Nadie se siente responsable de nada, porque lo somos todos.

Unos por acción y otros por omisión.

Unos como beneficiarios y otros como víctimas.

Unos como iniciadores y otros como continuadores.

Todos por cobardía.

 

Escrito por Guillermo Rovirosa.

Boletín de militantes nº 77  (1963)

 

Cuando ocurre algún hecho delictivo la humanidad queda dividida en dos grupos: el de los que tienen alguna responsabilidad en él, y el de los que no tienen absolutamente nada que ver.

Los primeros suelen acudir a todas las artes (buenas o malas) para sacudirse la parte de responsabilidad que les pueda corresponder. Los segundos se suelen quedar tan tranquilos y tan contentos.

Aun la misma noción de delito va experimentando una evolución interesantísima. Dejando aparte los llamados «delitos políticos», que tiene una anatomía particular, la generalidad de los mortales parece estar convencida de que lo único malo es el matar y el robar con violencia. Porque cuando se mata y se roba de una manera fina, elegante y aun científica, parece que el presunto delito ya puede prestarse a toda clase de atenuantes. Y llegar a convertirse en un acto virtuoso. Por ejemplo: la eutanasia y el anticoncepcionismo. O el estraperto.

Así el hombre que hoy presenta patente de moralidad se cree justificado con poder afirmar: «Yo no mato ni robo violentamente…, ¿qué más se me puede pedir?»

Y como los asesinatos y robos individuales realizados con violencia «todavía» son escasísimos, podemos afirmar que la inmensa mayoría de los que componemos la humanidad en 1953 nos consideramos cada uno a sí mismo como unos seres casi angelicales. Completamente en estado de inocencia.

Por eso, cuando algún predicador de algún código moral lanza sus diatribas contra los «malos», Fulano piensa : «¡Qué bien le cae a Zutano! « Mientras que Zutano, que se halla entre los presentes, exclama : «¡Qué bien le cae eso a Fulano !» Y ambos quedan tan felices ; mientras el «predicador» también es feliz pensando: «Estoy arreglando verdaderamente el mundo!. ¡Hay que ver qué cosas tan gordas les he dicho… !»

No queremos insistir sobre este relajamiento de la moral en lo tocante al aspecto individual de lo «bueno» y lo «malo».

Pero hay delitos colectivos, y quizá el más representativo de todos es el que se suele llamar «la injusticia social». ¿Quién sabrá nunca el número de muertes y de robos más o menos violentos que deben achacársele?

Nadie siente la menor responsabilidad por los que hoy caen asesinados por la injusticia social. Nadie siente la menor complicidad ante los innumerables robos que hoy la injusticia social perpetra contra tantos derechos de los más legítimos y casi sagrados.

Nadie se siente responsable de nada, porque lo somos todos. Unos por acción y otros por omisión. Unos como beneficiarios y otros como víctimas. Unos como iniciadores y otros como continuadores. Todos por cobardía.

El adquirir conciencia de esta responsabilidad ante la presente y universal injusticia social es una de las primeras cosas que se exigen al militante de la HOAC. Los «inocentes», los que «no han hecho nada malo» (¡como si la cobardía fuera buena!), que se queden en casa incrementando con su egoísmo la maldita injusticia social.