En el Año Santo de la esperanza, la Iglesia dedica a esta vasta porción de la humanidad —la de los trabajadores— un momento especial: el Jubileo del mundo del trabajo, que debía haberse inaugurado el pasado primero de mayo.

Jubileo de los trabajadores. El abrazo de los Papas a los obreros

Fuente: Amedeo Lomonaco – Ciudad del Vaticano 8/11/2025


El mundo de la fábrica no es un espacio ajeno a las enseñanzas de la Iglesia. Con motivo de este evento jubilar, repasamos algunas reflexiones de los Papas sobre el mundo del trabajo. San Juan Pablo II definió “una gracia del Señor haber sido obrero”, porque eso le dio la posibilidad “de conocer de cerca al hombre del trabajo”.

En el Evangelio, la imagen de los obreros esperando a alguien que “los contrate por un día” es la fotografía de lo que vemos con frecuencia hoy en las calles y plazas de nuestras ciudades.

El trabajo, siempre y en todas partes, sigue siendo un aspecto esencial del tejido social y pertenece, como se lee en la Biblia, a la condición originaria del hombre.

En el Año Santo de la esperanza, la Iglesia dedica a esta vasta porción de la humanidad —la de los trabajadores— un momento especial: el Jubileo del mundo del trabajo, que debía haberse inaugurado el pasado primero de mayo.

Este evento fue luego cancelado debido al fallecimiento del Papa Francisco y se eligió la fecha del 8 de noviembre. El momento culminante de esta jornada será la audiencia jubilar con el Papa León XIV. Un encuentro que se enlaza con los de sus predecesores con los trabajadores.

En el contexto de este evento jubilar resuenan especialmente las palabras que los Pontífices dirigieron a los obreros.

Pío XII y la cuestión obrera

El mundo en ruinas necesita ser reconstruido, no solo en su dimensión material.

En este marco, durante el periodo sacudido por la Segunda Guerra Mundial, el Papa Pío XII se encuentra con una representación de trabajadores. Fue el 13 de junio de 1943, y muchos de los fieles que acudieron a escuchar la voz del Pontífice eran obreros de diversos centros industriales.

El abrazo con el obispo de Roma era muy esperado. “Por algunos instantes —recuerda L’Osservatore Romano en la crónica de aquel día— la manifestación se agitaba en poderosas oleadas, compitiendo en filial entusiasmo, de las cuales la irradiación de los rostros era signo expresivo; pero luego surgió un silencio”.

Ese es el instante, cargado de atención, en que irrumpen las palabras del Papa Pacelli.

De las duras condiciones actuales, la multitud de trabajadores, más agobiada y afligida que otros, no es la única que sufre el peso; cada clase social debe llevar su carga, unas más pesada y molesta que otras; no solo la situación social de los trabajadores y las trabajadoras requiere ajustes y reformas, sino que toda la compleja estructura de la sociedad necesita correcciones y mejoras, profundamente sacudida como está en su tejido. ¿Quién no ve, sin embargo, que la cuestión obrera, por la dificultad y variedad de los problemas que implica, y por el gran número de miembros a los que afecta, es tal y de tan gran necesidad e importancia, que merece un cuidado más atento, vigilante y providencial?

Cuestión si alguna vez delicada; punto, se podría decir, neurálgico del cuerpo social, pero a veces también terreno movedizo y traicionero, abierto a fáciles ilusiones y vanas esperanzas inalcanzables, para quienes no tienen ante los ojos de la inteligencia y el impulso del corazón la doctrina de la justicia, la equidad, el amor, la consideración mutua y la convivencia, que inculcan la ley de Dios y la voz de la Iglesia.

El Papa Pío XII reafirma a los trabajadores la solicitud de la Iglesia: “La Iglesia os ama intensamente y, no solo desde hoy, con ardor y afecto materno y con vivo sentido de la realidad de las cosas, ha considerado las cuestiones que os afectan más particularmente”.

Y recuerda aspiraciones justas y legítimas: “Un salario que asegure la subsistencia de la familia, que permita a los padres cumplir su deber natural de criar a una prole sanamente alimentada y vestida; una vivienda digna de personas humanas; la posibilidad de garantizar a los hijos una educación adecuada, y prever tiempos de escasez, enfermedad y vejez”.

Operarios trabajando en la sección de producción de una fábrica.

Operarios trabajando en la sección de producción de una fábrica.   (Fondazione Isec, Fondo Ercole Marelli)

Juan XXIII y la nobleza del trabajo

En 1961, la Basílica Vaticana se llenó de obreros con motivo de la celebración del primero de mayo cristiano.

El Papa Juan XXIII, dirigiéndose a esta “asamblea de trabajadores”, recuerda que la Iglesia “ha sido desde el inicio de su glorioso camino la madre de los humildes, la protectora de los fatigados, la defensora del progreso moral y económico del hombre”.

“Jesús, venido a la tierra para salvar a la humanidad, dedicó la mayor parte de su vida al trabajo, y no a una actividad delicada o superior, sino al trabajo manual sencillo”.

“El trabajo —concluye Papa Roncalli— es una nobleza”.

Pablo VI y los obreros de Italsider

Fueron múltiples los encuentros de Pablo VI con el mundo del trabajo.

En la noche de Navidad de 1968, el abrazo del Pontífice a los obreros del centro siderúrgico de Taranto es una secuencia histórica de imágenes: los trabajadores con su overol y casco se acercan al Papa, mientras detrás de ellos los destellos de la colada de hierro iluminan la noche.

En esos instantes, el diálogo entre Pablo VI y los obreros se daba sobre todo con miradas y apretones de mano. En los ojos de esos hombres se perciben asombro, emoción y alegría. Casi no podían creer que el Papa estuviera entre ellos.

Durante la visita al alto horno, el Pontífice se interesa por las fases técnicas del proceso de producción, pero su atención se concentra en los hombres. Felicita por el trabajo que realizan, se arrodilla entre ellos sobre el polvo del piso y reza con ellos.

En la homilía subraya que el mensaje cristiano no es ajeno al mundo del trabajo moderno, capaz de alcanzar altos niveles de ingenio, ciencia y técnica.

Diremos que cuanto más se afirma aquí la obra humana en sus dimensiones de progreso científico, de potencia, de fuerza, de organización, de utilidad, de maravilla —en definitiva, de modernidad—, tanto más merece y reclama que Jesús, el obrero profeta, el maestro y amigo de la humanidad, el Salvador del mundo, el Verbo de Dios, que se encarna en nuestra naturaleza humana, el Hombre del dolor y del amor, el Mesías misterioso y árbitro de la historia, anuncie aquí, y desde aquí al mundo, su mensaje de renovación y esperanza. Trabajadores, que nos escucháis: ¡Jesús, el Cristo, es para vosotros!

Las palabras del Pontífice resonaron en el centro siderúrgico, entre puentes móviles, paredes de metal y láminas de acero apiladas. En esa noche de Navidad se fundieron los lenguajes del Espíritu y de la materia. La voz del Papa y los ruidos del alto horno se elevaron juntos de la Tierra al Cielo.

“Cuando el Papa se marcha —escribe L’Osservatore Romano en la edición de Navidad de 1968—, el saludo entusiasta de los presentes oculta una íntima melancolía. Fue un gran encuentro” con el anuncio de la Navidad a la humanidad que trabaja, que se esfuerza y que espera.

Navidad de 1968. Pablo VI se reúne con los trabajadores del centro siderúrgico de Taranto.

Navidad de 1968. Pablo VI se reúne con los trabajadores del centro siderúrgico de Taranto.

Juan Pablo II y la gracia de haber sido obrero

También el Papa Juan Pablo II se encontró en diversas ocasiones con el mundo del trabajo.

En 1982, pocos meses después de la publicación de la encíclica Laborem exercens, el Papa Wojtyła se traslada a Livorno, al centro de la empresa Solvay, la misma compañía para la que había trabajado a los veinte años en Polonia, antes de entrar en el seminario.

Fue el 19 de marzo de 1982, día de la fiesta de San José. Lo que los obreros muestran al Pontífice es la imagen habitual y cotidiana de la fábrica.

La fábrica no se detuvo por la visita del Papa, ya que el ciclo continuo de producción no podía interrumpirse.

El momento culminante de la visita fue el encuentro con el consejo de fábrica. Parecía una de tantas asambleas —escribe el Osservatore Romano— “para contribuir a la solución de los problemas diarios”.

Resuenan las palabras del Papa, de un hombre “que en su tiempo también fue obrero, en una fábrica similar a la de Livorno”.

Juan Pablo II, hablando a los trabajadores, recuerda el tiempo en que, tras dejar las canteras de piedra de Zakrzówek en Cracovia, comenzó “a trabajar en Solvay, en Borek Fałęcki, como encargado de calderas”.

Considero una gracia del Señor haber sido obrero, porque esto me ha dado la posibilidad de conocer de cerca al hombre del trabajo, del trabajo industrial, pero también de cualquier otro tipo de trabajo. He podido conocer la realidad concreta de su vida: una existencia impregnada de profunda humanidad, aunque no exenta de debilidades, una vida sencilla, dura, difícil, digna de todo respeto. Cuando dejé la fábrica para seguir mi vocación al sacerdocio, me llevé conmigo la experiencia insustituible de ese mundo y la profunda carga de amistad humana y vibrante solidaridad de mis compañeros de trabajo, conservándolas en mi espíritu como algo precioso.

En las palabras de Juan Pablo II a los trabajadores de Solvay también se puede reconocer un rasgo distintivo de nuestro tiempo, marcado por la llegada de nuevas tecnologías y, en particular, de la inteligencia artificial.

“El desarrollo de la técnica plantea hoy de manera nueva —decía en ese discurso de hace más de 40 años— el problema del trabajo humano. La técnica, que ha sido y es un factor de progreso económico, puede convertirse de aliada en adversaria del hombre”.

Los procesos productivos corren el riesgo de “despersonalizar a quien trabaja, quitándole toda satisfacción y estímulo para la creatividad y la responsabilidad”.

Dos preguntas centrales acompañan la reflexión del Papa Wojtyła en 1982: ¿quién tendrá la preeminencia? ¿Se convertirá la máquina en un prolongamiento de la mente? Son interrogantes extremadamente actuales y relevantes.

Benedicto XVI y la cercanía de la Iglesia a los trabajadores

El altar en el centro propulsor de la vida ciudadana. Esa fue la escena que rodeó la concelebración eucarística el 11 de septiembre de 2011 en el Astillero Naval de Ancona.

En la homilía, el Papa Benedicto XVI subraya que un modelo de organización social centrado únicamente en el bienestar material, prescindiendo de Dios y de su revelación en Cristo, termina por “dar a los hombres piedras en lugar de pan”.

No se puede separar la dignidad del trabajo del pan que se produce con él.

El pan, queridos hermanos y hermanas, es «fruto del trabajo del hombre», y en esta verdad se encierra toda la responsabilidad confiada a nuestras manos y nuestro ingenio; pero el pan es también, y ante todo, «fruto de la tierra», que recibe de lo alto sol y lluvia: es don que se ha de pedir, quitándonos toda soberbia y nos hace invocar con la confianza de los humildes: «Padre (…), danos hoy nuestro pan de cada día» (Mt 6, 11).

Al final de la misa en Ancona, Benedicto XVI almorzó con algunos trabajadores en suspensión de empleo, precarios y desempleados.

Eran representantes de las categorías más afectadas por la crisis que había golpeado considerablemente la economía local.

“Conozco vuestros problemas, estoy cerca de vosotros. Toda la Iglesia está cerca de vosotros”.

Misa presidida por Benedicto XVI en los Astilleros Navales de Ancona (11 de septiembre de 2011).

Misa presidida por Benedicto XVI en los Astilleros Navales de Ancona (11 de septiembre de 2011).

Papa Francisco y los valores del trabajo

El binomio inseparable entre dignidad y ocupación: durante su pontificado, el Papa Francisco ha señalado en múltiples ocasiones esta relación refiriéndose al mundo del trabajo.

En su visita pastoral a Génova, el 27 de mayo de 2017, se trasladó al complejo siderúrgico Ilva de Cornigliano.

Algunos obreros vestían sus overoles de trabajo, con casco protector azul o amarillo en la cabeza. Antes del encuentro, Francisco recorrió en un pequeño vehículo eléctrico un pabellón normalmente utilizado como depósito de bobinas de acero.

Al responder a las preguntas de los trabajadores, el Papa reiteró el valor de la empresa sana y recordó los riesgos de la especulación y de la idolatría del consumismo.

El consumo es el centro de nuestra sociedad, y por tanto el placer que el consumo promete. Grandes tiendas, abiertas 24 horas al día, todos los días, nuevos “templos” que prometen la salvación, la vida eterna; cultos de puro consumo y por tanto de puro placer. Es también esta la raíz de la crisis del trabajo de nuestra sociedad: el trabajo es fatiga, sudor. La Biblia lo sabía muy bien y nos lo recuerda. Pero una sociedad hedonista, que ve y quiere solo el consumo, no entiende el valor de la fatiga y del sudor y entonces no entiende el trabajo. Todas las idolatrías son experiencias de puro consumo: los ídolos no trabajan. El trabajo es alumbramiento: son dolores para poder generar luego alegría por lo que se ha generado juntos. 

Sin recuperar una cultura que valore el esfuerzo y el sudor, subraya Francisco, no se puede restablecer un nuevo vínculo con el trabajo.

“Un mundo que ya no conoce los valores y el valor del trabajo —continúa el Papa argentino— no comprende tampoco la Eucaristía, ni la oración verdadera y humilde de las trabajadoras y los trabajadores.

Los campos, el mar, las fábricas —recuerda durante el encuentro con el mundo del trabajo en Génova— siempre han sido ‘altares’ desde los cuales se han elevado oraciones bellas y puras, que Dios ha acogido y recibido”.

Oraciones dichas y recitadas “por quienes sabían y querían rezar, pero también oraciones hechas con las manos, con el sudor, con el esfuerzo del trabajo”.

Algunos obreros durante la visita de Francisco a Génova en 2011.

Algunos obreros durante la visita de Francisco a Génova en 2011.

León XIV y el derecho a un trabajo digno

Otro aspecto, enfatizado en múltiples ocasiones por Francisco durante su pontificado, es la seguridad laboral, que “es como el aire que respiramos: solo nos damos cuenta de su importancia cuando tristemente falta”.

El drama de las muertes en el trabajo sigue siendo una lacra que afecta incluso a los Estados más desarrollados.

Una de las últimas víctimas en Italia fue un obrero que quedó atrapado durante horas bajo los escombros de un antiguo edificio medieval. Se llamaba Octay Stroici, tenía 66 años y trabajaba en la restauración de la Torre de los Conti, derrumbada por causas aún por determinar.

Comentando los accidentes laborales a partir de este trágico episodio ocurrido en Roma, el Papa León XIV afirmó que “es un derecho del ser humano tener un trabajo digno”.

Un derecho, no un privilegio, que mide la civilización de un país.