“ La importancia de la dimensión interdisciplinar de la doctrina social es realmente notable. De ella depende en gran parte la presencia de la doctrina social en el areópago de la cultura contemporánea, en los lugares donde se producen ideas y se discute sobre el futuro de la humanidad”.

Giampaolo Crepaldi (2008)

 

1 . Agradezco cordialmente al prof. Rafael Rubio de Urquía la invitación que me ha hecho a presentar una reflexión sobre La dimensión interdisciplinar de la Doctrina Social de la Iglesia. He afrontado ya este tema en una breve publicación a la que remito a los que estén muy interesados al respecto. Lo que quisiera, aquí, es situar el tema de la dimensión interdisciplinar poniendo de relieve, en lo posible, cómo ella se impone después de la publicación del Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia (en adelante, Compendio), así como las aclaraciones epistemológicas que, entretanto, han dilucidado y precisado la naturaleza de esta doctrina. Espero que este enfoque metodológico tenga alguna utilidad. Han pasado varios  años desde que el Compendio fue presentado por primera vez al público, el 25 de octubre, 2004. En el tiempo que ha transcurrido hasta ahora, el documento ha sido objeto de varias traducciones que hacen de él un fenómeno auténticamente global y que es oportuno recordar, pues dan testimonio de una acogida positiva. El Pontificio Consejo “Justicia y Paz” ha sido llamado, en los distintos continentes, a participar en reuniones y asambleas de presentación y profundización del Compendio. Algunos de esos encuentros han sido de carácter pastoral, otros de tipo civil, en presencia de estudiosos, personas comprometidas en la economía y en la sociedad, hombres políticos y representantes de las instituciones. Entre estas varias citas y ocasiones de diálogo —todas importantes— quisiera recordar aquí dos, que tienen un evidente significado simbólico: la presentación del Compendio en Cuba y en Rusia. En Cuba, por la presencia en ese país de un régimen comunista y por la vitalidad de una Iglesia católica muy comprometida en el frente del laicado. En Rusia, en San Petersburgo y en Moscú, por los contactos con la Iglesia ortodoxa, favorecidos por la presentación del Compendio. Se trata de dos campos muy importantes: el de las ideologías políticas y el del ecumenismo, a los que la difusión del Compendio puede hacer mucho bien, pues ayuda a aclarar, a comprenderse y a dialogar en la búsqueda de la verdad.

Sin lugar a dudas, el Compendio ha sido, desde un principio, un caso editorial de gran difusión. Y sigue siéndolo, a medida que salen las traducciones en los distintos idiomas. Las páginas de Internet que lo citan y aquellas que se han creado expresamente para difundirlo son innumerables. Se están imprimiendo también versiones de bolsillo y se comienza a producir material didáctico para dar al Compendio una forma de catequesis social y según las modalidades adecuadas al trabajo en grupo en las comunidades cristianas. Todo esto produce emoción, y confirma a todos los que han trabajado en este proyecto la gran validez de la idea lanzada por los Obispos de América durante su Sínodo y acogida por el Papa Juan Pablo II, quien confió al Pontificio Consejo “Justicia y Paz” la redacción de este documento particular. El proyecto fue iniciado con gran entusiasmo bajo la guía del difunto Cardenal Francois-Xavier Nguyén Van Thuán, entonces Presidente del Pontificio Consejo “Justicia y Paz”, y terminado bajo la presidencia del Cardenal Martino. Al hacer un balance —provisional— de la acogida al Compendio en estos tres años posteriores a su publicación, me atrevería a decir que se ha recibido con mayor entusiasmo fuera de Europa —en Asia, África y América Latina— que en el continente europeo. Tengo que reconocer, igualmente, que queda aún mucho por hacer para que el Compendio se utilice sistemáticamente y se tome como punto de referencia para una pastoral social adecuada a los tiempos, conforme a la enseñanza de la Iglesia y confiada en que la luz del Evangelio es todavía el motor principal para el desarrollo humano. En algunos casos, ha sido objeto solamente de un atento respeto, siendo que también el Compendio, como toda la Doctrina Social de la Iglesia a la que pertenece no como simple “resumen” sino como un nuevo capítulo, vale para toda la vida.

Estoy convencido de que la difusión y la acogida del Compendio dependen mucho del concepto que se tiene de él. Por este motivo, el Pontificio Consejo ha tratado, en varias ocasiones, de precisar el significado de dicho documento, para evitar interpretaciones reductivas. Veo también con agrado las iniciativas de estudio del Compendio realizadas por expertos, por Centros de investigación y por revistas especializadas, porque representan aportaciones útiles para una aclaración teológica y pastoral del Compendio mismo, y esto no deja de tener consecuencias positivas para su utilización. Por este motivo, quisiera examinar con vosotros algunos aspectos referentes precisamente a la naturaleza del Compendio y a su significado en el momento actual, prestando una especial atención a la cuestión de la dimensión interdisciplinar, es decir, a su relación con la cultura, con el saber y las ciencias, con las ciencias del hombre.

2.- La función del Compendio tendría, desde luego, poca importancia, si se tratara simplemente de una especie de compilación de las encíclicas sociales de los Papas, desde la Rerum novarum hasta ahora. En estos últimos decenios se han escrito muchos Manuales de Doctrina social de la Iglesia, y todos han cumplido más o menos bien con su tarea de divulgación. No era necesario, pues, escribir otro y, sobre todo, no era necesario que lo redactara un Pontificio Consejo comisionado por el Papa. Por consiguiente, la idea del Compendio tiene una consistencia mucho mayor que la de un Manual. Para destacar mejor esto, quisiera hacer tres consideraciones.

2.a) La primera se refiere a la situación histórica a fines de los años noventa. La cuestión social, después de los hechos del 89, había sido analizada por la Centesimus annus de modo “preventivo”, pues en esos momentos había comenzado apenas la nueva era en la que hoy hemos entrado plenamente. Con el 89, había terminado realmente la segunda guerra mundial, como escribió Juan Pablo II en la Centesimus annus (n. 28), y con ella el mundo dividido en bloques y las ideologías totalitarias. Una “camisa de fuerza” que, en cierto modo, había envuelto el mundo durante muchos años, se había rasgado. La Centesimus annus, como sabemos, da una lectura teológica del acontecimiento: el totalitarismo nace de la voluntad de eliminar a Dios del corazón del hombre; el desarrollo se debe reconsiderar partiendo de “la actitud que el hombre asume ante el misterio más grande: el misterio de Dios” (n. 24). La encíclica toma, luego, de los hechos del 89, toda una serie de indicaciones, con el deseo de trazar líneas de esperanza para el futuro.

A fines de los años noventa, se había llegado ya a una fase de “balance final”. Liberado el mundo de la camisa de fuerza de las ideologías y de la política de los bloques, surgieron nuevas amenazas para la identidad misma del hombre. Eliminada la camisa de fuerza de la ideología, se abrieron espacios de libertad y de recuperación de lo religioso, pero se abrieron también espacios para el nihilismo en su estado puro. El nihilismo que, en el pasado, se había manifestado mediante ideologías destructoras, ahora se expresa a través de la pura técnica.

La relación entre técnica y ética se vuelve, entonces, un punto central en todo ámbito de la cuestión social actual. Se comprende porqué las situaciones éticas de primera línea salen a la luz, precisamente ahora, de modo repentino y violento. Desde luego, el desarrollo de la ciencia las ha facilitado —desde el mapeo del ADN hasta la informática— pero si hubiéramos permanecido con el viejo sistema, las cuestiones éticas estarían todavía “cubiertas” por argumentaciones ideológicas y políticas de antigua escuela. Esto es evidente en tres campos particularmente necesitados de orientación: la ecología, la bioética y la globalización.

¿Qué significa absolutizar (de modo nihilista) la técnica? Significa hacer del hombre un “producto”. Surge, pues, con fuerza, la “cuestión antropológica”, ya que es necesario afirmar, a nivel cultural, que el hombre no es un producto. La humanidad estará siempre más dividida acerca de la relación entre técnica y ética: estos serán los dos nuevos “bloques”. Y siempre más dividida entre los que estiman que el hombre es un producto y los que estiman que no lo es. Esta será, probablemente, la “gran división” del futuro.

Todo esto tiene una gran importancia social, y por eso la cuestión antropológica es hoy la cuestión social por excelencia y, viceversa, la cuestión social es esencialmente una cuestión antropológica. La versión nihilista de la técnica hace del hombre un producto histórico y cultural (artificial), rompiendo el vínculo con la naturaleza y la tradición (y con la Creación). El hombre ya no es un “proyecto”, es “proyectado”. El hombre ya no tiene deberes, únicamente derechos, y nace el absolutismo por el cual está “prohibido prohibir”. El terrorismo como concepción técnica de la política; la laicidad como lugar neutro, libre de valores y absolutos; la democracia como procedimiento; la economía que se transforma en finanzas; el relativismo en la consideración de las culturas; la reducción del derecho y de los derechos humanos a la técnica, son los nuevos absolutos negativos: todos absolutizan la técnica.

En relación con este contexto problemático nace la idea del Compendio. Considerando los acontecimientos de los primeros años del nuevo siglo, es preciso llegar a la conclusión realista de que las preocupaciones que se derivan de las temáticas ya enumeradas se han afianzado. Algunas características del terrorismo; la falta de respeto por el derecho a la vida, a nivel de las masas; los adelantos de la ingeniería genética con los proyectos de clonación; el nuevo desorden mundial —después de que el fin de los bloques había hecho esperar en una era de paz— testimonian, por lo menos según mi parecer, que estábamos y estamos en una transición histórica decisiva. Y como ésta se realizaba al mismo tiempo que el golpe de timón del nuevo milenio y del año jubilar, la Iglesia sintió la necesidad, expresada en la Tertio millennio adveniente, de hacer un examen de conciencia también con relación a la propia doctrina social (cf. n. 27) y, como lo indica la Novo millennio ineunte, promover la “imaginación de la caridad” (n. 50). La teología y la espiritualidad del Jubileo impulsaban a la Iglesia a tomar nota de la crisis antropológica consiguiente al fin de las ideologías y al nuevo totalitarismo de la técnica, y a recurrir al patrimonio de la propia doctrina social para dar esperanza a la humanidad del nuevo milenio. En este marco se coloca el proyecto del Compendio, así como su realización.

2.b) La segunda consideración se refiere al proceso de maduración y profundización sobre la naturaleza de la Doctrina Social de la Iglesia que en los años noventa había terminado, aclarando definitivamente las dudas y perplejidades que habían caracterizado los decenios anteriores, especialmente los años setenta. Después de las fundamentales precisiones teológicas y epistemológicas de la Sollicitudo rei socialis (nn, 1, 3, 41) y de la Centesimus annus (nn. 5,11, 53, 54, 55, 57,59), las críticas a la Doctrina Social de la Iglesia, de ideologización, se demostraron sin sentido. Aún más, se reveló el carácter ideológico de esas críticas y me asombra ver que, todavía hoy, a los veinte años del parágrafo n. 41 de la Sollicitudo rei socialis, algunos mantienen esas posturas obsoletas.

Según mi parecer, son tres las principales precisiones del Magisterio respecto a la Doctrina Social de la Iglesia. La primera es que ella “anuncia al hombre la salvación en Cristo” y, por tanto, pertenece a la misión evangelizadora misma de la Iglesia (cf. Centesimus annus, 55). La segunda es que ella es un “corpus doctrinal”, orgánico y unitario, que se profundiza en el contacto con la historia, cambiando y permaneciendo al mismo tiempo siempre igual, por nacer de la luz con la que el Evangelio ilumina las situaciones siempre nuevas que la humanidad debe afrontar (cf. Sollicitudo rei socialis, 1 y 3). La tercera es que ella, por lo que se refiere a su formalidad disciplinar, pertenece al ámbito de la teología moral, es decir, al ámbito del servicio que la Iglesia ofrece al mundo (cf. Sollicitudo rei socialis, 41). De este modo, la doctrina social quedaba insertada en el corazón mismo del anuncio cristiano y de la misión de la Iglesia, se concebía como un todo orgánico estructurado que había de profundizarse en el tiempo, y era considerada teología moral, o sea, que brotaba de la fe, con tendencia al discernimiento práctico tanto personal como comunitario, fundada por el Magisterio, que tiene una competencia también teológico-moral, y en relación, como veremos, con los otros campos del saber.

Con estas precisiones fundamentales, la Doctrina Social de la Iglesia se sustraía definitivamente al ámbito de la ideología política, pero también al de la diáspora católica. De esto resultaba una sabiduría humana y social fundada en el Evangelio, capaz de animar las múltiples formas de presencia en la historia sin reducirse a ellas, y fuente de comprensión de los problemas humanos y de perspectivas de solución, lo que implica otras competencias y la aceptación de responsabilidades. Un instrumento orgánico y versátil para orientar el futuro, coherente y respetuoso de las diversidades de los planos, un instrumento de consulta y al mismo tiempo de diálogo con todos.

El Compendio nace al terminar este camino y recoge sus frutos. Capta completamente esta configuración significativa y convincente del estatuto de la doctrina social, sobre todo en el capítulo II, «Misión de la Iglesia y doctrina social», y especialmente en el punto II, titulado «La naturaleza de la doctrina social». Yo diría también que el Compendio relaciona las adquisiciones decisivas del Magisterio de Juan Pablo II con la historia anterior de la doctrina social, con algunas intuiciones profundas de Juan XXIII y, sobre todo, con la Gaudium et spes del Concilio Vaticano II. El Compendio, pues, no se limita a recoger y a recordar los contenidos de la Centesimus annus o de la Sollicitudo rei socialis, sino que los introduce en el contexto de un marco orgánico. Por consiguiente, se puede considerar como fruto de la “madurez” a la que ha llegado la Doctrina Social de la Iglesia respecto a la comprensión de sí misma, en continuidad con su propio pasado. El decenio de los años noventa fue, desde este punto de vista, muy provechoso y prometedor. Surgió un nuevo entusiasmo por la Doctrina Social de la Iglesia, guiado por la enseñanza de Juan Pablo II y, dejando a un lado las actitudes circunspectas y cautelosas del pasado, fue acogida con convicción. El Compendio nace dentro de este espíritu y es su continuación en el nuevo milenio.

2.c) Hemos llegado, así, naturalmente, a la tercera observación, que os corresponde más a vosotros que me escucháis y al tema que me han propuesto. El Compendio que, como hemos visto antes, nace como respuesta a una crisis cultural y antropológica —de paso de las ideologías a la técnica— y se funda en aclaraciones teóricas sobre la naturaleza de la Doctrina Social de la Iglesia, se presenta, precisamente en virtud de estos aspectos, como instrumento de diálogo con las distintas ciencias que conciernen al hombre y en particular con las ciencias sociales, entendiendo con esta expresión no sólo las ciencias cuantitativas, sino también aquellas teológicas y filosóficas.

Quisiera recordar que el parágrafo n. 59 de la Centesimus annus afirma que «la doctrina social… tiene una importante dimensión interdisciplinar. Para encarnar cada vez mejor, en contextos sociales, económicos y políticos distintos, y continuamente cambiantes, la única verdad sobre el hombre, esta doctrina entra en diálogo con las diversas disciplinas que se ocupan del hombre, incorpora sus aportaciones y les ayuda a abrirse a horizontes más amplios al servicio de cada persona, conocida y amada en la plenitud de su vocación». Le hace eco el Compendio: «La Doctrina Social de la Iglesia se sirve de todas las aportaciones cognoscitivas, provenientes de cualquier saber, y tiene una importante dimensión interdisciplinar» (n. 76).

Este es un tema de gran importancia para el diálogo entre Evangelio y cultura. En efecto, el Evangelio puede penetrar en los distintos ámbitos del saber a través de la dimensión interdisciplinar, si no se quiere caer en el fundamentalismo o en el secularismo. Se trata de un argumento poco desarrollado por los expertos. Sobre este tema tan importante quisiera ahora hacer algunas consideraciones.

Una de las características más evidentes de la cultura actual, sobre todo de aquella académica y de investigación avanzada, es la especialización, que corre el peligro de producir fragmentación. El hecho de que en cada ámbito disciplinar se distinga un sector pequeñísimo de pertenencia y, sobre todo, la ausencia de un auténtico diálogo entre los estudiosos de los distintos ámbitos del conocimiento y de la investigación, crean una situación de desconcierto. Podría faltar el marco global del cual las disciplinas particulares pueden sacar un sentido y una orientación que superen sus objetivos de estudio y dominio de los fenómenos. La fragmentación del saber es un grave problema con notables consecuencias antropológicas, como nos recordaba Juan Pablo II en la Fides et ratio: «El aspecto sectorial del saber, en la medida en que comporta un acercamiento parcial a la verdad con la consiguiente fragmentación del sentido, impide la unidad interior del hombre contemporáneo» (n. 85). El Magisterio de la Iglesia nos recuerda, en cambio, que «el hombre es capaz de llegar a una visión unitaria y orgánica del saber. Este es uno de los cometidos que el pensamiento cristiano deberá afrontar a lo largo del próximo milenio de la era cristiana» (ibid.). El proyecto de realizar un Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia nace del hecho de que se haya tomado en serio esta invitación y es deseable que la acogida del Compendio produzca efectos de colaboración unitaria entre las mentes al servicio del hombre. La Doctrina Social de la Iglesia se ve llevada estructuralmente al diálogo interdisciplinar, al ser —como «categoría especial»— originariamente interdisciplinar en sí misma, antes que en la relación con las otras disciplinas. Ella, de hecho, nace de la fe y cuenta entre sus elementos constitutivos primarios la teología y la filosofía y también, como elementos constitutivos secundarios, las ciencias humanas y sociales. Es, pues, portadora de una verdad analógica, unitaria pero articulada, según los distintos planos. La Doctrina Social de la Iglesia, por tanto, es capaz de ofrecer un marco de orientación a las distintas disciplinas, de hacerlas colaborar en el pleno respeto de sus características específicas. Desde este punto de vista, ella tiene un valor sapiencial.

Estas relaciones interdisciplinares son de fundamental importancia precisamente por el carácter propio de la doctrina social. En otros términos, el desarrollo de la dimensión interdisciplinar no es algo añadido, sino una dimensión constitutiva e intrínseca de la doctrina social, vinculada a su objetivo de encarnar toda la verdad del Evangelio en las problemáticas históricas que la humanidad debe afrontar. No es por casualidad que en el mismo parágrafo 59 de la Centesimus annus, donde se trata de la dimensión interdisciplinar, Juan Pablo II habla de “encarnación”. La verdad del Evangelio debe encontrarse con 2l saber y las ciencias elaboradas por el hombre, ya que la fe no es ajena a la razón y los frutos históricos de la justicia y de la paz necesitan este paso de la luz evangélica “dentro” de los pliegues del saber profano, en el respeto de las autonomías recíprocas, pero también de las conexiones analógicas.

Sin lugar a dudas, la doctrina social debe ser la matriz de nuevos proyectos de aleño humanismo, y para hacerlo de manera no integralista tiene necesidad de as relaciones interdisciplinares con los demás ámbitos del saber. La doctrina social puede “ordenar” las distintas disciplinas hacia una proyectualidad cultural, social y política al servicio del bien común y de cada persona en particular. Esto exige, sin embargo, el respeto de las competencias y de todos os legítimos niveles de mediación. Viceversa, tenemos el caso del moralismo y leí pragmatismo. El primero consiste en querer aplicar desde fuera la pátina de moralidad a una u otra receta social. El pragmatismo consiste en tener la ilusión de poder establecer caminos operativos exentos de consideraciones morales. Cuando se pretende deducir de la doctrina social abstractas indicaciones moralizantes, que quizás chocan con la racionalidad de las ciencias, se llega al moralismo; cuando las ciencias pretenden encontrar soluciones meramente técnicas para el desarrollo humano y para la justicia “fuera del Evangelio”, se llega al pragmatismo. En cambio, cuando existe un diálogo íntimo y continuo entre la doctrina social y las diversas disciplinas, se realiza una verdadera proyectualidad al servicio del hombre. Para hacer esto, sin embargo, es preciso que los estudiosos de la doctrina social se abran a las otras ciencias y viceversa; que el diálogo entre los estudiosos se intensifique; que la autorreferencia, tan estimada por los que cultivan la propia disciplina, sea superada. La dimensión interdisciplinar es una teoría, pero aún más, una praxis; requiere personas expertas en distintos campos y convencidas de su necesidad, y requiere también “lugares” institucionales de encuentro y talleres de programación cultural interdisciplinar. No es por casualidad, repito, que en el mismo parágrafo 59, donde se habla de la dimensión interdisciplinar, Juan Pablo II recuerda otros dos aspectos de la doctrina social vinculados a ella: su carácter práctico y su carácter experimental. La interdisciplinaridad es funcional respecto a un proyecto que tiende a influir en la realidad para transformarla al servicio del hombre y de su salvación.

La dimensión interdisciplinar adquiere una importancia determinante también en lo que respecta a la enseñanza de la doctrina social. Desde este punto de vista, como decíamos al principio, mucho se ha hecho, sobre todo en el último decenio del siglo pasado, pero hay que reconocer que no siempre se ha enseñado la doctrina social de un modo naturalmente vinculado y abierto a las otras disciplinas. A menudo la enseñanza de la doctrina social se ha realizado de una forma encerrada en sí misma, casi como un capítulo a parte en el plan de estudios; como una disciplina que hay que considerar en sí misma más que en sus aperturas interdisciplinares. Puede suceder, entonces, que el aprendizaje de la doctrina social pierda la riqueza de las múltiples referencias básicas a la Escritura, y filosóficas y teológicas, de los documentos magisteriales, y no se vea la necesidad de desarrollar lo expresado en las encíclicas con consideraciones económicas o sociológicas. Por otra parte, también sucede lo contrario. En algunos cursos de licenciatura o en las facultades de ciencias sociales en las que se enseña la doctrina social junto con otras materias, éstas son consideradas por los mismos maestros como algo independiente y sin una auténtica relación con la enseñanza de la doctrina social. La yuxtaposición es a veces la modalidad que más se utiliza al tratar de las relaciones entre la doctrina social y las otras disciplinas.

Como se deduce de estas breves observaciones, la importancia de la dimensión interdisciplinar de la doctrina social es realmente notable. De ella depende en gran parte la presencia de la doctrina social en el areópago de la cultura contemporánea, en los lugares donde se producen ideas y se discute sobre el futuro de la humanidad. De su dimensión interdisciplinar depende su capacidad de diálogo con el hombre actual y de contacto con los problemas contemporáneos. La dimensión interdisciplinar libera la doctrina social del límite de ser un “positivismo católico” o un “código social católico y para los católicos”, y aumenta las posibilidades de escucha y acogida por parte de todos. La dimensión interdisciplinar la acredita como un auténtico saber, abierto a las otras ciencias.

 

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