La revelación y el evangelio -explica Pablo VI en Evangelii nuntiandii 20- «no se identifican ciertamente con la cultura y son independientes con respecto a todas las culturas. Sin embargo, el reino que anuncia el evangelio es vivido por hombres profundamente vinculados a una cultura, y la construcción del reino no puede por menos que tomar los elementos de la cultura y de las culturas humanas. Independientes con respecto a las culturas, evangelio y evangelización no son necesariamente incompatibles con ellas, sino capaces de impregnarlas a todas sin someterse a ninguna» .

Por eso, en la sociedad multicultural y multiétnica de nuestro tiempo, si se quiere que el evangelio fermente la nueva civilización del amor que debe nacer, es necesario «inculturar» los valores cristianos en los problemas, en las culturas, en el lenguaje y en los símbolos del mundo de hoy.

La Doctrina Social de la Iglesia (DSI), en consecuencia, ofrece a todos unos «principios de reflexión» como contribución al nacimiento de un nuevo humanismo para el siglo XXI. Por otra parte, sin esta «mediación cultural» necesaria la palabra de Dios queda lejana e incomprensible. Por tanto, es esencial instaurar un diálogo leal y abierto con todos los hombres de buena voluntad, de manera que, partiendo de valores comunes compartidos, podamos caminar juntos hacia la verdad. En este esfuerzo se ha hecho necesario revisar las categorías y el lenguaje tradicionales del magisterio, demasiado tiempo vinculado a los esquemas mentales y a la terminología filosófica y teológica neoescolástica que ya no entienden los hombres de nuestra época. Este esfuerzo fundamental fue realizado por el Vaticano II, que resolvió el problema recurriendo principalmente a las categorías bíblicas y prefiriéndolas a las filosóficas.

Así pues, la DSI ofrece ante todo «principios de reflexión» -de naturaleza religiosa, ética y cultural- sobre los que fundamentar el diálogo intercultural e interreligioso para contribuir a la construcción de nuevas estructuras comunes de la familia humana que se va unificando y globalizando con el respeto debido al pluralismo de las culturas y de las religiones.

«No vivimos en un mundo irracional o sin sentido -dijo Juan Pablo II en el discurso a la ONU en el 50° aniversario de su creación (1995)-, sino que, por el contrario, hay una “lógica” moral que ilumina la existencia humana y hace posible el diálogo entre los hombres y entre los pueblos»; por consiguiente -añadió- «si queremos que un siglo de constricción deje paso a un siglo de persuasión, debemos encontrar el camino para discutir, con un lenguaje comprensible y común, acerca del futuro del hombre. La ley moral universal, escrita en el corazón del hombre, es una especie de “gramática” que sirve al mundo para afrontar esta discusión sobre su mismo futuro» .

En el mundo globalizado del siglo XXI debemos aprender todos a vivir unidos aceptando nuestras diferencias. Nadie puede imponer a los demás su cultura, su moral y su fe religiosa. Es necesario, por el contrario, partir de cuanto nos une para crecer y caminar juntos hacia la mayor unidad posible, hacia un humanismo planetario común. En este sentido, la DSI resalta algunas reglas de esa «gramática ética común», inscrita en la conciencia misma de cada persona, independientemente de la raza, la ubicación geográfica, la cultura, la lengua, el color de la piel y de la fe religiosa. Se trata de valores presentes en todas las Constituciones democráticas del mundo y en los grandes documentos internacionales de la ONU sobre los derechos fundamentales.

Las «reglas» o principios de la «gramática ética común», universalmente compartidos, sobre los que insiste principalmente la DSI con la mirada puesta en la fundación del nuevo humanismo de la sociedad globalizada, son la dignidad de la persona , la solidaridad, el bien común, el destino universal de los bienes o la subsidiariedad.