Fragmentación del saber

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(Francisco, Laudato sí, 110-111)

Bajo los efectos de la revolución digital, es evidente que la especialización -necesarios para la tecnología y el pensamiento científico que la sostiene- implica una notable dificultad de mantener una mirada de conjunto sobre la realidad.

La conocida y temida fragmentación del saber lleva a crear nuevas y más eficaces aplicaciones concretas, pero en muchos casos supone perder por el camino el sentido de la totalidad, de las relaciones que existen entre las cosas, de la complejidad de la vida en sociedad.

Por eso el sentido de las cosas se convierte en un espejismo, algo irrelevante en el sentido práctico tecnologizado de nuestras existencias.

Además, la fragmentación del saber impide en realidad comprender la complejidad de los fenómenos, detectar vías adecuadas para resolver los problemas complejos del mundo actual, sobre todo los que se deben a la crisis ambiental y a la injusticia distributiva. Son problemas que no se pueden afrontar sino con propuestas multidisciplinares: ya no se puede partir de un solo punto de vista o de un solo tipo de interés para encontrar buenas soluciones.

Si la ciencia, como sucede a menudo, pretende ofrecer respuestas rigurosamente relacionales a las grandes cuestiones, debería tener en cuenta que el conocimiento ha producido en las demás áreas del saber, incluidas la filosofía y la ética social, notables pasos adelante.

Así no se logra ni siquiera indicar mínimos horizontes éticos de referencia, y la vida se convierte en un abandonarse a las circunstancias y a los condicionamientos de la técnica, entendida como el recurso principal para interpretar toda la existencia. La degradación del entorno, el ansia masificada, la pérdida del sentido de la vida o del sentido de vivir en comunidades verdaderamente humanas son síntomas de esta grave carencia del saber. Así se demuestra una vez más que «la realidad es superior a la idea» (EG 231).

La crisis ambiental es quizá la emergencia global más grave que explícita esta tendencia teórica autodestructora, porque muestra la responsabilidad tan grande que tiene la fragmentación del saber en ofrecer soluciones adecuadas en la actual coyuntura política y económica.

Así, no nos podemos limitar a poner en marcha una serie de respuestas parciales, dictadas por la urgencia, a los problemas de degradación del entorno, agotamiento de las reservas naturales, aumento de la contaminación y cambio climático.

Una cultura verdaderamente ecológica debería tener una mirada diferente, un pensamiento, una política, un programa educativo, un estilo de vida y una espiritualidad que lleven a resistir ante el avance del paradigma tecnocrático, actuando en favor de un verdadero respeto a la creación.

En caso contrario, las iniciativas ecologistas movidas por las mejores intenciones pueden acabar en el mismo callejón sin salida que lógica globalizada que se intenta combatir. Buscar solamente remedios técnicos a cada problema del entorno significa aislar fenómenos interconectados y ocultar los verdaderos y más profundos dilemas del sistema mundial vigente.