Extracto del articulo: “La genética y la dignidad del ser humano” Nicolás Jouve de Barreda. Departamento de Biología Celular y Genética. Universidad de Alcalá de Henares (Madrid). Cuadernos de Bioética XXIV.

Los elementos biológicos del hombre no son suficientes para afrontar las cuestiones bioéticas que se plantean en torno al concepto de persona, pero son necesarios para definir con precisión las propiedades de los seres humanos y los aspectos teológicos, filosóficos y jurídicos que son atribuibles a cada persona.

El ser humano es un ser singular. En él que conviven dos dimensiones de distinta naturaleza, una material y otra espiritual, y precisamente esta es la principal de las diferencias entre el hombre y el resto de seres vivos.

En el hombre aparece una nueva cualidad, única entre los seres vivos, el comportamiento ético. A diferencia de lo que ha ocurrido en la evolución de los restantes homínidos, durante la evolución humana, el ascenso a la capacidad de razonar y la libertad de acción que ello le confiere, conduce a que cada persona posea la capacidad de ser responsable de sus actos.

Estos no son dictados por los instintos, ni se ciñen a reacciones automáticas, sino que se someten a la voluntad consciente de cada individuo humano, que posee en cada momento la autonomía moral para valorar las consecuencias de sus actos.

La dimensión ética proporciona a cada persona el dominio y la responsabilidad de los actos, lo que en cierta medida le compromete consigo mismo y con el resto de la sociedad.

En algún momento difícil de precisar, nuestros ancestros dejaron de ser un conjunto gregario de individuos egoístas para convertirse en una especie constituida por individuos con autonomía moral unidos en grupos familiares y con capacidad de organización social.

Lo que esto significa es que en la evolución humana al desarrollo de la autoconciencia se une el sentido ético de la vida, que conducirá a la postre —y con exclusividad en nuestra especie— a la capacidad de utilizar en la mejor dirección posible el libre albedrío.

La capacidad de la comunicación oral hace posible la trasmisión de la distinción entre el bien y el mal y del comportamiento ético de unos a otros, de padres a hijos y de generación en generación. La unión familiar y social se convierte en el mejor ámbito para la transmisión de estas cualidades en beneficio del éxito evolutivo de nuestra especie.

Llegados a este punto nos podríamos preguntar si tiene algo que ver el comportamiento ético, elemento esencial de nuestra especial dignidad, con la herencia biológica. Si nuestra especie se caracteriza por la capacidad de distinguir entre el bien y el mal y obrar en consecuencia ¿cómo pudo la evolución favorecer la aparición de un ser consciente y ético a partir de unas bestias instintivas y egoístas?. La cuestión que se plantea es si los diferentes modos de respuesta ante situaciones que podríamos enmarcar dentro del comportamiento ético, son parte de la evolución humana en sí misma, y por tanto producto de la selección natural, o adquisiciones añadidas, una vez cruzado el umbral evolutivo de la inteligencia y por tanto fruto de la etapa que llamamos de evolución cultural.

Antes de responder a esta cuestión, debemos aclarar que aquí no nos referimos a las causas últimas de la confluencia en el ser humano de un grado superior de inteligencia, autoconciencia y comportamiento ético, lo que se escapa del ámbito de la ciencia y cuya explicación teológica en nada contradice lo que la ciencia ha ido descubriendo sobre el modo de la evolución humana. En lo que sigue no se discute sobre el origen del hombre.

El Papa Benedicto XVI respondía a una pregunta sobre el significado del “logos” con el que San Juan comienza su evangelio con estas palabras: “En el principio existía la Palabra, es decir, al mundo le precede el sentido espiritual, o lo que es lo mismo la ‘idea’ del mundo. El mundo es la materialización de la idea y del pensamiento primigenio que Dios llevaba dentro de sí y que se convierte en un espacio histórico entre Dios y su criatura“.

Lo que aquí nos planteamos no tiene que ver con este aspecto teológico que nos explica la razón de nuestra existencia, sino con el modo en cómo se llevó a cabo. Esto no debe suponer ninguna dificultad para aceptar una concepción antropológica cristiana basada en el hecho de que el hombre es una criatura creada a imagen y semejanza de Dios.

La pregunta que debemos responder es ¿hay una base genética que explique el comportamiento ético? La cuestión no es trivial ya que supone dar respuesta al origen de las normas morales que poseemos los seres humanos. Algunas de estas normas, las que tuviesen un origen natural estarían impresas en la conducta de todos los hombres, deberían constituir el código moral natural de la especie y pasarían a constituir parte del patrimonio natural de los seres humanos.

La respuesta a la pregunta es claramente afirmativa.

El genetista americano Theodosius Dobzhansky (1900- 1975) señalaba que lo más elevado de la ética humana es el mandamiento del amor universal, servicio a los demás y no resistencia a la maldad . Considera que en el hombre coexisten dos clases de ética: la familiar y la de grupo. Opina que la ética familiar está determinada genéticamente, siendo producto de la selección natural. Es lo que se ha denominado “selección de parentesco”  o “selección familiar”, que se refiere a una selección que favorece la permanencia de las características genéticas de los individuos emparentados. Se trata de un aumento de la eficacia biológica o valor adaptativo que favorecería la conservación de los genes más favorables. De este modo, los genes que codificaran pautas de comportamiento que contribuyesen a mejorar la capacidad adaptativa de los individuos que los portan, tenderían a ser seleccionados en el linaje familiar y por tanto aumentarían su frecuencia en la población a lo largo de las generaciones. Por lo mismo, los genes de comportamientos negativos tenderían a ser eliminados.

George Kiefer, en su tratado de Bioética, considera que el desarrollo evolutivo de la ética depende de la capacidad humana para predecir los resultados de las propias acciones y que esta capacidad única está directamente correlacionada con la función cerebral y tuvo que esperar necesariamente al perfeccionamiento evolutivo de ese órgano. “Nuestros antepasados aprendieron a considerar que algunas acciones eran buenas y otras malas; tanto de sus compañeros como de su propia experiencia; con el transcurrir de la evolución y la adquisición de nuevas aptitudes; algunas cosas resultaron mejores y otras peores. De esta manera, la evolución biológica de la ética parece ser la de estimular la evolución humana, especialmente en su aspecto cultural-sociológico”.

Este enfoque científico tiene la ventaja además de poner en valor el papel de la familia natural, encarnada en la unión de un hombre y una mujer. La familia es el grupo biológico natural al que se debe el éxito de nuestra especie al tratarse del marco existencial más favorable para la transmisión de los rasgos que mejor contribuyen al incremento de la eficacia biológica de la especie. Es el lugar común en el que conviven los padres con los hijos en una comunidad de adhesión benefacto- ra y basada en vínculos de amor recíproco y protección mutua, una comunidad en la que tanto los padres como los hijos crecen en el afecto y los más pequeños reciben las primeras instrucciones y se educan para ser miembros útiles para la sociedad. Es además la estructura natural y básica de la sociedad, el lugar natural en el que el hombre viene a la vida y aprende a ser humano. La familia humana es favorecedora de la procreación y supervivencia de la especie y célula de la sociedad.

De acuerdo con George Kieffer, el comportamiento ético propio del ser humano tiene una base genética. Afirma que: “el comportamiento ético ha contribuido ampliamente a la supervivencia de la especie… En la mayoría, si no en todas las sociedades humanas, es correcto y bueno el ser honesto, generoso, amable y valiente. La vida humana, incluyendo la de extraños es sagrada —excepto en la guerra—. Hay que conservar la vida. Por el contrario es malo hurtar, robar, hacer daño o matar… Otro valor universal es la honestidad… La sociedad no habría sobrevivido probablemente sin la observancia de estos valores… Para la supervivencia de la especie es necesario el respeto a la vida”.

De esta manera, parece evidente que deben considerarse de origen natural los valores y pautas del comportamiento moral y ético que contribuyan al mantenimiento y supervivencia de la especie. No lo serán por el contrario, los comportamientos que se opusieran a la convivencia, al beneficio mutuo, a la familia natural, a la procreación y protección de la prole, a la defensa de la vida y a todo aquello que vaya en detrimento de las condiciones de subsistencia de la especie. Todo esto revela que la selección natural ha sido determinante en el proceso de la adquisición del comportamiento ético de los seres humanos.

En este rango de las características naturales de la especie humana se debe incluir el sentido de trascendencia que parece anidar en todo hombre y aflora en todas las civilizaciones y culturas humanas. Desde este punto de vista la protección de la vida, el cuidado del prójimo, el sentido del más allá, determinan nuestras primeras obligaciones morales y no solo por razones culturales, sino por nuestra propia naturaleza biológica, impresa en nuestros genes. Lo que parece extenderse por toda la humanidad es un sentido moral que no puede considerarse de otra manera que como algo biológicamente inherente a nuestra especie. En general, los seres humanos, religiosos o no, practicantes de cualquier religión o no creyentes, aceptan la existencia de un código moral por razones sociales y biológicas. Este es el poso ético compartido que justifica la “Ley Natural”, base y fundamento del derecho a la vida, el derecho a tener una familia, el derecho de los hijos a tener unos padres, el respeto a los demás y toda una serie de normas delimitadoras de los derechos de las personas dentro de la sociedad y dirigidas al bien común. Sobre esta base común, se han construido normas morales y religiosas, en las que ya entra una variación de carácter cultural.

Como hemos visto en el hombre aparece una nueva característica, única entre los seres vivos, la componente ética. Los valores y pautas del comportamiento moral y ético del ser humano deben considerarse de origen natural ya que han contribuido al éxito y supervivencia de la especie.

El hombre no es solo Homo sapiens sino también Homo moralis. El reconocimiento de culpa, autodominio, solidaridad, amor, generosidad, altruismo y honestidad, entre otras, son cualidades innatas en los seres humanos.

La antropología filosófica destaca el carácter único e irrepetible propio de cada ser humano, cada persona. Esto coincide plenamente con los datos de la ciencia, que destaca la identidad genética individual y singular de cada ser humano.

Es posible que otras especies, de las que opinamos que son inteligentes, también puedan acumular experiencias en su memoria, pero no tienen la capacidad de trasmitirlas. Todo lo más las guardarán para sí e incluso este registro las permitirá reaccionar de forma instintiva en ocasiones posteriores.

Llegados a este punto podríamos afirmar que la autoconciencia y el lenguaje son suficientes para afirmar que nuestra especie es muy superior a las restantes de la Naturaleza. Ya tan solo estas propiedades singulares de los seres humanos son suficientes para certificar su especial dignidad.