Los orígenes de la DSI. León XIII

Antes de León XIII y la Rerum novarum estaba en pleno auge el conflicto con el mundo moderno, derivado de las convulsiones de las revoluciones burguesas (1789, 1830, 1848, el Risorgimento italiano…)- Fue León XIII, quien rompió aquella cerrazón y realizó el esfuerzo de acercarse a la nueva realidad, con un impulso decidido al diálogo y la tolerancia, en todo aquello que no comprometiera la fidelidad a las cuestiones fundamentales.

Comienza así una etapa de DSI, que podemos llamar «los orígenes», hasta el gran cambio de los Papas del Concilio y del propio Concilio Vaticano II. Posteriormente, en el largo pontificado de Juan Pablo II y en el de Benedicto XVI la DSI tiene otro importante desarrollo. Finalmente, creo que no solo los escritos y temas, sino la actitud pastoral del papa Francisco, como dije, abren una nueva etapa en la Doctrina Social de la Iglesia.

Aun cuando el pensamiento social de la Iglesia existe desde sus orígenes, teniendo sus raíces en la Sagrada Escritura, el Evangelio, la Tradición de la Iglesia, el sentir de los fieles cristianos, junto a las prácticas que sustentan, la DSI como tal comienza, por anclarla en un acontecimiento de especial relevancia y significación, con la Rerum novarum de León XIII en 1891, primera sistematización de ese pensamiento social difuso.

Desde entonces, hasta el momento presente no ha dejado de evolucionar con más o menos acierto, pero siempre con voluntad de servicio. Arranca con retraso en relación con el cambio de las condiciones obreras provocadas por la revolución industrial y la gravedad creciente de la «cuestión social» que intenta abordar, pero su evolución ha sido constante, estimulada por el amor que la motiva.

La ideología liberal del nuevo capitalismo «manchesteriano» y el sistema de mercado, que produce empobrecimiento, éxodo, condiciones de vida inhumanas de las familias trabajadoras… y, en contraste, extraordinario crecimiento económico y polarización, obliga a la Iglesia a pronunciarse en el campo social: preservando el orden, abriendo cauces de diálogo, manteniendo una voz propia con una autoridad basada también en la «razón natural».

La Rerum novarum se posicionará frente al liberalismo y el socialismo como ideologías. Temas centrales: la propiedad, la violencia, el papel del estado, el derecho de asociación, la colaboración de clases y la recristianización de la sociedad.

En otras encíclicas (Inmortale Dei, 1885) León XIII aborda la concepción cristiana del Estado, contra la concepción moderna y en Graves de communi. (1903) habla de la Democracia cristiana como un movimiento social en pro de los desfavorecidos y bajo la autoridad de la Iglesia.

La DSI frente a los totalitarismos: socioeconómicos y políticos

Con la entrada del siglo XX se manifestará la crisis del sistema liberal capitalista: En este tiempo ha crecido la polarización social que comienza a estar organizada, la Primera Guerra Mundial muestra que el capitalismo monopolista está en contra del mercado y estalla primero la revolución en Rusia y después la crisis de 1929. Así la DSI aborda tres grandes núcleos doctrinales: La oposición al totalitarismo económico, la condena de los totalitarismos ideológicos y políticos, y el diseño de un orden político estable y duradero.

En la primera parte de la encíclica Quadragesimo anno (1931) Pió XI hace balance de las enseñanzas de León XIII, haciendo un llamamiento a la restauración del orden social con la reforma de las instituciones y de las costumbres. Critica el capitalismo monopolista y rechaza el comunismo y el socialismo. Reclama una sociedad no basada en la conflictividad, sino en la colaboración y el corporativismo de iniciativa privada.

Por su parte Pió XII, condena la consolidación del comunismo y la expansión del fascismo, aunque tenga ante ellos una actitud más contemporizadora (1939-44) buscando la posibilidad de una mediación para parar la guerra. Pasada esta, con la reconstrucción y la guerra fría manifiesta su opción por la convivencia basada en un orden moral y jurídico, también supranacional y por la democracia.

Los Papas del Concilio Vaticano II y la DSI

En Mater et Magistra (1961), en el 70 aniversario de Rerum novarum, Juan XXIII recoge el legado de León XIII y trata de nuevos fenómenos sociales sobre los que proyectar la DSI, la complejización de las estructuras sociales (socialización), que puede anular a la persona y la creciente percepción de las desigualdades que se muestra a todos los niveles (sectores, países, pueblos ricos y pobres…). Y señala dos grandes retos para la Iglesia de su tiempo: la modernidad y la pobreza, todavía abordados en el marco de la tradición anterior.

Sin embargo, en Juan XXIII hay un cambio muy significativo que parte de la realidad social, más que de los principios. Se parte de la realidad, no de la reflexión doctrinal para extraer consecuencias de índole moral o política.

En Pacem in terris (1963), tras el inicio del Concilio y poco antes de su muerte: reitera la afirmación de la dignidad humana y el respeto de los derechos de la persona, base de todo el orden de paz, nacional y mundial, que le preocupa por la permanente tentación de la guerra, por las estrategias de disuasión y la carrera armamentística. Juan XXIII se convirtió en promotor del diálogo e interlocutor del mismo, con «todos los hombres de buena voluntad», al margen de ideologías y convicciones religiosas.

Juan XXIII estaba convencido de que la Iglesia necesitaba un revulsivo para una profunda renovación interior en tres aspectos: El diálogo con el mundo contemporáneo, (qué puede aportar la Iglesia al mundo de hoy), la puesta al día (aggiornamento). Desde dónde habla la Iglesia y la unión de los cristianos (cómo se entiende la Iglesia a sí misma). Todo ello sobre temas fundamentales como: la vida humana, la justicia social, la evangelización de los pobres, la guerra y la paz.

Esta orientación permanece en el Concilio Vaticano II que profundiza en la autocomprensión de la Iglesia al fundar una «eclesiología de comunión»: La Iglesia es Pueblo de Dios (igualdad, diversidad de funciones y servicios…), elegido para una misión y, como tal, portador de esperanza. La Iglesia es misterio y sacramento de salvación, instrumento de unidad y mediadora.

Las consecuencias de este nuevo enfoque sitúan en unas coordenadas diferentes las relaciones entre Iglesia y sociedad. La Iglesia es servidora y debe renunciar a toda clase de poder y privilegio. Es comunidad. Así se comprende mejor el papel de los laicos.

Resumiendo, en el Concilio hay cinco líneas de cambio con repercusión en la DSI:

    1. Ampliación de horizontes. El magisterio social de la Iglesia no se limita a los problemas y conflictos sociales de los países industrializados. Hemos de aceptar el pluralismo y el subdesarrollo llama al compromiso de los creyentes.
    2. El cambio metodológico de nuestra relación con la realidad. De ella partimos para afrontar los compromisos.
    3. Dar más importancia al Evangelio de Jesús y del reino, como razón y motivo de la aportación de los cristianos.
    1. La renovada DSI ayuda al discernimiento para la acción. Más que la preocupación doctrinal, prima el compromiso comunitario: análisis de la realidad (ver) —juicio moral (juzgar— discernimiento de las opciones de acción (actuar) (Mater et magistra, 235).
    1. Diversificación del sujeto: La misión compromete a toda la comunidad eclesial, al conjunto de las comunidades. De ahí la insistencia en la sinodalidad que encuentra aquí un fundamento, junto al principio de participación. A partir de este momento, la DSI es un instrumento de evangelización y tiene una orientación «pastoral».

La DSI después del Concilio Vaticano II

El contenido de la DSI se centra en dos grandes desafíos: el de la secularización y la presencia de los cristianos en la vida pública y el del pluralismo de los sistemas socioeconómicos.

En cuanto al primero de ellos, en la vida política o el compromiso sindical los laicos cristianos no han de huir en principio de ninguna ideología, ni refugiarse en proyectos exclusivos de la Iglesia.

Distingue entre la ideología y los movimientos y proyectos concretos. Rechaza como incompatibles con la visión cristiana el liberalismo y el marxismo, pero es tolerante con los movimientos derivados, que han de ser objeto de discernimiento (Octogésima adveniens 30, 26, 31, 35). Con ellos los laicos pueden mantener una vinculación real, pero no incondicional ni acrítica.

Ante la diversidad de situaciones adquiere una dimensión nueva el papel de las iglesias locales: Sínodos, Conferencias episcopales nacionales y regionales,… (Consejo Episcopal Latinoamericano y Caribeño —CELAM— y otras).

Sobre el pluralismo de los sistemas económicos, en Laborem exercens (1981) Juan Pablo II añade al discernimiento una clara afirmación de la prioridad de la persona humana (LE, 6) sobre cualquier interés económico y del trabajo sobre el capital (LE, 12), por eso se muestra en oposición al economicismo y al materialismo (LE, 13). La propiedad está al servicio del hombre, tiene valor instrumental al servicio del destino universal de los bienes.

Sobre el desafío de la pobreza y el subdesarrollo, a partir de los años 60 del siglo XX la polarización ya no es tanto entre este-oeste, sino sobre norte-sur: el tercer mundo no logra el desarrollo y la independencia política no es suficiente.

El tema del desarrollo aparece en Mater et magistra, de Juan XXIII (1961), en Gaudium et spes (1965) y en Populorum progressio de Pablo VI (1967). En esta última se denuncia los mecanismos de explotación de los pueblos, se subraya el valor humanista del cristianismo y se formulan dos grandes directrices hacia un nuevo orden internacional basado en la justicia y para la paz (pp. 76-79): la transformación planificada de las economías del tercer mundo y la obligación de ayudarles como compensación por tantos daños recibidos.

Juan Pablo II, a los 20 años de Populorum progressio, escribe la encíclica Sollicitudo rei socialis (1987), exponiendo el concepto ético y teológico del desarrollo. El subdesarrollo del «Sur» es el resultado del desarrollo del Norte, pero también del enfrentamiento de bloques. Un auténtico desarrollo implica la voluntad de crear un futuro de fraternidad (LE, 31), de cambiar las estructuras de pecado e impulsar un nuevo sistema de valores basado en la solidaridad.

De igual modo, en el 40 aniversario de la Populorum progressio, Benedicto XVI escribió Caritas in veritate (2009), cuando ya se notaban los efectos de la gran recesión de 2007 que obligó a retrasar su publicación. Describe cómo introducir la fraternidad® en la economía a través de la cooperación. Llama a transformar las estructuras y a la responsabilidad de todos los que trabajen en temas sociales y económicos. «La cuestión social» es una cuestión antropológica. Hace falta una nueva comprensión de la vida humana, un nuevo estilo de vida, de consumo y de trabajo (CV, 66). Define también el trabajo decente, como hemos visto (CV, 63).

La aportación del papa Francisco a la DSI

Pienso que por el contenido de lo que escribe, como por el modo pastoral de presentar la DSI, el actual pontífice inaugura una nueva etapa. Repasemos primero sus principales escritos y luego la pastoral que lleva a cabo.

Principales escritos

En 2013, Francisco presenta la Exhortación Apostólica Evangelii gaudium, sobre el anuncio del Evangelio en el mundo actual.

La Iglesia «está en salida», es misionera y quiere anunciar la Buena Noticia del Evangelio en el mundo actual, del que analiza sus desafíos (inclusión, bien común, paz social…). Denuncia la globalización de la indiferencia y la subordinación de las personas a la economía de los beneficios, que se opone a los criterios cristianos sobre el bien común. La desigualdad es una estructura de pecado y la inequidad una forma de violencia.

La evangelización tiene un componente social esencial y por eso los cristianos están comprometidos con el cambio social, en coherencia con la Buena Noticia de Jesús que habla de caridad, justicia y servicio.

En 2015, el papa Francisco presenta la encíclica Laudato si’, sobre el cuidado de la casa común. En la que desarrolla la doctrina del cuidado y responsabilidad de la creación, que estuvo siempre muy presente en la reflexión de la DSI sobre el trabajo y fue un tema tratado, no tan extensa y sistemáticamente como ahora, en algunas encíclicas anteriores (Octogésima adveniens; Centesimus annus; Caritas in veritate). También le permite enlazar con el gran tema del destino universal de los bienes. Y tiene muy claro que su encíclica no es una encíclica «verde», es una encíclica «social».

El 24 de septiembre de 2022 en un encuentro con jóvenes economistas en Asís volvía a insistir en la misma idea: hay que cuestionar el modelo de desarrollo. La desigualdad contamina nuestro planeta. La sostenibilidad tiene diversas dimensiones (medioambientales, sociales, relaciónales y espirituales). Los pobres deben ser protagonistas del cambio y la miseria hay que combatirla creando trabajo decente. Para esto, como Francesco, es preciso mirar el mundo a través de los ojos de los más pobres, no olvidar a las trabajadoras y trabajadores. La encarnación tal como la entendemos los cristianos es un compromiso concreto, próximo y cotidiano

En Laudato si’ se habla de la ecología integral, del cuidado unido a la preocupación por los más pobres, de que el cambio de modelo económico (LS, 129 y 194) ha de estar unido al cambio de estilo de vida, hacia una sobriedad al servicio de la satisfacción de auténticas necesidades. El cuidado completa la obra de Dios. Temas, todos ellos, en el núcleo de la DSI.

El 3 de octubre de 2020 se publicaba la última Encíclica, por el momento, del papa Francisco: Fratelli Tutti. Sobre la fraternidad y la amistad social. Es un diálogo con todas las personas de buena voluntad, para realizar este sueño de fraternidad y amistad, construido entre todas ellas.

En la carta, Francisco hace un balance de la realidad social y de sus principales fracasos: el descarte de muchas personas dejadas al margen, las nuevas pobrezas, la esclavitud de quienes son reducidos a mercancía, la exclusión, maltrato y violencia que sufren las mujeres, el trato indigno a las personas migrantes (dimensión de denuncia)… para reivindicar el encuentro y la escucha, el diálogo, la necesidad de indignarse, de abrir caminos de esperanza que expresen solidaridad, de «hacerse cargo» y cuidar de la fragilidad de los demás, (dimensión de anuncio)… trabajando por un mundo fraterno de solidaridad y de servicio. Y añade, citando su discurso en el I Encuentro Mundial de Movimientos Populares (Ciudad del Vaticano, 28 de octubre de 2014): «Solidaridad es pensar y actuar en términos de comunidad, de prioridad de la vida de todos sobre la propiedad de los bienes por parte de algunos. También es luchar contra las causas estructurales de la pobreza, la desigualdad, la falta de trabajo, de tierra y de vivienda, la negación de los derechos sociales y laborales. Es enfrentar los destructores efectos del imperio del dinero (…)» (FT, 116).

En esta encíclica hace un repaso a los grandes temas de la DSI: el destino común de los bienes creados, la propiedad, la libertad de empresa, los derechos humanos, la colaboración internacional, el principio de subsidiariedad, la dignidad trascendente de la persona,… y junto a estos enfatiza otros: la caridad y la eficaz transformación de la historia, la «caridad política», la cultura del encuentro y de la amabilidad; el perdón, la memoria, la guerra, la pena de muerte. ..,1a religión al servicio de la fraternidad en el mundo.

La actitud pastoral en Francisco

Esta actitud se muestra en los diálogos mantenidos, de forma continuada por el papa Francisco: con los movimientos populares, con organizaciones de trabajadoras y trabajadores, pero también con las grandes instituciones internacionales, además de en las redes sociales y otros discursos pastorales.

Este esfuerzo de comunicación no es baladí. Para él la comunicación y el diálogo son muy importantes, porque tienden puentes frente a la obsesión por construir muros. La comunicación cristiana es servicio. «Si yo no salgo de mí mismo para ir en busca del otro, rebajándome, no hay comunicación posible». «La única llave que abre la puerta de la comunicación es la humildad » (Papa Francisco: Política y Sociedad. Conversaciones con Dominic¡ue Wolton. Ed. Encuentro, p. 142)

Esto es así porque piensa que en la comunicación lo fundamental es el respeto. Frecuentemente utiliza también la figura del poliedro cuya armonía se sustenta en las diferencias. Por esto, en Evangelii gaudium, habla de «la Iglesia que sale» —al encuentro—.

La DSI expresa la comprensión suscitada por el Espíritu sobre la realidad, de aquí que sea fundamental el discernimiento de los «signos de los tiempos». Su riqueza está unida a la vida de la Iglesia, expresa un contenido, pero sobre todo fidelidad al compromiso. «El cristiano es alguien abierto al Espíritu, que no tiene miedo». «La Tradición crece por medio del diálogo con el mundo que nos rodea».

«Ni el Papa, ni la Iglesia tienen el monopolio de interpretación de la realidad social, ni la propuesta de soluciones a los problemas contemporáneo». Esto es, a mi parecer, una nueva manera de entender la DSI, que contrasta con otros planteamientos anteriores más rígidos y autoritarios.

Ahora el papa Francisco añade: «la autoridad moral de la Iglesia depende del testimonio de sus miembros los cristianos, predicar más con las manos que con las palabras». Prima el compromiso en la práctica. Por esto acoge a los movimientos sociales como expresión de la Buena Noticia. Los hombres y mujeres de buena voluntad, cristianos por su servicio a la justicia, y sus movimientos, sean o no expresamente creyentes, son considerados evangelizadores.

Se siente implicado y cómplice: «quisiera yo también volver a unir mi voz a la de ustedes». «Para mí la proximidad es la clave de la evangelización» y «es imposible imaginar un futuro para la sociedad sin la participación “protagónica” de las grandes mayorías». E invita a comprometerse en las organizaciones populares o de trabajadoras y trabajadores.

Podemos resumir que su capacidad de escuchar, discernir, dialogar y situar en la agenda global el mundo del trabajo, muestra su empeño en la nueva evangelización, para construir una Iglesia pobre y para los pobres (Evangelii gaudium, 198).

Si este es el mensaje, el planteamiento y el talante —eminentemente pastoral—> ¿Quiénes son los interlocutores, además de los más habituales? Los pobres, los movimientos populares, las organizaciones de solidaridad, los sindicatos y colectivos y personas de buena voluntad.

Los pobres

«El amor a los pobres está en el centro del Evangelio. Tierra, techo y trabajo, eso por lo que ustedes luchan, son derechos sagrados». «De estas tres “T” es el trabajo la más importante, porque es el que proporciona la dignidad» (discurso durante la peregrinación de personas en situación de gran precariedad. Vaticano, 6 de julio de 2016).

Los pobres son los que padecen la injusticia y también luchan contra ella, «ustedes (…) me han relatado las múltiples exclusiones e injusticias que sufren. (…) Si esto es así, insisto, digámoslo sin miedo: queremos un cambio, un cambio real, un cambio de estructuras». «Ustedes, los más humildes (…) pueden y hacen mucho (…) el futuro de la humanidad está, en gran medida en sus manos, en su capacidad de organizarse y promover alternativas creativas (…) en su participación en los grandes procesos de cambio» (II Encuentro mundial de los movimientos populares en Santa Cruz de la Sierra (Bolivia) el 9 de julio de 2015).

«Es preciso que (…) los pueblos y organizaciones sociales construyan una alternativa humana a la globalización excluyente».

Los movimientos populares y organizaciones de solidaridad

Las personas participantes en los movimientos populares son «los que sienten que los pobres ya no esperan y quieren ser protagonistas, se organizan, estudian, trabajan, reclaman y, sobre todo, practican esa solidaridad tan especial que existe entre los que sufren, entre los pobres, y que nuestra civilización parece haber olvidado, o al menos tiene muchas ganas de olvidar»®. Respetar la condición de actores de los pobres es una condición indispensable de una genuina solidaridad.

«(…) Los movimientos populares expresan la necesidad urgente de revitalizar nuestras democracias, tantas veces secuestradas por innumerables factores. Es imposible imaginar un futuro para la sociedad sin la participación protagónica de las grandes mayorías y ese protagonismo excede los procedimientos lógicos de la democracia formal. La perspectiva de un mundo de paz y de justicia duraderas nos reclama superar el asistencialismo paternalista, nos exige crear nuevas formas de participación que incluyan a los movimientos populares y animen las estructuras de gobiernos locales, nacionales e internacionales con ese torrente de energía moral que surge de la incorporación de los excluidos en la construcción del destino común» (III Encuentro mundial de movimientos populares. Vaticano, 5 de noviembre de 2016).

«Los movimientos populares no son partidos políticos», «pero no tengan miedo de meterse (…) en política», «es una de las formas más altas de la caridad, del amor».

Sin duda, la situación de los pobres y la evolución de la pobreza en nuestras sociedades nos cuestionan y nos obligan a compromisos concretos de solidaridad. La solidaridad, como virtud moral y actitud social, fruto de la conversión personal es siempre proximidad y concreción. Exige el compromiso, que es «hacerse cargo, cuidando la fragilidad»; en definitiva, nos obliga a sobrellevar juntos las esperanzas, hacia lo inédito posible.

El papa Francisco acoge a los movimientos populares y organizaciones que expresan solidaridad con los pobres. Eso es lo determinante. En parte responden al paradigma de los llamados «movimientos sociales», que reivindican derechos ciudadanos concretos, de justicia social o de tipo identitario y cultural.

 

Fuente: La Doctrina Social de la Iglesia y la solidaridad de las personas trabajadoras (Joan Sifre)- extracto-