«Con el sudor de tu frente ganarás el pan» fue el primer precepto que el Creador dio a la humanidad en la fase en que estamos.

Dejemos de lado a los «inteligentes» que creen que el verdadero precepto es: «Ganarás el pan con el sudor del de enfrente». En este momento no nos interesan.

Lo que interesa más es señalar la extrañeza que produce el que entre católicos todavía se use un léxico medieval cuando nos referimos al trabajo tanto en el lenguaje corriente como en el escrito, y aún en el Derecho canónico.

Oficialmente, entre nosotros, los trabajos se distinguen en dos categorías: los «serviles», ejecutados por esclavos y los «liberales», que son los que realizan los hombres libres. Asimismo ocurre con las profesiones, que unas son «liberales» y otras son «serviles».

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Pero recientemente (de un siglo a esta parte) se ha introducido en el lenguaje corriente otro aspecto del trabajo: el llamado «trabajo intelectual».

Que, ¡naturalmente!, entre los trabajos «libres» aparece como la quinta-esencia: lo químicamente puro. Y, por tanto, lo más ponderado y distinguido. No está (no puede estar) en nuestro ánimo rebajar a nadie que se ocupe en algún trabajo honorable. Lo que nos duele es que se desprecie y se envilezca a trabajos tan nobles y dignos como el primero. Y el trabajo servil de carpintero ejecutado en exclusiva durante la mayor parte de su vida por el Hombre-Dios, nos daría argumento copioso para llenar páginas de prosa.

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Solamente queremos destacar un hecho, y es que cuando un hombre trabaja solamente con la cabeza… su frente no suele sudar.

Pero cuando un hombre trabaja con las manos, no son las manos las que sudan, sino su frente. ¿No hay aquí un símbolo y una marca impresa por el mismo Dios en la naturaleza del hombre, de la que hacemos muy poco caso?

(Boletín Nº120)

 

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