«La Pira consideró que, más allá de guerras y catástrofes, había otra forma de emergencia que era la ‘emergencia habitacional’»

 

Autor: Jasiel-Paris Alvarez

Detalle de ‘Expulsión de los mercaderes del Templo’ (1600), óleo sobre lienzo de El Greco.

 

 

C.S. Lewis escribió que una sociedad plenamente cristiana tendría cosas «de derechas»: «valores familiares y códigos de comportamiento que nos podrían parecer bastante anticuados y ceremoniosos». Pero, a la vez, «su vida económica nos parecería muy socializada». No habría usureros: «del Antiguo Testamento a los maestros cristianos de la Edad Media aconsejaron prohibir los préstamos que cobran intereses, una operación que es la base de nuestro sistema económico», el capitalismo. Tampoco habría especuladores ni brokers de la Bolsa: «no habrá parásitos, manufactura de lujos innecesarios ni vana publicidad», «no comerá quien no trabaje con sus propias manos y solamente para producir algo bueno». En la cuestión económica, según Lewis, «una sociedad cristiana sería lo que hoy llamamos de izquierdas».

Ante los diversos problemas políticos, los cristianos podemos encontrarnos alineados con propuestas típicas de un partido de derecha (en algunas cuestiones culturales), de izquierda (la atención al inmigrante), de centro (la protección ecológica de la naturaleza), de extrema izquierda (la paz frente al imperialismo) o de extrema derecha (la lucha contra el aborto y la eutanasia a gran escala). Muchos se pueden estar preguntando cuál podría ser la propuesta cristiana ante la actual crisis de la vivienda. No hace falta especular, basta con conocer el ejemplo de Giorgio La Pira.

La Pira fue alcalde de Florencia durante varios años entre 1951 y 1965. Redactó, junto con otras personalidades católicas, el código de Camaldoli, que recibió el nombre del monasterio donde se reunieron a poner por escrito un primer manifiesto general de la Doctrina Social de la Iglesia. En él se lee que, mientras haya en la sociedad personas que no tengan lo necesario, el deber de las instituciones es proveerles por el medio que sea, incluyendo restricciones a la propiedad privada sobre bienes no imprescindibles. También está ahí escrito que cuando haya bienes fundamentales que no estén funcionando bien en el mercado, con un ánimo de lucro incompatible con las necesidades de la comunidad, la intervención de las autoridades públicas no solo es legítima sino que es necesaria, limitando o anulando por completo el título de propiedad privada sobre ciertos bienes.

Bajo estos principios se enfrentó a la gran crisis de su tiempo (la misma que la nuestra): concentración de la vivienda en pocas manos, precios imposibles de los inmuebles y una generación incapaz de acceder a una casa propia. En un primer momento, La Pira solicitó a los propietarios inmobiliarios más ricos que alquilaran temporalmente sus apartamentos desocupados al Ayuntamiento, que los pondría a disposición de los necesitados, hasta que hubiese tiempo y presupuesto para construir toda la vivienda pública que sería necesaria. Pero la negativa de los grandes tenedores fue generalizada: ninguno tenía interés en una operación tan poco rentable para ellos. Ni siquiera a cambio de un pago municipal estuvieron dispuestos a arriesgarse a dejar que los pobres se metiesen en sus viviendas vacías (¡en las vacías, no en las de uso habitual u ocasional!), lo mismo que seguramente ocurriría hoy ante un llamamiento semejante.

Los sucesivos intentos de La Pira de controlar los títulos de propiedad o los precios llevaron a una oposición organizada y directa por parte de los ricos de Florencia, que presionaron contra La Pira retirando sus inmuebles del mercado de alquiler (que es lo que hoy más temen los «economistas» ante cualquier política pública sobre vivienda). La Pira respondió de la única forma posible a esta declaración de guerra (una guerra no librada en nombre de la propiedad y la libertad, sino en nombre de la avaricia y el hambre de mayores beneficios). El alcalde ordenó confiscar aquellas viviendas en desuso de la oligarquía florentina para alojar a la gente que estaba en mayor situación de exclusión. Mientras tanto, continuaba dedicando buena parte del presupuesto público a la construcción de vivienda protegida, de forma que inutilizaba el chantaje de los propietarios que retiraban sus activos del mercado. A corto plazo, las expropiaciones de La Pira lograron atajar la crisis albergando –aunque fuese por el momento– a cientos de familias empobrecidas y desahuciadas. Gracias a él, algunas de estas familias pasaron de vivir en la calle a quedarse en toda una villa señorial italiana.

«La Pira consideró que, más allá de guerras y catástrofes, había otra forma de emergencia que era la ‘emergencia habitacional’»

Esto lo hizo La Pira desde el entorno de un partido de la derecha italiana: habría que ver lo que pensarían hoy sobre esto nuestro PP o Vox (hablamos mucho sobre la decadencia de la izquierda y muy poco sobre la decadencia de la derecha). El alcalde pudo hacer todo esto interpretando libremente una vieja ley de 1865 que permitía requisar propiedad en situaciones de emergencia. La Pira consideró que, más allá de guerras y catástrofes, había otra forma de emergencia que era la «emergencia habitacional». Muchos cuestionaron por aquel entonces la legalidad de esta interpretación, pero La Pira afirmaba estar dispuesto a ir a la cárcel en caso de que su acción política mereciese tal sanción.

La Pira fue un católico de los de antes, dispuesto al Calvario y a la Cruz si fuese necesario. A día de hoy está en proceso de ser canonizado. Ello implica que sus textos escritos han sido revisados por el Vaticano y que no se ha encontrado en ellos ningún obstáculo incompatible con la fe (incluyendo aquel código de Camaldoli que subordinaba la propiedad privada al bien común). El alcalde ya ha sido reconocido como «siervo de Dios» por su vida de servicio al Altísimo y al bajísimo (el pobre, el débil, el excluido). El siguiente paso lo dio el papa Francisco nombrándole como «venerable», un título que exige haber llevado una vida heroica y con elementos de martirio. La Pira fue un héroe al enfrentarse a los grandes poderes y grandes fortunas, sufriendo una vida de persecución en la que otros católicos le acusaban falsamente de ser un marxista encubierto («es un pez rojo en la pila bautismal»), mientras que los verdaderos marxistas le atacaban con furia («es un propagandista católico contrario a los intereses científicos del proletariado», escribió el soviético Teodor Oizerman).

Los siguientes hitos serán su nombramiento como «beato» y finalmente «santo», cuando se le pueda demostrar algún milagro póstumo. Y se lo demostrarán, porque ya los hizo en vida (que quizás sea lo más difícil) según el testimonio de los pobres, que ya entonces lo apodaban como «el santo». Los ricos le llamaban «la-pirata» por robarles la propiedad, pero afortunadamente Dios escucha más la opinión de los pobres que de los ricos (que, a menudo, son los verdaderos piratas). Seguro que en el cielo ya se sienta entre los santos y con Jesús, que anunció en su ciudad natal (Lucas 4:16-19) que venía a dar buenas nuevas a los pobres, traer libertad a los oprimidos e instaurar un permanente año jubileo, es decir, la mítica fecha en que se condonan las deudas (también de los inquilinos) y se redistribuye entre el pueblo de Dios la propiedad de la tierra (también de las casas que sobre ella se han construido). Ojalá La Pira entre pronto en el santoral de los cristianos que estamos aún en el «más acá». Y ojalá lo haga como «Santo Patrón de la Expropiación», al que puedan ponerle velas las masas desposeídas del mundo.