Guillermo Rovirosa decía que no es posible ser apóstol del mundo obrero si no se toman en serio los sufrimientos y deseos de los trabajadores. Es decir, si no se les mira con una mirada llena de amor y de verdadera misericordia.

Para llegar a esta convicción Rovirosa recorrió un sugerente proceso personal. El primer y principal paso fue sin duda su encuentro con Jesucristo. Él mismo lo cuenta de esta manera: «El empujón decisivo que me hizo caer de rodillas me lo dio San Agustín al hacerme entrever la humildad de corazón de Jesús. Aquello fue decisivo. Aquella maravilla no habría podido salir nunca de ningún hombre, por extraordinario que fuese. ¡Jesús era Dios! ¡Jesús es Dios! Fue un deslumbramiento que trastornó toda mi vida, a pesar de que externamente hubiera poca variación. Todo tomaba un sentido maravilloso y nuevo, tanto las cosas grandes como las pequeñas» (ROVIROSA, Guillermo, El primer traidor cristiano: Judas de Keriot, el Apóstol, Obras Completas, Tomo I, pág. 524).

Pero hay otro paso muy importante en su proceso de conversión a la fe cristiana. También lo cuenta el mismo Rovirosa. El año 1939, nada más terminar la Guerra Civil, a causa de una denuncia contra él, fue encarcelado. El motivo de su condena no era otro que el haber sido presidente del Comité Obrero, por elección de sus compañeros, de la empresa en la que trabajaba. Esta experiencia de pasar casi un año en prisión marcó una orientación en su vida: mirar con especial misericordia a los que sufren. En la cárcel vio y sintió el triste destino de aquellos militantes obreros, honrados a carta cabal. Con ellos convivió durante doce meses. Aquella experiencia le ayudó a unir su amor a Jesús y su amor a los trabajadores.

Años después Guillermo Rovirosa escribió estas palabras: «La prisión fue para mí la escuela que me faltaba, y doy por ello siempre gracias a Dios».  La vida de Guillermo Rovirosa fue en adelante una entrega, una «ofrenda» al Señor en el servicio al apostolado obrero. Primero como vocal social del Consejo de Acción Católica de Madrid y después como promotor de la Hermandad Obrera de Acción Católica (HOAC), movimiento especializado para la evangelización del mundo obrero y del trabajo.

Los últimos dieciocho años de su vida, dejando incluso su trabajo asalariado, los dedicó exclusivamente a los trabajadores, a su promoción y evangelización. En su entrega al apostolado obrero experimentó más profundamente el amor y la misericordia de Dios, a pesar de ser muy consciente de sus traiciones y miserias. «Cada nuevo descubrimiento de mi traición y miseria trae consigo un nuevo descubrimiento de la verdad del Amor infinito de Dios y de su misericordia, sintetizados en este hecho: Jesús me ama con locura» (ibídem, pág. 554).

Guillermo Rovirosa ofreció su vida al servicio de los trabajadores. El amor a Jesús y a los trabajadores en sus condiciones objetivas de vida y trabajo fueron el norte que orientó ya toda su existencia.

 

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