Gracia, espiritualidad de encarnación y militancia frente a las ideologías

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Recientemente, en la Universidad Católica San José, el Nuncio del querido Papa Francisco en Perú con motivo de un homenaje realizado al Sucesor de Pedro, ha recomendado leer y difundir el segundo capítulo de su reciente Exhortación Apostólica Gaudete et exsultate (GS). Estas cuestiones ya habían sido tratadas en la Carta Placuit Deo (PD 3-4), sobre algunos aspectos de la salvación cristiana, realizada por la Congregación de la Doctrina de la Fe (CDF) y aprobada por Francisco que recomendamos vivamente leer. Ciertamente, toda esta enseñanza de la CDF y Francisco es muy interesante e importante, nos alerta y previene sobre errores e ideologizaciones de la fe que, en la actualidad, están adquiriendo relevancia. Son, por ejemplo, “el gnosticismo y el pelagianismo. En ellas se expresa un inmanentismo antropocéntrico disfrazado de verdad católica… Dos formas de seguridad doctrinal o disciplinaria que dan lugar a un elitismo narcisista y autoritario” (GE 35).

Estas viejas tergiversaciones de la fe e iglesia que como veremos ahora adquieren nuevas formas o corrientes, y que ya fueron contestadas por los Santos Padres como San Ireneo- a los que tenemos muy presente en este escrito-, llevan a los integrismos elitistas. Ya que no confían en la Gracia de Dios ni en su pueblo como es la iglesia, rechazando al mismo tiempo la sabiduría de los pobres con espíritu, los “anawin”. De esta forma, el gnosticismo cree que la salvación viene por un mero conocimiento intelectualista de la doctrina, que se cree ortodoxa. Y niega la Encarnación de Dios en Jesús por la que asume la realidad de la humanidad y del mundo e historia (GE 19-24), para salvarla en el don del Reino de amor fraterno, paz y justicia con los pobres (GE 25). “Esta ideología se alimenta a sí misma y se enceguece aún más. A veces se vuelve especialmente engañosa cuando se disfraza de una espiritualidad desencarnada” (GE 40).

El gnosticismo se convierte en un “sistema cerrado, privado de dinámicas capaces de generar interrogantes, dudas, cuestionamientos». Y «las preguntas de nuestro pueblo, sus angustias, sus peleas, sus sueños, sus luchas, sus preocupaciones, poseen valor hermenéutico que no podemos ignorar; si queremos tomar en serio el principio de encarnación. Sus preguntas nos ayudan a preguntarnos, sus cuestionamientos nos cuestionan»” (GE 44). Tal como nos enseñan los Padre la iglesia, lo “que no es asumido no es salvado”. La historia de la salvación supone la encarnación e inculturación de la fe en las alegrías, esperanzas y sufrimientos de los pueblos, sobre todo de los pobres, como nos enseña el Concilio Vaticano II (GS 1). El camino de la salvación, como nos muestra Tomás de Aquino junto con los santos o San Juan Pablo II (RH), es la encarnación en la humanidad como realiza Jesús de Nazaret, que nos revela al Dios del amor y de la misericordia, que nos hace hijos y hermanos en el Hijo, Cristo.

La gracia supone la naturaleza, nos sigue transmitiendo el Aquinate, y asume todo lo creado, el cosmos e historia. En esta encarnación de la carne del Verbo-Jesús y su Gracia en la carne del mundo e historia, del otro y del pobre, en la línea de San Ireneo y Francisco (GE 37). La gloria de Dios es que el ser humano y el pobre vivan, es la vida de la persona, de los pueblos y su comunión con Dios. Es la salvación encarnada y liberadora del mal, pecado e injusticia que culmina en la vida plena, trascendente y eterna. La Gracia nos transforma y renueva profundamente en la vida de santidad, de fe y justicia liberadora de toda esclavitud, opresión e injusticia. Por todo ello, “no es sano amar el silencio y rehuir el encuentro con el otro, desear el descanso y rechazar la actividad, buscar la oración y menospreciar el servicio. Todo puede ser aceptado e integrado como parte de la propia existencia en este mundo, y se incorpora en el camino de santificación. Somos llamados a vivir la contemplación también en medio de la acción, y nos santificamos en el ejercicio responsable y generoso de la propia misión” (GE 26).

Este camino de salvación, del que la iglesia es sacramento como nos enseña el Vaticano II (LG), pasa necesaria e imprescindiblemente por esta encarnación de la santidad en la historia. Con la pobreza fraterna en comunión de vida, de bienes y de compromiso por la justicia con los pobres que nos trae la persecución y cruz, impuesta por los poderes e ídolos (como la riqueza-ser rico) de este mundo (cf. LG 8). El gnosticismo se manifiesta hoy en esa ideología del conservadurismo burgués y del espiritualismo desencarnado, que reduce todo al culto y a la oración. Sin un auténtico compromiso cristiano y social, sin militancia por la fe y la justicia. Un cristianismo incoherente, que oculta la credibilidad del amor en la entrega por el servicio profético de la fe y de la justicia con los pobres, que no defiende la vida, la dignidad y los derechos de los oprimidos, víctimas y empobrecidos.

Es esa ideologización de la fe, “el nocivo e ideológico error de quienes viven sospechando del compromiso social de los demás, considerándolo algo superficial, mundano, secularista, inmanentista, comunista, populista. O lo relativizan como si hubiera otras cosas más importantes o como si solo interesara una determinada ética o una razón que ellos defienden. La defensa del inocente que no ha nacido, por ejemplo, debe ser clara, firme y apasionada, porque allí está en juego la dignidad de la vida humana, siempre sagrada, y lo exige el amor a cada persona más allá de su desarrollo. Pero igualmente sagrada es la vida de los pobres que ya han nacido, que se debaten en la miseria, el abandono, la postergación, la trata de personas, la eutanasia encubierta en los enfermos y ancianos privados de atención, las nuevas formas de esclavitud, y en toda forma de descarte. No podemos plantearnos un ideal de santidad que ignore la injusticia de este mundo, donde unos festejan, gastan alegremente y reducen su vida a las novedades del consumo, al mismo tiempo que otros solo miran desde afuera mientras su vida pasa y se acaba miserablemente” (GE 101).

Con la excusa de una falsa prudencia, esta ideología impide la profecía y parresía del Espíritu, que con la audacia y valentía de la fe promueve la vida, la renovación del mundo y la justicia liberadora de todo mal e injusticia. Cae en el conformismo y en la cobardía para que todo siga igual y se conserven los honores, privilegios e intereses mundanos. Haciéndose cómplice así del mal, pecado e injusticia del mundo que destruye la vida, la dignidad y derechos de las personas, de los pueblos y de los pobres como son los hermanos migrantes y refugiados (GE 102-103). Es incapaz de dialogar y encontrarse con los otros, con las fronteras y periferias del mundo, con los pobres y con los militantes por la justicia. Su purismo e integrismo le impide acoger lo bueno, bello y justo de lo real, del otro. Y es que no quiere mancharse ni ensuciarse en el barro y reverso de la historia, que es donde se juega el futuro de la humanidad e iglesia. En definitiva, rechaza toda esta vida de santidad, de espiritualidad encarnada, de conversión y amor profético a Dios, a la iglesia, a los pobres y a la naturaleza con una ecología integral. Tal como nos muestran Francisco de Asís y otros santos (GE 46).

Por su parte, el pelagianismo sólo confía en su propio mérito, en su único esfuerzo humano y moral para conseguir la salvación, rechazando de esta manera la Gracia de Dios. Es ese moralismo y purismo militante que desprecia e ignora lo espiritual, lo religioso y eclesial, que no conoce ni acoge lo real, la tradición de la fe e iglesia. Ignora las tradiciones y sabidurías proféticas del pueblo de Dios, de los sencillos, humildes y pobres. El pelagianismo se enreda a nivel ético y espiritual, se esclaviza en un moralismo y legalismo insano. No acoge esta entraña de la fe con la experiencia de la Gracia y los principios básicos del cuidado de la vida, del amor solidario, la misericordia fraterna, la paz, el bien común y la justicia con los pobres (GE 60-62).

“Todavía hay cristianos que se empeñan en seguir otro camino: el de la justificación por las propias fuerzas, el de la adoración de la voluntad humana y de la propia capacidad, que se traduce en una autocomplacencia egocéntrica y elitista privada del verdadero amor. Se manifiesta en muchas actitudes aparentemente distintas: la obsesión por la ley, la fascinación por mostrar conquistas sociales y políticas, la ostentación en el cuidado de la liturgia, de la doctrina y del prestigio de la Iglesia, la vanagloria ligada a la gestión de asuntos prácticos, el embeleso por las dinámicas de autoayuda y de realización autorreferencial. En esto algunos cristianos gastan sus energías y su tiempo, en lugar de dejarse llevar por el Espíritu en el camino del amor, de apasionarse por comunicar la hermosura y la alegría del Evangelio y de buscar a los perdidos en esas inmensas multitudes sedientas de Cristo” (GE 57).

Este pelagianismo asimismo se manifiesta hoy, de una forma especial, en esa corriente de cierto progresismo y secularismos que se mundanizan, la mundanidad espiritual que habla del Papa Francisco, que no se orientan por la fe y la iglesia; ya que las consideran cuestiones meramente privadas o anticuadas. Rechazan la Gracia y la sabiduría que viene de la tradición y magisterio de la fe e iglesia, lo cual conciben un asunto puramente individual y trasnochado. Y es que se dejan guiar más, o atrapar, por las corrientes e ideologías o modas de turno a las que quieren agradar y conquistar. Es un cristianismo sin Gracia ni espiritualidad encarnada, una fe vacía de mística sin oración ni sacramentos, que lo reduce todo al activismo social e ideológico, por el que se deja esclavizar.

Es esa otra ideologización de la fe, con el “error nocivo de los cristianos que separan estas exigencias del Evangelio de su relación personal con el Señor, de la unión interior con Él, de la Gracia. Así se convierte al cristianismo en una especie de ONG, quitándole esa mística luminosa que tan bien vivieron y manifestaron los santos a los que ni la oración, ni el amor de Dios, ni la lectura del Evangelio les disminuyeron la pasión o la eficacia de su entrega al prójimo, sino todo lo contrario” (GE 100).

Este progresismo y secularismo cae en el relativismo e individualismo. Y, de esta forma cuestiona el fondo de la tradición ética y de la fe con los valores o principios firmes e irrenunciables: la defensa de la vida en todas sus fases o formas, desde la concepción hasta el final de la existencia humana; la acogida y reconocimiento del cuerpo, en la complementariedad y diversidad afectiva-sexual del hombre con la mujer para un amor fiel, que constituye el matrimonio la familia con los hijos, al servicio de la vida, del cuidado, solidaridad y justicia en el mundo; el bien común por encima de todo interés partidista e ideológico, la libertad de educación y religiosa que son derechos humanos más que reconocidos… Permite que se haga escarnio e insulto de la fe con faltas de respeto, agresiones y violencias sobre la religión y las iglesias.

Concluimos que, en definitiva, “nos hace falta un espíritu de santidad que impregne tanto la soledad como el servicio, tanto la intimidad como la tarea evangelizadora, de manera que cada instante sea expresión de amor entregado bajo la mirada del Señor. De este modo, todos los momentos serán escalones en nuestro camino de santificación” (GE 31).

Ph. D. Agustín Ortega  es Trabajador Social y Doctor en Ciencias Sociales (Dpto. de Psicología y Sociología).  Asimismo ha realizado los Estudios de Filosofía y Teología, Doctor en Humanidades y Teología. Profesor e investigador de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador y, actualmente, de la UNAE (Universidad Nacional de Educación).

Fuente: http://entreparentesis.org/espiritualidad-militancia/