hay un latido profundo. Es indispensable un diálogo entre sexo y género, que se corresponde con lo que la Iglesia ha mantenido siempre en la relación entre naturaleza y gracia, naturaleza, cultura y gracia. Tan incorrecta sería una propuesta biologicista del sexo sin su expresión cultural, como una reducción cultural que prescinde del sexo. A veces, en el interior de la comunidad cristiana, ante el escándalo o rechazo de las ideologías de género, se desprecia la construcción cultural. Y esto forma parte de algo que la Iglesia siempre ha mantenido: la fe genera cultura y se encarna en las culturas. En este sentido, los estudios de género han ayudado a un reconocimiento de la mujer, de su dignidad, de la importancia de su participación activa en la sociedad. Con la transformación de estos estudios en movimientos ideológicos, ya aparecen las dificultades, porque hay ideologías que se apartan de la realidad para construir algo nuevo y deconstruir lo existente.
¿Hay relación entre el neoliberalismo y las teorías de género?
Están emparentados. El llamado progresismo cultural, la nueva ilustración, provocan el tipo de sujeto que interesa al neoliberalismo capitalista. Desaparece la vieja contraposición entre los sectores explotados y explotadores por las condiciones laborales y aparecen estas otras cuestiones. El progresismo cultural es hijo de los sistemas de pensamiento, las universidades, los grupos de opinión y series de televisión claramente financiadas por el llamado capitalismo internacional.
Pero, ¿somos libres o se está cumpliendo la distopía de Huxley en Un mundo feliz?
Una vez que se ha producido la desvinculación entre libertad y amor, libertad y proyectos de comunión, la libertad desvinculada, aislada y empoderada tiene un grave riesgo de caer en la trampa de señuelos y adicciones, se introyecta, que diría Paulo Freire, al opresor en el corazón del oprimido. Cuando se vive sin Dios, somos a imagen y semejanza del poder o los poderes de este mundo. Este nos regala pequeños poderes, pequeñas satisfacciones, realizaciones de derechos aislados y desvinculados para ser a su imagen y semejanza.
¿Por qué el hombre huye del sufrimiento y la muerte?
Cuando se ha dejado de creer en el paraíso, en que el sufrimiento y la muerte terminan siendo una puerta que nos puede introducir en la vida eterna, el corazón siente nostalgia y entonces se plantea la vida en el presente como un paraíso. Pero se topa con algo insuperable: la realidad del sufrimiento y la muerte, que provoca un gran desencanto. Resulta que el paraíso en la tierra ha de vivirse con sufrimiento y muerte y, por eso, se ofrecen consoladores, sucedáneos y maneras de huir del sufrimiento, llegando incluso a las pretensiones poshumanistas que hablan de la muerte de la muerte. Pero no podemos vivir la esperanza de la vida eterna desvinculada de lo que sucede aquí. Estamos llamados a abordar el sufrimiento, a evitarlo, a combatir sus causas y a acompañar al que sufre. Pero también estamos llamados a dar significado y sentido al sufrimiento. La cruz es inevitable, el asunto es cómo llevarla, qué significado darle, así como abordar las causas y consecuencias sociales, porque no todas las cruces son legítimas.
¿Cuáles son los motivos por los que la Iglesia debe implicarse en la lucha contra la desigualdad, por el empleo digno, las condiciones de vida de las familias…?
Porque afirma la dignidad humana, que surge de ser hijos de Dios. Aunque sabemos que el reino de Dios no es de este mundo, hemos recibido la encomienda de reconocer las germinaciones del reino de Dios aquí y hacer que crezcan. Malos peregrinos hacia la plenitud seríamos si no queremos dejar en el camino indicadores del reino, desde la afirmación radical de la dignidad humana y desde el trabajo militante por la verdad, la justicia y la paz como referentes del bien común.
A algunos sorprende que la Iglesia defienda una regularización de personas migrantes.
Lo hacemos de una manera católica. Diciendo que el primer derecho del migrante es estar en su casa, y siendo conscientes de que se está produciendo un fenómeno global de reemplazo y de sustitución ante la carencia de esperanza de vida en nuestras sociedades. Dicho esto, la Iglesia acoge a los que vienen desde la afirmación de la fraternidad. Pero la acogida tiene que mostrar toda la realidad del fenómeno migratorio, teniendo siempre como referencia el rostro de los que sufren, que empiezan a hacerlo en sus países de origen, continúan durante el camino en manos de las mafias, y también al llegar aquí, donde se encargan de los trabajos que los europeos no queremos realizar.
¿Cuál es su valoración de la situación política en España?
La entronización de la autonomía personal, que termina siendo política y de bloques, la vivimos con especial fuerza en estos momentos, participando globalmente de la crisis de las democracias representativas, que tiene que ver con la confusión antropológica y con la quiebra de la familia y las dificultades para encontrar referencias éticas para el bien común.
¿Cuál debe ser el papel de la Iglesia?
Una presencia ciudadana que favorezca la escucha y el diálogo, un diálogo que supone el logos, el uso de la razón, y no se deja vencer por las emociones. Y que trata de ofrecer humildemente las claves de verdad del bien que nosotros tenemos para la regeneración ética.
¿Y cómo percibe usted el momento actual de la Iglesia?
La Iglesia vive en una transición, en la salida del mundo moderno, la salida de eso que hemos llamado cristiandad, con sus luces y sus sombras. Esto no es fácil, pues todavía hay en nosotros formas mentales que tienen que ver con la época de cristiandad. Este tiempo —son sus desafíos evangelizadores— pide una nueva forma de transmitir la fe e iniciar la vida cristiana.
¿Cuál es la prioridad?
Renovar nuestra manera de hacer cristianos, la iniciación cristiana. Necesitamos esta renovación para que haya comunidades cristianas, pero es difícil hacer nuevos cristianos sin comunidades cristianas visibles.
El número de vocaciones decrece y los seminarios se vacían. De hecho, la Santa Sede ha pedido una reforma…
La realidad de los seminarios es paralela a la realidad de la Iglesia. Me parece que es fundamental, por encima de todo, que haya matrimonios conforme a lo que la Iglesia piensa que es el matrimonio: abierto a la vida y con una propuesta de persona. Lo que nos está pidiendo la Santa Sede con la reforma de los seminarios es que nuestro plan de formación, Formar pastores misioneros, sea verdad. Nuestros seminarios y presbiterios necesitan un giro apostólico. El tiempo es misionero, no tanto para acompañar a un pueblo y ofrecer servicios religiosos, sino un tiempo apostólico. Se dice fácil, pero es necesario un cambio de mentalidad. Hoy, la Palabra ha de ser predicada de una manera misionera, la vida sacramental ha de ser iniciada de una manera nueva y el acompañamiento ha de ser a un pueblo más pequeño y con un desafío apostólico y contracultural grande.
Una de las heridas que ha sufrido la Iglesia son los abusos. ¿Cómo valora el camino recorrido?
La Iglesia empezó a dar pasos en 2001. En 2018 se dio un gran acelerón cuando el Papa convocó a los presidentes de las conferencias episcopales. En estos años se han dado pasos claros, como el reconocimiento de la gravedad del problema. Más allá de los números, es un problema de extraordinaria gravedad. Las diócesis y las congregaciones han creado oficinas, puesto en marcha criterios y protocolos de actuación, y ahora estamos marcando criterios para una propuesta de reparación. La Iglesia ha hecho todo esto con sufrimiento, a veces, teniendo la impresión de ser incomprendida. Si podemos ser referencia para otros, bendito sea Dios.