El hilo conductor de la Doctrina Social de la Iglesia es el Evangelio. Este «hilo conductor» del Evangelio ha ido encontrando dos modos de expresión. Uno, el del testimonio vivo de la conciencia profética; otro, el de la enseñanza social de la Iglesia como servicio pastoral de los obispos y el papa a todo el pueblo de Dios. No podemos aislar uno del otro, porque a su nivel y cada uno a su modo son actos de evangelización.

 

*Fuente: Doctrina social de la Iglesia y militancia cristiana – 1991 (extracto)

 

Ahora queremos profundizar esa gran misión de la Iglesia: ¿Por qué es tan importante la justicia social para la evangelización? ¿Qué hay en ella para que su ausencia sea considerada como motivo para el humanismo ateo? ¿Qué hay en la justicia para que la propia Iglesia juzgue contradicción y escándalo una sociedad cristiana sin ella? Estas preguntas son de fondo e interpelan a la totalidad de nuestro creer y de nuestro vivir. Para dar respuesta a ellas dieron su vida nuestros mártires, no sólo de la fe, sino de la justicia.

Consideramos el tema en tres puntos:

1) Evangelio y justicia social

Si nos atenemos al acento que Pablo VI da al tema de la justicia social como contenido de evangelización, lo vemos encuadrado dentro de cuatro contenidos esenciales:

-el testimonio del amor del Padre,

-la realización de la salvación en Jesucristo,

-el anuncio de la vida futura,

-la interpelación de la vida presente.

De estos cuatro, los tres primeros contenidos se enuncian en un solo número de la exhortación apostólica (26, 27, 28). Al cuarto, en cambio, se dedican varios números (29-30 del Evangelii Nuntiandi).

La «interpretación recíproca entre evangelio y vida concreta», personal y social, exige que la evangelización lleve consigo un mensaje explícito adaptado a las diversas situaciones y constantemente actualizado sobre los derechos y deberes de toda persona humana, sobre la vida familiar…, sobre la vida comunitaria de la sociedad, sobre la vida internacional, la paz, la justicia, el desarrollo; un mensaje especialmente vigoroso en nuestros días, sobre la liberación (E.N. 29).

Cuando Pablo VI dice:

-«La Iglesia asocia, pero no identifica nunca liberación humana y salvación en Jesucristo» (E.N. 35), es evidente que está entendiendo la liberación como proceso exclusivamente histórico y como proceso exclusivamente de los hombres.

En cambio, la «liberación tal y como la ha anunciado y realizado Jesús de Nazareth y la predica la Iglesia» (E.N. 31) si se identifica con la salvación en Cristo.

El deber de la Iglesia es que la liberación «sea total» o integral», como se dice en Medellín y Puebla y don Tomas Malagón enseñaba ya en los años 50.

Entendida en sentido parcial como «liberación humana» no es ajena a la evangelizaron por tres lazos muy fuertes que la vinculan:

a) Antropológico, porque el hombre en concreto es un «ser sujeto a problemas sociales y económicos» (N. 31).

b) Teológico, porque no se puede disociar el plan de la creación de la redención, que llega hasta situaciones muy concretas de injusticia, a la que hay que combatir, y de justicia, que hay que instaurar (N. 31).

c) Evangélico, como la caridad, porque «¿cómo proclamar el mandamiento nuevo sin promover, mediante la justicia y la paz, el verdadero, el auténtico crecimiento del hombre?» (N. 31).

Pero precisamente la liberación evangélica (la cual es misión propia y religiosa de la Iglesia)

-«abarca al hombre entero en todas sus dimensiones, incluida su apertura a lo Absoluto, que es Dios» (E.N. 33); incluye dentro de sí, pero no se reduce

– a la simple y estrecha dimensión económica, política, social o cultural», así como tampoco entiende por liberación el circunscribirse

-«al solo terreno religioso» (E.N. 33 y 34) (lo cual sería excluir y contraponer la liberación humana a la de Cristo).

Aquella justicia, pues, que nace de una visión de fe que se fundamenta en el Evangelio, no es ajena a la evangelización.

-No es ajena la justicia al Evangelio porque pertenece a uno de sus contenidos esenciales, la interpelación entre la vida humana     personal y social y el Evangelio.

-No es ajena por el vínculo antropológico: el hombre que recibe el Evangelio quiere vivir en justicia.

-No es ajena por la redención, porque ella llega hasta la injusticia, que debe ser combatida, y la justicia, que debe ser instaurada.

-No es ajena, porque el amor no se puede anunciar sin promover la paz y la justicia.

-No es ajena la justicia porque todo esfuerzo que se haga por realizarla en la sociedad humana se incluye en la liberación integral de Cristo, que perfecciona y supera el trabajo humano, sus metas y aspiraciones, dándoles un sentido integral y absoluto.

 

2) El escándalo de la justicia en la sociedad cristiana

Los obispos en Puebla afirman:

«En este mundo la Iglesia nunca logrará vivir plenamente -su vocación universal a la santidad. Permanecerá compuesta de justos y pecadores. Mas aún, por el corazón de cada cristiano pasa la línea que divide la parte que tenemos de justos y de pecadores» (D.P. 253).

La Iglesia, marcada por el pecado de sus hijos, está «permanentemente necesitada de autoevangelización, de mayor conversión y purificación» (D.P. 228).

Si existen carencias en la vida de fe de nuestros pueblos, ello se debe a la «insuficiente proclamación del Evangelio» (D.P. 753).

¿Cuál es el pecado más denunciado y confesado por los obispos en Puebla? Sin ser el único pecado que se menciona, sí creemos poder afirmar que el conjunto de los documentos, los énfasis en la promoción humana como dimensión evangelizadora, los compromisos y acciones pastorales propuestos, se centran en torno al pecado de la injusticia. ¿En qué consiste ese pecado? ¿Cuál es su gravedad específica en nuestro continente?

2.1. Cómo se manifiesta el pecado de la injusticia

1) Creciente brecha entre ricos y pobres. Los obispos constatan una «creciente brecha entre ricos y pobres» (D.P. 28).

Tales hechos son evidentes e innegables:

«Nadie puede negar la concentración de la propiedad empresarial, rural y urbana en pocas manos… (DP 1263); la concentración del poder por las tecnocracias civiles y militares «han aumentado la marginación de grandes mayorías y la explotación de los pobres» (D.P. 1260), «de Medellín para acá la situación se ha agravado en la mayoría de nuestros países» (D.P. 487). ¿Qué significa esto en concepto?:

«La inmensa mayoría de nuestros hermanos siguen viviendo en situación de pobreza y aún de miseria que se ha agravado» (D.P. 1135), «situación de inhumana pobreza…, mortalidad infantil, falta de vivienda adecuada, problemas de salud, salarios de hambre, desempleo y subempleo, desnutrición, inestabilidad laboral, migraciones masivas, forzadas, desamparadas» (D.P. 29).

2) Una brecha cuya raíz es el pecado. Esta afirmación constituye un eje de interpretación de lo anterior. La visión pastoral y no técnica lleva a los obispos-a buscar las causas éticas y no las político-económico-sociales.

«Las angustias y frustraciones han sido causadas, si las miramos a la luz de la fe, por el pecado, que tiene dimensiones personales y sociales muy amplias» (D.P. 73).

El pecado imprime una «huella destructora» en las estructuras (D.P. 281), que se vuelven «estructuras de pecado» (D.P. 281), pues el campo social es espacio de pecado y de gracia:

«Nuestra conducta social es parte integrante de nuestro seguimiento de Cristo» (D.F. 436). Sin querer elaborar teológicamente con mayor precisión la relación entre pecado y estructura social, -los obispos dejan, sin embargo, algunos elementos: 1o ven como raíz de la injusticia (D.P. 1258). «Por el pecado entraron en el mundo el mal, la muerte y la violencia, el odio y el miedo» (D.P. 185). Por el pecado se manifiesta «la actitud de egoísmo, de orgullo, de ambición y envidia, que generan injusticia, dominación, violencia a todos los niveles, lucha entre individuos, grupos, clases sociales y pueblos, así como corrupción, hedonismo, exacerbación del sexo y superficialidad en las relaciones mutuas» (D.P. 328); el pecado «es raíz y fuente de toda opresión, injusticia y discriminación» (D.P. 517). El pecado se proyecta, además, objetivamente, en situaciones: «Se destruyó la convivencia fraterna» (D.P. 185), «es fuerza de ruptura» (D.P. 281), «la crisis de valores morales, la carencia de sentido social, de justicia vivida y de solidaridad, debilitan e incluso impiden la comunión con Dios y la fraternidad» (D.P. 69), «se impregna en los mecanismos de la sociedad de valores imperialistas» (D.P. 70), es «destructor de la dignidad humana» (D.P. 329).

La liberación de Cristo es ante todo la del  pecado, pero que es raíz de efectos sociales y que se proyecta en ellos. Sólo Dios libra del pecado (D.P.281); «debemos concretar la liberación que Cristo conquistó en la cruz» (D.P. 485). El Padre quiso, en Cristo, «liberar nuestra historia del pecado» (D.P. 740)

3) Específicamente, un pecado de injusticia. América Latina se encuentra «empeñada hoy en superar su situación de su desarrollo e injusticia» (D.P. 874). No se trata simplemente de miseria por escasez de recursos, sino de desigualdad injusta:

«el avance económico significativo que ha experimentado el continente demuestra que sería posible desarraigar la extrema pobreza y mejorar la calidad de vida de nuestro pueblo» (D.P. 21).

Pero esa posibilidad real es frustrada porque grupos minoritarios nacionales, asociados a veces a intereses foráneos, se han aprovechado de las oportunidades que les abren estas viejas formas de libre mercado, para medrar en su provecho y a expensas de los intereses de los sectores populares mayoritarios» (D.P. 47).

Los grupos de laicos «no han asumido suficientemente la dimensión social de su compromiso… por aferrarse a sus intereses económicos y de poder» (D.P. 824). «Muchos han mostrado una fe poco vigorosa para vencer sus egoísmos, su individualismo y su apego a las riquezas, obrando injustamente y lesionando la unidad de la sociedad y de la misma Iglesia» (D.P. 966). La injusticia nacida del egoísmo se expresa en los tipos de opciones, por ejemplo, económicas:»Modelos de desarrollo que someten a los trabajadores y a sus familias a fríos cálculos económicos» (D.P. 37), o políticas:»Se ven con malos ojos las organizaciones de obreros, campesinos y sectores populares, y se adoptan medidas represivas para impedirlas. Este tipo de control y de limitación de la acción no acontece con las agrupaciones patronales, que pueden ejercer todo su poder para asegurar sus intereses» (D.P. 44).

Si la pobreza es «producto de situaciones y estructuras de la sociedad» (D.P. 30), «el amor debe volverse principalmente obii de justicia para los oprimidos» (D.P. 327).

4) Injusticia en el nivel de las estructuras

La injusticia puede ser producida por decisiones estrictamente individuales, pero no nos referimos a ella sino a la injusticia institucionalizada (D.P.-509-562), pues la pobreza no es etapa casual, sino producto de situaciones y estructuras económicas, sociales y políticas, aunque haya también otras causas (D.P. 30). Injustica es un «modelo de desarrollo que exige de los sectores más pobres un costo social realmente inhumano, tanto más injusto cuanto que no se hace compartir por todos» (D.P. 50), «conflicto estructural grave: creciente riqueza de unos pocos sigue paralela a la creciente miseria de las masas» (D.P. 1209). Por eso la Iglesia considera su misión llegar a la sociedad nueva a través de los hombres nuevos transformados por la gracia:»Esta realidad exige, pues, conversión personal y cambios profundos de las estructuras» (D.P. 30). «La Iglesia pide a todos los cristianos que colaboren en el cambio de las estructuras injustas» (D.P. 16).

«La dinámica evangélica busca la conversión personal y la transformación social» (D.P. 362). «La Iglesia urge a una rápida y profunda transformación de las estructuras»(D.P. 438). «Las leyes y estructuras deberán ser animadas por el Espíritu, que vivifica a los hombres y hace que el Evangelio se encarne en la Historia»(D.P. 199). «La comunión que ha de construirse entre los hombres abarca el ser, desde las raíces de su amor, y ha de manifestarse en toda la vida, aún en su dimensión económica, social y política» (D.P. 215).

2.2. ¿Cuál es la gravedad de este pecado de injusticia?

Si la injusticia estructural se diera en una sociedad pagana y materialista, sería comprensible. Lo grave es que sucede en una sociedad que se llama cristiana. Esto constituye un escándalo. Pero, además, muchas veces se pretende justificar la situación como si fuera cristiana. Y esto es un escándalo mayor, porque entraña la manipulación de lo religioso.

Escándalo de la injusticia. La «brecha desmedida entre el lujo desmedido y la indigencia» (D.P. 133), la «brecha entre ricos y pobres», la «situación de amenaza que viven los más pobres», las «injusticias, postergaciones y sometimientos indignos que sufren, contradicen radicalmente los valores de la dignidad personal y de hermandad solidaria» (D.P. 452).

La injusticia social constituye, pues, una interpelación un reto: «Las profundas diferencias sociales, la extrema pobreza y la violación de derechos humanos que se dan en muchas partes son retos a la evangelización» (D.P. 90), porque «desde hace cinco siglos estamos evangelizando en América Latina» (D.P. 342).

No se trata, por tanto, del hecho de la evangelización, sino de la calidad y contenido; por eso «las situaciones de injusticia y de pobreza aguda son un índice acusador de que la fe no ha tenido la fuerza necesaria para penetrar los criterios y las decisiones de los sectores responsables del liderazgo ideológico y de la organización de la convivencia social y económica de nuestros pueblos» (D.P. 437).

Legitimación religiosa de la injusticia. La gravedad del pecado de injusticia se hace aún mayor cuando quiere ser legitimada como situación cristiana. La carencia de formación social (D.P. 824) lleva a algunos a considerar subversivos ciertos aspectos y contenidos de la educación cristiana (D.P. 1017), sin admitir que la Iglesia, «por un auténtico compromiso evangélico, debe hacer oír su voz denunciando y condenando estas situaciones, más aún cuando los gobernantes o responsables se profesan cristianos» (D.P. 42).

Por el contrario, en vez de escuchar a la Iglesia, algunos gobiernos justifican los métodos contrarios a la dignidad humana:»con una subjetiva profesión de fe cristiana «(D.P. 49), llegando a considerar la ideología de la seguridad nacional «como doctrina defensora de la civilización occidental cristiana» (D.P. 547).

La revelación, por tanto, comunica algo más de aquello a que la razón humana tiene acceso. Jesús no entrega su vida sólo para decirnos que Dios existe, sino para revelar el misterio de su ser «por dentro» en la comunión trinitaria.

En el corazón de la fe se encuentra, pues, la convicción de que el ser de Dios es un misterio de comunión de personas, y que todo amor entre los hombres nos hace partícipes del Dios que «es Amor» (I Jn. IV, 8). El Reino anunciado por Jesús se realiza en la fraternidad, que se alimenta y vive del amor del Padre.

El hombre tiene como tarea la imagen potencial que tiene dentro de sí de un dios, señor de todas las cosas y misterio de comunión trinitaria. El trabajo como dominio y la solidaridad como comunión y participación manifiestan en lo concreto del devenir histórico la imagen de Dios en el hombre.

La contradicción y escándalo surgen, entonces, cuando una sociedad que profesa creer por su fe que Dios es comunión de personas divinas y que aspira a construirse en el hombre, imagen de Dios, como ser solidario, como una sociedad de comunión de personas humanas, se da la injusticia precisamente como ruptura de la comunión de las personas humanas.

Si la noción de «imagen» es puente correcto para entender al hombre a semejanza de Dios, entonces nada hay tan contradictorio como creer en la comunión por la fe y destruir la comunión por la injusticia. La negación es total. La injusticia de los cristianos es el ateísmo práctico y grave de la Historia.

El escándalo no nace de nuestro pecado, sino de nuestro rechazo a reconocerlo como pecado, a confesarnos de él, a darle la importancia que tiene. El escándalo existe porque la injusticia no es un triste episodio marginal, repudiado y prontamente corregido, sino porque se vuelve «institucionalizada», impregnando las propias leyes y normas de convivencia con el efecto del pecado. Más aún; se vuelve injusticia institucionalizada en el nombre de Dios, como defensa de sus valores.

La injusticia quiebra en nosotros la auténtica imagen de Dios como Señor en comunión. Por eso, las dos grandes revoluciones modernas, la industrial y la social, son esencialmente incompletas y llevan a tantas deformaciones de Dios y del hombre.

Por la técnica y el trabajo se manifiesta la vocación del hombre al dominio de la creación, a imagen de Dios. Pero cuando el dominio es vivido sin solidaridad, entonces pierde su dimensión religiosa e incluso su misma dimensión humana. La técnica se vuelve deshumanizante, «alienante», separada del hombre, opuesta a él y dominando sobre él. El proceso lógico del dominio sin la solidaridad es la cosificación del dominio, ponerlo en las cosas y no en el sujeto que las tiene, acumular el tener y olvidar el ser. Es decir, puro materialismo.

Pero tampoco basta descubrir el valor de la solidaridad y vivirla desde y para los pobres. Nuevamente, si la solidaridad es «cosificada» en sus instrumentos, si es vivida como control del poder y no como cualidad de los sujetos, se vuelve a repetir el proceso de alienación e idolatría. El poder es separado de la persona, opuesto a él y dominando sobre él. Se vuelve «alienante». El proceso lógico de la solidaridad cosificada en el Estado o el partido, y no entendida como dimensión de la persona, es también puro materialismo.

La solidaridad de los pobres es sobre todo una solidaridad de personas, como cualidad de ellas mismas, sin cosificarse en sus mediaciones. Los pobres han aprendido que, «unidos», «pueden». Reinventan la técnica y los recursos a su medida y con sus posibilidades, pero sin separar el dominio de la solidaridad. Ése es el gran valor humanizador y cristiano de los pobres.

La originalidad de este aporte está precisamente en la fe de los pobres, en que ellos perciben que la coexistencia de fe y de injusticia no es cristiana; saben que Dios quiere otra cosa de los pobres. Creen no poder cambiar sus vidas porque no tienen cosas que otros poderosos tienen. Pero el día que descubren que sí pueden cambiar sus vidas, porque tienen lo que los poderosos no tienen, ese día la «buena noticia» fue anunciada a los pobres para su liberación; y continúan su camino de seguimiento del Hijo de Dios, fiel al Reino del Padre hasta la muerte.

3) El humanismo ateo

Más allá del poder geopolítico o de la seducción de sus métodos sociales, junto con su filosofía materialista, el marxismo constituye, sin embargo, una interpelación: ¿Es el creyente capaz de construir una sociedad justa?; ¿Ofrecemos la contraprueba de que por existir la fe y la religión la sociedad se ha hecho más fraterna? Si es verdad que una auténtica fraternidad es imposible sin un Padre, también es cierto que se puede llamar al Padre y no hacer su voluntad.

Como cristianos debemos tomar muy en serio la acusación de la alienación religiosa, y comprender desde allí la única respuesta al humanismo ateo: la fe que obra la justicia.

3.1. Alienación religiosa y cruz como camino de liberación

En la «crítica a la religión» el concepto de alienaciones fundamental. Significa, en sus rasgos esenciales, que el ser humano, proyectando sus esperanzas y tomando sus realidades existentes fuera de sí y sobre sí, identificadas con Dios, olvida que esas esperanzas son algo suyo, a realizar por él, con su esfuerzo y su lucha.

La alienación es, pues, una huida de la realidad; una fuga del sufrimiento, buscando un refugio en Dios como ser ajeno al sufrimiento, y en la vida con Dios, al menos en el «más allá», como una vida sin sufrimiento. Por eso, la acusación de que la religión es alienante se vuelve el espacio de discusión y diálogo más apasionante para mostrar que la cruz de Cristo, escándalo y debilidad, es el factor más desalienante de la Historia.

Dios en la cruz ciertamente no nace de ninguna proyección humana; contradice los conceptos elementales del pensamiento humano sobre el ser de Dios. El misterio de la encarnación, redención, salvación y liberación de Cristo, es el camino inverso de toda alienación religiosa como fuga del compromiso histórico: Quien piensa que a Dios se le encuentra al margen o fuera de la Historia, nunca lo encontrará en la persona de Cristo. Historia y Dios no se separan ni oponen, aunque tampoco se identifican sustancialmente. Pero esto, no porque el hombre lo desee ingenuamente, sino porque Dios lo ha querido y lo pide como acto de fe, y de fe escandalosa, porque es tener que aceptar que Dios ha querido asumir la condición de los hombres hasta el sufrimiento y la muerte.

No para quedar derrotados por ellas, sino para vencerlas. Y no para vencerlas solo en otra vida, sino también en ésta. Hay victorias que se consiguen «por la palabra del testimonio que dieron» quienes «no amaron tanto su vida que temieran la muerte» como reza la Iglesia en las vísperas de los jueves, Ap. XII, 11-.

3.2. Una respuesta contra el humanismo ateo: la fe que obra la justicia

En lo profundo del problema de Dios planteado por el humanismo ateo no está el problema metafísico de su existencia, sino el problema «funcional» del significado de Dios para la humanización de la vida. Por eso, los argumentos metafísicos para mostrar la existencia de Dios caen fuera del problema, porque el ateo consideraría que, «aunque existiera, no hace bien al hombre creer en Él». El ateísmo moderno de tipo social (como el marxismo) toca primariamente el problema del sentido de Dios para el hombre, y no el de la existencia en sí de Dios mismo. Como Feuerbach lo formuló distinguiéndose de los ateísmos anteriores, es un ateísmo humanista, por amor al hombre.

Si el fondo de la cuestión está en la imposibilidad del creyente para comprometerse en la justicia por ser creyente, la respuesta está   en lo contrario, en mostrar en dos pasos lo siguiente:

1)      Quien es creyente construye la Justicia. Se trata de un testimonio práctico, existencial, vivido en el compromiso concreto y con resultados bien visibles. No estamos aquí en el nivel de las buenas intenciones, de los discursos lógicos y coherentes, de las armonías abstractas entre fe y justicia; estamos en el plano de la realización, de la construcción concreta.

2)      Construye la Justicia porque es creyente. Sólo el primer paso es insuficiente, porque el ateo podría argüir que «excepcionalmente» se trata de un creyente que construye la justicia «a pesar de» ser creyente. Más aun; encontrará abrumadoras pruebas para su tesis en el propio testimonio de muchos cristianos que van a perseguir, dentro de la Iglesia, a quien se comprometió, que lo acusarán de marxista y de «temporalista», de «horizontalista», de no afirmar los valores «espirituales», de reducir la fe a la promoción humana, etc. Se trata del momento de la gran crisis de fe, no en Dios, ni en Cristo, sino en la comunidad cristiana, que, teniendo tan hermosa doctrina, no respalda después el compromiso práctico y concreto. Se trata, para muchos creyentes, del encuentro verdadero con el misterio pascual; con un auténtico morir y ser purificado, para salir con nueva vida y con fe más humilde y sincera, pero igualmente firme en su compromiso por la Justicia. Cuando la crisis ha pasado, cuando el amor a la Iglesia se ha mantenido a pesar de la incomprensión y persecución de dentro, y de las tonterías de muchos cristianos contra la jerarquía, entonces sí es verdad que existe una fe que obra la Justicia.