En los hogares se llora; hay dolor en los pueblos, en las naciones; pero hay un dolor que sobre todo es imagen viva del dolor del Redentor, un dolor que Jesucristo quiere para sí,…..

Guillermo Rovirosa

Un rosal cubierto de flores y espinas es cosa que todos hemos visto, es cosa fácil de ver después de penetrar en un jardín. Lo que parece extraño es saber que existen “rosales” con “espinas” por fuera y con rosas por dentro.

La Humanidad sufre, llora; se baña en su propio llanto…  Es la consecuencia de las miserias de la vida, de los pecados del mundo, y es a la vez, en nuestros días, continuación de los sufrimientos redentores del Gólgota. (¿Por qué. Señor, habiendo muerto por amor a nosotros no vivimos para tí?).

En los hogares se llora; hay dolor en los pueblos, en las naciones; pero hay un dolor sobre todo que es imagen viva del dolor del Redentor, un dolor que Jesucristo quiere para sí, (¡Bendito seas Señor, por tu infinita bondad, que pruebas con más dolor a los que quieres más cerca de tí¡. Yo no me quejo, Señor…). Es el dolor del enfermo el que nos refleja la crucifixión de Cristo perpetuamente, porque Cristo está en él. (¿Por qué te conmueves, alma mía, al pronunciar esta palabra terrible: enfermo?)

Vivir. Sentir… Y ¿cómo sentir sin vivir, cómo vivir sin sufrir…?.

El complejo del enfermo es demasiado extenso para penetrar en él sin riesgo de perderse, y su dolor, tanto fisiológico como psicológico, es una escuela de perfección en la que se aprende a comprender. ¡Comprender…¡.

Difícil será que exista una familia que no tenga algún enfermo en casa, cuya cruz, en más o menos intensidad, comparten todos. Esta distribución natural de su peso alivia la situación del paciente con lo que su vida se hace más fácil y agradable aun dentro de su pesar.

Pero hay lugares donde el dolor es mucho más vivo por ser menos compartido, y sobre todo por no disfrutar de ese calor que en el hogar y en la familia se disfruta.

El hogar lo constituyó Dios; la familia también. Ambas cosas son perfectas en su constitución. Las clínicas, sanatorios, hospitales y centros benéficos son creación de los hombres. Y de ahí que fallen muchos de los elementos necesarios para suavizar las embestidas de los vientos huracanados de la enfermedad.

El que es retribuido se desentiende, generalmente, de las impertinencias del enfermo, y la caridad -¡que bello nombre)- es muy limitada en las criaturas, salvo excepciones que, gracias a Dios, las hay.

¡Hospital…! ¡Sanatorio…! ¿Qué pasa en los hospitales y en los sanatorios?. Cruz… Calvario… Vida celeste también; alegría divina… (Recuerda, alma mía, recuerda y vive allí toda tu vida en esencia).

Esos son los “rosales” con espinas exteriores y con “flores” ocultas que el mundo, la sociedad, ¡sociedad!, desconoce. ¡Que pena, qué dolor para esas “flores” tan bellas…¡. Se comprende. Hay que transigir… Es que nos extasiamos con la sensación que nos produce el objeto, con aquello que nuestros ojos corporales ven, con esas lindas flores que subyugan de encanto al vestirse dé mil distintos colores. Contemplarlas es un deleite, es participar de sus encantos lo que supone participar de los encantos del Creador. Pero… ¿y participar de la Cruz de Cristo?. ¿No es más encantador a los ojos del Padre fundirse con esas “flores” ocultas que están constantemente perfumando su Trono Celestial…?.

Cuando tuve salud, te acercaste a mí afectuoso, con cariño, y ahora que me ves hundido en los barrancos de las miserias humanas, ahora que me ves solo y más necesitado de calor que nunca, huyes de mí, no me conoces siquiera o, tal vez , me envías una limosna material desde tu lejanía para humillarme más. Si no te acercas a mi… no te preocupes. Yo pediré por tí al Padre eterno para que no te veas nunca como yo me veo, con todo mi corazón se lo pediré.

 

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