“Cuando se está con Dios, nada es problema grave”.

Julián Gómez del Castillo, militante obrero

Eugenio Merino fue director espiritual del seminario de León durante muchos años. Durante los años 20 recorre con el que sería después el cardenal Pla y Daniel las experiencias apostólicas en el mundo obrero del cardenal Cardinj, traduciendo al castellano el “Manual de la JOC ”.

A finales de los años 40 el cardenal Pla y Daniel le nombra Consiliario Nacional de la HOAC. En esta organización cultivará de manera especial la espiritualidad de los militantes. Hombres como Ramón Quintanilla, peón de altos hornos de Vizcaya; Jacinto Martín, perito de hidroeléctrica del Cantábrico; Guillermo Rovirosa, promotor de la HOAC, y tantos otros recibieron de D. Eugenio colaboración para su vida cristiana. Muchas decenas de sacerdotes también encontrarán en él al hombre de Dios. La lista de obispos que le tuvieron a él por maestro de espiritualidad no es corta. A pesar de pasar los últimos años de su vida ciego, esto no le impidió dedicarse con mayor esfuerzo a la militancia cristiana.

Su integridad cristiana delicada y recia, incapaz de agradar a los fuertes se pone de relieve en aquella respuesta a su obispo, Monseñor Almarcha, cuando le dijo: “Se equivoca usted sólo en una pequeña cosa: yo no me he hecho cura para agradarle a usted, sino a Dios”.

Su delicadeza con los pequeños se ponía de manifiesto en todos los pequeños detalles  de  su vida. Ramón Quintanilla le consultará en cierta ocasión que debía hacer como cristiano, “rezar o beber un vaso de vino”. D. Eugenio respondió con toda rapidez: “Aquello que hagas con más amor de Dios”.

Su idea de la santidad cristiana, definida en aquel pensamiento: “24 horas de vida honrada en gracia santificante”, nos hizo acceder al proceso de conversión de la vida cristiana a muchos militantes y sacerdotes.

Los que le conocimos seguimos esperando el voluntario trabajo de jóvenes sacerdotes que se propongan servir a la comunidad cristiana realizando un estudio histórico de este personaje, verdadera joya de la Iglesia Universal. A todos nos puede enriquecer su vida, pero de manera especial a las nuevas generaciones de sacerdotes, tan necesitadas de puntos de referencia como D. Eugenio, plenamente humano, radicalmente de Dios.

Recuerdo que a los 6 días de habernos  casado mi  esposa y yo asistíamos a la Semana Nacional de la HOAC celebrada en Vallecas. La felicitación de D. Eugenio no se nos ha olvidado ni a mi esposa ni a mí 44 años después: “Os tengo que felicitar por haber optado por el matrimonio cristiano a pesar de todos los problemas que ello os puede plantear. Sois pobres y no habéis dudado en casaros cristianamente a pesar de que podíais tener un hijo tonto, otro ciego, otro paralítico… habéis confiado en la paternidad de Dios y ese Dios es el que bendice vuestra unión. Estad seguros de ello toda vuestra vida de esposos”.

En otra ocasión viajábamos de Madrid a Puentedeume, cerca de Ferrol, a dar un cursillo. Ni durante  la ida ni durante el regreso, 16 horas de tren, nunca vi comer a D. Eugenio. Desde entonces me planteé cómo era posible la vida de aquel hombre. Muchos que le conocieron me han relatado después hechos semejantes. Y es que D. Eugenio era un hombre de Dios que ponía la unión con Él por encima de todas las cosas de su vida. Sólo desde ahí es explicable también su entrega absoluta a los pobres.

En una de las Semanas Nacionales de la HOAC se decidía sobre el plan de formación de esta organización. Eugenio Merino, como siempre, nos había dado la meditación de la mañana y celebrado la misa, y a los diez minutos de abrirse las sesiones se retiró a orar a su habitación. A las 13 h. en la Asamblea había saltado una “bomba”: Jacinto Martín y Guillermo Rovirosa habían chocado frontalmente. La Asamblea se sumió en un “quirigai”: los sacerdotes asistentes se fueron a tropel a buscar a D. Eugenio. Éste no perdió su tranquilidad y con toda sencillez les dijo: “Digan a Guillermo y a Jacinto que les invito a tomar café después de comer”. Los curas querían llevárselo de inmediato, y él sin romper la calma sostuvo su postura. Jacinto Martín nos contaba cómo se había pasado toda la comida pensando en la argumentación de Rovirosa y elaborando las respuestas consiguientes. Terminada la comida, Jacinto se fue como una bala a la habitación de D. Eugenio. Rovirosa llegó dos o tres minutos tarde. Una vez todos juntos, D. Eugenio les pidió que plantearan las discrepancias en la opinión sobre el plan de formación. Rovirosa respondió rápidamente: “Ha sido una obcecación mía. Jacinto tiene razón”. Todas las argumentaciones de este último quedaron sin poderse plantear. La tormenta que tenían los sacerdotes se deshizo en el diálogo responsable de los hombres de Dios. Me decía D. Eugenio después de aquél hecho: “Cuando se está con Dios, nada es problema grave”.

Hoy le preguntamos a D. Eugenio lo mismo que entonces: ¿Estamos los cristianos con Dios?

 

Fuente: Revista “Id y Evangelizad” número 2

 

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