PROMOTOR DE MILITANTES

Cuando en los años cuarenta toda la izquierda española estimaba que la única salida para la clase obrera era la guerrilla o las vacaciones indefinidas, según los análisis del marxismo científico, Rovirosa creyó que la Guerra civil española había aplastado a la militancia obrera y que era indispensable realizar por la Iglesia, en servicio a la sociedad, una nueva promoción de militantes, y a ello consagró su vida, dándole a él razón la historia, por lo que hoy los Carrillo de turno tienen que mentir diciendo que los obreros cristianos llegaron a la acción obrera después del Vaticano II y no veinte años antes, como fue la realidad. Mientras, otros hicieron el nacional-catolicismo.

La concepción del militante que él tenía la dejó marcada en aquel intento de los vinculados. Frente al cáncer burocrático que intuía venir, extremó sus planteamientos y consiguió 73 voluntarios para vivir “una entrega absoluta al apostolado de promoción militante entre los pobres, de forma que no tendrán sueldo, ni comida, ni vestido, y sólo cuando los hermanos se lo ofrezcan lo tomarán”. El intento murió al nacer “porque no cabía en el Derecho Canónico”.

Hoy, cuando cualquiera se lleva pesetas en las estructuras sociales, políticas y culturales, contemplar esta fe en la gratuidad del militante, lleva a pensar que por ese camino hasta el problema de las causas del hambre se podría resolver. Mientras, por el burocrático, no hace más que agravarse.

 

MAESTRO DE ESPIRITUALIDAD HACIA ABAJO

Ante el crecimiento de las espiritualidades que pretenden hacer posible el servicio a Dios y al dinero, negándole a Cristo su afirmación, Rovirosa vivió y enseñó con su testimonio la grandeza cristiana de crecer hacia abajo, de máxima valoración de lo pequeño y escondido, de permanente contemplación de Dios en el acontecer ordinario de los pobres y del diálogo entre los hombres por el trabajo, que en el militante se convertía en gratuidad y hablar poco.

Quizá por ello fue el hombre sin cargo nombrado por nadie en las organizaciones a que perteneció, nunca elegido y que siempre lo dio todo, lo que le llevó a tener un peso y aprecio moral que le hacía indiscutible y, ello, desde el amor fraterno de la amistad. Para los amigos de no meter el hombro, fue un escándalo; para los militantes, la gran gracia de Dios en sus vidas.

 

(Recuerdo en el XXV aniversario de su pascua)

Julián Gómez del Castillo, “Carta entre amigos” nº 14, abril 1989

 

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