La economía colaborativa ¿Una buena idea?

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Business Communication

Se oye hablar mucho últimamente de lo que se denomina la “economía colaborativa”. El nombre es atractivo y se refiere a una actividad económica antigua que gracias a las nuevas tecnologías ha tomado una nueva dimensión. Para los más optimistas desarrolla una nueva manera de vivir la economía que puede tener unas grandes potencialidades y romper con la dinámica egoísta del capitalismo actual, mientras que para sus detractores no aporta nada nuevo y acaba adquiriendo las características de los mercados actuales sin aportar ninguna ventaja.

Qué entendemos por economía colaborativa

Hablar de economía colaborativa es referirse a intercambios económicos que abarcan casi todo el espectro de la actividad económica: las compras o consumo (el intercambio de bienes y servicios), la financiación (especialmente a través del crowdfunding) y la producción. La economía colaborativa tiene unas características comunes. La primera es que existe una colaboración entre las partes que potencia el elemento relacional de la economía. Esto es, los participantes entienden su intercambio económico como una excusa para la relación con el otro. La segunda característica es que estamos hablando de colaboración entre partes que pueden considerarse como iguales, no hay una gran empresa u organización que intercambia con una persona, son intercambios de persona a persona sin asimetrías entre las partes. La tercera característica común es que se utilizan plataformas digitales para facilitar el contacto entre las partes. Los nuevos medios de comunicación digital se convierten en clave a la hora de hablar de este modelo de economía colaborativa.

No es algo tan nuevo como parece

Pero la economía colaborativa no es algo tan nuevo como parece. Se ha dado a lo largo de la historia aunque a una escala muy local y con frecuencia dentro del ámbito familiar o de los amigos. Modalidades de economía colaborativa se dan cuando nos juntamos para ir al trabajo en el coche de uno de nosotros y compartimos los gastos (o no); cuando decidimos entre varios financiar el proyecto de empresa a un amigo y le aportamos dinero para que este funcione; cuando alguien se alojan en tu casa o en tu segunda vivienda para pasar unos días de vacaciones o eres tú quien se aloja en la casa de otro; cuando viene a casa un estudiante de otro país que está de intercambio en el colegio de nuestros hijos y después nuestro hijo es acogido por su familia; cuando una empresa intercambia con otra una partida de material por otra que necesitan para su producción, etc. Todos estos son ejemplos de economía en colaboración y hay muchos más. Todos ellos son parte de nuestra vida cotidiana desde hace mucho tiempo.

La diferencia radica en la utilización de plataformas digitales y en la dimensión

La diferencia entre estos ejemplos de economía colaborativa y los actuales radica en la utilización masiva de las plataformas digitales para acercar a personas que, de otro modo, no podrían conocerse o saber que tienen posibilidades de colaboración mutua. Esto permite que esta clase de economía adquiera una dimensión que es imposible alcanzar si tenemos que ceñirnos a nuestras redes familiares o de amistades. Gracias a ello puedo acoger en mi casa a un ciudadano de Australia que ha venido de vacaciones a Valencia o puedo viajar a Nueva Zelanda y compartir unos días con unas personas que de otro modo no habría conocido. También puedo encontrar a personas que van a viajar a Madrid y compartir el viaje con ellas (lo que me abarata los costes) o puedo intercambiar mis clases de economía a cambio de un corte de pelo o de las verduras semanales. Las plataformas digitales amplían las posibilidades y la dimensión de esta economía en colaboración.

Una modalidad económica basada en la relación y en la confianza mutua

La economía colaborativa tiene una serie de cualidades que la alejan de la competición y el egoísmo y la hacen atractiva. El intercambio se basa en la confianza mutua, no se busca ganar a costa del otro, sino que sea beneficioso para ambos, doy porque espero recibir. Esta clase de intercambio tiene muy presente un fuerte componente relacional e introduce en él la fraternidad y la lógica del don. La economía deja de ser competitiva para pasar a ser cooperativa, con un componente humano importante. Esta manera de entender la economía parece ajustarse con aquello que comentaba Benedicto XVI en su encíclica Caritas in veritate: “en las relaciones mercantiles el principio de gratuidad y la lógica del don, como expresiones de fraternidad, pueden y deben tener espacio en la actividad económica ordinaria. Esto es una exigencia del hombre en el momento actual, pero también de la razón económica misma. Una exigencia de la caridad y de la verdad al mismo tiempo” (CiV 36).

Los peligros de esta economía colaborativa

Sin embargo, en determinados casos la economía colaborativa ha tomado un cariz diferente. Experiencias que han comenzado potenciando esa gratuidad y esa relación entre las partes que ya hemos señalado, se han ido alejando de esta manera de funcionar y de este fin. Aunque han mantenido su nombre y toda la mística de la economía colaborativa, su manera de trabajar ha cambiado. Ya no se comparte una casa con otras personas, sino que simplemente se alquila un apartamento en el que no se llega a conocer al propietario; ya no se comparte el trayecto en automóvil con otro sino, que se paga a un particular que se dedica a esto para que te lleve a otro sitio; ya no financias un proyecto, sino que le dejas dinero a una plataforma a cambio de un tipo de interés para que esta financie a otros; ya no se pide a alguien una herramienta, sino que se le paga un alquiler para poder utilizarla durante un tiempo. En esencia, la economía colaborativa se convierte en una imitación de lo que ya se hace (sistemas de alquileres, de compra-venta o de financiación habituales) intentando eludir la legislación que rige para quienes hacen esto de una manera reglada. Por ello grandes financieros financian estas empresas con el objeto de obtener pingües beneficios con ellas ¿Podemos entonces seguir hablando de economía colaborativa? Aunque esas empresas siguen diciendo que lo son, creo sinceramente que no, que ya no lo son.

Enrique LLuch Frechina

Profesor Economía (CEU- Valencia)

Artículo publicado en la revista ICONO, año 119, nº 4, Abril 2017, pág: 26 y 27