“La esencia de la DSI (Doctrina Social de la Iglesia) no es la sociología ni la política sino la mirada y el criterio de fe que nos lleva -personal y comunitariamente- a realizar el plan de Dios según Cristo y el Espíritu”
P. Carlos Ruiz
Panorama de nuestros barrios
Aclaremos: cuando se habla de barrios, los venezolanos entendemos amplias zonas suburbanas de exclusión social, donde viven los empobrecidos, mayormente descartados por el sistema vigente a nivel mundial.
No hay mucha diferencia de unos barrios a otros: en ellos suele vivir no menos del 60% de la población total de esas ciudades, en infraviviendas familiares (no hay casi bloques de apartamentos) donde se hacinan varias personas de diversas generaciones y distintos progenitores; la mayoría de las casas tienen corriente eléctrica (intermitente y casi siempre ilegal), pero pésimo servicio de agua; las posibilidades de comunicación son escasas (falta de transporte público, deficiente señal telefónica y de internet) y las calles están muy dañadas, sin iluminación suficiente y con pocas áreas deportivas y recreativas. Bibliotecas, teatros, cines… ni se conocen. Desde hace tiempo están abriendo gimnasios porque también aquí llegó el culto al cuerpo; pero, no encontrarán una farmacia, un banco o una oficina pública…
Todavía predominan los niños y los jóvenes (por poco tiempo), con lo cual los gritos, juegos y bromas propias de esas edades alegran las vidas de los vecinos, que siguen conservando -solo en parte- la costumbre de salir al frente de las casas para compartir entre ellos, siempre y cuando el calor se lo permita.
Otra seña de identidad de estos barrios es -precisamente- la falta de identidad cultural e histórica: son relativamente nuevos, creados por el aluvión de familias jóvenes que han migrado desde el campo o de poblaciones más pequeñas en las que hay menos oportunidades de trabajo y de estudio. No suelen conservar tradiciones populares, tampoco religiosas. Los pocos vínculos identitarios son los del capitalismo consumista: marcas de ropa, canciones de moda y series.
Los sueldos miserables y la explotación laboral que sufren la inmensa mayoría de los que viven en los barrios, así como el desprecio de las instituciones gubernamentales que solo se acercan a ellos con migajas en épocas electorales, ha llevado a una gran frustración a sus habitantes, especialmente a los jóvenes, muchos de los cuales tratan de tapar su dolor con las drogas, el alcoholismo y la socialización en bandas delincuenciales. O emigran. Debido a la cultura individualista, consumista y materialista que se ha impuesto a través de los medios masivos de comunicación y de las actuales formas de vida, la frustración no se canaliza hacia la organización y la lucha sino hacia el populismo y la evasión, que son también pasto para las sectas y confesiones cristianas fundamentalistas.
¿Cómo se vive aquí la DSI?
Aunque es algo evidente, no hay una solo forma de vivir la DSI, pero hay una serie de criterios o principios que consideramos indispensables para la vivencia de la doctrina social de la Iglesia en los barrios.
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Mirar con ojos de fe
La esencia de la DSI no es la sociología ni la política sino la mirada y el criterio de fe que nos lleva -personal y comunitariamente- a realizar el plan de Dios según Cristo y el Espíritu. La política y la sociología son auxiliares y también campo de la evangelización. En la segunda mitad del siglo XX, en algunos de nuestros barrios se intentó una práctica de la DSI más ideológica que teológica, con un fatal resultado porque una parte considerable de los que así se formaron se salieron de la Iglesia. La soberbia ha llevado a excusar dicho fracaso acusando a algunos Papas y obispos como si fuesen ellos los culpables. Pero, todo lo que se edifica fuera del cimiento de Cristo, se cae tarde o temprano.
La tarea prioritaria es formar militantes que -ante todo- sean cristianos según la Tradición de la Iglesia, con un sólida vivencia mística y fraterna. Esto es un tesoro en vasija de barro que se transmite cuando hay cristianos militantes organizados pobres que forman a otros cristianos con un plan adecuado y dentro de una organización que vibre con un solo corazón y una mística elevada; es decir, hacen falta asociaciones o movimientos apostólicos militantes solidarios.
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Encarnar la fe
La militancia cristiana que se necesita exige la encarnación en la vida, cultura y luchas de los empobrecidos. Se trata de hacerse uno de ellos, como diría san Pablo. Hoy, Nazaret tiene nombre de barrio de Venezuela, de Nicaragua, de Ghana, de India, de Nigeria… probablemente también de muchas de las ciudades de naciones enriquecidas, que igualmente están sufriendo el proceso de marginación y descarte del sistema materialista. Los pobres de la Tierra son la tierra preparada para recibir la semilla del Evangelio y transmitirla al resto de la humanidad. Aquí está el Kairós de nuestro tiempo y hay que descubrirlo con humildad, como hicieron grandes testigos de nuestro tiempo como Marcelino Legido o Julián Gómez del Castillo.
Acercarse a los empobrecidos desde el asistencialismo no sirve para la evangelización integral porque -como dice Rovirosa- “cuando Dios entra por la boca, se atraganta”. Este es un principio esencial de la DSI, principalmente desde la Mater et Magistra de S. Juan XXIII, que pedía que los campesinos fuesen los evangelizadores de los campesinos, parafraseando al gran apóstol de la evangelización homogénea (de pobres a pobres), el cardenal Cardijn: “el obrero debe evangelizar del obrero”.
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Solidaridad
La primera lección de DSI que recibimos de los empobrecidos es su vivencia natural, casi visceral, de la solidaridad, es decir, saberse responsables de todos los hermanos que sufren y compartir con ellos hasta lo necesario para vivir, como nos recuerda S. Juan Pablo II. Sin tener que explicar o razonar, basta que haya un niño huérfano, un anciano desamparado, un padre desempleado, un enfermo solo… para que surjan espontáneamente varias manos dispuestas a colaborar. Son respuestas desinteresadas (no pueden ser correspondidas, como nos pide el Evangelio) y creativas, como es el hacer varios turnos de cuidado para un viejo, el preparar comidas con aportes de varios vecinos, el llevar a un enfermo en bicicleta al hospital, el dejar de comer para que los niños no pasen hambre… Solidaridad es la fuerza de los débiles, el corazón de la DSI y lo que no podrán entender nunca los burgueses.
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Caridad política
Cuando hay cristianos militantes pobres organizados en asociaciones o movimientos apostólicos de los que ellos mismos sean responsables, en plena comunión con la jerarquía y el resto de la Iglesia, entonces la explotación y la consiguiente frustración se pueden transformar en verdadera vida cristiana entusiasmante y transformadora. Vida personal y comunitaria que va cristianizando la cultura y la sociedad, extendiendo de esta manera el reinado del Padre Dios. Estas comunidades militantes pobres viven la caridad política (el amor a los empobrecidos luchando contra las causas de sus problemas) con un plan estratégico comunitario, que puede incluir distintas respuestas organizadas de tipo político, cultural, educativo, social o económico. Los pobres, aunque no tengan títulos universitarios, están más capacitados y preparados para realizar la caridad política que las élites y que los considerados líderes.