Un hombre mediocre es un hombre frustrado. Lo que da algún sentido a la vida humana es precisamente la lucha permanente, y el hombre mediocre es el que «no quiere líos». ¿Qué sentido puede tener la vida de un hombre cuya aspiración máxima consiste en no dar sentido a su vida?
Se objetará quizá que la vida del hombre mediocre tiene un sentido de tranquilidad, orden, paz, bienestar… La respuesta es fácil, ya que el hombre mediocre aspira a todo esto no con criterio humano (fundamentado en la verdad y la justicia), sino con un criterio vegetal. Y nada más. Ya que los árboles y plantas también gozan de una tranquilidad, un orden, una paz y un bienestar que nadie puede poner en duda. Y que es precisamente a imitar a este vegetal a lo que se dirigen los anhelos del hombre mediocre. Todo ello (como los vegetales) bajo el signo de la nutrición y la reproducción.
El hombre mediocre no es típico de ninguna clase social, ni de ningún estamento, ya que se da con excesiva profusión en todos ellos, constituyendo precisamente su rémora.
¿Quién duda que entre la gente de dinero hay algunos con ansias humanas, e incluso cristianas? Pero la masa de los mediocres les impide todo movimiento.
¿Y no pasa lo mismo entre los políticos? ¿Y entre los intelectuales? ¿Y en todas partes?
Esta nefasta mediocridad (que fue el ideal de los romanos en su etapa de decadencia) es hoy también el signo de la grandísima parte de los trabajadores. Como símbolo de nuestro ideal podríamos dibujar un pesebre.
En una humanidad de mediocres el dinero ha de ser, necesariamente, el signo del valor. Cuando no hay valores humanos de qué echar mano, la cosa se degrada, y no se para en lo animal ni en lo vegetal, sino que se cae en lo más bajo: en lo mineral, para centrar el concepto del valor.
Tanto tienes, tanto vales. Este es nuestro lema de mediocres. Para «tener», estorban todas las virtudes humanas de honradez, amistad, fidelidad a la palabra dada, culto a la verdad, sentido de justicia, probidad… (Y con mayor motivo las virtudes cristianas, centradas en el amor del Mandamiento Nuevo). Y los mediocres lo echamos todo por la borda, aunque algunos conservemos una fachada de apariencias… ¡por si acaso!
El hombre de presa (que es la versión más animal del hombre) domina, lógicamente, a los hombres mediocres (que somos la versión vegetal de la humanidad).
¿Dónde está el hombre? La linterna de Diógenes sigue tan actual hoy como entonces.
Pero ya hace tiempo que un mediocre gobernador de provincia, sin sospechar el alcance de lo que decía, exclamó en una ocasión:
¡Aquí está el hombre!
Desde entonces, ni hubo, ni hay, ni habrá otro. Este, y sólo éste, es el vencedor de la mediocridad. Porque es quien juzgará al final con juicio verdadero. ¡Y cuántos hombres de presa, que hoy tenemos por geniales, caerán convictos de su espantosa mediocridad!
La mediocridad más espantosa es tener «espíritu de mediocridad». Tener aspiraciones de vida vegetal. Y nada más.
Es posible que algunas cofradías católicas de estos tiempos hayan podido hacer creer que era compatible el ideal cristiano con la mediocridad de signo vegetal.
Es posible que algunos mediocres aleguen que no pueden tener grandes ideales porque el salario es misérrimo, el trabajo agotador, las cargas familiares insoportables… Si con estas circunstancias, todavía no se les despiertan ideales de lucha por la Justicia y la Verdad, es que están todavía en el profundo sueño vegetal de la mediocridad.
Lo único que les pedimos es que sigan durmiendo, pero en la cuneta. Que dejen paso libre a los hombres hombres, que, siguiendo las huellas de Cristo, avanzan luchando.
Ya despertarán… ¡si quieren!
Guillermo Rovirosa (1897-1964)
Boletín de la HOAC nº 110